Sebastian Haffner. El Pacto con el Diablo (El Tratado de Rapallo entre Alemania y la Rusia bolchevique de 1922)




«El gobierno burgués alemán odia profundamente a los bolcheviques, pero sus intereses y la situación internacional lo empujan contra su voluntad hacia la paz con la Rusia soviética».

Lenin a finales de 1920.



El Domingo de Pascua de 1922 la palabra «Rapallo» sacudió a Europa como un trueno. En ese pequeño lugar de veraneo cerca de Génova, repentinamente, de un día para otro, sin previo aviso ni preparativos aparentes, Alemania y Rusia llegaron a un acuerdo. Y además, en medio de una conferencia europea que tenía intenciones completamente distintas, a espaldas y a expensas de las potencias occidentales que habían vencido en la primera guerra mundial.


«Rapallo» sigue siendo hoy en día una palabra clave y un concepto fijo del lenguaje diplomático. Se trata de una fórmula cifrada que significa dos cosas: en primer lugar, que según las circunstancias una Rusia comunista y una Alemania anticomunista pueden reunirse y aliarse; en segundo lugar, que esto puede ocurrir muy súbitamente, literalmente de un día para otro. Este segundo significado ha convertido a “Rapallo” más que el primero en una palabra que infunde horror entre los occidentales, cuyo efecto de choque perdura.


De hecho, en toda la historia de la diplomacia apenas ha habido un tratado internacional que se haya firmado tan rápidamente: las negociaciones empezaron con una llamada después de medianoche, en las primeras horas del Domingo de Pascua; por la tarde del mismo domingo las firmas de los ministros de Asuntos Exteriores alemán y ruso figuraban al pie del tratado. Pero, si bien el Tratado de Rapallo acabó siendo como un parto diplomático prematuro, el embrión del que nació se había fecundado mucho antes, casi tres años atrás. Y en un lugar de lo más inverosímil: en una celda de la cárcel de instrucción de Berlín-Moabit.


Allí había ingresado el 12 de febrero de 1919 Karl Radek, un importante miembro del partido bolchevique ruso y, dicho sea de paso, un judío polaco y a la vez una especie de alemán de adopción —entonces pasaban esas cosas—; fue una de las personas más inteligentes y listas de su época.


Por aquel entonces formaba parte de una delegación de prominentes políticos bolcheviques que había creado Lenin en diciembre de 1918 para el Congreso Nacional de los consejos de los trabajadores y los soldados alemanes. A la delegación se le impidió entrar en Alemania: el gobierno de Ebert no quería tener nada que ver con los bolcheviques rusos. Los demás miembros dieron media vuelta extrañados y ofendidos, pero Radek se hizo con un abrigo del ejército austríaco y se coló en Berlín como si fuera un refugiado de guerra que regresaba a su patria. (Hablaba tanto alemán austríaco como polaco y ruso a la perfección, aparte de otras tres o cuatro lenguas incorrecta pero fluidamente). En Berlín no participó en el congreso de consejos, pero sí estuvo presente el día de la fundación del partido comunista alemán (KPD), vio el levantamiento de enero, el triunfo de la contrarrevolución y el asesinato de Liebknecht y Rosa Luxemburg, mantuvo contacto durante un par de semanas con sus compañeros de partido alemanes desde domicilios cambiantes y finalmente fue capturado durante una de las cazas de comunistas entonces frecuentes.


Sobrevivió a su detención por pura suerte; en esos momentos no se vacilaba demasiado a la hora de matar a tiros a prominentes comunistas «fugitivos». Los meses siguientes fueron duros: un régimen estricto de incomunicación, interrogatorios ininterrumpidos… Pero en el verano de 1919 —después de la paz de Versalles— mejoraron súbitamente las condiciones de su arresto. Le concedieron una celda preferente y permiso de visita ilimitado; y los visitantes eran cada vez más importantes. Las fuerzas armadas se interesaron especialmente por él. La celda de Radek se conocía en Moabit como «el salón político de Radek».


En octubre lo dejaron en libertad y fue a parar a casa de un tal coronel Von Reibnitz, que durante la guerra había sido oficial de Inteligencia de Ludendorff y ahora pertenecía al Estado Mayor de Seeckt, el nuevo jefe de las Fuerzas Armadas. En diciembre, Radek regresó finalmente a Moscú, conocedor de muchas cosas y de un secreto, y portador de ideas de primera. Lo que llevó consigo como equipaje invisible fue, más de dos años antes de Rapallo, las ideas de Rapallo, es decir, la idea de una alianza entre la Alemania antibolchevique y la Rusia bolchevique: una alianza de conveniencia contra Occidente y contra Versalles. Durante ese agitado año en Alemania, Radek se había dado cuenta de que la revolución alemana había fracasado. Pero también había comprendido que ahora no tendría por qué haber ningún obstáculo para la renovación del pacto con el diablo entre la derecha alemana y la izquierda rusa: en Berlín había hombres poderosos dispuestos a reactivar la alianza con los bolcheviques, y esta vez no como medida de guerra a fin de derrocar a Rusia —eso ya no les interesaba lo más mínimo—, sino de forma completamente honesta, de estado a estado y de igual a igual, basándose en intereses y enemigos comunes y en el respeto mutuo.


Lo que no consiguió la revolución alemana lo logró Versalles: un giro hacia Rusia y el sentimiento de una auténtica comunidad de intereses germano-rusa. El sentimiento no era generalizado, nada más lejos; y todavía se hallaba en conflicto con un profundo, instintivo y casi insuperable antibolchevismo. Pero ahí estaba. Era un embrión susceptible de desarrollo. De ese embrión surgiría Rapallo.


Quien no lo vivió apenas puede hacerse una idea de la terrible y duradera conmoción que produjo la paz de Versalles en Alemania. Para ésta fue lo que Brest-Litovsk había sido para Rusia: una grave herida y una ofensa mortal. Alemania se sentía lisiada y abofeteada a la vez. Temblaba de vergüenza y de furia impotente. El sentimiento político más poderoso en ese momento era el odio hacia Occidente. Los pocos políticos —que también eran patriotas— que se tragaron su cólera y llevaron a cabo la «política de ejecución» se jugaron literalmente la vida. Dos de ellos —Erzberger y Rathenau— pagaron con su vida. Versalles era intolerable. Pero ¿dónde podrían encontrar ayuda contra lo intolerable? Alemania estaba vencida, desarmada, impotente; una oposición en solitario resultaría inútil. Hacían falta aliados. Y el único aliado posible era el otro gran perdedor de la guerra: Rusia. La Rusia bolchevique. Una alianza alemana con la Rusia bolchevique: eso era lo único que todavía temía la Entente. Era lo único con lo que podían vengarse de ellos por la humillación de Versalles.


Sin embargo, ¿una alianza así no sería antinatural, horripilante, imposible? Las cosas habían cambiado respecto a 1917, cuando a Rusia le habían puesto el bolchevismo como una mosca detrás de la oreja a fin de inocularle una enfermedad que la haría languidecer. Increíblemente, los bolcheviques se habían convertido en un gobierno de verdad, en marcha, se habían impuesto, habían creado un ejército de la nada y habían vencido una terrible guerra civil: ahora había que tomarlos en serio.


