Los asesinatos del teniente Castillo y de Calvo Sotelo. Eduardo de Guzmán


Castillo y Sotelo


Poco antes de las diez de la noche del domingo 12 de julio de 1936, el teniente de asalto don José Castillo abandona su domicilio en la calle madrileña de Augusto Figueroa, para dirigirse al cuartel de Pontejos, donde ha de entrar de servicio dentro de unos minutos. Está en plena luna de miel porque lleva casado poco más de un mes y su joven esposa se asoma al balcón para despedirle. Castillo alza un momento la cabeza para mirar sonriente a su mujer y sigue andando en dirección a la calle cercana de Fuencarral. No llegará vivo a ella. Cuatro individuos, que esperan impacientes en las inmediaciones, entran en acción al verle salir del portal. Uno de ellos indica a los otros:


- ¡Ese! ¡Ese es...!


El estrépito de los disparos de las pistolas que empuñan se confunde con las palabras. Alcanzado de lleno por dos balazos, el teniente de Asalto se derrumba pesadamente, muerto antes de poder esbozar el menor gesto defensivo. Sus agresores emprenden la huida y no tardan en desaparecer, amparados, más que por las sombras de la noche, por el estupor y desconcierto de los testigos presenciales del crimen.


Cuando Castillo es recogido del suelo y llevado a una clínica cercana, los médicos no pueden hacer otra cosa que certificar su defunción. Poco más tarde el cadáver es trasladado a la Dirección General de Seguridad, donde se instala la capilla ardiente para que el muerto sea velado por familiares, amigos y compañeros de Cuerpo.


El asesinato del teniente es una más entre los numerosos atentados políticos perpetrados en Madrid entre los meses de febrero y julio de 1936. Castillo es un militar izquierdista, perteneciente a la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA), exactamente igual que el capitán Faraudo, asesinado también en una calle madrileña el 8 de mayo anterior, asimismo ante los ojos espantados de su mujer. Hay quien sostiene, además, que el teniente, de ideas socialistas, actúa como instructor de las milicias de la JSU. Incluso no faltan posteriormente quienes escriben que su muerte es un simple ajuste de cuentas, porque en el curso de las sangrientas luchas callejeras producidas en el mes de abril durante el entierro del alférez de la Guardia Civil Anastasio de los Reyes, disparó contra un joven, que unos dicen falangista -Saénz de Heredia- y otro tradicionalista -José Llaguno- que ambos fallecen en la trágica jornada en unión de otros cuatro, igualmente heridos de bala.


Aunque la policía no logra detener a los autores del atentado, existe desde el primer momento la impresión de que se trata de un grupo de choque, de una especie de comando falangista. La impresión primera se confirma posteriormente.




Pocos crímenes en el curso de la historia española han hecho correr tantos torrentes de tinta y sangre como el asesinato del diputado monárquico y antiguo ministro de Hacienda de la Dictadura, Calvo Sotelo, perpetrado en la madrugada del 13 de julio de 1936. 


Aunque los hechos tal como sucedieron revisten sobrada gravedad, no faltan quienes los desfiguran y exageran en el transcurso de los años siguientes, atribuyéndoles un origen que no tuvieron y unas consecuencias que no fueron de una manera exclusiva producto suyo. 


Contado millares de veces en los cuarenta años transcurridos desde entonces, lo sucedido en la madrugada del 13 de julio, puede resumirse diciendo que entre los amigos y compañeros del teniente asesinado -varios de los cuales temían correr la misma suerte- surge la idea de actuar rápida y eficazmente por cuenta propia, saltando por encima de leyes y reglamentos. Unos propugnan lisa y llanamente la ejecución de determinadas personalidades derechistas a las que se consideran complicadas en la conspiración en marcha e instigadoras morales de los atentados. Otros, más moderados, abogan por la simple detención de las mismas personalidades para mantenerlas como rehenes que garanticen las propias vidas de quienes les retengan presos. Sin que se imponga de una manera clara uno u otro de dichos planes, varios oficiales -entre los que figuran el capitán de la Guardia Civil Fernando Condés y el teniente de Asalto, Máximo Moreno- abandonan el cuartel de Pontejos para ponerlos en práctica.


En una camioneta abierta parten con rumbo al domicilio de Calvo Sotelo nueve guardias de Asalto de la sección mandada por el teniente Castillo, tres paisanos -Cuenca, Garcés y Ordóñez- socialistas, amigos personales del muerto, y el capitán Condés, que manda la expedición aunque no viste de uniforme. Al mismo tiempo sale -con rumbo al parecer a la casa de Gil Robles, que se encuentra en Biarritz- un automóvil en el que acompañan al teniente Moreno, otros dos oficiales y un par de guardias de Asalto.


El grupo en el que va Condés, algunos guardias de uniforme y el paisano Cuenca se presenta de madrugada en el domicilio de Calvo Sotelo, anunciando que van a detenerle. El interesado alega su inmunidad parlamentaria y trata de hablar por teléfono, cosa que le impiden quienes proceden a su detención. Tras una discusión bastante viva, el diputado monárquico depone su resistencia ante el carnet de oficial de la Guardia Civil que le muestra Condés. Bajan a la calle y el detenido ocupa un sitio en el tercer banco de la camioneta, mientras Condés se sienta delante junto al conductor. El sereno y los guardias de orden público que prestan servicio de vigilancia ante el domicilio de Calvo Sotelo, oyen dar al capitán una orden clara y concreta:


- ¡A la Dirección General de Seguridad!


La camioneta marcha por la calle de Velázquez en medio del silencio de todos sus ocupantes. De repente, al llegar a la altura de Ayala, suenan dos disparos, hechos por Victoriano Cuenca, que va sentado inmediatamente detrás del ex ministro monárquico, apoyando el cañón de la pistola que empuña en la nuca de Calvo Sotelo, que muere en el acto. Alguien ordena entonces al conductor:


- ¡Al cementerio!


Minutos después, los guardias entregan a los vigilantes del cementerio el cadáver de un hombre, muerto según ellos en una reyerta, cuyo nombre no dan. Pasarán unas horas hasta que, ya entrada la mañana del lunes, alguien lo identifique en el depósito como Calvo Sotelo, que hasta este momento figura oficialmente desaparecido.



