Antes del crimen, invóquese el dulce nombre de MARÍA. Karlheinz Deschner


<<La veneración de María... es una historia de superstición infantil, de falsificaciones, tergiversaciones, interpretaciones, imaginaciones y manipulaciones de lo más descarado, urdidas por la mezquindad y la indigencia humanas, por la astucia jesuítica y por la voluntad de poder de la Iglesia; un espectáculo tan apto para llorar como para reír: la auténtica “Divina Comedia”>>.

Arthur Drews


Gracias a Pablo II, la veneración mariana ha recibido un nuevo impulso —desde Polonia hasta Africa, desde España hasta Latinoamérica. ¿Se trata de un episodio inofensivo? ¿De un culto piadoso y apolítico? ¡En esta Iglesia no hay nada que sea inofensivo! ¡Ni apolítico! Ni mucho menos María, por muy sorprendente que ello resulte, sobre todo para los católicos, quienes ciertamente son, en general, los que menos conocen la historia de su Iglesia. 

¿Quién es María? 

¿Aparece ya triunfante en la Biblia como lo hizo más tarde cuando llegó, con frecuencia, a desplazar de las conciencias al mismo «Hijo de Dios»? ¡Al revés! Todo el N.T. habla de ella sin especial veneración. Pablo, el primer autor cristiano, hace tan poca mención de ella como el más antiguo de los evangelistas. Pero también el Evangelio de Juan, la Carta a los Hebreos, y los Hechos de los Apóstoles la ignoran. Y el mismo Jesús, que en la «Escritura» figura como uno de sus siete hermanos y «primer hijo» de María, silencia completamente el hecho de su alumbramiento virginal. Nunca la llama «madre» y usa de rudas maneras con ella, quien, a su vez, lo tiene por loco. Antes del siglo III, ningún Padre de la Iglesia sabe nada acerca de su ininterrumpida virginidad, ni de su asunción física a los cielos, antes del siglo VI. ¡Más aún, la fe, dogmatizada por entonces, en su concepción inmaculada, fue combatida como superstición por los santos más prominentes, tales como Buenaventura, Alberto Magno, T. de Aquino y otros, que se remitían para ello a San Agustín!

¿Quién es María?

¿Acaso algo nuevo, algo singular en la historia de las religiones? ¡Al contrario! Es simplemente la «continuación» cristiana de la antigua Gran Madre, del ídolo más arcaico de la humanidad, deidad principal, según testimonian pruebas que se remontan hasta unos tres mil doscientos años a. C. Está ya presente en la más antigua de las religiones conocidas, la sumeria. Su imagen estaba ya guardada en el arca sagrada del templo de Uruk, en Babilonia, ciudad que tiene sus raíces ya en la prehistoria. Inanna, la llamaron los sumerios; Isthar, los babilonios; Shanshka, los hurritas; Militta, los asirios; Atargatis, los sirios; Astarté, los fenicios. Los escritos del A.T. la denominan Asera, Anath o Baalat (compañera de Baal); Cibeles, los frigios; Gea, Rhea o Afrodita, los griegos; Magna Mater, los romanos. Está también presente en la Mahadevi hindú. Y en el Egipto aparece ante nosotros en figura de Isis, modelo del que María es réplica casi exacta.

En época muy anterior a la de María, Isis era ya venerada como «madre amorosa», «reina del cielo», «reina de los mares», «dispensadora de gracia», «salvadora», «inmaculada», «semper virgo», «sancta regina», «mater doloroso». Isis era, como más tarde la «María, reina de mayo», madre del verdor y la floración. Al igual que María, Isis alumbró siendo virgen y estando de camino. Al igual que María, Isis sostenía ya al niño, llamado Harpócrates u Horus, en su regazo o le daba el pecho. También Isis se llamaba «Madre de Dios». El año 431, Isis tuvo que ceder sus títulos de «Madre de Dios» y de «Deípara» en favor de la esposa del carpintero de Galilea. El dogma relativo a ello fue formulado en el concilio de Efeso y conseguido, en parte, gracias a las ingentes sumas con que San Cirilo, Doctor de la Iglesia y patriarca de Alejandría, sobornó a toda clase de gentes, comenzando por altos funcionarios del estado y acabando con influyentes eunucos y camareras palaciegas, sin olvidar a la mujer del prefecto de los pretorianos. Aun siendo rico, se excedió de tal modo en el gasto que aún tuvo que tomar prestadas más de 100 mil piezas de oro, sin que eso bastase del todo. Incluso la concepción de María la situó la Iglesia en la misma época del año en la que tuvo lugar la de Isis, las circunstancias de cuyo embarazo estaban registradas con extraordinaria exactitud en el calendario de festividades egipcias. Isis dejó también en herencia, a favor de la judía, sus atributos: la media luna y la estrella, juntamente con su manto ornado de estrellas. Y como quiera que en el pasado había habido imágenes negras de Isis, también la tez de María se tornó a veces oscura y hasta negra. Estas madonnas negras de Nápoles, Czestochowa, y, especialmente las de Rusia, gozaron fama de especial santidad.

¿Quién es María?

¿La patrona de la mujer? ¿La mujer por antonomasia a quien Dios honró como «Madre»? ¡Al revés! ¡La imagen deformada de una mujer! Una criatura elevada corporalmente hasta el cielo, no maculada por ningún deleite, la impoluta, la pura, la que domina triunfalmente sobre sus impulsos, la virgen ante partum, in partu, post partum; la gloriosa antagonista de Eva, la pecadora, la culpable, compañera de la serpiente y el falo. Cuanto más florece el culto a la virgen en la bienaventurada Edad Media, cuanto más sobreabundan las canciones, las devociones, las iglesias y las cofradías marianas, tanto más se vilipendia, se humilla y se oprime a la mujer. Ésta se ve desposeída de casi todos sus derechos; pasa por impura durante la menstruación y el embarazo; se la considera mancillada por el parto y, no pocas veces, por el coito. Se convierte en la «puerta permanentemente abierta del infierno», mientras que María, «la esclava del Señor», la sierva de Dios, es decir, del sacerdote, avanza hasta ser «la puerta del cielo». De un lado hiperdulía sin igual, del otro difamación casi ilimitada y, por último la quema en la hoguera de millares, de incontables millares de brujas.