Si se deseaba una alianza con Rusia, había que estar dispuestos a sentarse a una mesa con los asesinos del zar (y éstos debían estar dispuestos a hacerlo con los asesinos de Liebknecht y Rosa Luxemburg). Es preciso tener presente que en los años 1919, 1920 y 1921, Alemania y Rusia todavía se observaban perplejas, por así decirlo, no daban crédito a lo que veían. Los rusos simplemente no podían creer que a ellos les hubiera salido bien la revolución y a los alemanes no; aquello contravenía todas las nociones marxistas, todo presunto ciclo histórico, era como si de pronto la luna saliera por la mañana y el sol por la noche, no podía ser verdad. Por su parte, los alemanes no podían creer que los bolcheviques, esos insólitos soñadores políticos, esos ingenuos idealistas y exaltados, hubieran sido realmente eficaces y se hubiesen impuesto, que se hubieran convertido en un auténtico gobierno que quería y también podía gobernar, que ahora ellos eran Rusia. Nunca había pasado algo así, tenía que ser una alucinación. Pero por más que se frotara uno los ojos, era así y así seguía todo, había que aceptarlo aunque se desaprobara, y adaptarse a ello.


En 1920 y 1921 se produjeron pequeños y cautelosos acercamientos entre Moscú y Berlín: un tratado comercial; cierta cooperación militar clandestina; un par de misiones extraoficiales aquí y allí. En la primavera de 1922, la política por la que trabajaban hombres como el jefe de la Reichswehr Seeckt y Ago von Maltzan, el director del departamento del Este del ministerio de Asuntos Exteriores, en Berlín, y Radek y el ministro de Asuntos Exteriores, Chicherin, en Moscú, parecía desdibujarse. Cuando los rusos se detuvieron en Berlín de camino a Génova, a principios de abril, llevaron un borrador de tratado ruso-germánico, una especie de tratado de paz adicional. Pero los alemanes no se implicaron; primero querían ver qué traería consigo Génova. El tratado no se firmó.


La conferencia de Génova se inauguró solemnemente el 10 de abril de 1922, el Lunes de Pascua. Era la mayor reunión europea desde el Congreso de Berlín de 1878; todos los estados europeos habían enviado a sus ministros de Asuntos Exteriores, y casi todos, a sus jefes de gobierno. Los periodistas, que habían acudido en masa desde todos los rincones del mundo, hablaban de una verdadera conferencia de paz tardía, y establecían comparaciones con los grandes concilios de la cristiandad. Desde el principio se respiraba una atmósfera de sensacionalismo: ahí estaban todos de nuevo bajo el mismo techo, incluidos los malvados alemanes y los terribles bolcheviques. Sorprendentemente, no tenían cuernos ni pezuñas, parecían comportarse como hombres de estado corteses y normales. ¿Al fin volverían la paz y la normalidad? ¿Empezaba la primavera en la política europea, como en el suave paisaje de la Riviera italiana?


Ninguna conferencia del siglo XX despertó más esperanzas que Génova; pero también había un miedo generalizado al fracaso de este gran acontecimiento: era irrepetible —de hecho hasta 1971 no se volvió a celebrar un congreso paneuropeo como éste—, así que si terminaba sin dar resultados, se avecinarían nuevas catástrofes.


Hablemos de la mujer. Soledad Gustavo. (15-10-1923)


Varias entidades de distintas poblaciones me han pedido les escribiera una conferencia que versara sobre el problema de la mujer. En realidad, para nosotros, no existe tal problema, pues el problema que debemos solventar es un problema humano, pero como en el pasado y en el presente la mujer fue y es víctima más que el hombre de la explotación, de las costumbres y hasta del propio hombre desde el punto de vista actual, trataré algo que atañe a la mujer, en las columnas de LA REVISTA BLANCA, ya que no están los tiempos que atravesamos adecuados para dar conferencias de ésta ni de otra índole.


Acabo de decir que la mujer, además de ser víctima de la explotación y de las costumbres, lo ha sido del propio hombre. 


Efectivamente, sólo los hombres han hecho las leyes que la subyugan y tiranizan ; y son también ellos los que se atreven a sentar principios sobre puntos importantísimos, sin oir antes su opinión, cuando en muchos problemas que muy de cerca la tocan puede no estar conforme la mujer.


Tenemos, por ejemplo, el problema del amor y la familia del que el hombre cree haber hallado su solución. ¿Es que en el problema del amor y la familia puede el hombre obrar individualmente? Y, sin embargo, ha procedido de tal manera y aun está procediendo así, a pesar de reconocer la independencia, la autonomía, la emancipación femenina y su ya innegable capacidad.


¿Sabe el hombre si lo que él cree libertad en el amor entiende la mujer que es solamente brutalidad y degeneración? ¿Sabe el hombre si la mujer tiene iguales necesidades y sentimientos que él en este punto?


Así como el hombre puede ver con dicha teoría mayor número de goces y menor número de incomodidades, porque al fin y al cabo en la labor de reproducción no tiene otro quehacer que proporcionarse un goce, la mujer, que recuerda las incomodidades, los sufrimientos, los dolores, las fatigas y los cuidados que necesitan los hijos en los cuatro o cinco años primeros, no concibe, no comprende tal desparpajo en asunto de tanta importancia y que el hombre considera tan baladí que ni se toma el trabajo para sentar bases de consulta a la mujer.


Juan Jacobo Rousseau daba por resuelto el problema de la familia metiendo los hijos en un Asilo donde el Estado debía cuidar de ellos y así se lograría que con el tiempo la Humanidad fuese una verdadera familia universal, puesto que nadie conocería a sus padres. Ni más ni menos que lo que hace el cuclillo, que cuando la hembra ha puesto un huevo, el macho se lo mete en el buche y lo va a depositar en el nido de alguna otra ave.. Los hijos están cuidados, pero sin ninguna molestia para sus padres. La Historia Natural ofrece elocuentes ejemplos a aquellos que quieran desentenderse de los deberes que la Humanidad les impone.


El concepto inferior que de la mujer el hombre conserva aún de las antiguas preocupaciones que están arraigadísimas en su cerebro y en sus costumbres y por otra parte, la idea de dominio que absorbe todos los elementos de libertad que propaga y siente, son otros tantos candados al llorar al problema de la libre espontaneidad de la mujer..


El hombre encuentra bien que se propague la libertad de la mujer, pero no tan bien que ella la practique. Esta divergencia de parecer en un solo individuo y en un mismo asunto es altamente jocoso, porque este hombre olvida que en nada es tan exclusivista como en la cuestión citada del amor. Que al fin y al cabo deseará la mujer del prójimo, pero encerrará la suya.


La mujer, y digo la mujer generalizando el concepto, por una serie de circunstancias, que sería pesado enumerar, ha dado ocasión a que no se la creyera digna de ejercer derecho alguno, juzgándola, además, incapacitada para concebir ideales de libertad y progreso.