Frank Mintz. Autogestión y anarcosindicalismo en la España revolucionaria [PDF & epub]


Autogestión y anarcosindicalismo en la España revolucionaria es la historia de la única revolución europea en la que los trabajadores con los medios de producción en sus manos amenazaron, de forma efectiva, con imponer su criterio por encima de cualquier línea política que no fuera promovida por ellos mismos. Mejor aún, la historia de los resultados de la revolución, las colectividades que comenzaron a organizarse desde el mes de julio de 1936, aprovechando la legitimidad de la derrota de los insurrectos (en ciertas partes del país) y el consiguiente vacío de poder que dejó el proceso revolucionario. Una historia no exenta de contradicciones en la que su principal protagonista político, el movimiento anarcosindicalista, se vio atravesado por peleas intestinas que lo llevaron a un estado de progresiva impotencia y en la que las diferentes izquierdas demostraron que tras su aparente unidad se escondían intereses políticos y de clase bien distintos a los de sus propósitos proclamados de transformación social. Frente a una imagen que permanentemente opone república a dictadura, antifascismo a fascismo, las colectividades, formadas la mayor parte de las veces por cenetistas y ugetistas escasamente disciplinados con respecto a sus líderes, fueron la expresión material del deseo popular de dirigir la economía y con ella su destino. Su experiencia, la experiencia de sus éxitos y sus fracasos y la de la gigantesca alianza enemiga a la que tuvieron que hacer frente, es el testimonio actual de cualquier época que atraviese acontecimientos tan decisivos como los de la guerra y la revolución.




La CNT-FAI y los guardias civiles y de Asalto principalmente, así como algunos militantes catalanistas y del POUM, vencieron a los militares. El gobierno de Cataluña, la Generalitat, con Companys a la cabeza, que sin embargo en 1934 había protagonizado un conato de insurrección, se mostraron incapaces de luchar: 


«Se armó el mismo proletariado. Nosotros no contábamos con una cantidad de armas que darle al proletariado».  

[Companys a News Chronicle]


El Comité Regional de la CNT catalana se encontró el 20 de julio con el hecho de que controlaba casi totalmente la situación. ¡Se convocó deprisa y corriendo un pleno regional de locales y comarcales por la tarde! Tras las intentonas de 1932, enero y diciembre de 1933, Asturias en 1934, la propaganda por el comunismo libertario y el dictamen del Congreso de Zaragoza de mes y medio antes, la línea a seguir era evidente, pero las decisiones siguieron la lógica del comunismo libertario de Horacio Prieto.


Marianet (Mariano Vázquez, secretario del Comité Regional de Cataluña) escribió después: 


«La CNT-FAI no se dejó impresionar por el ambiente, ni se emborrachó por la victoria rápida, terminante, rotunda, que había logrado. Y en medio de este dominio absoluto de la situación, la militancia examinaba el panorama y exclamaba: A conquistar las poblaciones que tiene el fascismo. No hay comunismo libertario. Primero hay que batir al enemigo allá donde se encuentre».


Durante una reunión que agrupaba a unos 2000 militantes, el 21 o 22 de julio, ante las declaraciones de Vázquez y García Oliver de abandono del comunismo libertario, José Peirats hizo una declaración muy crítica que fue interrumpida por Juanel, quien le insultó. Ante esta cerrazón mental, Peirats se fue, acompañado por los compañeros de Hospitalet de Llobregat, excepto Xena. Federica Montseny les amenazó con hacerles perseguir.


Si bien los líderes elegían la alianza con la burguesía republicana y postergar los anhelos anarquistas, apoyándose en Horacio Prieto, la base, según el concepto de Isaac Puente, no se preocupaba de estas orientaciones. Esto explica la aparición de la autogestión, a pesar de todo y de todos los jefes.


Líster junto a sus sicarios


La dialéctica del general Líster


En enero de 1937 hubo elecciones municipales, con los siguientes resultados: la CNT, ostentaba un 51,5% de los ediles frente al 27,1% de la UGT y el resto para los partidos políticos. Entre éstos, Izquierda Republicana tenía el 9%, el Frente Popular —sin más especificación— un 6,5%, el PSOE 2,4%, Unión Republicana 2%, y el partido comunista con el 0,75%. El PC se repartía así: 0,8% en Huesca, 0,4% en Teruel y 2% en Zaragoza —concretamente sólo en Caspe tenía un 5,55%. 


Datos interesantes porque en agosto de 1937, en una aplicación maravillosa del materialismo dialéctico, la división del general comunista Líster intervino para disolver el Consejo de Aragón y destruir las colectividades con una orden oral del socialista Indalecio Prieto. Era una intervención presuntamente liberadora.


Líster restablecía la pequeña propiedad agrícola (kulak en el vocabulario del PC) que en el mismo periodo en la URSS acababa de ser anulada con un casi total exterminio de este tipo de campesinado. No pocas colectividades se volvieron a formar tras la salida de Líster, pero el entusiasmo había decaído. La intervención de Líster fue un problema, incluso para los propios comunistas como lo evidencia este testimonio (con la debida diplomacia propia de un texto oficial) de 1937 de José Silva, secretario general del Instituto de Reforma Agraria: Cuando el Gobierno de la República disolvió el Consejo de Aragón, el Gobernador General quiso dar satisfacción al hondo malestar que latía en el seno de las masas campesinas disolviendo las colectividades. Tal medida constituyó un error gravísimo que produjo una tremenda desorganización en el campo. Los descontentos con las colectividades, que tenían razón para estarlo si se tienen en cuenta los métodos empleados para constituirlas, amparándose en la disposición del gobernador, se lanzaron a su asalto, llevándose y repartiéndose todos los frutos y enseres que tenían, sin respetar a las que, como la de Candasmo, habían sido constituidas sin violencia ni coacciones, tenían una vida próspera y eran un modelo de organización. Cierto que el gobernador perseguía reparar las injusticias que se habían cometido y llevar al ánimo de los trabajadores del campo la convicción de que la República les protegía. Pero el resultado fue completamente contrario. La medida acentuó aún más la confusión y las violencias se ejercieron del otro lado. Como consecuencia, se paralizaron casi completamente todas las labores del campo, y, a la hora de llevar a cabo la sementera, una cuarta parte de la tierra no estaba preparada para recibirla.