¿Quién es María?

¿La «Reina de Mayo»? ¿Nuestra amada «Señora del Tilo», «… del verde bosque»? Sin duda. Pero es, al mismo tiempo, —igual que sus antiguas antecesoras, Isthar, diosa del amor y la lucha; la virginal Atenea, diosa de la guerra y otras más— la gran diosa cristiana de la sangre y la venganza. Nuestra amada señora del campo de batalla y de la masacre colectiva. Asesinar bajo la invocación de su nombre es una vieja costumbre piadosa.

Las tropas bizantinas llevaban su imagen en sus campañas, imagen erigida en el palacio imperial de Constantinopla y por doquier en la ciudad. No pocos de entre los grandes guerreros más sanguinarios del catolicismo eran fervientes devotos de María. El emperador Justiniano I, quien, con el concurso del papa, exterminó a los pueblos germánicos, vándalos y ostrogodos, atribuyó a María sus sangrientas victorias. También su sobrino Justino II la eligió como su patrona en la lucha contra los persas. Los barcos de guerra del emperador Heraclio mostraban imágenes de Nuestra Señora en sus proas. Un monstruo como Clodoveo, cuyo nombre lleva aún una plaza de Colonia, explicaba sus brutales victorias sobre «los herejes» por la intervención de María. Carlos Martel, el «Martillo de Dios», también gran devoto de la Virgen, cubrió, al parecer, el campo de batalla de Tours y Poitiers con 300 000 cadáveres de sarracenos. Carlomagno, quien en medio, o encima, de sus muchas mujeres o concubinas, siempre llevaba la imagen de María en su pecho, pudo, en sus 46 años de gobierno y sus 50 campañas diezmar a pueblos enteros y rapiñar cientos de miles de Km2 «siguiendo nuestras exhortaciones», comentaba el papa Adriano I. Agradecido, Carlomagno dio en su imperio una amplitud al culto mariano como nunca se había conocido en el pasado y erigió «venarebles santuarios a su celeste protectora en el campo de batalla» (Hocht).

La Edad Media en su totalidad: pleno apogeo del galanteo amoroso a María y de las más atroces carnicerías perpetradas en su nombre. «La idea de la “victoria por María” se extendió hasta penetrar en los ámbitos más externos de la vida… incluso en las luchas mundanas se convirtió su nombre en el grito de guerra de los cristianos» (Hocht, con el Imprimatur eclesiástico). Cuando un nuevo caballero recibía el espaldarazo se le hacía entrega de la espada consagrada, mientras él pronunciaba esta fórmula: «Recibí esta única espada por el honor de Dios y el de María». «María nos valga» fue a menudo el grito de batalla. «O clemens, o pia, o dulcís virgo Maña» (Oh clemente, oh solícita, oh dulce virgen María), así cantaban los cruzados antes de partir hacia sus degollinas en «Tierra Santa». Los Caballeros de la Orden Teutónica, asesinos y violadores de todo cuanto podían violar, estaban «únicamente al servicio de su dama celeste, María». La horrible masacre de los albigenses fue «una campaña triunfal de nuestra amada Señora de la Victoria». La guerra contra el Islam, que atraviesa toda la E.M. española, desde el 711 hasta el 1492, fue asimismo una victoria de la «Madre de Dios». María fue también el grito de batalla de 1212, en la fiesta del escapulario de la muy gloriosa Virgen, cuando, en las Navas de Tolosa, el rey Alfonso VIII de Castilla y su soldadesca abatieron, al parecer, a más de 100 000 moros y recogieron un botín gigantesco en oro y piedras preciosas. Algunos decenios más tarde, en 1248, el rey Fernando III el Santo venció a los moros en Sevilla con la imagen de María en el pecho y la invocación de su nombre. Fernando el Católico, también fanático devoto de María, los expulsó, finalmente de España.

Por todas partes se desplego la «dinámica mariana de la historia». En la batalla por Belgrado (1456) —«una hazaña mariana bajo la dirección del gran predicador mariano» San Juan de Capistrano, el furibundo General de los Franciscanos —sobre cuya conciencia pesa también la vida de incontables judíos—, murieron, al parecer, unos 80 000 turcos gracias a la ayuda de María. Otros 8000 cayeron en la batalla naval de Lepanto (1571). San Pío V convirtió el día de esta batalla, el 7 de octubre, en una gran festividad «en memoria de nuestra amada Señora de la Victoria», y los venecianos, que habían tenido una destacadísima participación, escribieron bajo un cuadro del Palacio de los Dogos dedicado a la batalla: «Ni el poder, ni las armas, ni los comandantes, sino nuestra María del Rosario nos ayudó a vencer».

En el Nuevo Mundo, el sanguinario Cortés era un glorificador de María. La había escogido como su santa patrona. Donde quiera que levantaba la cruz, sobre montañas de cadáveres, mostraba también la imagen de aquélla, declarando que en lugar de los «ídolos» indios «pondría a nuestra gloriosa y Santa Señora, Madre de Cristo, Hijo de Dios…». También el primer gran baño de sangre de la Guerra de los 30 Años, la batalla de Montaña Blanca, junto a Praga (1620), fue una victoria de María. El caudillo militar católico Tilly, también un ferviente venerador de María. El estandarte principal de la Liga portaba asimismo la imagen de María y una leyenda «dedicada a nuestra amada Señora de la Victoria» (¡con Imprimatur!): «terribilis, esí castrorum acies ordinata (terrible como un ejército en orden de batalla). Y Tilly consiguió sus 32 victorias bajo el signo de nuestra amada Señora de Altotting» hasta que él mismo —«uno de los estrategas más grandes de todos los tiempos… encumbrado hasta ser la primera autoridad militar de Alemania, incluso de Europa» (Gilardone)— halló el final de sus días en la batalla número 33, vencido por el «hereje» Gustavo Adolfo, a pesar de María.