La falsa o errónea educación que se la ha dado, el estrecho círculo en que se ha desenvuelto y la propensión misma de la mujer a ser ligera, voluble, corazón de oro, si se quiere, pero muchas veces cabeza dé chorlito, ha hecho que aumentara la creencia de que debe continuar en tutela, y de esta creencia morbosa no se escapan ni aun los libertarios.


Es más, como estos tienen formado un concepto clarividente de lo que es la sociedad actual con sus peligros, sus concupiscencias, sus relajaciones, ellos mismos dificultan el que la mujer disfrute de la independencia moral necesaria para hacerse cargo de lo que representa la verdadera libertad.


Contados son los casos en que la mujer encuentra vía amplia para desenvolverse moral e ideológicamente y estos casos aun con ciertas reservas. A lo mejor, los sentimientos, ancestrales de dominio y de superioridad despiértanse en el hombre, sea o no culto, truncando las bellas e ingénitas cualidades de la mujer. Y la mujer, en la sociedad actual, es siempre la Cenicienta que se la encierra en la cocina, en el taller o en la fábrica sin que.pueda manifestarse nunca.


Hora es ya de que acabe este estado de cosas. El hombre y la mujer son dos temperamentos distintos, teniendo que resultar fatalmente concepciones distintas. Pero como los dos son indispensables para la vida de la Humanidad, en el porvenir se armonizará todo con el principio salvador de completa libertad para realizar los pactos, sobre todo teniendo el derecho a la vida asegurado, esto es, no dependiendo económicamente uno de otro. En el presente ya es más difícil la solución. Para ello, precisa que la mujer sepa desenvolverse, sepa ponerse a compás de las circunstancias y asalte resueltamente todas las esferas que ha invadido el hombre.


Es preciso, además, que demuestre con hechos que piensa y que es capaz de concebir ideales, de sentar principios, de realizar fines. Entonces el hombre no tendrá otro remedio que consultarla para dar solución a los problemas que estén sobre el tapete y la mujer ocupará dignamente su sitio. Si así no lo hace, que se conforme a ser esclava y si no esclava juguete que se deja o se toma a capricho del que lo obtiene.


SOLEDAD  GUSTAVO (La Revista blanca Nº 10 -2a. Epoca (Sardaña, Barcelona) Descargar

Ricardo Mella. La gran mentira (1.911)




Es viejo cuento. Con el señuelo de la revolución, con el higuí de la libertad, se ha embobado siempre a las gentes. La enhiesta cucaña se ha hecho sólo para los hábiles trepadores. Abajo quedan boquiabiertos los papanatas que fiaron en cantos de sirena.


El hecho no es únicamente imputable a los encasillados aquí o allá. Las formas de engaño son tan varias como varios los programas y las promesas. Arriba, en medio y abajo se dan igualmente cucos que saben encaramarse sobre los lomos de la simplicidad popular.


La promesa democrática, la promesa social, todo sirve para mantener en pie la torre blindada de la explotación de las multitudes. Y sirve naturalmente para acaudillar masas, para gobernar rebaños y esquilmarlos libremente. Aun cuando se intenta redimirnos del espíritu gregario, aun cuando se procura que cada cual se haga su propia personalidad y se redima por sí mismo, nos estrellamos contra los hábitos adquiridos, contra los sedimentos poderosos de la educación y contra la ignorancia forzosa de los más. Los mismos propagandistas de la real independencia del individuo, si no son bastante fuertes para sacudir todo homenaje y toda sumisión, suelen verse alzados sobre las espaldas de los que no comprenden la vida sin cucañas y sin premios. Que quieran que no, han de trepar; y a poco que les ciegue la vanidad o la ambición, se verán como por ensalmo llevados a las más altas cumbres de la superioridad negada. Es fenómeno harto humano para que por nadie pueda ser puesto en duda.


La gran mentira alienta y sostiene este miserable estado de cosas. La gran mentira alienta y apuntala fuertemente este ruin e infame andamiaje social que constituye el gobierno y la explotación, el gobierno y la explotación organizados, y también aquella explotación y aquel gobierno que se ejercen en la vida ordinaria por todo género de entidades sociales, económicas y políticas.


Y la gran mentira es una promesa de libertad repetida en todos los tonos y cantada por todos los revolucionarios; libertad reglada, tasada, medida, ancha o estrechamente, según las anchas o estrechas miras de sus panegiristas. Es la mentira universal sostenida y fomentada por la fe de los ingenuos, por la creencia de los sencillos, por la bondad de los nobles y sinceros tanto como por la incredulidad y la cuquería de los que dirigen, de los que capitanean, de los que esquilman el rebaño humano.


En esa gran mentira entramos todos y sálvese el que pueda. Las cosas derivan siempre en el sentido de la corriente. Vamos todos por ella más o menos arrastrados, porque la mentira es cosa sustancial en nuestro propio organismo: la hemos mamado, la hemos engordado, la hemos acariciado desde la cuna y la acariciaremos hasta la tumba. Revolverse contra la herencia es posible, y más queposible, necesario e indispensable. Sacudirse la pesadumbre del andamiaje que nos estruja, no es fácil, pero tampoco imposible. La evolución, el progreso humano, se cumplen en virtud de estas rebeldías de la conciencia, del entendimiento y de
la voluntad.


Mas es menester que no nos hagamos la ilusión de la rebeldía, que no disfracemos la mentira con otra mentira. Somos a millares los que nos imaginamos libres y no hacemos sino obedecer una buena consigna. Cuando el mandato no viene de fuera, viene de dentro. Un prejuicio, una fe, una preferencia nos somete al escritor estimado, al periódico querido, al libro que más nos agrada. Obedecemos sin que se quiera nuestra obediencia y, a poco andar, conseguiremos que nos mande quien ni soñado había en ello ¡Qué no será cuando el propagandista, el escritor, el orador lleven allá dentro de su alma un poco de ambición y un poco de domadores de multitudes! La mentira, grande ya, se acrece y lo allana todo. No hay espacio libre para la verdad pura y simple, sencilla, diáfana de la propia independencia por la conciencia y por la ciencia propias.


Llamarnos demócratas, socialistas, anarquistas, lo que sea, y ser interiormente esclavos, es cosa corriente y moliente en que pocos ponen reparos. Para casi todo el mundo lo principal es una palabra vibrante, una idea bien perfilada, un programa bien adobado. Y la mentira sigue y sigue laborando sin tregua. El engaño es común, es hasta impersonal, como si fuera de él no pudiéramos coexistir.


Revolverse, pues, contra la gran mentira, sacudirse el enorme peso de la herencia de embustes que nos seducen con el señuelo de la revolución y de la libertad, valdrá tanto como autoemanciparse interiormente por el conocimiento y por la experiencia, comenzando a marchar sin andaderas. Cada uno ha de hacer su propia obra, ha de acometer su propia redención.