Esta declaración se puede reforzar con tres elementos. La propaganda anterior del PC afirmaba que los aragoneses estaban oprimidos por la autogestión. Pero después del paso de Líster el PC recogió algunos testimonios, que eran tan pocos que no los publicó. Así, el informador comunista de Castejón de Monegros afirmaba: «Mariano Olona, presidente de la CNT, elemento peligrosísimo. Presente en esta localidad y en su domicilio se hospedaban los de la seguridad con el fin de implantar el comunismo». (Otra prueba de que el PC admitía derechistas en sus filas).


Oficialmente el PC de Aragón dio lugar a un retroceso: 

«Los comunistas no podemos negar nuestra esencia revolucionaria y hoy, por lo tanto, debemos prestar la mayor atención a la organización colectiva del trabajo, como primer paso para la creación de una España libre y fuerte».


En el acta mecanografiada de una «reunión de delegados sociales de Aragón» en Caspe, 7-2-1937 se lee: 


«[Delegado de Huesca] Se han cobrado 35.000 pesetas de las 60.000 que debía una colectividad en el pueblo de Sena. Respecto a las colectividades que se disuelvan por sus métodos condenables, hay que aprovechar antes de su disolución para cobrarles o hacerles pagar los débitos que tengan con el Instituto, ya que de no aprovechar esta ocasión no habrá medios de cobrarles». «[Delegado de Mora de Rubielos] En Monteagudo del Castillo el Consejo de Individualistas devuelve el ganado y las tierras a los facciosos y les recogen 6000 pesetas a los colectivistas, que le habían entregado “bajo pretexto y el miedo de que vinieran los otros”. Pide que en la prensa se den orientaciones de cómo deben organizarse las Juntas Calificadoras para que en los pueblos se enteren de esto, ya que hay muchos que no lo saben». «[Delegado de Zaragoza] Se han reorganizado colectividades en: Bujaraloz, en Candasnos, en Peñalba, la Almalda, Castejón de Monegros, Lécera, Azuara, Pina, Sástago y otros». 




Tenemos tres afirmaciones fundamentales: la continuación, en febrero de 1938, de la campaña anti-colectivista, la desviación política que provocó y la persistencia de la autogestión pese a los obstáculos.


Es importante subrayar las opiniones en los testimonios (anexos VI y XI) de que las colectividades que se rehicieron eran mejores, con gente más decidida y, allí donde pudo haber excesos, fue casi imposible recrearlas. Con respecto a este último punto, se puede reproducir la lista de colectividades que se formaron de nuevo —de acuerdo a fuentes cenetistas—: Alcolea, Alcorisa, Calanda, Gelsa, Más de las Matas, Peñalba, Pina y la comarcal de Barbastro con unos treinta colectivos. Esta reorganización es más admirable aún cuando se piensa que la CNT dejó hacer, como lo declaró el mismo Joaquín Ascaso: 


«Pese a la opinión derrotista de la CNT, habríamos defendido con las armas en la mano nuestro Consejo, porque así entendemos la revolución, y hemos quedado hoy los mismos anarquistas y revolucionarios que éramos antes».


Con un reduccionismo que descarta todos los factores específicos de Aragón, podemos tomar la crítica del anarquista francés André Prudhommeaux: 


«Allí donde el reparto por su sencillez puede tomar el aspecto del trueque, allí donde los poblados se reducen a unas familias, al pueblo, a los campos, la expropiación capitalista ha sido completa. Los campesinos no han demostrado con ello su superioridad ideológica, sino que se han encontrado en condiciones generales tales, que la organización colectiva de la producción sólo se podía conseguir con la normalización comunista del reparto. Es el reparto de los productos agrícolas lo que ha guiado a los campesinos en la sindicalización de la producción. No podían actuar de otro modo».




Justamente, los cambios que se pueden introducir en ciertas situaciones son fáciles, con el fin de pasar de la miseria, impuesta por el capitalismo, a la satisfacción de una serie de necesidades urgentes y elementales diarias. No decía otra cosa el Comunismo libertario de Isaac Puente. La colectivización aragonesa estaba basada en la producción agrícola nacional —trigo, azúcar de remolacha—, con una población sin necesidades «modernas» (bienes de consumo refinados, distracción, reposo, etc.). El trueque, la economía de guerra, podía aplicarse bastante fácilmente (pero no hay que exagerar en este sentido). Levante y Cataluña, en cambio, eran regiones con clases sociales menos contrastadas, con exportaciones e importaciones nacionales e internacionales, agrícolas e industriales, en las que la colectivización planteó problemas más difíciles, y por lo tanto más interesantes.




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Rebeca Quintans. Juan Carlos I: la biografía sin silencios [epub]




«Nunca aceptaré la Corona mientras mi padre esté vivo».

Juan Carlos I (El Crápula). Time 1966


«Os pido que perseveréis en la unidad y en la paz y que rodeéis al futuro rey de España, Don Juan Carlos de Borbón, del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado».

Despedida de Franco leída en TVE el 21-N por el genocida Arias Navarro (el carnicerito de Málaga).


«El príncipe es una marioneta que Franco mueve como quiere, un pobre hombre incapaz de toda dignidad y sentido político, un tontín que está metido hasta el cuello en una aventura que le costará cara. ¿Qué posibilidades tiene? Todo lo más ser rey durante unos meses».

Carrillo el Taimado. 1975


«A mí lo que me gustaba de él era la distancia que sabía tomar con los problemas a los que no veía solución… En eso Tarradellas se parecía a Franco».

Juan Carlos I (El Crápula) Declaración del Borbon tras entrevistarse con Tarradellas en la Zarzuela el 28 de junio de 1977.


«La proyección americana es uno de los objetivos fundamentales de la política exterior, un compromiso encarnado por la Corona que está reflejado en la Constitución»

Juan Carlos I (El Crápula). Mayo de 1983. Diario 16


«La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas». 

La defensa de este principio se encomendó a las Fuerzas Armadas, en un artículo 8 que reproducía sin grandes cambios el artículo 38 de la Ley Orgánica del Estado de Franco.


El rey «arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones», dice el artículo 56, otorgándole una prerrogativa por la que en si un hipotético gobierno legítimo —con mayoría o en minoría, eso sería lo de menos— asumiese una actitud separatista (como podría ser el caso catalán o vasco), podría ordenar la disolución de las cámaras o nombrar un gobierno provisional y, si se lo pusieran difícil por las "buenas", ordenar la intervención del ejército.