Con todo, María sigue venciendo en el siglo XX. A raíz de la expedición de pillaje de Mussolini contra Abisinia, los italianos enviaban desde allí tarjetas postales que mostraban una madonna, con corona de estrellas y con su niño, sobre la torreta de un carro de combate flanqueado por soldados atacantes y rodeada por una nube de humo de los cañones. Pie de la tarjeta: «Ave María». El cardenal arzobispo de Nápoles, Ascalesi, organizó una procesión desde Pompeya a Nápoles con la imagen de la «Madre de Dios». Durante la misma, aviones militares arrojaron octavillas glorificando en una misma frase a la Santa Virgen, al fascismo y la guerra de Abisinia. Las unidades aéreas de Mussolini tenían como patrona a la «Santa Virgen de Loreto». También la Guerra Civil Española fue un éxito mariano.

En una palabra, toda la piadosa historia occidental está llena de milagrosas victorias de María. Según la obra de Hocht, publicada con el nihil obstat de la Iglesia y con el título María salva el Occidente. Fátima y la «Vencedora en todas las batallas de Dios» en la lucha decisiva por Rusia (1953), un horripilante mamotreto merecidamente «dedicado a Su Santidad, el gran paladín de la paz, con el mayor respeto», la mayor parte de las carnicerías decisivas tuvieron lugar en festividades marianas o, al menos «tres días antes de sus festividades solemnes», «dos días antes del nacimiento de María», «un día después de la Asunción», «la víspera de la festividad del rosario» y sigue una larga retahila, hasta Napoleón y Hitler, quien —aquí puede uno enterarse finalmente— en el fondo sólo fue abatido por María y el Papa Pacelli. Como «Papa auténticamente mariano», Pío XII llamó en 1942, a saber, «cuando los pueblos del Occidente… estaban amenazados de muerte», al «orbe católico a consagrase a la Reina del Rosario y a iniciar una poderosa cruzada de la oración». Y he aquí que las victorias marianas se sucedieron en cadena… sólo que no del lado de las Potencias del Eje, a quien Pacelli se las había destinado.

Precisamente el 31 de octubre de 1942, cuando el papa consagró el género humano al inmaculado (!) corazón de María, fue, según parece, el día en que los ingleses abrieron una brecha en El Alemein. Próxima victoria de María: ¡Stalingrado! ¡El día de la Candelaria! ¡La «Madre de Dios» aliada con el Ejército Rojo! Continuemos: la liberación de Túnez y de Africa del Norte, el día de Fátima. La capitulación de Italia, el país del papa, el día del Nacimiento de María. Derrota definitiva de Alemania y armisticio, día de la Fiesta de la aparición del Arcángel San Miguel (¡Patrono de Alemania!), sobre el Monte Gargano. Incluso la victoria sobre el Japón, tras el lanzamiento de la primera bomba atómica sería una victoria de María. ¡La capitulación del Japón tuvo lugar el Día de la Asunción!

En consecuencia, las iglesias de «María de la Victoria» están extendidas por toda Europa, recordando las orgías bélicas más sangrientas de nuestra historia, desde María de Victoria, en Fátima, hasta María della Vittoria en Roma, pasando por María de Victoria en Ingolstadt, Maria-Sieg en Viena y la iglesia conmemorativa María vom Sieg, en el que fue campo de batalla de Montaña Blanca, junto a Praga. Y precisamente durante la gloriosa alianza clerical-fascista entre Mussolini, Hitler, Franco Y Salazar, Fátima se convierte, junto a Lourdes, en el lugar de peregrinaje mariano tristemente famoso y, gradualmente, en un centro de propaganda anticomunista y antibolchevique de la Iglesia. Periódicos de Fátima, editoriales de Fátima, iglesias y capillas de Fátima surgen aquí y allá como setas. Se funda una «Fátima de Suabia», una «Fátima de Zululandia», una «Fátima de Africa Oriental». El culto se extiende hasta China y los Mares del Sur. Y en 1942, cuando los ejércitos de Hitler han penetrado profundamente en Rusia y Pío XII y su episcopado desatan por todo el mundo una campaña antisoviética con auténticas lenguas de Goebbels, se decide también propalar machaconamente «las profecías» de Nuestra Señora de Fátima: si Rusia se convierte habrá paz. «Si no es así, sus errores se expandirán por el mundo provocando guerras y persecuciones de la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá que padecer muchas cosas y varias naciones serán exterminadas…». En 1950 cuando Pío XII, tan agraciado con capitales como con visiones, vio en el cielo «el milagro del Valle de Fátima», el obispo Schen, exclamó durante un discurso en Fátima: «¡La Plaza Roja de Moscú ha encontrado su contrapartida en la “Plaza Blanca” de Fátima. El martillo se transformará en la cruz de Cristo, la hoz en la luna bajo los pies de Nuestra Señora!».

Texto extraído del libro "Opus Diaboli" de Karlheinz Deschner. 

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https://www.epublibre.org/libro/detalle/19220


El Poder lo es todo. (Opus Diaboli. Karlheinz Deschner)



Respuesta a la encuesta del teólogo católico Georg Denz:

Primera pregunta.- «¿Cómo juzga usted la actual situación del Papado en la Iglesia y en la sociedad?».

Comparado con la plenitud de su poder en la Edad Media, la influencia de los papas es hoy escasa. Por respecto a su debacle de hace cien años su situación no es tan mala o, bien mirado, vuelve a ser bastante mala gracias al fascismo. Facta loquuntur («los hechos hablan por sí mismos»).

Es cierto que se malogró la anexión de la Iglesia Ortoxa Rusa a la que se aspiró en la Primera G.M. con la ayuda de los Habsburgo y con la de Hitler en la Segunda —después de operar en el Este como ya se había hecho frecuentemente en el pasado: desde Adriano VI (1522-1523), Clemente VII (1523-1534), Clemente VIII (1592-1605); desde la invasión de la Polonia católica ya antes que ascendiesen los Romanov… No obstante, la Curia fue saneando su situación de catástrofe en catástrofe gracias a los Acuerdos de Letrán, a la guerra de Abisinia, la Guerra Civil Española y la Segunda G.M., confirmando las palabras del Padre de la Iglesia Teodoreto, obispo de Ciros: «La realidad histórica enseña que la guerra nos aporta mayor utilidad que la paz».