Utopía, se gritará. Bueno; lo que se quiera; pero a condición de reconocer entonces que la vida es imposible sin amos tangibles o intangibles, seres vivientes o entidades metafísicas; que la existencia no tendría realidad fuera de la gran mentira de todos los tiempos.


Contra los hábitos de la subordinación nada podrán en tal caso las más ardientes predicaciones. Triunfantes, habrán destruido las formas externas, no la esencia de la esclavitud. Y la historia se repetirá hasta la consumación de los siglos. La utopía no quiere más rebaños. Frente a la servidumbre voluntaria no hay otro ariete que la extrema exaltación de la personalidad. Seamos con todo y con todos respetuosos el mutuo respeto es condición esencial de la libertad, pero seamos nosotros mismos. Antes bien hay que ser realmente libres que proclamárselo. Soñamos en superarnos y aún no hemos sabido libertarnos. Es también una secuela de la gran mentira.


Grigor Balkanski. El fascismo ayer y hoy [Prólogo Federica Montseny] Pdf




No es ciertamente, un mórbido deseo de evocar los horrores dei fascismo y del nazismo lo que guía a los autores de este folleto a rememorar la historia de un pasado por desdicha inconcluso. Es, por el contrario, la inquietud presente ante el encrespamiento internacional del fascismo lo que fuerza, a recordar a las generaciones presentes, nacidas luego de aquellos años terribles, que el peligro está ahí de nuevo, escondido en la sombra y bajo la protección, más o menos abierta, de unos gobiernos que no vacilarían en usar los métodos fascistas para impedir que los pueblos sometidos a su férula tomen decididos el camino de la revolución.


Ya el fascismo, nacido en Italia con apoyo del gran capitalismo, asustado por la revolución rusa que él temía ver desparramada por todo el mundo, encontró terreno abonado merced a la gran crisis de los años 1930. El paro forzoso, la inflación y los cracks financieros consecutivos creando un descontento popular y dejando sobre el arroyo a las grandes masas humanas sin empleo ni ideal alguno, facilitaron a Hitler y a sus imitadores de otros países, las tropas utilizables para empujar la empresa liberticida del fascismo y del nacionalsocialismo que debía conducir a la guerra de 1939-1945. Ello fue la matanza general en campos de batalla, los hornos crematorios, la destrucción sistemática de toda fuerza revolucionaria, más el pillaje seguido de exterminio de los judíos de muchos países con el fin de apoderarse de sus riquezas y desviar hacia el racismo el desorden y la exasperación de las masas, desorientadas y frustradas en su deseo de vida.


Si evocamos esa tragedia moderna si creemos necesario analizar y explicar esa no lejana y pavorosa historia, es porque, nuevamente, las condiciones depresivas que permitieron la instalación del fascismo en Europa y parte de América, están otra vez al orden del día.


Alguien alienta cuidadosamente la existencia de pequeños movimientos ultrarreaccionarios cuales el Front National francés (transfiguración del antiguo, Ordre Nouveau); el Ordine Nuovo en Italia, el neonazismo en Alemania, los Guerrilleros de Cristo Rey en España, los Tacuara en Argentina, el Escuadrón de la Muerte en el Brasil, y otras tantas manifestaciones típicamente fascistas, a fin de que, según el giro que pudieran tomar los acontecimientos, esas nefastas entidades pudieran engrosarse rápidamente y convertirse al instante en fuerzas mercenarias al servicio de la reacción, embrión de una nueva toma del Poder a la manera de Chile, Argentina, Uruguay, y con temor de que ese nefasto suceso se renueve en Italia.


La propia Francia, creyendo ser cuna de la democracia, podría ser presa del fascismo. No faltan en ella personajes de alta alcurnia mejor dispuestos para un sistema ultra autoritario que para un régimen de democracia verdadera. El fascismo, o los elementos artífices del mismo, poseen enormes sumas de dinero. En todo tiempo han podido sostener espléndidamente a agentes malévolos dispuestos, a favorecer los movimientos absolutistas. No sin una cierta sorpresa nos hemos enterado, al leer este estudio que S.I.A. pone a disposición de la juventud que ignora y a los maduro® cortos de memoria, que José Antonio Primo deRivera, el Ausente reverenciado por toda la. jauría falangista española, saludado como el protomártir de un «Glorioso Movimiento, el héroe y Gran Caballero de la Cruzada», no era que más que un vulgar agente del fascismo italiano, contratado por los servicios secretos de Mussolini que valorizaban el servicio mercenario de José Antonio con un aporte de 50.000 liras mensuales.


Cuando ese pícaro de lujo, «play boy» de la sociedad española, salido de una familia rica, hijo del que fue dictador Miguel Primo de Rivera, aceptando una paga inconfesable se acreditaba como elemento contratado, cabe preguntar cuántos y cuántos agentes de la misma catadura y con menos recursos existieron ayer y existen hoy sugiriendo y preparando nuevos movimientos neo-fascistas en todo el mundo.


No. Este folleto no representa sólo una evocación del pasado. Es, sobre todo, un sobreaviso para preservar el porvenir. Un recordatorio de lo que fue, para evitar que los regímenes nazifascistas vuelvan a renacer.


Porque el fascismo no ha muerto. Ni morirá mientras existan las fuerzas capitalistas decididas a recurrir a él para desmantelar, para destruir, para impedir la revolución mundial; acontecimiento que, esta vez con las experiencias de las revoluciones rusa y española, tomaría una más grave e inteligente dirección. No sería una simple toma del Poder por un partido como lo fue en el caso de Rusia en 1917; muy al contrario: sintetizaría una transformación profunda de las estructuras y de las concepciones sobre las cuales se cimenta la sociedad jerárquica y autoritaria que los bolcheviques en Rusia han perfeccionado y consolidado en lugar de destruirla. Para impedir que los pueblos encuentren al fin el camino conducente a la emancipación verdadera, todos los partidarios del Estado, de la jerarquía y de la autoridad, se han tendido y seguirán tendiéndose la mano.


Lo que fue posible durante los trágicos años 30 del siglo presente, lo es aún en los momentos que atravesamos. Chile es la prueba. Que las lecciones del pasado, que la experiencia de hombres y mujeres que la vivieron y sufrieron, sirva hoy para evitar que nuevamente las conquistas de la clase obrera y del mundo progresista sean aniquiladas y el espíritu humano vencido y humillado. Esta es la idea matriz de los autores de este opúsculo, de los beneméritos editores de S.I.A., este organismo de ayuda y solidaridad que desde 1938 sostiene la lucha del antifascismo acentuándose, ahora, en alertar a los pueblos contra el peligro totalitario que de nuevo les amenaza.