La piara saqueadora


«El pobre nació ochomesino —escribe Doña María de las Mercedes, la madre de Juan Carlos, en sus memorias— y tenía los ojos saltones… Era horrible. Menos mal que enseguida se arregló». Fue el 5 de enero de 1938, en Villa Gloria, calle Parioli, 112, de Roma, casi en la periferia; un barrio de la burguesía media. Juan Carlos Víctor María de Borbón y Borbón fue bautizado en la capilla de la Orden de Malta por el cardenal Pacelli, más tarde Pío XII (1939-1958), el papa que colaboró con el fascismo y que el 1 de julio de 1949 condenó en un Acta del Santo Oficio al marxismo.


El 23 de julio de 1969, Juan Carlos de Borbón y Borbón juró en ceremonia solemne, como sucesor a título de rey del Generalísimo Franco, los Principios del Movimiento Nacional y las Leyes Fundamentales (una especie de compendio, a modo de constitución, de todas las disposiciones legales del franquismo). «Mi pulso no temblará para hacer cuanto fuera preciso en defensa de los principios y leyes que acabo de jurar», declaraba en el posterior discurso, que fue muy bien acogido por la audiencia franquista. Sólo los carlistas mostraron su desacuerdo ausentándose de la sala, y algunos juanistas votando un sonoro «no» al príncipe. Los procuradores restantes, incluidos los de Falange, le interrumpieron hasta en diez ocasiones con aplausos y aclamaciones. Fueron en total cuatro minutos de discurso y doce de aplausos. «Ya hay un Estado monárquico definido: la Monarquía del Movimiento», publicaba exultante el diario Informaciones en portada dos días después.


Por la gracia de Dios y los testículos del dictador...


Siempre tuvo alma de negociante, que afloraba a la mínima ocasión. Ya adulto, continuó demostrando escaso talento para los asuntos económicos, haciendo tratos poco afortunados, como cuando le cambió al periodista Jaime Peñafiel, habitual en La Zarzuela, una cámara fotográfica Nikkon moderna que éste tenía, por una valiosa Leika-Flex con motor propiedad de la Casa Real. Pero con el tiempo fue aprendiendo y otros le salieron bastante mejor. A finales de 2008 el rey vendió al jefe de la patronal madrileña, Arturo Fernández, íntimo amigo suyo y dueño del grupo hostelero que lleva su nombre, el Maserati Quattroporte que le había regalado un jeque árabe de una de las monarquías del Golfo Pérsico, valorado en más de 150.000 euros. El presidente de la Confederación Empresarial Independiente de Madrid (CEIM) y vicepresidente de la CEOE reconoció haber comprado la berlina de lujo después de que el monarca se pusiera en contacto con él para ofrecérsela. «No tengo por qué ocultarlo. Pagué a Su Majestad unos 100.000 euros por el coche», aseguró a la prensa, y nadie se escandalizó. Quiso negar, sin embargo, que el vehículo fuera un regalo de un jeque árabe: «El Rey compró el vehículo a la casa Maserati y lo pagó de su bolsillo. Lo sé porque me enseñó la factura. Lo que yo le pagué a él fue menos de lo que le había costado el coche», añadió. Pero esta versión resulta poco creíble si tenemos en cuenta que Fernández tuvo que desembolsar otros 40.000 euros para modificar los sistemas de navegación, seguridad, emisiones, frenos y dirección del vehículo, a fin de adaptarlos a los requerimientos y especificaciones europeas, obligatorios para homologar un automóvil procedente del mercado asiático.


Dicen los que lo conocen que desde niño Juan Carlos se preocupó de proveerse de cierta seguridad económica, para librarse de los fantasmas de las penurias del pasado, cuando su pobre padre tenía que «mendigar» yates, palacios y Bentleys a los amigos para poder vivir sin renunciar a los dry martinis. Y se señala como un rasgo típico de su carácter cierta obsesión compulsiva por no perderse las oportunidades que ve a su alrededor.


Satán los cría...


Nunca dio puntada sin hilo, ni se cortó en pedir comisiones para sacar provecho de todo. Por eso extrañaría que hubiera salido gratis su presencia en actos de promoción, una actividad constante a lo largo de su reinado, sólo a favor de las entidades que le dio la gana, claro. De hecho puso siempre mucho celo la Casa Real en no permitir que se conocieran los nombres de quienes le servían y proveían de todo lo necesario para vivir. En la época de Alfonso XIII, muchas eran las personas físicas o los establecimientos que tenían a gala ser merecedores de la autorización para ostentar el título de «Proveedores de la Real Casa». Pero entre las muchas medidas que tomó Juan Carlos cuando accedió al trono en 1975, una fue la de suprimir toda clase de privilegios de este tipo. Eso sí, no ponía ningún reparo en dejarse fotografiar con su familia ante clínicas privadas como Teknon de Barcelona, prefiriéndola a la Seguridad Social para sus partos y otras eventualidades médicas. Siguiendo otra de sus aficiones, también apadrinaron los reyes bodegas como Bach, de Sant Esteve de Sesrovires, y Codorniu, con sus visita a las cavas en Sant Sadurní d’Anoia. Se ve que con estas empresas en particular no iba la cosa de los privilegios.


Pese a no tener gran agudeza, Juan Carlos supo rodearse toda su vida de buenos colaboradores que le han ayudado en el terreno de los negocios, como otros lo han hecho en lo político, llegando a desarrollar unas dotes especiales para obtener beneficios, incluso de algunas operaciones poco sutiles que fueron sonoros fracasos, y en general no le ha ido mal. La primera etapa de gobiernos del PSOE fue especialmente fructífera. Aunque él no figurara en ellos oficialmente, sus amigos íntimos no se quedaron fuera prácticamente de ningún gran acontecimiento: Ibercorp, Expo 92, KIO, etc. Luego todo les explotó en la cara pero, que se sepa, no tuvieron que devolver ni una peseta.