Así se acrecentó el capital, el poder. La fe en cambio mengua sin cesar y está claro quién se sanea con esa mengua y quién perece con ella. Pues intelectualmente desahuciada, reducida a la insignificancia en lo científico, apenas le resulta posible sobrevivir religiosamente. Si los intelectuales ya no creen, el pueblo tampoco creerá a la larga. La fe será, pues, quien decida. Sólo la fe ha posibilitado el poder; sólo ella puede mantenerlo. Y para la Iglesia el poder lo es todo. Sin poder no es nada, como lo muestra la historia. En la época de las Cruzadas, de las masacres de judíos, de la degollina de moros en España, de las matanzas de paganos, indios y negros, de la quema de brujas, autos de fe y esclavitud, el Papa regia desde su solio toda la tierra y estaba, cabalmente por ello, más firme en él que lo está hoy cuando, descendido a la fuerza, aparece como bastante privado de fascinación, pues únicamente cuando se irradia en torno a sí un nimbo inestimable, en medio de las vaharadas del incienso, es cuando prospera siempre de la forma más desenfadada el crimen capital. Es entonces cuando uno se podía y se puede permitir todo, incluso el papel de demonio en cuanto «Vicario del Señor».

El peligro mortal está en la mengua de la fe de los seglares; la «agitación» en el seno del clero es un mal menor. ¿Acaso no hubo ocasiones pretéritas en las que este último puso su grito en el cielo y creía todavía menos? Pues concediéndoles una mujer (legal), juntamente con buenas prebendas, y añadiendo alguna prelatura para los cabecillas de los rebeldes (Honores mutant mores —los honores modifican las costumbres—), el clero seguirá enseñando en el futuro aquella verdad que dispensa la bienaventuranza en exclusiva.

Los «progresistas», sin duda excesivamente «dinámicos» en ocasiones, «flexibles», irritan a la grey más conservadora, pero entusiasman a los liberales, a los asnos de la pseudoizquierda y son no obstante, de hecho, los que resultan más provechosos para la Iglesia, pese a sufrir alguna que otra reprimenda «seria». Pues son precisamente sus «acentos nuevos», sus «perspectivas», sus recursos cosméticos frescos como el rocío, en suma todas las artes de enjalbegar a la moda desplegadas en la otrora reina de las ciencias, la teología, las que dan todavía a la fe un destello de vida —algo así como ocurría con los virtuosos embalsamadores en la famosa obra de Evelyn Waughs, La Arboleda de los Susurros: «¡Oh Señor Joyboy, qué hermoso es!». «Si, realmente ha quedado la mar de bien». Le pellizcó ligeramente en el muslo como un vendedor de aves: «Todavía esta tierno». Ellos consiguen que la religión sea aún «tema de conversación»; la hacen pasablemente «actual», telegénica. La convierten en la akmé febril de la época, a la cual «traducen ellos el evangelio» y es sólo en virtud de esas terapias de rejuvenecimiento, de la necesaria adaptación a las exigencias del momento, al genius saeculi, como se crean las condiciones de su supervivencia. Por medio de contorsiones terminológicas de toda suerte, mediante distorsiones lingüísticas, con maniobras de aggiornamento, más bien torpes que ingeniosas, pero que a muchos resultan impenetrables, se sugiere con lúgubre seriedad que se da un «progreso», apenas concedido centímetro a centímetro por el placet proveniente desde lo más alto. Y todo ello de modo que al sector algo más ágil de espíritu apenas si se le alivia la carga de la fe, pero al menos no se le priva de la esperanza de futuros alivios.

Esa actuación «progresiva», ya fructífera desde la época de Pablo, venerada por su edad como el mismo cristianismo, implica, con todo, un terrible riesgo. A saber, cada concesión hecha al hoy, al espíritu de la época, al progreso (con y sin comillas) aleja gradualmente del origen. La discrepancia, que acaba por resultar evidente hasta para el más lerdo, aumenta incesantemente, la fe se torna en caricatura, en lo opuesto a la vieja fe, a la cual, ¡oh fatalidad!, no se la puede enviar al diablo por completo. Y por grande que sea el garbo con que se renquee con los pies zopos, siguiendo la marcha del mundo, rige aún la obligación de mantener una apariencia de perseveración, de semper idem, en medio de la liquidación general. Con todo, es justamente la actitud antedicha la que brinda a la jerarquía la oportunidad del siglo, pues le permite ser simultáneamente moderna y tradicional, reformadora radical y constante en su fe, o sea avanzar y retroceder al mismo tiempo. De un lado el «camarada Jesús», el «comunismo del amor» de los apóstoles, del otro el catolicismo de izquierdas y el socialismo, la «Teología de la Revolución». ¡Qué analéptico! ¡Más prodigioso que Lourdes y que todos los tesoros de la gracia!

Cierto es que Roma colaboró en los años treinta con la extrema derecha y en los años cuarenta pasó, gélida hasta en lo más profundo de su corazón, de la mano de Mussolini, Franco y Hitler por encima de sesenta millones de cadáveres. Cierto es también que el pastor bonus, Pacelli, dio beneplácito incluso a la guerra atómica apuntando en una dirección inequívoca. Todo ello sin embargo no impide a ningún papa dar a continuación una interpretación «proletaria» del evangelio como social gospel, por así decir como «god’s political activity», y en salir al lado de los comunistas en contra del capitalismo, si éste da en definitiva bancarrota. (¿Acaso el cardenal Conde de Chiaramonti, un sobrino de Pío VI no anticipó ya en 1797 de modo ejemplar la «apertura hacia la izquierda»?). Cuando un fuerte contingente de tropas revolucionarias avanzaba hacia Imola, su sede obispal desde hacía años, se hizo elegir de nuevo como ciudadano-obispo, se convirtió de la noche a la mañana en apóstol democrático de la igualdad y lanzó un sermón incendiario en pro de la subversión en el que celebraba a Cristo como un demócrata amigo del pueblo y a los cristianos como demócratas ejemplares. Encantó al general Bonaparte y viceversa.