FEDERICA MONTSENY




Una primera comprobación: en general no se habla de fascismo en España sino poco antes de la rebelión franquista de 1936. En realidad el fenómeno pre-fascista data, en este país, de la dictadura del general Miguel Primo de Rivera. La comprobación segunda es que la instauración del fascismo después de la guerra civil no es tampoco, obra de un movimiento fascista propiamente dicho. La Falange, que difundió la «doctrina» fascista fue fundada muy tarde, en 1933, no pudiendo tomar pie en el pueblo, quedando en fuerza minoritaria, fenómeno que la incapacitaba para instaurar un régimen a su guisa. Si a la postre Falange se impuso fue por acodo de militares, acaudalados y religiosos, las tres fuerzas de retroceso con que cuenta España. Por otra parte, aunque los falangistas se reclaman continuadores de las viejas tradiciones hispanas, su movimiento carece de originalidad por haber sido manifiestamente importado del exterior y mantenido, igualmente, con aportaciones financieras y militares también exteriores.


Cuando actualmente el turista se dirige a España en busca de vacaciones a precio módico (garantizado por la insuficiencia salarial del obrero del país) para gozar las delicias del sol peninsular en playas y montes, para refocilarse con las maravillas folklóricas y admirar los numerosos y arquitectónicos templos, no deja de observar por doquiera que sea numerosas lápidas con nombres de victimas fascistas de la guerra civil. Por ejemplo, José Antonio Primo de Rivera es elevado por la propaganda del régimen a la categoría de «santo».


Para el caso le sería útil al turista curioso conocer el hecho que a continuación se expresa: El «santo» José A. Primo de Rivera en pleno uso de sus actividades iba regularmente cada mes (eso en 1935) a la embajada italiana de París, a, cobrar su salario mensual como perfecto obrero del fascismo italiano ocupado en España, su patria querida. Esta retribución fascista percibida por santo José Antonio Primo de Rivera, se elevaba a la suma de 50.000 liras, equivalente a 33.000 francos actuales. Esa prebenda no duró largo tiempo puesto que este obrero calificado sufrió las consecuencias restrictivas impuestas por la guerra italiana contra Abisinia. En 1 de febrero de 1936 Primo de Rivera no percibía de Italia sino por el valor de 16.500 francos actuales.


Estas precisiones que damos no son de ninguna manera invenciones calumniosas para denigrar al fundador de la Falange. Estas notas han sido tomadas de los archivos del fascismo italiano que, en su derrota, los jefes del mismo no tuvieron tiempo de destruir. Y pese a cuanto conocen nuestros contemporáneos españoles sobre esa guerra civil que engulló más de un millón de personas y arruinó al país, es lógico que deseen saber el porqué de tal hecatombe que permitió la instauración del fascismo.


España se había dado una República por vía legal, adoptando como presidente un católico ejemplar, y un gobierno que resultó extremadamente duro para los obreros y militantes sindicalistas, y excesivamente tolerante para los conspiradores empecinados contra el pueblo, constando además en el Frente Popular de 1936 republicanos burgueses y otros de tinte monarquizante, y aun una rama de socialistas pacíficos. y un partido comunista ridículamente minoritario.


Y bien aparte esa manifestación de tendencias políticas, otra existía que a criterio de los dominadores tradicionales de España justificaba por ella sola la «cirugía, militar» dispuesta a sacrificar millones de existencias si fuese preciso. Se trata de una organización viril, dinámica, revolucionaria, profundamente enraizada en la historia y las tradiciones federalistas del pueblo. Esta organización — la Confederación Nacional del Trabajo, con su retoño la Federación Anarquista Ibérica —, alma del anarquismo social y combatiente representando el ideal de la clase obrera organizada, el comunismo libertario, fue considerada inexpugnable en tierras de España. A criterio de la España feudal e inquisitorialista, la República actuante estaba incapacitada para extirpar la «gangrena anarquista», precisando entonces la aplicación de la violencia fascista para salvar al privilegio del peligro de una revolución de perspectiva concreta. 


El fascismo sigue vigente en España no importa si con leves modificaciones, y será probablemente mantenido una vez desaparecido el «caudillo». El franco-falangismo (que así se designa corrientemente al fascismo hispano) no desaparecerá a no ser con un nuevo estado de violencia superior a la que impuso al país el fascismo internacional. Afortunadamente las jóvenes generaciones se interesan por el fondo ideológico y la historia de la C.N.T, y de la F.A.I. concretando la aspiración popular española en la práctica del comunismo libertario en este país de contrastes y, por encima de todo, perseverante.


Impr. des Gondoles, 4 et 6, rué Chevreul, 94600 Choisy-le-Roi. Dépoót légal : 4“ trimestre 1974.



Nikolaus Wachsmann. KL. Historia de los campos de concentración nazis [epub]




El 5 de septiembre de 1942 llegó al bloque 27 de la enfermería femenina de Birkenau un grupo de integrantes de la SS a fin de asistir al médico del recinto durante una selección. Estas cribas, que formaban parte del quehacer habitual de dicha organización, representaban el peor de los tormentos para las reclusas. Siempre había enfermas que, conscientes del destino que les estaba reservado con toda probabilidad, trataban de escapar por todos los medios; aunque de nada les servía. Aquel día se condenó a muerte y montó en camiones a cientos de judías, que tuvieron que desnudarse a plena luz del día al lado de las cámaras de gas. A diferencia de quienes acababan de sufrir deportación a Auschwitz, ellas sabían bien qué iba a ocurrir en el interior de aquellas casas de labor modificadas. Algunas aguardaban en silencio sobre la hierba, sentadas o de pie, y otras sollozaban o gritaban. Entre los oficiales de la SS que supervisaban la escena se hallaba un médico, el doctor Johann Paul Kremer, quien más tarde testificaría que las mujeres «rogaban a los de la SS que no las matasen y lloraban, y, sin embargo, todas fueron a la cámara de gas y murieron en ella». Él, sentado en su automóvil, oía apagarse los alaridos desde el exterior. Horas más tarde, dejó constancia en su diario de la conversación mantenida con un colega suyo de Auschwitz: «[El doctor Heinz] Thilo tenía razón al afirmar hoy mismo que estamos en el anus mundi: el culo del mundo».


