Manuel Buenacasa. El movimiento obrero español (1886-1926) PDF



A pesar de las negras nubes que suelen aun ocultar la luz deslumbrante del día, es muy agradable contemplar la eclosión del esfuerzo emancipador de los desheredados, de los obreros de campos y fábricas, que tanto producen y tan poco recogen para sí mismos, realizada desde hace más de un siglo en todos los países. Su éxito implicaría la redención de la Humanidad entera —extraviada antaño por la funesta intrusión del monopolio y de la autoridad— de una evolución verdaderamente progresiva.


Ninguna otra fuerza sino la de los productores será capaz de destruir esos obstáculos; la energía de los trabajadores, que hacen todo y que pueden también deshacer todo negando su concurso a un sistema del cual son víctimas directas. Pero para ello es preciso que, como corresponde a la gran finalidad, su esfuerzo tienda a la plena emancipación moral e intelectual, política y económica del hombre.


Tanto los movimientos obreros como los movimientos socialistas y, a veces los anarquistas inclusive, han comprendido muy raramente todo esto y así ha sido posible ver grandes masas de obreros organizados, pero sin voluntad decidida de luchar verdaderamente por esa emancipación íntegra, y así vemos igualmente a hombres demasiado absorbidos por las ideas y aislados por la misma razón, y nos es dable contemplar también, aun más frecuentemente, cómo los movimientos obreros y un socialismo más o menos pervertido, es decir, reformistas y políticos, conciertan alianzas inevitablemente estériles.


Con mayor motivo causa satisfacción ver algunos amplios movimientos obreros completamente penetrados del socialismo integral, el único efectivamente liberador: tales fueron, sobre todo en la época de la Internacional, las Federaciones Belga, Jurasiana, Española e Italiana; tal fue, hace treinta años, el sindicalismo revolucionario en Francia, tales son hoy algunos movimientos llamados anarcosindicalistas en Alemania, en los países escandinavos, etc, : tal fue siempre el movimiento de la Federación Obrera Regional Argentina. Pero el período más prolongado de semejante movimiento, organizado e inspirado por las ideas de emancipación libertaria más completa, se halla seguramente representado por el movimiento obrero español, desde sus modernos orígenes (invierno de 1868-69 hasta hoy) cerca de sesenta años de esfuerzo continuo, rico en trabajo asiduo, fuerte en voluntad, generoso en sacrificios y merecedor del respeto general del mundo libertario y humanitario.


La historia de esos años del movimiento español forma, pues, una parte importante del movimiento obrero internacional y es digna de ser examinada lo más atentamente posible. El recuerdo de tantas acciones desinteresadas merece ser conservado; la actitud adoptada ante tantos problemas punzantes requiere estudio, crítica, y, llegado el caso, añadiría algo nuevo al fondo general de experiencia de las luchas obreras, y los militantes de nuestra época hallarán su camino abreviado y sus pasos alumbrados cuando, por las enseñanzas de ese pasado, aprendan a juzgar con mayor certidumbre y rapidez las nuevas dificultades que se les presenten.


Por consiguiente, es objeto digno de estudio esa historia desde 1868; pero, ¡cuán difícil ha sido y es poderla conservar! Se militaba siempre y los momentos de descanso han faltado necesariamente. La lucha absorbió a los más activos, frecuentemente hasta el último instante de su vida, y la historia íntima ha perecido con ellos o no se ha conservado más que en tradición oral. Apenas si Anselmo Lorenzo pudo componer sus dos volúmenes de El proletariado militante, que contiene muchos detalles de su experiencia personal y una cantidad de documentos contemporáneos, de los cuales los del primer volumen eran generalmente accesibles y los del segundo nada fáciles de alcanzar o muy poco conocidos. Pero Lorenzo fue, ante todo, un propagandista militante, hombre de discreción modelo, de reticencias con un fin conciliador y deseoso de cicatrizar las viejas heridas, de tal manera que en su segundo volumen más bien plantea problemas y nos presenta cuestiones por aclarar que nos da respuesta o solución a esos problemas.


Aunque no poseo conocimiento directo y personal de España, conozco un poco el modo de ser de Lorenzo por su correspondencia con James Guillaume, el cual me ha leído a menudo sus cartas en contestación a preguntas incisivas de Guillaume, formuladas con la intención de profundizar alguna parte de la historia, sobre todo  la de los años hasta 1972. Guillaume fue, antes que nadie, quien incitó a Lorenzo a componer su segundo volumen, que debía ser una historia, nunca escrita hasta el presente, de aquellos años de vida subterránea de la Internacional en España, de 1874 a 1881, y que había debido aclarar lo sucedido en aquel año agitado de 1873, año de la República española, del cantonalismo y de la acción, muy poco estudiada, de la Internacional y de la Alianza durante aquel tiempo. El segundo tomo del libro de Lorenzo no llena todos los vacíos de nuestros conocimientos relativos a ese período, ni contiene tampoco, en sus últimas páginas, rápidas, toda la historia de la Federación de Trabajadores desde 1881 hasta 1886, en que el volumen termina.


Así, pues, me parece que aun queda, mucho, casi todo, por hacer en lo que concierne a los años 1873 a 1886, y si los testimonios directos han desaparecido casi en su totalidad por la muerte, si las cartas conservadas son indudablemente rarísimas, cuando menos las circulares y periódicos frecuentemente clandestinos de aquella época deberían ser recopilados, en parte reimpresos, en parte— al menos— cuidadosamente analizados, y de este modo seria todavía posible restablecer los nombres de muchos militantes, de numerosos presos y víctimas, de episodios de luchas locales, de discusiones de ideas y tácticas, etc.