Con talento o sin él, casi siempre utilizando mecanismos —como se verá— muy simples, Juan Carlos ha logrado ir amasando a lo largo de los años una nada modesta fortuna personal. Como su vida está sujeta al control de la opinión pública, no puede hacer gran cosa con ella. De todos modos casi todos los gastos se los paga el Estado. Pero al parecer sí ha tenido la previsión de situarla en bancos extranjeros. Algún día, si las cosas se tuercen en el Estado y tiene que salir corriendo, tanto él como su familia tendrán las espaldas cubiertas con unos ahorrillos que actualmente se calculan en unos 1.800 millones de euros, en bancos suizos y de Liechtenstein.


A la muerte de Don Juan se llegó a publicar que no tenía dinero ni para pagar la clínica, que sólo dejaba dos millones de pesetas (12.000 euros). Luego se dijo que en su testamento legaba a sus hijos un chalet en Puerta de Hierro, parte de un edificio de la Gran Vía de Madrid, un apartamento en Estoril y unos 6 millones de las antiguas pesetas (36.000 euros) en una cuenta… de Suiza. Lo de Suiza ya pintaba mal, pero además recientemente se conocieron más pormenores de ese testamento (por la información publicada por El Mundo en 2013, para conmemorar —tiene guasa— el vigésimo aniversario de su muerte) y las cifras eran bastante superiores. Juan de Borbón habría dejado una fortuna de 1.100 millones de pesetas (6,6 millones de euros), incluidos 728 millones en cuentas de Suiza, de las cuales el rey habría heredado 375 (2,25 millones de euros). La incertidumbre sobre los orígenes de esta fortuna se extiende al cumplimiento de las obligaciones tributarias que les corresponderían a los herederos. Zarzuela no pudo demostrar que el rey pagara impuestos por esta herencia. Se limitó a decir que tenía «la convicción» de que los albaceas se habrían ocupado de liquidar las obligaciones con el fisco, pero no tenía datos para probarlo. Hacienda tampoco podría confirmarlo, ya que la información se había difundido después de 20 años; las entidades bancarias suizas en donde estuvo depositado el dinero habían desaparecido o habían sido absorbidas por otras que a su vez habían cerrado; y los albaceas, en concreto Luis de Ussía y Gavaldá, conde de los Gaitanes, había fallecido en 2005.


Según la versión oficial, las cuentas suizas heredadas por Juan Carlos en 1993 quedaron en su sitio hasta 1995. Los albaceas recomendaron no repatriar la herencia a territorio español porque podría sembrar dudas sobre el patrimonio acumulado por el Conde de Barcelona. Después el dinero se usó para pagar asuntos pendientes de Don Juan, sin que se especificasen nunca cuáles, y se cerraron. La Casa del Rey aseguró que Juan Carlos «no tiene ninguna cuenta en el extranjero» desde entonces. Así nos lo contaron y habrá muchos españoles que se lo creyeron a pies juntillas.


Bufón y subvencionador del Borbón


En aquellos años comenzaba a despuntar en la vida económica de España un Ruiz Mateos todavía en ciernes, que improvisaba como mejor sabía lo que debía hacer para estar al lado del poder. Su padre había sido alcalde de Jerez en la época de Franco, pero él de política no sabía mucho. Era perito mercantil, y lo único que sabía hacer bien era ganar dinero. Lo que se le ocurrió fue a ir a hablar con Luis Valls Taberner y Gregorio López Bravo para que le asesoraran. Comentó con ellos que ya llevaba algún tiempo acudiendo a ver a Don Juan a Estoril, como primera medida, pero Valls y López Bravo le dijeron que estaba perdiendo el tiempo y el dinero. «Tú lo que tienes que ser es amigo de Juan Carlos». Y Ruiz Mateos tomó nota, y entró en contacto con La Zarzuela inmediatamente. Comenzó la relación cuando Juan Carlos todavía era príncipe, y continuó después, siendo ya rey.


Ruiz Mateos contó —en diversas ocasiones y a más de uno— que, al estilo de cómo se hacían las cosas en aquella época, le llevaba grandes cantidades de dinero en maletas de Loewe, directamente a palacio, donde los guardias de seguridad no ponían mucho empeño en revisar lo que pasaba o dejaba de pasar por el control de la entrada. Ponía la maleta sobre la mesa del despacho de Juan Carlos, éste la tiraba debajo de un rincón, y caía exacto siempre en el mismo sitio. «¡Cuánto ha tenido que practicar!», decía Ruiz Mateos. No había ninguna cantidad estipulada ni cosa parecida, y tampoco Juan Carlos le pedía nada, como cualquiera puede suponer. Sencillamente, le llamaba por teléfono y se lamentaba como quien no quiere la cosa de los apuros económicos que estaba pasando: «¡Es que no tengo ni para pagarle al servicio!»; o bien: «Esto no puede ser, Constantino me cuesta mucho dinero… son unos inútiles, no ganan dinero… No puedo más». Y Ruiz Mateos rápidamente le tranquilizaba: «No se preocupe usted de nada, Alteza. Usted dedíquese a los problemas del España, que para lo demás ya estamos nosotros, estoy yo». A veces, Juan Carlos también recurría al empresario del Opus para que «echara una mano» a alguna amiga. En una ocasión le llamó para decirle que le iba a ir a ver una «señora» de su parte: «Se trata de una persona que se dedica a la beneficencia, que no tiene sede…». Y Ruiz Mateos, aunque la señora en cuestión no tenía aspecto de pertenecer al club de la madre Teresa de Calcuta, pues le compró un piso.


Yo vengo a defender mi honor...


Iñaki no destacó en los estudios. Ni siquiera había terminado la carrera. Pero se casó con la más inteligente de los Borbones, o eso decían entonces, que se encaprichó de él y fue a por todas cuando él tenía otra novia. Y todos estaban encantados. Aquello tendría que haber dado que pensar, la lista y el sordo, en otro inolvidable capítulo de la saga monárquica que acabaría pareciendo «No me chilles que no te veo». Después de la boda había que subir el estatus del flamante nuevo miembro del clan. Otra cosa no, pero buena planta sí tenía para todo tipo de postureo en las altas esferas. Como lo suyo era el deporte… y poco más, lo nombraron vicepresidente del Comité Olímpico Español un mes después de abandonar el balonmano profesional. Ahí se fue formando, al lado de los Samaranch padre e hijo, en esa otra faceta de los deportes que quizá hasta entonces le había pasado desapercibida: la mercantilización y el lucro.