Aunque no es difícil imaginar al doctor Kremer, hombre de cincuenta y ocho años y calvicie incipiente, sonriendo con aire de suficiencia ante esta expresión (pues sus diarios ponen en evidencia un crudo sentido del humor), lo cierto es que reconoce la presencia de cierta verdad más profunda en las palabras del doctor Thilo. Al cabo, Kremer nunca había tenido intención de servir en Auschwitz, ni tampoco mostraba demasiado entusiasmo por permanecer allí: aquel profesor de anatomía de la Universidad de Münster se había alistado en el instituto sanitario de la SS durante la vacaciones de verano, y a finales del mes de agosto de 1942 había tenido ocasión de sorprenderse al verse destinado a Auschwitz durante diez semanas en calidad de sustituto de un colega enfermo. «Aquí no hay nada que pueda resultar emocionante», escribió el mismo día de la conversación mantenida con el doctor Thilo. Las selecciones y las muertes en la cámara de gas (participó en más de una semanal) no le producían gran satisfacción. Por si fuera poco, el clima no le era nada propicio. Se quejaba de la humedad y de la «multitud de bichos» presentes, entre los que se incluían las pulgas de la habitación que ocupaba en el hotel en que se alojaban en la ciudad los de la SS. A esto había que sumar el llamado «mal de Auschwitz», provocado por un virus gástrico que lo obligó a guardar reposo días después y que aún habría de aquejarlo en otras ocasiones. Sin embargo, lo que temía de veras eran otras enfermedades, y no sin motivo: aquel mismo año había muerto de tifus uno de los médicos de la SS del campo de concentración, y en octubre de 1942, estando Kremer destinado en el recinto, dicho organismo había contado entre sus hombres unos trece posibles casos más en un período de diez días. Además, Joachim Cäsar, oficial al cargo de la agricultura, contrajo la misma fiebre tifoidea que acababa de matar a su esposa (él, en cambio, se recobró y se casó un año más tarde con la ayudante de laboratorio que trabajaba para él en la oficina de registro de la SS del campo de concentración). El resto de los hombres de la Lager-SS del Este ocupado no vivía en mejores condiciones: las integrantes de la guardia femenina de Majdanek, por ejemplo, también entraban y salían del hospital con frecuencia por causa de diversas infecciones. La frustración que provocaba esta realidad entre el personal de la SS —indignado por lo primitivo de la situación sanitaria y temeroso de la posibilidad de contraer enfermedades de los reclusos— no hacía sino aumentar su propensión a la violencia.




Mientras tanto, los miembros de la Lager-SS también tuvieron motivos de sobra para disfrutar del Este. El doctor Kremer, al menos, supo sacar provecho de sobra a su destino involuntario en Auschwitz. Los lúgubres cometidos que había de afrontar en el recinto no supusieron menoscabo alguno a su amor por las actividades al aire libre, y así, en sus momentos de ocio se reunía en su hotel con otros soldados de la SS para tomar el sol en tumbona o paseaba en bicicleta por el extenso territorio dominado por la organización a la que pertenecía, maravillado ante el «hermosísimo clima otoñal». Aquel hombre de gran apetito devoraba las generosas raciones que se ofrecían en el comedor de oficiales de la SS y dejaba cabal constancia en su diario de cuantas exquisiteces consumía, desde el hígado de oca y el conejo asado hasta el «espléndido helado de vainilla». Además, se deleitaba con los espectáculos que se les ofrecían en el campo de concentración. Cierta tarde de septiembre asistió a un concierto interpretado por la orquesta de prisioneros, y también se mostraba atraído por las funciones de variedades que se brindaban por la noche a la Lager-SS, en ocasiones con barra libre de cerveza. Sobre todo lo fascinó un número de perros bailarines y gallinas que cacareaban a la orden de su adiestrador. Otras veces hacía visitas sociales a sus colegas. Después de pasar la tarde del 8 de noviembre de 1942 supervisando el asesinato de un millar de hombres, mujeres y niños judíos en las cámaras de gas de Birkenau, pasó una velada de esparcimiento con el doctor Eduard Wirths, responsable sanitario de la guarnición de soldados de la SS, probando vino tinto de Bulgaria y aguardiente croata de ciruela. Entre francachelas y comilonas, Kremer no desaprovechó las oportunidades profesionales que le brindaba aquel destino, y, así, pudo recrearse en el estudio de «ejemplares de hígado y bazo humanos casi vivos» para sus investigaciones relativas a los efectos del hambre en los diversos órganos, sobre los que publicaría más tarde un artículo en cierta revista médica.


Sin embargo, la mayor gratificación de la breve estancia del doctor Kremer en Auschwitz fue de carácter financiero. En el campo de concentración abundaban las pertenencias de los judíos asesinados, y los integrantes corruptos de la SS, como él, se sirvieron de ellos a placer. Después de iniciarse en los secretos del oficio, se hizo con cuanto le fue posible del almacén que había al lado del andén de selección. Los cinco paquetes voluminosos que envió a Alemania para ponerlos a buen recaudo incluían jabón y pasta dentífrica, gafas y estilográficas, perfumes y bolsos y muchos objetos por valor de mil cuatrocientos marcos del Reich. En solo cinco semanas, el Untersturmführer de la SS Kremer robó bienes cuyo coste total superaba la mitad del salario anual de un oficial de la SS de su graduación a tiempo completo. Eran muchos los funcionarios de la Lager-SS que estaban sacando tajada de la situación, tanto en aquel recinto como en los demás. Al final, la corrupción se hizo tan endémica que las autoridades acabaron por enviar una comisión especial de policía a los KL. En Auschwitz, la investigación se acometió en 1943 por causa de un paquete en particular pesado remitido por un integrante de la SS a su esposa. Los funcionarios de aduanas lo abrieron recelosos, y hallaron en su interior un bloque de oro del tamaño de dos puños, producto de la fusión de los empastes dentales de los prisioneros muertos.


A esas alturas, Auschwitz se había convertido en el centro del sistema de KL, tal como habían hecho Dachau durante el primer período de la dominación nazi y Sachsenhausen en los primeros años de la guerra. No puede decirse que Auschwitz fuera por entero diferente: el hambre y los maltratos, la selección y el homicidio multitudinario se daban también en otros campos de concentración. Sin embargo, todo ello presentaba en él una forma más extrema. Ningún otro recinto ofrecía un número tan elevado de personal ni de reclusos: la deportación masiva de judíos lo había elevado con rapidez a una categoría exclusiva. Si la población media diaria de prisioneros de todos los KL fue de 110 000 personas durante el mes de septiembre de 1942, se calcula que 34 000 de ellas se encontraban en Auschwitz, y que el 60% estaba constituido por judíos. Estaban a las órdenes de hasta dos mil hombres de la SS, de los cuales, como veremos, no eran pocos los que albergaban una ambivalencia similar a la del doctor Kremer respecto de su vida en el Este.




La sombra de Auschwitz se prolonga todavía más cuando nos referimos a la mortandad de los prisioneros. Del total de 12 832 prisioneros registrados que sucumbieron en todos los campos de concentración alemanes en agosto de 1942 al decir de las cifras secretas de la SS, poco menos de dos terceras partes (6829 varones y 1525 mujeres) perdieron la vida en dicho recinto (con exclusión de los 35 000 judíos sin registrar que, según se calcula, fueron enviados a las cámaras de gas a lo largo del mes a raíz de las selecciones efectuadas por la SS a su llegada). En total, entre 1942 y 1943 perecieron en Auschwitz unos 150 000 reclusos registrados (excluidos, una vez más, los judíos muertos al llegar al campo). Sus defunciones quedaron inscritas en diversos documentos oficiales, que en su mayoría ofrecen causas ficticias, aunque raras veces de un modo tan descarado como en el caso de Gerhard Pohl, criatura de tres años de la que se aseveró que había fallecido en Auschwitz el 10 de mayo de 1943 «de senectud». Algunos de los formularios ocupaban una veintena de páginas, y los reclusos que hacían labores administrativas habían de mecanografiar día y noche para tenerlos actualizados. Los médicos de la SS, mientras tanto, se quejaban de sufrir calambres en las manos de firmar certificados de defunción. Al final, acabaron por encargar sellos especiales con su nombre rubricado a fin de facilitar tal cometido.


