Carlos Taibo. Historia de la Unión Soviética (1917-1991) Pdf & epub



El hecho de que el sistema soviético desapareciera en 1991 facilita un encaramiento general de su naturaleza y de su historia. Como es fácil comprender, semejante tarea no está exenta de problemas, dada la precariedad de nuestro conocimiento de etapas cruciales y dada la proximidad, por otra parte, de muchos de los acontecimientos que tienen que ocupar nuestra atención. Tampoco está de más recordar que la reflexión sobre el sistema soviético se ha visto marcada desde siempre por los anteojos ideológicos más dispares, circunstancia que ha contribuido poderosamente a enrarecer las reflexiones y a avivar las disputas.


Dos son los objetivos fundamentales de este libro, que constituye una versión revisada y puesta al día de un texto, La Unión Soviética (1917-1991), que el autor entregó a la imprenta en 1993 y que fue objeto de varias reediciones posteriores. En primer lugar, se trata de proporcionar al lector una información que permita seguir el derrotero del sistema soviético entre 1917 y 1991. En segundo término, la obra aspira a identificar los grandes problemas que la naturaleza de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) ha suscitado y, con ellos, las grandes tesituras que aquella tuvo que afrontar. En este ámbito su propósito es, ante todo, situar a la URSS en una perspectiva histórica amplia y emplazarla en el marco político y económico propio del siglo XX. Al respecto se antoja una tarea decisiva, por cierto, determinar en qué medida la degradación experimentada por el sistema soviético fue el producto de causas naturales, tuvo su origen en las presiones externas padecidas desde 1917 o, por el contrario, obedeció a decisiones —más o menos libres— de los dirigentes bolcheviques. La doble tarea reseñada es tanto más difícil cuanto que, pese a las apariencias, la historia que nos interesa no tiene un carácter lineal. Las etapas que identificamos con los nombres de Lenin, Stalin, Jrushchov, Brézhnev o Gorbachov presentan evidentes singularidades, que no faltan tampoco, por citar un solo ejemplo, en el interior de la propia era estaliniana: los perfiles de esta fueron manifiestamente diferentes en 1930 que uno o dos decenios después.


Así las cosas, en la configuración de los capítulos se ha optado en más de una ocasión por prescindir de la clasificación convencional que convierte la historia de la URSS en una mera sucesión de secretarios generales. El libro empieza con una introducción general que se interesa por los procesos en curso en Rusia entre principios del siglo XX y la revolución de Octubre de 1917. Ese capítulo inicial se ve acompañado por un segundo cuyo propósito es delimitar conceptualmente los perfiles del nuevo régimen, a efectos de clarificar la posterior deriva de los acontecimientos. El tercer capítulo se ocupa de las dos grandes fórmulas de organización, fundamentalmente económica, que vieron la luz en los años veinte: el comunismo de guerra y la NEP Le sigue un estudio del núcleo de la era estaliniana, configurado en torno a la colectivización de la agricultura, una acelerada industrialización y una intensificación de las medidas represivas. El capítulo quinto procura dar cuenta de los efectos de la Segunda Guerra Mundial en la URSS, así como de los últimos años de dirección de Stalin. Los tres capítulos posteriores se ajustan a la convencional división de la historia soviética en períodos definidos por el acceso al poder de nuevos secretarios generales: Jrushchov, Brézhnev —en las páginas correspondientes nos interesamos también por el interregno protagonizado por Andrópov y Chernenko— y Gorbachov. El libro remata, en suma, con un examen somero de lo ocurrido en el espacio ruso-soviético después de 1991, con unas breves conclusiones y con una bibliografía en la que se ha pretendido incluir los materiales fundamentales que, en relación con la URSS, se han publicado en castellano, junto con una selección de monografías en otras lenguas.