Más tarde, en octubre de 2001, sería fichado como director de Planificación y Desarrollo de la empresa Octagon Esedos S. L., dedicada al marketing deportivo, controlada en un 51 por 100 por Samaranch el viejo, que entonces era presidente de honor vitalicio del Comité Olímpico Internacional. Luego también fue administrador consejero de Motorpress Ibérica S. A., editora de varias revistas de automovilismo, cuyo director ejecutivo era José Luis Samaranch Sáenz de Buruaga, pariente lejano de Juan Antonio Samaranch. De hecho, Urdangarin y Samaranch Sáenz de Buruaga ya habían coincidido en Octagon Esedos, de la que este último fue consejero. Además, el yerno del rey participó en Dentipartnes S. L., Odont Mad S. L., Sport e Rormacziones S. L. y Enveitg XXI S. L.


Su ambición destrozó a su familia


Urdangarin no era el único que andaba metido en el patrocinio deportivo en el clan borbónico. Felipe y Letizia, por ejemplo, apoyaban con su presencia actos privados como la celebración del centenario de la fundación del diario barcelonés Mundo Deportivo (MD), junto con el presidente honorífico del Comité Olímpico Internacional, Juan Antonio Samaranch.


También Juan Carlos tenía una nutrida agenda de actividades deportivas mercantilizadas (regatas, Fórmula 1…) y, después de conocer a Corinna, en 2004, todavía se intensificaron más. Corinna era una verdadera experta, por ejemplo, en aquello de organizar eventos deportivos o solidarios, recaudando dinero de los patrocinadores y quedándose con una comisión. Juan Carlos estaba fascinado por su desparpajo, y le encargó que espabilase un poco a su yerno, que le ayudase para que fuese capaz de ganarse la vida por sí mismo. Con tal motivo Urdangarin cenó con Corinna el 22 junio de 2004 en Londres, y tuvieron después más encuentros, en los que Corinna le presentó a Robin Woodhead, consejero delegado de la casa de subastas Sotheby’s, para que se encargase de subastar algunos objetos que Juan Carlos quería vender.


Entre 2004 y 2005 Corinna compaginaba su trabajo en la londinense Boss (organizando cacerías de lujo) con sus labores como intermediaria en los premios de la Fundación Laureus. Y ahí introdujo a Urdangarin, consiguiéndole un trabajo en el que cobró una start-up fee de 50.000 euros, sólo por estudiar el establecimiento en España de la fundación, que se instaló finalmente en 2006. Pero Urdangarin ya había declinado la oferta de presidirla, lo que le hubiera permitido ganar 200.000 euros anuales. No se sabe por qué lo hizo, pero lo que adujo —sin ponerse colorado— fue que veía dificultades debido a su pertenencia a la Casa Real. La presidencia fue asumida por Juan Antonio Samaranch júnior.


Iñaki iba picoteando aquí y allá y se iba enriqueciendo gracias a la doble moral que le permitía sacar provecho de su rango y nutrida lista de contactos y relaciones, como hacían todos. En su abanico de actividades hasta había sido socio del restaurante El Pou junto con Manuel Doreste, Fernando Barbeito y Jesús Rollán. Pero quería poner orden y tomar el mando en sus desordenados negocios. Una vez consiguió terminar sus estudios de empresariales y hasta un MBA (Master in Business Administration), se asoció con el profesor de Política y Empresa en el ESADE (la Escuela Superior de Administración y Dirección de Empresas de Barcelona), Diego Torres, al que había conocido en un trabajo previo de consultoría, para que se ocupase de los detalles técnicos de los chanchullos. Torres observaba, recopilaba datos y hacía el trabajo duro, mientras que Iñaki se empapaba del ambiente y se mostraba campechano con los responsables de los fondos a captar. En 2002 crearon al 50 por 100 la sociedad mercantil Nóos Consultoría Estratégica; y, en 2003, el Instituto Nóos de Estudios Estratégicos de Patrocinio y Mecenazgo, bajo la fórmula jurídica de asociación profesional sin ánimo de lucro.


Manteniendo la tradición familiar de saqueo a destajo


En febrero de 2012 Juan Carlos se reunió en Zarzuela con Rajoy (entonces presidente del Gobierno), Gallardón (entonces ministro de Justicia) y Eduardo Torres-Dulce (entonces Fiscal General del Estado), para asegurarse de que la infanta estaría debidamente protegida jurídicamente. Al mismo tiempo, Spottorno duplicaba la estrategia de control de daños y afrontaba la parte mediática del asunto, contratando para ello al periodista Javier Ayuso como Jefe de Comunicación. El hueso iba a ser duro de roer. Cristina de Borbón figuraba como administradora en Nóos: firmaba las cuentas anuales, los traspasos a cuentas fantasma en paraísos fiscales, presentaba facturas de sus gastos personales como si fuera un proveedor más de la empresa, etc. Además, recibía de Aizoon cada semana entre 600 y 700 euros (no menos de 510.000 euros en tres años), por unos servicios que no se pudieron llegar a detallar nunca.


La imputación estaba al caer, después de que, a comienzos de año, el sindicato Manos Limpias la demandase formalmente en el juzgado. Todavía en marzo, por la presión de la Fiscalía Anticorrupción, ejerciendo como defensa improvisada, el juez Castro rechazó esa opción al no ver indicios «en este momento». Estaba recopilando información para imputarla por delito fiscal. Pero a continuación comenzó el goteo de correos electrónicos comprometidos que Diego Torres comenzó a airear en su estrategia de defensa. De algunos que Urdangarin había dirigido a su socio se podía deducir que la infanta Cristina estaba al corriente de los proyectos y operaciones de Nóos. Y la estrategia de hacerse la tonta perdió credibilidad.


Cristina no sólo presentaba facturas de sus gastos personales, también se le pedía opinión sobre decisiones corporativas, servía de correa de transmisión entre Urdangarin y su padre, asistía a las asambleas, se reunía con personalidades… No era pura maldad por parte de Torres. Su mujer, Ana María Tejeiro, también figuraba como administradora de una de las entidades del entramado societario, en gran parte sin actividad, para emitir facturas falsas y transferir fondos para desviarlos a paraísos fiscales. Es decir, que estaba en una situación similar a la de Cristina de Borbón. Sin embargo, aunque Tejeiro no había realizado acto de administración alguno, ella sí había sido imputada a mediados de 2011. Torres solicitó por segunda vez que se le levantase esa imputación, utilizando los mismos argumentos que había usado el juez Castro al rechazar la de la infanta. Pero no le hicieron caso y, para colmo, la defensa de Urdangarin, que desde luego se había opuesto a la imputación o comparecencia de su esposa, se opuso con un recurso a que se levantase la de Ana María Tejeiro. Y no sólo eso: por si acaso, ya que la mejor defensa es un ataque, se lanzó en picado a echarle las culpas a Torres, endosándole toda la responsabilidad.