«En cuanto que católica, la Iglesia tuvo en todo momento presente la historia como un todo», glorifica el teólogo J. Bernhart. Según el momento de que se trate, se presenta como antiimperialista, como antiprincipesca, como opuesta al poder de las comunas, como contraria a la burguesía, al comunismo, al fascismo y, desde luego, lo que si va siempre es contra las masas a cuya costa vive. «Quien aúlla con los lobos, dice un proverbio masuriano, puede gozar largamente de su vida de perro».

Segunda pregunta.- «¿Cómo debiera presentarse el Papado en un futuro inmediato tanto hacia el interior de la Iglesia como hacia el exterior?».

La actitud que adopte el Papado dependerá exclusivamente de las relaciones de poder. La cuestión de como debiera «presentarse» resulta por ello utópica, tanto más cuanto que siempre se presentó como lo que no era.

¡Fiat executio! (¡Cúmplase la ejecución!)



El Efecto Lucifer. Philip Zimbardo [epub, pdf & 3 películas]




¿Qué hace que una buena persona actúe con maldad? ¿Cómo se puede seducir a una persona moral para que actúe de manera inmoral? ¿Dónde está la línea que separa el bien del mal y quién corre el peligro de cruzarla?

El renombrado psicólogo social Philip Zimbardo tiene el cómo —y la multitud de porqués— de nuestra vulnerabilidad al atractivo que ejerce «el lado oscuro». Basándose en ejemplos históricos y en sus propias e innovadoras investigaciones, Zimbardo nos detalla cómo interactúan las fuerzas situacionales y la dinámica de grupo para convertir a hombres y mujeres decentes en monstruos. Desde las malas prácticas corporativas y el genocidio organizado, hasta los alguna vez íntegros soldados estadounidenses que acabaron torturando a prisioneros iraquíes en Abu Ghraib, Zimbardo nos ofrece las claves para entender mejor un gran número de conductas deleznables.

El psicólogo social Philip Zimbardo es el cerebro del famoso experimento Stanford (1971) en el que se dividió aleatoriamente entre presos y guardias a los estudiantes universitarios. El resultado fue que los guardias desarrollaron unas conductas vejatorias y humillantes hacia los presos, y éstos, desórdenes graves emocionales. El experimento se canceló antes de llegar a la semana. El objetivo era demostrar el efecto de los roles impuestos en la conducta.

Los resultados de esta profunda investigación los aplica a ejemplo históricos de la injusticia y la atrocidad, especialmente en los abusos que se dieron en la prisión de Abu Ghraib por parte de los militares estadounidenses. En 2004, Philip Zimbardo declaró como perito judicial en el consejo de guerra contra un acusado por conducta criminal en Abu Ghraib. Zimbardo no culpa directamente a los autores materiales de las vejaciones, sino a los responsables de la estructura y el sistema penitenciario, entre ellos el presidente de EEUU, George Bush.

Un libro único en muchos aspectos. Ofrece, por primera vez, una detallada cronología de las transformaciones del carácter humano que tuvieron lugar durante el experimento. En cierto sentido, el experimento Stanford fue un precursor de la telerrealidad, donde vemos a gente común convirtiéndose en algo verdaderamente inquietante. En El efecto Lucifer hay un desafío para los lectores: mirar más allá de los malhechores concretos y reflexionar sobre nuestra responsabilidad colectiva en los males del mundo.

Este libro nos permite entender mejor estos fenómenos desgarradotes. La idea es que es el entorno social quien corrompe al individuo, y no al revés, eliminando así el concepto de «manzana podrida». Philip Zimbardo nos muestra qué somos capaces de hacer cuando nos vemos envueltos en una dinámica social. Sin embargo, también ofrece esperanza: somos capaces de resistir el mal. El efecto Lucifer es chocante y sorprendente. Va a cambiar nuestra forma de ver la conducta humana. 

INVESTIGACIÓN EMPÍRICA

Todo empezó con la planificación, la realización y el análisis del experimento que llevamos a cabo en la Universidad de Stanford en agosto de 1971. El primer impulso para poner en marcha esta investigación surgió del proyecto para unas clases sobre la psicología del encarcelamiento a cargo de David Jaffe, que más tarde desempeñaría el papel de subdirector de la prisión de nuestro experimento. Con el fin de preparar el experimento y entender mejor la mentalidad de los reclusos y del personal penitenciario, y para explorar las cualidades esenciales de la naturaleza psicológica de toda experiencia carcelaria, impartí un curso de verano en la Universidad de Stanford centrado en estos temas. Para ello conté con la colaboración de Andrew Carlo Prescott, que hacía poco había obtenido la libertad condicional tras una serie de largas reclusiones en prisiones de California. 

Carlo nos brindó su valiosa experiencia actuando como asesor del experimento y desempeñando el papel de presidente de nuestra «junta de libertad condicional». Dos estudiantes licenciados, William Curtis Banks y Craig Haney, participaron de lleno en cada etapa de la producción de este singular proyecto de investigación. Esta experiencia marcó para Craig el inicio de una carrera de gran éxito en los campos de la psicología y del derecho que le ha llevado a ser uno de los principales defensores de los derechos de los reclusos; también ha escrito conmigo varios artículos sobre temas relacionados con el sistema penitenciario como institución. 

Les agradezco a los dos las aportaciones que hicieron a aquel estudio y sus conclusiones intelectuales y prácticas. También deseo expresar mi mayor agradecimiento a todos y cada uno de los estudiantes universitarios que se ofrecieron a participar en aquella experiencia que algunos, después de tantos años, aún no han podido olvidar. De nuevo les pido perdón por el sufrimiento que les haya podido causar. 



La jaula de oro (Descargar película por torrent)




Cuenta la historia de dos adolescentes que salen de su aldea y a los que pronto se suma un chico indígena. Juntos vivirán la terrible experiencia que padecen millones de personas, obligadas por las circunstancias a emprender un viaje lleno de peligros y con un final incierto. En el camino aflora la amistad, la solidaridad, el miedo, la injusticia, el dolor. 

