Me pide el amigo Joan Zambrana unas líneas para acompañar la digitalización de la revista Historia Libertaria (HL) en la web de CEDALL, y entiendo que lo pertinente sería narrar su pequeña intrahistoria. Es decir, desvelar a los lectores que se asomen a sus páginas las razones que justificaron su aparición en los años clave de la transición. Como su propio apellido indica, HL quería trascender como una publicación antiautoritaria y por tanto plural, que hablara sobre lo libertario en pasado y presente para vigorizar el futuro de esas ideas, algo que quienes diseñamos el proyecto considerábamos vigente pero en permanente cuestionamiento, y no siempre en sentido emancipador. En ese contexto, el equipo fundacional tenía la virtud, y también el hándicap, de “militar” (horrible palabro) en la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) reconstruida en el ocaso del franquismo.
Y fue precisamente por ese compromiso, o mejor dicho de las dificultades para desarrollarlo plenamente dentro de la central anarcosindicalista, por lo que algunos creímos el deber de “pasar a la acción” editando Historia Libertaria. Hay que decir que la mayoría del grupo promotor, que reflejaba distintos registros del anarquismo, procedía del sindicato de Artes Gráficas, constituido por veteranos como Juan Gómez Casas y Eduardo de Guzmán, y jóvenes como Carlos Álvarez y Soledad Gallego, entre otros. Yo mismo había formado parte de la redacción del periódico confederal CNT, a “las órdenes” del responsable de Prensa y Propaganda del Comité Nacional (Juan Gómez Casas), pasando después a llevar Castilla Libre, órgano de la Regional Centro.
Con esos precedentes, no resultó extraño que las divisiones, conflictos y luchas intestinas entre el exilio (los exilios) y el interior (las distintas tendencias) tuvieran una severa influencia en la trayectoria de la revista. Creo resumir el móvil de colectivo editor diciendo que buscábamos hacer de Historia Libertaria un punto de encuentro de todas las corrientes en liza, en la ingenua pretensión de que así ayudaríamos a clarificar posturas y evitar de paso que esas discrepancias estallaran en lucha fratricida dentro de CNT. Pensábamos en fletar una especie de salutífero Arca de Noé donde cupieran dialécticamente todas las sensibilidades de la organización. Es obvio que tal pretensión era fruto de una deficiente percepción de la realidad. De suyo, lo que aquella puesta en escena escondía era precisamente la existencia de un déficit democrático. Derrotados en el tenso y enrarecido clima que entonces habitaba la CNT madrileña, como afiliados sometidos al fuego amigo de los dos núcleos en pugna, idealizamos que un foro donde estuvieran representados todos podría ser una forma de completar una militancia cognitiva en el terreno de la reflexión de altas miras. Ese fue el espíritu que alentó HL. Una válvula de escape anarquista-libertaria donde servir sin sectarismos aprioristas al conjunto de la organización, su ética y su memorial. Lógicamente emprender una aventura informativa monocorde y de exclusiva impronta anarcosindicalista no tenía mucho sentido, sobre todo cuando la prensa de partido estaba en flanco retroceso. HL no pretendía ir por esos derroteros. Pero si es cierto que en cierta medida confiábamos en que existiera materia gris en el reñidero libertario para tener criterio propio sobre muchas cuestiones de la vida política, económica, social y cultural, y contarlas desde esa óptica alternativa: el punto de vista anarquista de la sociedad. De ahí que desde el comienzo, junto a temas y autores afines se diera cabida a otros colaboradores que entonces estimábamos en la onda antiautoritaria, o a librepensadores sin mayor adherencia ideológica.
Era como demostrar que, más allá de las siglas, lo libertario polinizaba mucha masa crítica. Lógicamente, visto a posteriori, el paso del tiempo, el principio de necesidad y el pasmo de los vaivenes políticos ha creado estragos en algunas de esas biografías. Con este heterodoxo talante, en el primer número se podía leer un artículo del siempre vitriólico Agustín García Calvo (Contra la idea de hacer la historia del anarquismo) junto a trabajos de Gastón Leval, Ángel J. Cappelletti; entrevistas a Gerald Brenan y Juan Gómez Casas, y reportajes sobre personajes históricos, como la revisión libertaria de la obra de Julio Verne (amigo de Kropotkin), debida al marxista francés Jean Cheneaux. Todo ello con una hermosa e iconoclasta portada cedida por el prestigioso artista italiano Flavio Constantini.