Más allá de las tesis e interpretaciones defendidas en las páginas que siguen —todas ellas, con toda evidencia, discutibles—, es menester dar cuenta de tres circunstancias a las que el autor ha procurado prestar una atención especial. En primer lugar, y por razones obvias dado el discurrir reciente de los acontecimientos, se ha procurado analizar, hasta donde un volumen de estas dimensiones lo permite, la configuración nacional del Estado soviético; a estas alturas sería imperdonable considerar que este último fue, también en el plano espacial, una entidad homogénea. En segundo término, parece innegable que, para explicar por qué la URSS discurrió por determinados caminos, era necesario tomar en consideración, en detalle, los efectos que el entorno exterior imprimió en la configuración definitiva del sistema soviético. En tercer lugar, y en fin, la influencia que todavía hoy ejercen —en el oriente europeo y en el planeta entero— los acontecimientos de los últimos decenios ha aconsejado dedicar una atención singular a las características del estancamiento brezhneviano y a los problemas de esa reforma fallida que a la postre resultó ser la perestroika.


Aunque la mención de los cambios correspondientes se halla incluida en el texto, antes de entrar en materia es conveniente zanjar algunos problemas relativos a la datación de los acontecimientos y a eventuales alteraciones en el nombre de entidades y ciudades. Al respecto, lo primero que hay que reseñar es que, conforme al uso más común, nos hemos servido del calendario juliano para dar cuenta de los acontecimientos anteriores al momento, febrero de 1918, en que Rusia optó por sumarse al calendario gregoriano habitual en el resto de Europa. Como el calendario ruso anterior a 1918 llevaba trece días de antelación al europeo, la conversión a este último exige sumar esos trece días a la fecha correspondiente.


Por otra parte, hay que recordar que la Unión Soviética como tal no hizo su aparición en octubre de 1917, sino en los últimos días de diciembre de 1922; con anterioridad, el núcleo del Estado soviético lo había configurado la República Socialista Federativa Soviética de Rusia. El nombre del partido que se hizo con el poder en octubre de 1917 se vio sometido, por lo demás, a sucesivos cambios: si en el momento de la revolución todavía era el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, en marzo de 1918 se convirtió en Partido Comunista (bolchevique) de Rusia, para pasar a llamarse Partido Comunista (bolchevique) de la URSS en diciembre de 1925 y Partido Comunista de la Unión Soviética en octubre de 1952. El Ejército Rojo, creado a principios de 1918, conservó ese nombre hasta 1946, en que los documentos oficiales empezaron a llamarlo Ejército soviético. Por lo que a la policía política del Estado se refiere, y dejando de lado algunas efímeras denominaciones, fue conocida con el nombre de Cheká entre 1917 y 1922, como GPU entre 1922 y 1923, como OGPU entre ese último año y 1934, como NKVD entre 1934 y 1946, y como KGB a partir de 1954, y hasta 1991; entre 1946 y 1954 se hicieron notar dos ministerios, el de Seguridad del Estado y el de Asuntos Internos, que corrieron a cargo de las tareas correspondientes. En otro plano, Moscú se convirtió en capital del nuevo Estado en marzo de 1918. Antes la capital había sido San Petersburgo, conocida con el nombre de Petrogrado entre 1914 y 1924, con el de Leningrado a partir de ese último año y, de nuevo, con el de San Petersburgo desde 1991.


Comoquiera que en las páginas del libro no es habitual se mencionen personas o lugares geográficos cuyo empleo sea infrecuente en castellano, se ha optado por respetar las fórmulas usuales de traslado de los términos —por lo general rusos— correspondientes. En los títulos de obras y en algunos otros casos que no se ajustan a la condición anterior se ha recurrido a una transcripción de pretensiones fundamentalmente fonéticas. Por último, este parece el lugar adecuado para llamar la atención sobre la escasa fiabilidad de muchos de los datos estadísticos referidos a los más dispares momentos de la historia soviética. Las veces en que se ha recurrido a ellos se ha hecho en la creencia de que ilustran con contundencia situaciones concretas, y no en la certidumbre de que reflejen de manera cabal la realidad.


El autor quiere agradecer, en fin, las muchas y pertinentes observaciones que sobre el manuscrito realizaron en su momento Elena Hernández Sandoica, Olga Nóvikova, Enrique Palazuelos y Jaime Pastor. Ninguno de ellos es responsable, sin embargo, de las interpretaciones que se vierten en este libro, y menos aún de los errores y deficiencias que a buen seguro incluye.


Carlos Taibo, enero de 2010




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