Premios: 

2013: Festival de Cannes: Mejor reparto (Un Certain Regard) 

2013: Premios Goya: Nominada a Mejor película iberoamericana 

2013: Festival de Morelia: Premio del Público, Mejor 1er o 2o largometraje 

2013: Festival de Mar de Plata: Astor de Oro a Mejor película 

2013: Festival de La Habana: Sección oficial óperas primas a concurso 

2013: Premios Ariel: 14 nominaciones, incluyendo Mejor película


Descargar película

Pdf "Contra la democracia" G.A.C.


Este montón de hojas encuadernadas que tienes entre las manos, supone una pequeña aportación desde los Grupos Anarquistas Coordinados al combate a la democracia, actual y más generalizada forma de dominio político (como principal y más perfeccionada articulación del Estado), mentalidad autoritaria, delegativa y sumisa y marco jurídico ideal para el desarrollo de la economía capitalista, fuente de explotación y miseria.

Es por estos motivos expuestos y ante la alarmante demanda de una más y mejor democracia por parte de muchos sectores que comienzan a protestar y desobedecer cada vez más en los últimos tiempos, demanda que casi siempre lleva aparejada una fagocitación de las luchas reales y radicales, que hace ya un par de años venimos llevando a cabo una campaña en contra de este engendro dominador y domesticador que supone la democracia. Estos textos, todos ellos de elaboración propia, son parte de esa campaña. Esperamos contribuir modestamente con ellos a la ingente tarea que supone combatir al Estado, al capitalismo y a cualquier forma de Autoridad en pos de la consecución de un mundo nuevo sin dominadores, ni dominados, en pos de la Anarquía.

Un saludo rebelde y esperamos que puedas aprovechar nuestra pequeña aportación.

Grupos Anarquistas Coordinados
Primavera de 2013


Oposición a la democracia

Sobrevivimos en un sistema de dominación. Cuando decimos esto queremos decir que nuestras vidas están sometidas y condicionadas por multitud de relaciones de poder que derivan de estructuras enormes y profundas que se pueden concretar en la clase, el género y la raza. Estos ejes de desigualdad tienen bases tangibles. Obviamente hay bases materiales, y si pensamos en los hombres libres de la polis griega, es decir, en los propietarios, y en lxs esclavxs, lxs que trabajan y tienen una vida constreñida por tener un lugar donde dormir y algo que comer, tal vez podríamos encontrar puntos en común. En unos momentos en los que no se habla más que de crisis económica, hay que valorar cual es la relación entre economía y política. 

Consideramos que la democracia es la fachada política del sistema económico que es el capitalismo. Que son dos piezas que pertenecen a la misma maquinaria, y que se relacionan entre ellas en una especie de simbiosis para garantizar la continuidad del statu quo. El Estado cubre las necesidades económicas de grandes empresas y bancos, si es necesario, y da subvenciones y ayudas, sólo si es muy necesario para mantener la estabilidad del sistema económico y proteger la paz social.

También hay bases legales, esto es, ideológicas: si nos ponemos a analizar cualquier declaración de derechos (y si lo hacemos no es para concederles la más mínima validez, sino porque son manifestaciones explícitas de las ideas e intenciones del Poder) vemos que no sólo regulan aquello que supuestamente pertenece al ámbito público, como los derechos políticos o el derecho a la propiedad privada, sino que pretenden cubrir todas las esferas, también aquello pretendidamente privado. Es desde el Estado donde se construyen, se prescriben y se (de) limitan todas las relaciones: las políticas, las económicas y las personales.

Estas bases ideológicas que son las que hacen que se perpetuen las desigualdades, que todxs sus súbditxs nos relacionemos partiendo de ellas: prescriben, delimitan y justifican pautas de comportamiento. Es el pensamiento democrático, que dicta lo que debe hacerse y lo que no y, aún más, cómo debe hacerse. Si hemos dicho que el Estado se entromete en todo, en cualquier momento y situación, el pensamiento democrático es su garante. Pensamos lo que el Estado y sus herramientas de control (la escuela, los medios de comunicación, la presión de vecinxs y familiares) permiten que pensemos. Se supone que en un Estado democrático somos libres de pensar lo que queramos, pero nuestra imaginación se ve atrapada en la imposición de una realidad muy concreta y acobardada por el miedo a la marginación o al oprobio. Aún más, aunque logremos pensar algo que no deberíamos pensar, el Estado tiene aún más herramientas amenazantes por si se diera el caso de que se nos ocurriera llevarlo a cabo: la represión en todas sus formas (cuerpos policiales, cárceles, psiquiátricos, centros de menores y demás instituciones que defiendan la sociedad de semejantes tendencias perniciosas).

Sea como fuere, la cuestión es que en las formas contemporáneas del Estado moderno este ya no está sólo contra y sobre los individuos, sino también dentro de esos individuos. Su poder, pues, es más sútil, menos visible y, por ello, más peligroso. El Estado no es una estructura ajena a nosotrxs, no es un ente abstracto ni una realidad tangible sólo a nivel de condiciones materiales o de instituciones políticas, sino que es una realidad que pretende abarcarlo todo y cuyo orden está presente en (casi) todo, una realidad totalitaria en el sentido más crudo y literal del término. Ser conscientes de ello, desafiar al Estado en todas sus formas y en cada momento, desmontarlo, destruirlo... atrevernos a imaginar nuevas maneras de vivir y de luchar contra esa realidad que nos constriñe.




HISTORIA LIBERTARIA, en la batalla de las ideas (1978-79)



Me pide el amigo Joan Zambrana unas líneas para acompañar la digitalización de la revista Historia Libertaria (HL) en la web de CEDALL, y entiendo que lo pertinente sería narrar su pequeña intrahistoria. Es decir, desvelar a los lectores que se asomen a sus páginas las razones que justificaron su aparición en los años clave de la transición. Como su propio apellido indica, HL quería trascender como una publicación antiautoritaria y por tanto plural, que hablara sobre lo libertario en pasado y presente para vigorizar el futuro de esas ideas, algo que quienes diseñamos el proyecto considerábamos vigente pero en permanente cuestionamiento, y no siempre en sentido emancipador. En ese contexto, el equipo fundacional tenía la virtud, y también el hándicap, de “militar” (horrible palabro) en la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) reconstruida en el ocaso del franquismo.

