Enrique González Duro. Las rapadas [La interminable represalia]




LA INTERMINABLE REPRESALIA


El día 2 de agosto de 1936, Franco ordenó al comandante Castejón que se sumara con su columna norteafricana al avance de las tropas del teniente coronel Asensio, que poco antes había salido de Sevilla en dirección Madrid, procediendo a la «limpieza de los marxistas» que encontrase en su camino. La preparación de esta marcha hacia Madrid se había iniciado pronto, con la caída el último día de julio de pueblos como La Pajarera, Burguillos, El Algarrobo, etc. Cuando los militares rebeldes llegaron a Guillena, un pueblito perdido de la sierra sevillana, lo encontraron casi vacío de hombres. En represalia, detuvieron a 19 mujeres del pueblo y las encerraron en el depósito municipal, siendo peladas y haciéndoles recorrer las calles del pueblo con la cabeza rapada y bajo los efectos de la diarrea producida por el aceite de ricino. Las llevaron a la iglesia para oír misa, y pocos días después a 17 de ellas las trasladaron a las tapias del cementerio de Gerena, donde fueron fusiladas y arrojadas a una fosa común.




Para garantizar aún más la seguridad de las columnas norteafricanas, el 3 de agosto se envió una potente columna mandada por el comandante Santiago Garrigós contra Castilblanco de los Arroyos, que cayó de inmediato. El fortalecimiento de los flancos de la ruta que debía seguir la Columna Madrid se completó entre el 5 y el 27 de agosto con la ocupación en la provincia de Sevilla de diversos pueblos que aún controlaban los republicanos, tales como El Pedroso, Constantina, Cazalla de la Sierra, Alanís, Guadalcanal y Fuente del Arco, cerca de Llerena, ya en la provincia de Badajoz. 


Los demonios cruzados durante la toma de Constantina


El 11 de agosto los rebeldes tomaron Constantina, donde la venganza por los «desmanes» rojos se cobró la vida de 300 vecinos, el 10 por 100 de la totalidad de la población. Poco después tomaban Cazalla de la Sierra, donde una potente columna franquista arrasó el pueblo que, hasta entonces, había estado controlado por los milicianos anarquistas, ejecutando a buena parte de ellos y violando a las mujeres que se iban quedando viudas. De acuerdo con la desapasionada crónica de J. M. Lozano Nieto, hijo de uno de los militares sublevados y que luego se hizo cura, entre 600 y 1000 personas fueron acusadas de rebelión militar, incluyendo a jóvenes, viejos, mujeres y niños. Algunas familias fueron eliminadas por completo y a otras las dejaron en la más completa miseria. El pueblo estaba lleno de huérfanos abandonados, y las mujeres que quedaban fueron abusadas y humilladas con el habitual rapado de pelo, tan del gusto de los militares sublevados.


Mientras tanto, la Columna Asensio tomó el 3 de agosto de 1936 El Ronquillo, el último pueblo de la provincia de Sevilla, y ese mismo día, por la noche, la Columna Castejón entró en Santa Olalla (Huelva). Castejón se quedó en este pueblo, tratando de asegurar los flancos de Asensio, que, tras una escaramuza con milicianos llegados de Badajoz, entró en Monesterio (Badajoz) el 4 de agosto, procediendo a las previstas tareas de «limpieza». Al tiempo Castejón "limpiaba" Cala y Real de la Jara, pueblos en que la vanguardia de regulares tuvo una brutal entrada, con el pretexto de que se les había impedido el paso con barricadas. Ya en la madrugada del 4 de agosto, dividió sus fuerzas en dos pequeñas columnas: la primera siguió hacia Monesterio, donde ya había llegado Asensio, y la segunda fue desviada hasta Llerena. Las dos columnas norteafricanas estaban ya pisando suelo extremeño, mientras que otras unidades franquistas trataban de consolidar las posiciones conquistadas en la provincia de Huelva, donde la cuenca minera de Riotinto y la sierra del norte de la provincia seguían en poder de los republicanos.


La ciudad de Huelva resistió más de 10 días el golpe militar, haciendo frente a los que se habían sublevado. Entre tanto, las columnas organizadas en Sevilla por Queipo de Llano y financiadas por voluntarios adinerados, falangistas o requetés, y bien dotadas de armamento, artillería y vehículos, salían por la carretera general en dirección a Huelva. Esa columna iba mandada por Ramón de Carranza Gómez, designado alcalde de Sevilla por Queipo de Llano, y contaba con un importante refuerzo de artillería y de nutridas secciones de legionarios y regulares. Ante el acopio de medios de los golpistas, la resistencia popular fue poco menos que imposible y los pueblos situados en la carretera Sevilla-Huelva fueron cayendo sucesivamente. Y así fue hasta el 29 de julio, en que fue ocupada la ciudad de Huelva, donde los militares sublevados, muy poco antes, habían recibido con inmensa alegría a la columna que llegaba desde Sevilla. Tras la caída de la capital, todo el sur de la provincia quedaba en manos de las fuerzas franquistas, que se posicionaron frente a Valverde del Camino, población importante y vía de entrada a la temida cuenca minera, que de antemano había sido reforzada. 


Salvo algunas operaciones militares a finales de julio, todo sucedió durante dos semanas. Previamente, la columna de Ramón de Carranza había ocupado todos los pueblos sevillanos situados al este de la capital y que aún estaban en manos republicanas: Camas, Valencina, Analcazar, Aznacállar, Aljarafe, Escacena, etc. No fue casualidad que en muchas de estas localidades se encontraran las grandes fincas de Carranza, hijo del gran cacique de Cádiz Ramón de Carranza, y Fernández de la Reguera, marqués de Villapradillo y gran latifundista, así como las de otros integrantes de la columna, como Rafael Medina, prometido de la hija del duque de Medinaceli, y el comandante retirado Luis Recondo, que mandaba un destacamento de requetés. Toda la zona estaba constituida por grandes latifundios dedicados al cultivo del trigo y de la aceituna, además de extensas praderas donde pastaban ovejas, cabras y cerdos. Los comités obreros de defensa republicana habían organizado la distribución del alimento y del ganado, colectivizando algunas grandes fincas, deteniendo a los simpatizantes de los militares rebeldes y confiscando sus armas. Pero no pudieron resistir el avance incesante de aquella potente columna.