Heinrich Himmler y Oswald Pohl mostraron un gran interés en Auschwitz, su campo de exterminio más extenso y el eje principal de su sistema de trabajos forzados. Si en 1940, durante su instauración, el comandante Höß había tenido que agenciarse retazos de alambre de espino, en el momento que nos ocupa sus superiores destinaban al recinto fondos más que pródigos y desviaban recursos inestimables a aquella joya que tenían en el Este. «Yo debía de ser el único jefe de toda la SS —se jactaría más tarde— que disponía de una licencia tan amplia a la hora de procurarme cuanto se necesitaba en Auschwitz». Si los campos de concentración anteriores habían sido semejantes a ciudades modestas, Auschwitz se trocó en una metrópoli. Llegado el mes de agosto de 1943 contenía a unos 74 000 prisioneros en un tiempo en que había 224 000 registrados en todos los recintos. Habida cuenta de lo ingente del complejo de Auschwitz, Pohl optó por dividirlo en tres campos principales y dotar a cada uno de ellos de su propio comandante. Auschwitz I, la sección original, estaba administrado por el oficial de la SS de más graduación del lugar (sobre el que, además, recaía la responsabilidad general del conjunto); Auschwitz II era el de Birkenau (el de las cámaras de gas), y Auschwitz III contenía los recintos complementarios repartidos por la región de Silesia (14, llegada la primavera de 1944), entre los que destacaba el de Monowitz.


En el extenso complejo de Auschwitz se daban condiciones muy variadas, igual que ocurría en el resto de campos de concentración de la Europa oriental ocupada entre 1942 y 1943. Uno de los prisioneros de aquel equiparaba su traslado del recinto principal al de Birkenau durante el verano de 1943 con el paso de la ciudad al campo, en donde todo el mundo llevaba puestas ropas más desgastadas. Otro lo expresó de un modo más crudo: las instalaciones de Auschwitz —dotadas de edificios de ladrillo, aseos y agua potable— eran el paraíso en comparación con el infierno de Birkenau. Aun así, pese a sus numerosas diferencias, todos los campos de concentración que administraba la SS en la Europa oriental ocupada perseguían el mismo fin último: evitar que, a la postre, saliera de allí con vida ninguno de los prisioneros judíos registrados (aquellos a los que habían destinado a trabajos forzados en lugar de al exterminio inmediato).





Nikolaus Wachsmann ofrece en esta obra histórica de referencia una crónica equilibrada, completa y sin precedentes de los campos de concentración nazis, desde sus comienzos en 1933 hasta su extinción —hace setenta años— en la primavera de 1945.


Sobre el Tercer Reich se ha investigado más a fondo que sobre casi cualquier otro período de la historia y, sin embargo, no ha existido hasta ahora ningún estudio del sistema de campos de concentración que revisara exhaustivamente su prolongada evolución, la experiencia cotidiana de quienes vivieron en ellos —tanto verdugos como víctimas— ni la de todos aquellos que estuvieron en lo que Primo Levi denominó «la zona gris».


Con KL, Wachsmann cubre esta ostensible laguna en nuestra comprensión de los hechos. Su obra no es solo la síntesis de una nueva generación de investigaciones académicas —la mayoría sin traducir y desconocida fuera de Alemania—, sino que además saca a la luz sorprendentes revelaciones sobre el funcionamiento y el alcance del sistema de los campos de concentración, descubiertas tras años de estudio en los archivos.


Este minucioso repaso de la vida y la muerte dentro de estos recintos, donde Wachsmann asume una perspectiva más amplia y muestra las diversas formas que fue adoptando aquel sistema a tenor de los cambios acaecidos en las esferas política, legal, social, económica y militar, nos permite contemplar un retrato unitario del régimen nazi y sus campos, inédito hasta hoy.


KL es una obra decisiva, un empeño ambicioso, destinado a convertirse en un clásico de la historia del siglo XX.



Andaluces exterminados en los campos de concentración nazi durante la 2ª Guerra Mundial




La lista que van a poder leer a continuación ha sido elaborada por D. Antonio Pastor para la Asociación Amical de Mauthausen, a la que pertenece, para cumplir así con el objetivo de conservar la memoria de los españoles que, tras la Guerra Civil, se incorporaron a la lucha contra la Alemania nazi. Dicha relación, manuscrita, fue facilitada por D. Antonio Pastor a algunos de los participantes en la grabación del documental “Mauthausen: vivir para contarlo”, realizado con motivo de la entrega de la Medalla de Andalucía 2002 a los dos únicos supervivientes en esa fecha de los campos de exterminio nazi, D. Antonio Pastor y D. Antonio Muñoz, con el fin de difundirla también a través de la Radio Televisión de Andalucía.




En esta relación aparecen los nombres, población de nacimiento y fecha de todos los andaluces que fueron asesinados en los campos de concentración nazi, durante la 2ª Guerra Mundial. La mayoría de ellos fueron exterminados en Gussen, a 5 kilómetros de Mauthausen, el lugar donde se encontraban los hornos crematorios. Puede que haya algunos errores debidas a que el proceso de transcripción del manuscrito, que se ha realizado respetando al máximo el original, especialmente en cuanto a la grafía de apellidos dudosos o borrosos. En cambio, para facilitar la búsqueda, la relación se presenta ordenada por términos municipales (y en su caso se indica el núcleo de población si no fuera el del núcleo principal), rectificando aquellos nombres de localidades que se han podido verificar su identificación geográfica correcta.


La Confederación General del Trabajo de Andalucía [CGT.A], que ha contribuido a estas mejoras en su compromiso con la recuperación de la memoria histórica, ha promovido ante diferentes ayuntamientos andaluces el reconocimiento público de sus vecinos que fueron exterminados en los campos de concentración alemanes. En el caso de utilizar, con motivos profesionales, algún dato de esta lista se ruega cite la procedencia y las observaciones anteriores.


Agradecemos, la inestimable ayuda y el continuo estímulo aportado por los dos últimos supervivientes en Andalucía del Campo de Concentración de Mauthausen, don Antonio Muñoz y don Antonio Pastor.




Mariano Sánchez Soler. Ricos por la guerra de España (El enriquecimiento de la oligarquía franquista desde 1936). José Banús, el constructor del Valle de los Caídos. [epub]


La mayor piara saqueadora de España tras la de los Borbones


Españoles, noble pueblo de esta Castilla corazón de España, tierra de hidalgos… Nuestro gobierno será un gobierno de autoridad, un gobierno para el pueblo. Se equivocan quienes creen que hemos venido a mantener los privilegios del capitalismo.

FRANCISCO FRANCO. Burgos, 1 de octubre de 1936


Nuestra Cruzada es la única lucha en la que los ricos que fueron a la guerra salieron más ricos.

FRANCISCO FRANCO. 21 de agosto de 1942


El Rey Saud de Arabia Saudí posa junto a Francisco Franco. Al igual que su sucesor a título de rey, tampoco hacía ascos a los petrodólares de los "infieles" sauditas.