En cuanto al período anterior, el que va de fines de 1868 a 1872, yo he reunido, de lo que los documentos conservados permiten saber sobre las relaciones de Miguel Bakunin con la Alianza en España, y espero poder agregar aún, conforme a otros documentos, detalles sobre las relaciones de la Internacional Española de entonces con el Consejo General de Londres en 1871-1872. Pero para los años siguientes a 1.873 no hay materiales sino en España. Bienvenidos sean los trabajos de La Revista Blanca en que Adrián del Valle nos habla de los militantes de Barcelona hacia el 1887, como él los conoció entonces. No menos bien venido sea el Ideario de Ricardo Mella, publicado en Gijón, con el cual ha sido inaugurado el estudio de este hombre, en ideas quizá el más notable de todos en España pero aun queda mucho por hacer, ¿Quién, por ejemplo, nos dará a conocer más íntimamente a Tomás González Morago, de Madrid, y a otros muchos de esos militantes de primera hora?


En tales condiciones se comprende cuánto celebro el trabajo del camarada Manuel Buenacasa sobre los años 1886-1926 del movimiento obrero español y cuán grande es mi deseo de conocerlo cuando se publique, ya que diversas razones me impiden hacerlo ahora pues, de lo contrario, me hubiese agradado examinarlo previamente. No obstante, he averiguado tantos detalles sobre la disposición y el objeto de la obra, sobre los medios que el autor posee — copioso material impreso y tradiciones orales de los años 1886 a 1908, y la experiencia personal de un militante modesto y perseverante desde 1906 hasta el presente— y sobre su buena voluntad de producir un buen libro que podría ser, por así decirlo, la continuación de la obra de Lorenzo hasta nuestros días, que estoy convencido de que en semejantes circunstancias, puede ser compuesto un trabajo excelente, y deseo que sea el caso de la presente obra. Pues, a decir verdad, durante esos cuarenta años no han faltado abundancia de hechos relativos a las luchas obreras y a la acción libertaria, tan variada en general, de hechos concernientes a luchas de ideas principalmente, a cuestiones de principios, de táctica y de aplicación práctica, de manera que el libro, en sus dimensiones actuales, servirá ante todo como guía respecto a un cúmulo de hechos e ideas. Y así se podrá ver en qué grado algunas de esas materias quedan suficientemente aclaradas, y qué otros temas requieren nuevas investigaciones.


Es tarea de imposible realización para un solo hombre lograr cumplida información sobre todas las múltiples partes de tan vasto tema; será, pues, preciso ayudarle y contribuir con nuevos materiales a completar ediciones futuras, que podrían adquirir dimensiones mucho más amplias que la presente. Es también inevitable que un hombre que milita desde hace más de veinte años tenga juicios personales sobre buen número de cuestiones y personas y sobre la razón o sinrazón de muchas decisiones tomadas. Por consiguiente, si el autor explica su punto de vista a este respecto nadie deberá reprochárselo, ya que procede mejor que si ahogara toda divergencia de apreciación y de opinión con una benevolencia vaga y anodina, que no serviría más que para obscurecer los hechos y enterrar en el olvido la verdadera historia.


Se le podrán oponer relatos corteses, formulados desde un punto de vista diferente —si en realidad son importantes las discrepancias—, y entonces, si él lo cree útil, en una edición futura presentará esos relatos contradictorios y los discutirá con igual cortesía; así, poco a poco, de esta obra individual podría surgir una obra colectiva, sucesivamente ampliada y mejorada hasta convertirse en edición definitiva. O bien los contradictores escribirían libros o folletos para exponer sus puntos de vista. De tal modo, este libro, que provocará indudablemente muchas discusiones, llegará a ser útil, no solamente por que nos dará a conocer el pasado, sino porque indicará para el presente y el porvenir a qué altura nos hallamos, qué ha sido liquidado, qué queda del viejo juego, qué no está claro todavía, cómo se ha intentado resolver ciertas cuestiones; y de todo eso pueden desprenderse deducciones provechosas, que nos enseñen a obrar mejor y más rápidamente para hoy y en lo futuro, a cortar las viejas querellas, a comprender mejor qué debemos hacer, etc.


Finalmente, me parece que el plan del autor sobre la descripción de las regiones de España en pequeñas monografías es excelente, lo cual debería estimular a los camaradas de tales comarcas a ampliar esas monografías con nuevos materiales, o a componer a su vez historias mucho más completas. ¡Cuánto merecen desde hace mucho tiempo Cataluña, Andalucía, Valencia y otras regiones esas historias locales, esos libros de oro del sacrificio y de la solidaridad en nuestra gran lucha! Es mi deseo más ferviente de que este libro de Buenacasa corresponda a la idea que de él me hago antes de su lectura y que contribuya a ampliar el interés por nuestra hermosa idea, el amor al más grande esfuerzo y abnegación por ella, amor que ha impulsado a tantos excelentes camaradas a sacrificios innumerables por nuestra bella anarquía.


MAX NETTLAU

Prólogo a la 2ª edición.

Viena, agosto de 1927. 

(Traducido del alemán por Valeriano Orobón Fernández.)



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