De ahí hasta su desaparición hay un rosario de dificultades económicas y la más o menos indisimulada hostilidad del entorno que impidieron a Historia Libertaria hacerse con un fondo de comercio de abonados suficiente para sobrevivir. De un lado, el desfase entre gastos de producción (pago al contado) y el retorno del porcentaje de las ventas en quioscos (a seis meses), fue minando los recursos propios. Y de otro, el éxito de una independencia intelectual que nos hizo objeto de reproches por tirios y troyanos, alentó recelos y aislamientos. Al final resultó misión imposible contribuir a esa batalla de las ideas que las organizaciones anarcosindicalistas y coaligadas eran incapaces de ofrecer, absortas como estaban en las múltiples escaramuzas desatadas para copar la burocracia del poder que decían detestar. De hecho fue con la publicación del número 6 de Historia Libertaria dedicado a la crisis de la CNT cuando nos caímos con todo el equipo y ya no nos levantamos. Un ejemplar, el de diciembre de 1979, que daba voz a todos los actores implicados en el conflicto, desde el Comité Nacional de la CNT hasta los Grupos de Afinidad, que sirvió en la práctica para indisponernos con todos y no lograr el apoyo de nadie. Esa entrega, que resultó ser el canto de cisne de la publicación, llevaba en portada sendos titulares que resumían la hostilidad sobrevenida. Uno, “La otra muerte de Cipriano Mera”, sobre la expulsión del legendario combatiente anarcosindicalista, y otro, “Cenetistas: a Congreso abierto”, que recogía una mesa redonda las distintas posiciones ideológicas que se disponían a competir en el inminente cónclave.
Los que hicimos Historia Libertaria. En la redacción: Rafael Cid, Eduardo de Guzmán, Carlos Álvarez, Isabel Munilla, José Luis-Moreno Ruíz y Leopoldo Azancot. En el equipo de
colaboradores: Agustín García Calvo, Xavier Paniagua, Daniel Guerin, José Peirats, Ramón Álvarez, Víctor García, Ángel J. Capelletti, Fredy Gómez, Carlos Monge, Juan Ferrer, Pedro Gálvez (alias de J. P. Quiñonero), Alfonso Rojo, Abraham Guillen, Carlos Díaz, Gastón Leval, Juan-Luis Sánchez, Fernando Sánchez Dragó, Fidel Miró, Marcos Alcón, Julián Gorkin, Ricardo Sanz, Severino Campos, Felipe Díaz Sandino, Paulino Diez, Juan M. Molina, M. Malet, Ricardo Lorenzo Sanz, Héctor Anabitarte Rivas, Sebastián Puigcerver, José Antonio Díaz, Luis Andrés Edo, Juan Gómez Casas, Francisco Simancas, Albert Meltzer, Agustin Souchy, José Serrato, Fernando Fabro, Gérard Brey, Telesforo Tajuelo, Francis (por el Grupo Comuna de Kronstadt) y Leopoldo María Panero.
La revista salió a la calle a finales de 1978 gracias a la altruista aportación económica de un viejo cenetista leonés, cuyo hijo, el periodista Nacho Iglesias, prestó su carnet oficial para cumplir con los requisitos que exigía el ministerio de Información. Las otras personas que junto a él figuraban en el staff fueron los que asumieron el día a día del bimestral en su corta e intensa vida de seis números. A todo ellas y ellos, y muy especialmente a los suscritores y suscriptoras que tan generosamente nos apoyaron sin pedir nada a cambio, aprovecho la oportunidad que me ofrece CEDALL para transmitirles en la distancia de estos treinta y siete años de memoria libertaria mi más afectuoso y sentido reconocimiento por su confianza. Mereció la pena.
Rafael Cid (Madrid, 4/11/2015)
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