La fotografía fue publicada por el periódico madrileño Ahora el 9 de octubre de 1936.


Ya en la provincia de Huelva, y por la carretera que conducía a la capital, los sublevados tomaron Palma del Condado y Bollullos Par del Condado. En este último pueblo los rebeldes detuvieron a numerosas mujeres, acusadas de salir en manifestaciones en apoyo de la Reforma Agraria republicana, de su ideología izquierdista, de haberse ilusionado con el cambio social, laboral y político que propiciaba la República, de escasa religiosidad y de anticlericalismo. 


Entre agosto de 1936 y octubre del mismo año, muchas de ellas fueron «sacadas» de las cárceles y ejecutadas. Manuela Cano Iglesias no pertenecía a ningún partido o sindicato, sólo salía a las manifestaciones, y por ese motivo fue detenida, insultada y abucheada por las calles hasta su llegada a la cárcel, donde sólo permaneció unos días. Poco después fue detenida por segunda vez y purgada con medio litro de aceite de ricino. 


Dolores López Martín, de «profesión sus labores» y persona de izquierdas, tampoco pertenecía a ningún partido político. Firme en sus ideas, expresaba libremente su opinión, indisponía a las criadas contra las señoras y participaba en los entierros civiles de la localidad. Detenida sin explicación, estuvo retenida en los Altos del Ayuntamiento durante cerca de un mes, en el que recibió palizas y sufrió varios intentos de violación. Finalmente, fue fusilada en Almonte, y su cadáver fue despojado de la ropa para el regocijo de los asesinos: tenía entonces veinticinco años de edad.




En La Palma del Condado, en agosto de 1936 ya habían comenzado a detener a las mujeres consideradas rojas, fusilándolas o bien sometiéndolas al ritual del rapado. El caso más notorio fue el de una mujer muy joven, que fue trasladada por varios falangistas forasteros a la plaza pública, donde hombres y mujeres de derechas esperaban, jaleando, el espectáculo público que iban a presenciar. Sentada en una silla, se obligó a que un barbero le rapara el pelo, mientras que el público la insultaba. Cuando la dejaron ir, un hombre, a cuya hija también habían rapado la cabeza, se le acercó y le dio un sombrero. «De los meses siguientes le quedó la impresión de tener la cabeza fría, helada. Lloró por primera vez a los 10 días de los hechos, cuando adquirió conciencia de la vejación a la que fue sometida. El paso del tiempo sólo hizo aumentar el sufrimiento».


El 25 de julio de 1936 la columna rebelde había llegado a Almonte. A medida que los pueblos caían, Carranza destituía a las autoridades locales con gran arrogancia y las detenía, nombraba una comisión gestora en el Ayuntamiento con «personas de orden», fusilaba a los más significados y cargaba a los prisioneros en camiones que salían para Sevilla, donde se llevaba a cabo el grueso de las ejecuciones. El 27 de julio la Columna Carranza llegó al municipio de Rociana, donde los republicanos habían cometido algunos excesos: habían destruido los símbolos religiosos y quemado la iglesia y la casa rectoral, de donde el párroco y su sobrina fueron sacados literalmente por el alcalde y otros izquierdistas. Tras la «liberación», el cura dio un sermón incendiario desde el balcón del Ayuntamiento: «¡Guerra contra ellos, hasta que no quede ni la última raíz!». Se detuvo entonces a numerosos hombres y mujeres. A las mujeres les raparon la cabeza, y a una de ellas, la Maestra Herrera, la acusaron de haber salido a pasear por los alrededores de la iglesia cubierta con un manto quitado a una imagen religiosa. Esta mujer fue rapada, le pusieron una túnica, la ataron a un burro y la pasearon por el pueblo, ante la mofa y el escarnio del público. Sobre el animal iba un chico dando avisos con una corneta, llamando a presenciar la ejecución, efectuada al día siguiente. Después, la furia represiva se calmó en el pueblo, pero el 17 de enero de 1937 el párroco escribió al delegado de orden público de Sevilla quejándose de la «condescendencia injustificada y la falta de celo en la represión», ofreciéndose para acabar con «tanta lenidad».




Cayeron Bonares, Niebla, San Juan del Puerto, Moguer, Palos de la Frontera y La Rábida, donde la represión fue extrema, y el 29 de julio llegó el grueso de la Columna Carranza para consolidar la posición de los que se habían sublevado y eran dueños de la ciudad. Sucesivamente fueron ocupadas las localidades de Isla Cristina, Lepe y Ayamonte, llegando hasta la frontera portuguesa. El avance prosiguió hasta Valverde del Camino, importante nudo ferroviario y puerta de entrada a la cuenca minera, repleta de milicianos y de refugiados armados y muy combativos. La represalia en el territorio ya ocupado fue desproporcionada y creciente. Aunque la mayoría de los milicianos habían huido ante la entrada inminente de los «nacionales», no por ello las represalias fueron menores, ensañándose con hombres y mujeres, muchos de los cuales fueron fusilados de inmediato. En esos días los sublevados dedicaron sus esfuerzos a conquistar los pueblos de Sevilla que aún estaban en manos republicanas y penetrar por la carretera general en Badajoz...







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