Al cierre de este libro, no del todo abandonada por su familia, Cristina se ha buscado un sueldecito complementario al de La Caixa, para compensar la pérdida de los ingresos procedentes de las partidas de la Casa Real. Trabaja actualmente en la Fundación de Karim Aga Khan, otro fiel amigo del exrey Juan Carlos. La decisión de renunciar a los derechos de sucesión dinástica sigue en sus manos (ocupa el sexto lugar en la línea de sucesión al trono), mientras tanto el rey emérito como el vigente le insisten en que lo haga de una vez.


Rebeca Quintans (Arzúa, A Coruña, 1964) es licenciada en Filología por la Universidad de Santiago de Compostela y doctora en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. Trabajó como reportera freelancer para diversas publicaciones, tanto convencionales (Interviú, Tiempo, El Semanal, Tribuna, Artículo 20, Mía, A Nosa Terra, El Correo Gallego…) como alternativas (Ardi Beltza, Kale Gorria, El Otro País, No a la Guerra, Diagonal…).


Junto con Andrés Sánchez escribió Gran Hermano, el precio de la dignidad. Actualmente compagina su trabajo como profesora de Teatro, Lengua y Literatura en un instituto público de Educación Secundaria del barrio de Entrevías de Madrid, con el de profesora asociada en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense.





Manuel Buenacasa. El movimiento obrero español (1886-1926) PDF



A pesar de las negras nubes que suelen aun ocultar la luz deslumbrante del día, es muy agradable contemplar la eclosión del esfuerzo emancipador de los desheredados, de los obreros de campos y fábricas, que tanto producen y tan poco recogen para sí mismos, realizada desde hace más de un siglo en todos los países. Su éxito implicaría la redención de la Humanidad entera —extraviada antaño por la funesta intrusión del monopolio y de la autoridad— de una evolución verdaderamente progresiva.


Ninguna otra fuerza sino la de los productores será capaz de destruir esos obstáculos; la energía de los trabajadores, que hacen todo y que pueden también deshacer todo negando su concurso a un sistema del cual son víctimas directas. Pero para ello es preciso que, como corresponde a la gran finalidad, su esfuerzo tienda a la plena emancipación moral e intelectual, política y económica del hombre.


Tanto los movimientos obreros como los movimientos socialistas y, a veces los anarquistas inclusive, han comprendido muy raramente todo esto y así ha sido posible ver grandes masas de obreros organizados, pero sin voluntad decidida de luchar verdaderamente por esa emancipación íntegra, y así vemos igualmente a hombres demasiado absorbidos por las ideas y aislados por la misma razón, y nos es dable contemplar también, aun más frecuentemente, cómo los movimientos obreros y un socialismo más o menos pervertido, es decir, reformistas y políticos, conciertan alianzas inevitablemente estériles.


Con mayor motivo causa satisfacción ver algunos amplios movimientos obreros completamente penetrados del socialismo integral, el único efectivamente liberador: tales fueron, sobre todo en la época de la Internacional, las Federaciones Belga, Jurasiana, Española e Italiana; tal fue, hace treinta años, el sindicalismo revolucionario en Francia, tales son hoy algunos movimientos llamados anarcosindicalistas en Alemania, en los países escandinavos, etc, : tal fue siempre el movimiento de la Federación Obrera Regional Argentina. Pero el período más prolongado de semejante movimiento, organizado e inspirado por las ideas de emancipación libertaria más completa, se halla seguramente representado por el movimiento obrero español, desde sus modernos orígenes (invierno de 1868-69 hasta hoy) cerca de sesenta años de esfuerzo continuo, rico en trabajo asiduo, fuerte en voluntad, generoso en sacrificios y merecedor del respeto general del mundo libertario y humanitario.


La historia de esos años del movimiento español forma, pues, una parte importante del movimiento obrero internacional y es digna de ser examinada lo más atentamente posible. El recuerdo de tantas acciones desinteresadas merece ser conservado; la actitud adoptada ante tantos problemas punzantes requiere estudio, crítica, y, llegado el caso, añadiría algo nuevo al fondo general de experiencia de las luchas obreras, y los militantes de nuestra época hallarán su camino abreviado y sus pasos alumbrados cuando, por las enseñanzas de ese pasado, aprendan a juzgar con mayor certidumbre y rapidez las nuevas dificultades que se les presenten.


Por consiguiente, es objeto digno de estudio esa historia desde 1868; pero, ¡cuán difícil ha sido y es poderla conservar! Se militaba siempre y los momentos de descanso han faltado necesariamente. La lucha absorbió a los más activos, frecuentemente hasta el último instante de su vida, y la historia íntima ha perecido con ellos o no se ha conservado más que en tradición oral. Apenas si Anselmo Lorenzo pudo componer sus dos volúmenes de El proletariado militante, que contiene muchos detalles de su experiencia personal y una cantidad de documentos contemporáneos, de los cuales los del primer volumen eran generalmente accesibles y los del segundo nada fáciles de alcanzar o muy poco conocidos. Pero Lorenzo fue, ante todo, un propagandista militante, hombre de discreción modelo, de reticencias con un fin conciliador y deseoso de cicatrizar las viejas heridas, de tal manera que en su segundo volumen más bien plantea problemas y nos presenta cuestiones por aclarar que nos da respuesta o solución a esos problemas.