Y fue precisamente por ese compromiso, o mejor dicho de las dificultades para desarrollarlo plenamente dentro de la central anarcosindicalista, por lo que algunos creímos el deber de “pasar a la acción” editando Historia Libertaria. Hay que decir que la mayoría del grupo promotor, que reflejaba distintos registros del anarquismo, procedía del sindicato de Artes Gráficas, constituido por veteranos como Juan Gómez Casas y Eduardo de Guzmán, y jóvenes como Carlos Álvarez y Soledad Gallego, entre otros. Yo mismo había formado parte de la redacción del periódico confederal CNT, a “las órdenes” del responsable de Prensa y Propaganda del Comité Nacional (Juan Gómez Casas), pasando después a llevar Castilla Libre, órgano de la Regional Centro.

Con esos precedentes, no resultó extraño que las divisiones, conflictos y luchas intestinas entre el exilio (los exilios) y el interior (las distintas tendencias) tuvieran una severa influencia en la trayectoria de la revista. Creo resumir el móvil de colectivo editor diciendo que buscábamos hacer de Historia Libertaria un punto de encuentro de todas las corrientes en liza, en la ingenua pretensión de que así ayudaríamos a clarificar posturas y evitar de paso que esas discrepancias estallaran en lucha fratricida dentro de CNT. Pensábamos en fletar una especie de salutífero Arca de Noé donde cupieran dialécticamente todas las sensibilidades de la organización. Es obvio que tal pretensión era fruto de una deficiente percepción de la realidad. De suyo, lo que aquella puesta en escena escondía era precisamente la existencia de un déficit democrático. Derrotados en el tenso y enrarecido clima que entonces habitaba la CNT madrileña, como afiliados sometidos al fuego amigo de los dos núcleos en pugna, idealizamos que un foro donde estuvieran representados todos podría ser una forma de completar una militancia cognitiva en el terreno de la reflexión de altas miras. Ese fue el espíritu que alentó HL. Una válvula de escape anarquista-libertaria donde servir sin sectarismos aprioristas al conjunto de la organización, su ética y su memorial. Lógicamente emprender una aventura informativa monocorde y de exclusiva impronta anarcosindicalista no tenía mucho sentido, sobre todo cuando la prensa de partido estaba en flanco retroceso. HL no pretendía ir por esos derroteros. Pero si es cierto que en cierta medida confiábamos en que existiera materia gris en el reñidero libertario para tener criterio propio sobre muchas cuestiones de la vida política, económica, social y cultural, y contarlas desde esa óptica alternativa: el punto de vista anarquista de la sociedad. De ahí que desde el comienzo, junto a temas y autores afines se diera cabida a otros colaboradores que entonces estimábamos en la onda antiautoritaria, o a librepensadores sin mayor adherencia ideológica.

Era como demostrar que, más allá de las siglas, lo libertario polinizaba mucha masa crítica. Lógicamente, visto a posteriori, el paso del tiempo, el principio de necesidad y el pasmo de los vaivenes políticos ha creado estragos en algunas de esas biografías. Con este heterodoxo talante, en el primer número se podía leer un artículo del siempre vitriólico Agustín García Calvo (Contra la idea de hacer la historia del anarquismo) junto a trabajos de Gastón Leval, Ángel J. Cappelletti; entrevistas a Gerald Brenan y Juan Gómez Casas, y reportajes sobre personajes históricos, como la revisión libertaria de la obra de Julio Verne (amigo de Kropotkin), debida al marxista francés Jean Cheneaux. Todo ello con una hermosa e iconoclasta portada cedida por el prestigioso artista italiano Flavio Constantini.

De ahí hasta su desaparición hay un rosario de dificultades económicas y la más o menos indisimulada hostilidad del entorno que impidieron a Historia Libertaria hacerse con un fondo de comercio de abonados suficiente para sobrevivir. De un lado, el desfase entre gastos de producción (pago al contado) y el retorno del porcentaje de las ventas en quioscos (a seis meses), fue minando los recursos propios. Y de otro, el éxito de una independencia intelectual que nos hizo objeto de reproches por tirios y troyanos, alentó recelos y aislamientos. Al final resultó misión imposible contribuir a esa batalla de las ideas que las organizaciones anarcosindicalistas y coaligadas eran incapaces de ofrecer, absortas como estaban en las múltiples escaramuzas desatadas para copar la burocracia del poder que decían detestar. De hecho fue con la publicación del número 6 de Historia Libertaria dedicado a la crisis de la CNT cuando nos caímos con todo el equipo y ya no nos levantamos. Un ejemplar, el de diciembre de 1979, que daba voz a todos los actores implicados en el conflicto, desde el Comité Nacional de la CNT hasta los Grupos de Afinidad, que sirvió en la práctica para indisponernos con todos y no lograr el apoyo de nadie. Esa entrega, que resultó ser el canto de cisne de la publicación, llevaba en portada sendos titulares que resumían la hostilidad sobrevenida. Uno, “La otra muerte de Cipriano Mera”, sobre la expulsión del legendario combatiente anarcosindicalista, y otro, “Cenetistas: a Congreso abierto”, que recogía una mesa redonda las distintas posiciones ideológicas que se disponían a competir en el inminente cónclave.

Los que hicimos Historia Libertaria. En la redacción: Rafael Cid, Eduardo de Guzmán, Carlos Álvarez, Isabel Munilla, José Luis-Moreno Ruíz y Leopoldo Azancot. En el equipo de
colaboradores: Agustín García Calvo, Xavier Paniagua, Daniel Guerin, José Peirats, Ramón Álvarez, Víctor García, Ángel J. Capelletti, Fredy Gómez, Carlos Monge, Juan Ferrer, Pedro Gálvez (alias de J. P. Quiñonero), Alfonso Rojo, Abraham Guillen, Carlos Díaz, Gastón Leval, Juan-Luis Sánchez, Fernando Sánchez Dragó, Fidel Miró, Marcos Alcón, Julián Gorkin, Ricardo Sanz, Severino Campos, Felipe Díaz Sandino, Paulino Diez, Juan M. Molina, M. Malet, Ricardo Lorenzo Sanz, Héctor Anabitarte Rivas, Sebastián Puigcerver, José Antonio Díaz, Luis Andrés Edo, Juan Gómez Casas, Francisco Simancas, Albert Meltzer, Agustin Souchy, José Serrato, Fernando Fabro, Gérard Brey, Telesforo Tajuelo, Francis (por el Grupo Comuna de Kronstadt) y Leopoldo María Panero.