Aunque no poseo conocimiento directo y personal de España, conozco un poco el modo de ser de Lorenzo por su correspondencia con James Guillaume, el cual me ha leído a menudo sus cartas en contestación a preguntas incisivas de Guillaume, formuladas con la intención de profundizar alguna parte de la historia, sobre todo  la de los años hasta 1972. Guillaume fue, antes que nadie, quien incitó a Lorenzo a componer su segundo volumen, que debía ser una historia, nunca escrita hasta el presente, de aquellos años de vida subterránea de la Internacional en España, de 1874 a 1881, y que había debido aclarar lo sucedido en aquel año agitado de 1873, año de la República española, del cantonalismo y de la acción, muy poco estudiada, de la Internacional y de la Alianza durante aquel tiempo. El segundo tomo del libro de Lorenzo no llena todos los vacíos de nuestros conocimientos relativos a ese período, ni contiene tampoco, en sus últimas páginas, rápidas, toda la historia de la Federación de Trabajadores desde 1881 hasta 1886, en que el volumen termina.


Así, pues, me parece que aun queda, mucho, casi todo, por hacer en lo que concierne a los años 1873 a 1886, y si los testimonios directos han desaparecido casi en su totalidad por la muerte, si las cartas conservadas son indudablemente rarísimas, cuando menos las circulares y periódicos frecuentemente clandestinos de aquella época deberían ser recopilados, en parte reimpresos, en parte— al menos— cuidadosamente analizados, y de este modo seria todavía posible restablecer los nombres de muchos militantes, de numerosos presos y víctimas, de episodios de luchas locales, de discusiones de ideas y tácticas, etc.


En cuanto al período anterior, el que va de fines de 1868 a 1872, yo he reunido, de lo que los documentos conservados permiten saber sobre las relaciones de Miguel Bakunin con la Alianza en España, y espero poder agregar aún, conforme a otros documentos, detalles sobre las relaciones de la Internacional Española de entonces con el Consejo General de Londres en 1871-1872. Pero para los años siguientes a 1.873 no hay materiales sino en España. Bienvenidos sean los trabajos de La Revista Blanca en que Adrián del Valle nos habla de los militantes de Barcelona hacia el 1887, como él los conoció entonces. No menos bien venido sea el Ideario de Ricardo Mella, publicado en Gijón, con el cual ha sido inaugurado el estudio de este hombre, en ideas quizá el más notable de todos en España pero aun queda mucho por hacer, ¿Quién, por ejemplo, nos dará a conocer más íntimamente a Tomás González Morago, de Madrid, y a otros muchos de esos militantes de primera hora?


En tales condiciones se comprende cuánto celebro el trabajo del camarada Manuel Buenacasa sobre los años 1886-1926 del movimiento obrero español y cuán grande es mi deseo de conocerlo cuando se publique, ya que diversas razones me impiden hacerlo ahora pues, de lo contrario, me hubiese agradado examinarlo previamente. No obstante, he averiguado tantos detalles sobre la disposición y el objeto de la obra, sobre los medios que el autor posee — copioso material impreso y tradiciones orales de los años 1886 a 1908, y la experiencia personal de un militante modesto y perseverante desde 1906 hasta el presente— y sobre su buena voluntad de producir un buen libro que podría ser, por así decirlo, la continuación de la obra de Lorenzo hasta nuestros días, que estoy convencido de que en semejantes circunstancias, puede ser compuesto un trabajo excelente, y deseo que sea el caso de la presente obra. Pues, a decir verdad, durante esos cuarenta años no han faltado abundancia de hechos relativos a las luchas obreras y a la acción libertaria, tan variada en general, de hechos concernientes a luchas de ideas principalmente, a cuestiones de principios, de táctica y de aplicación práctica, de manera que el libro, en sus dimensiones actuales, servirá ante todo como guía respecto a un cúmulo de hechos e ideas. Y así se podrá ver en qué grado algunas de esas materias quedan suficientemente aclaradas, y qué otros temas requieren nuevas investigaciones.


Es tarea de imposible realización para un solo hombre lograr cumplida información sobre todas las múltiples partes de tan vasto tema; será, pues, preciso ayudarle y contribuir con nuevos materiales a completar ediciones futuras, que podrían adquirir dimensiones mucho más amplias que la presente. Es también inevitable que un hombre que milita desde hace más de veinte años tenga juicios personales sobre buen número de cuestiones y personas y sobre la razón o sinrazón de muchas decisiones tomadas. Por consiguiente, si el autor explica su punto de vista a este respecto nadie deberá reprochárselo, ya que procede mejor que si ahogara toda divergencia de apreciación y de opinión con una benevolencia vaga y anodina, que no serviría más que para obscurecer los hechos y enterrar en el olvido la verdadera historia.


Se le podrán oponer relatos corteses, formulados desde un punto de vista diferente —si en realidad son importantes las discrepancias—, y entonces, si él lo cree útil, en una edición futura presentará esos relatos contradictorios y los discutirá con igual cortesía; así, poco a poco, de esta obra individual podría surgir una obra colectiva, sucesivamente ampliada y mejorada hasta convertirse en edición definitiva. O bien los contradictores escribirían libros o folletos para exponer sus puntos de vista. De tal modo, este libro, que provocará indudablemente muchas discusiones, llegará a ser útil, no solamente por que nos dará a conocer el pasado, sino porque indicará para el presente y el porvenir a qué altura nos hallamos, qué ha sido liquidado, qué queda del viejo juego, qué no está claro todavía, cómo se ha intentado resolver ciertas cuestiones; y de todo eso pueden desprenderse deducciones provechosas, que nos enseñen a obrar mejor y más rápidamente para hoy y en lo futuro, a cortar las viejas querellas, a comprender mejor qué debemos hacer, etc.


Finalmente, me parece que el plan del autor sobre la descripción de las regiones de España en pequeñas monografías es excelente, lo cual debería estimular a los camaradas de tales comarcas a ampliar esas monografías con nuevos materiales, o a componer a su vez historias mucho más completas. ¡Cuánto merecen desde hace mucho tiempo Cataluña, Andalucía, Valencia y otras regiones esas historias locales, esos libros de oro del sacrificio y de la solidaridad en nuestra gran lucha! Es mi deseo más ferviente de que este libro de Buenacasa corresponda a la idea que de él me hago antes de su lectura y que contribuya a ampliar el interés por nuestra hermosa idea, el amor al más grande esfuerzo y abnegación por ella, amor que ha impulsado a tantos excelentes camaradas a sacrificios innumerables por nuestra bella anarquía.


MAX NETTLAU

Prólogo a la 2ª edición.

Viena, agosto de 1927. 

(Traducido del alemán por Valeriano Orobón Fernández.)