La revista salió a la calle a finales de 1978 gracias a la altruista aportación económica de un viejo cenetista leonés, cuyo hijo, el periodista Nacho Iglesias, prestó su carnet oficial para cumplir con los requisitos que exigía el ministerio de Información. Las otras personas que junto a él figuraban en el staff fueron los que asumieron el día a día del bimestral en su corta e intensa vida de seis números. A todo ellas y ellos, y muy especialmente a los suscritores y suscriptoras que tan generosamente nos apoyaron sin pedir nada a cambio, aprovecho la oportunidad que me  ofrece CEDALL para transmitirles en la distancia de estos treinta y siete años de memoria libertaria mi más afectuoso y sentido reconocimiento por su confianza. Mereció la pena.

Rafael Cid (Madrid, 4/11/2015) 


Ley d’Hondt (Contra la democracia G.A.C.)



Veamos cual es el funcionamiento del régimen electoral regulado en la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General. Éste funciona mediante un sistema de circunscripciones que la Constitución (art. 68.2) vincula al ámbito de la provincia. Cada provincia tendrá un mínimo inicial de dos diputados (excepto Ceuta y Melilla que tendrán uno cada una). El resto de diputados (hay un total de 350) se distribuyen entre las provincias en relación a su población, de una forma supuestamente proporcional. Este sistema de circunscripción electoral ya presenta ciertas contradicciones entre la igualdad del derecho a voto y la igualdad del poder del voto. Así, nos encontramos que existen circunscripciones que tienen una sobrerrepresentación (por ejemplo en la de Soria, dónde un escaño representa a 46.796 habitantes) y una infrarrepresentación en otras (como es el caso de Madrid, que un solo escaño representa a 173.762 habitantes). La consecuencia de este reparto es que el voto emitido en una provincia pueda valer hasta cuatro veces más que el voto emitido en otra. Hay que decir que la distribución de circunscripciones por provincias se justifica mediante una supuesta representación territorial, cuando lo cierto es que es el Senado la cámara encargada de recoger dicho principio de representatividad (art. 69.1 de la Constitución).

Una vez aclarada la distribución geográfica, es hora de explicar el procedimiento por el cual se distribuyen los escaños en cada circunscripción en función de los resultados del escrutinio: la Ley d’Hondt. Consiste en ordenar de mayor a menor, en una columna, las cifras de votos obtenidos por las candidaturas (descartando las que no lleguen a la frontera del 3% de votos, que quedan automáticamente fuera de la pugna por los escaños). Una vez ordenado, se divide el número de votos obtenidos por cada candidatura por 1, 2, 3, etc., hasta un número igual al de escaños correspondientes a la circunscripción. Los escaños se atribuyen a las candidaturas que obtengan los cocientes mayores en el cuadro, atendiendo a un orden decreciente.

Usaremos el ejemplo que nos da la misma Ley en su art. 163 para explicar mejor este proceso:

480.000 votos válidos emitidos en una circunscripción que elija ocho Diputados. Votación repartida entre seis candidaturas:

A (168.000 votos) B (104.000) C (72.000) D (64.000) E (40.000) F (32.000) 

División: 
            1             2              3            4            5            6          7         8
A 168.000 84.000 56.000 42.000 33.600 28.000 24.000 21.000

B 104.000 52.000 34.666 26.000 20.800 17.333 14.857 13.000

C 72.000 36.000 24.000 18.000 14.400 12.000 10.285 9.000

D 64.000 32.000 21.333 16.000 12.800 10.666 9.142 8.000

E 40.000 20.000 13.333 10.000 8.000 6.666 5.714 5.000

F 32.000 16.000 10.666 8.000 6.400 5.333 4.571 4.000


El primer escaño se lo llevaría el partido A, por tener el número más alto (168.000 votos). Tras obtener el escaño, se obtiene el siguiente cociente dividiéndolo por dos y escribiéndolo en la segunda columna. Así, el segundo escaño corresponde al partido B al tener el número más alto (104.000). Repetimos la formula y dividimos ese número por dos para obtener el siguiente cociente con el que contará ese partido. 

El tercer escaño es nuevamente para el partido A, pues tiene 84.000 votos, siendo el número más elevado de los cocientes (por encima de los 52.000 del partido B y de los 72.000 del C, que aun no ha obtenido representación por lo que no se ha dividido). 

El cuarto escaño corresponde al partido C, pues tiene la valoración más elevada con los 72.000 votos iniciales, que tendrá que dividir por dos para obtener el siguiente cociente. El resultado: la candidatura A obtiene cuatro escaños, la candidatura B dos escaños y las candidaturas C y D un escaño cada una. Una distribución que no se corresponde con el porcentaje de votos obtenidos por cada formación: 35% para la candidatura A; 21,7% para la B; 15% para la C; 13% para la D; 8,3% para la E; 7% para la F. 


Ante estos datos puede verse la sobrerrepresentación de los partidos mayoritarios en detrimento de los minoritarios. ¿Y cuál es la versión oficial que justifica este procedimiento? Es una fórmula que permite la formación de mayorías que propician mayores facilidades a la hora de formar gobierno, lo que garantiza cierta estabilidad (¿discrecionalidad?) en el ejecutivo, cosa que sería más difícil de conseguir si tuviera que formarse gobierno con una amplia coalición de partidos.

Con este pequeño resumen del procedimiento electoral hemos pretendido evidenciar la falacia de la representatividad con la que se sustenta y legitima el poder político. Con ello no buscamos ni la reforma ni la confrontación por cauces democráticos, ya que son sus propias fuentes las que descansan sobre principios de desigualdad e injusticia, principios que quedan patentes en su exteriorización a través de un ordenamiento jurídico impuesto desde la autoridad, ya que no hay otra forma de sustentar y legitimar este sistema: la obediencia.

Texto copiado del libro "Contra la Democracia" (G.A.C. Grupos Anarquistas Coordinados)