EL CAMPANARIO Y LA ESPADAÑA diferencian el mausoleo de los Franco de cualquier otra construcción unifamiliar desperdigada por la zona. El tejado de pizarra se sostiene sobre unas paredes de granito y domina el pequeño cementerio de El Pardo, donde reposan los restos de Carmen Polo de Franco, junto al pequeño Fran de Borbón, su biznieto fallecido en accidente, y rodeados por los más cercanos colaboradores de la familia. En un mausoleo de 250 metros cuadrados, la Señora de Meirás ocupa una cripta con aire acondicionado y reclinatorios de terciopelo, que facilita la estancia de ciento cincuenta personas en su interior, y cuya construcción, en la década de los setenta, constó doscientos millones de pesetas. Sic transit gloria mundi.


Pasear entre los panteones y leer las inscripciones de las sepulturas, se convierte inmediatamente en un recorrido a través del franquismo más íntimo y familiar. Un retrato del clan de El Pardo más allá del tiempo. Visité aquel camposanto tras el fallecimiento de Carmen Polo, en una mañana luminosa y decadente, y constaté que, a veces, un cementerio es más clarificador que cualquier estudio histórico. Cerca de la entrada, en el primer cuadro del recinto, sobre la lápida de una modesta sepultura de granito negro puede leerse «Familia Carrero Blanco». Casi a su lado, un mausoleo de arquitectura moderna alberga a la Familia Banús. El que fuera ministro de Comercio, Manuel Arburúa, ocupa un panteón cerca de los colaboradores del Caudillo: Franco Salgado-Araujo, Fernando Fuertes de Villavicencio, «Pedrolo» Nieto Antúnez… Al avanzar, las inscripciones muestran los apellidos de ilustres familias previsoras, cuyos restos descansan y descansarán para siempre junto a la familia Franco, quizás como un símbolo de la profunda amistad que se profesaron. Allí habían reservado sepultura los más modernos tecnócratas: «Familia López de Letona», «Familia Navarro Rubio», los banqueros Fierro, e incluso algunos futuros demócratas: «Familia Oreja Aguirre».


Aquí yacen los podridos restos de la urraca llamada Carmen Polo y donde según los sociatas serán trasladada la momia del Cabronsísimo de manera respetuosa, ya que de socialistas tienen lo que yo de monaguillo. Prácticamente una iglesia entera para mayor gloria póstuma de l@s grandes saqueadores de España. Vergüenza de país.


Ni la muerte parece separar determinados destinos históricos, ¿o se dice intrahistóricos? La eternidad atada y bien atada desde 1969, cuando el general ordenó a su jefe de la Casa Civil, general Fuertes de Villavicencio: «Busque usted unos terrenos al norte del palacio, que sean fáciles de visitar, pertenezcan al Estado o que su expropiación resulte fácil». El Caudillo tenía decidido ser enterrado en el monumento de Cuelgamuros y deseaba organizar la última morada de su esposa y su familia.


A dos kilómetros de El Pardo, en la carretera de Mingorrubio y muy cerca del cuartel que albergaba a la Guardia de Franco, el Patrimonio del Estado —administrado entonces por Fuertes de Villavicencio— cedió el solar donde fue construido el camposanto de la Corte de El Pardo. Allí quedaba la última morada íntima del franquismo, mientras el Valle de los Caídos, erigido en honor a los «héroes anónimos que dieron su vida por España» —tan anónimos como José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco Bahamonde—, se convertiría en su sepultura política y simbólica.


«La dimensión de nuestra Cruzada —dice el preámbulo del decreto de construcción del Valle de los Caídos—, los heroicos sacrificios que la victoria encierra y la trascendencia que ha tenido para el futuro de España esta epopeya, no pueden quedar perpetuados por los sencillos monumentos con los que suelen conmemorarse en villas y ciudades los hechos salientes de nuestra historia y los episodios gloriosos de sus hijos. Es necesario que las piedras que se levanten tengan de los monumentos antiguos su grandeza, que desafíen al tiempo y al olvido y que constituyan lugar de meditación y reposo en el que las generaciones futuras rindan tributo de admiración a los que le legaron una España mejor. A estos fines responde la elección de un lugar retirado donde se levante el templo grandioso de nuestros muertos, en el que por los siglos se ruegue por los que cayeron en el camino de Dios y de la Patria. Lugar perenne de peregrinación en lo que lo grandioso de la naturaleza ponga un digno marco al campo en que reposen los héroes y mártires de la Cruzada.» (Boletin Oficial del Estado, 1 de Abril de 1940).


Monumento a la Ignominia


En aquel «digno marco» natural, el Generalísimo vivió, sin embargo, la primera contestación pública, el primer desafío falangista a su persona durante un acto oficial del que se tiene constancia. El 20 de noviembre de 1960, Franco asistió a una misa solemne por el alma de José Antonio Primo de Rivera, acompañado por Alonso Vega, Sanz Orrio y los dirigentes falangistas Jesús López Cancio, jefe del Frente de Juventudes, Jesús Aparicio Bernal, jefe del SEU, y Rodolfo Martín Villa, jefe falangista del distrito universitario de Madrid. Un falangista de 22 años, Rodolfo Alonso Urdiales, gritó en el silencio: «¡Franco, eres un traidor!» Fue detenido y condenado a doce años de prisión en consejo de guerra. Aparicio Bernal y Martín Villa suspiraron porque no se trataba de un estudiante bajo su mando y abandonaron al joven falangista a su suerte. «Yo creo que ese falangista iba confabulado con otros —explicó Franco a su primo—. Es de la carrera de Magisterio, hijo de un guardia civil que en nuestra guerra estuvo en la zona roja y que, por no haber tenido ninguna responsabilidad en la actuación, continúa prestando servicio en el Benemérito Instituto. No creo que haya influido para nada en la actitud de su hijo, sin duda influidos por otros compañeros no contentos con la actuación del partido y su marcha política.»


Un año antes, a tres meses de que concluyera la construcción del monumento, el propio Pacón escribiría en su diario, con amargas palabras: «En España no hay ambiente para este monumento, pues aunque dure el miedo a otra guerra civil, gran parte de la población tiende a perdonar y olvidar. No creo que los familiares de los blancos ni de los rojos sientan deseos de que sus deudos vayan a la cripta, que si sólo es para los blancos establecerá para siempre una eterna desunión entre los españoles.»


Banús rindiendo pleitesía a quien se lo debe todo


JOSÉ BANÚS: EL ONASSIS HISPÁNICO


Cuando el 1 de abril de 1959, veinte años después del inicio de las obras, se inauguró el Monumento Nacional del Valle de los Caídos, José Banús Masdéu era ya uno de los principales promotores inmobiliarios y constructores de España. Su gloria empresarial ascendió tan alto como la gran cruz de ciento cincuenta metros creada por Juan de Ávalos y levantada por la constructora Huarte y Compañía, con el diseño y los cálculos del arquitecto Diego Méndez. Sus ejecutantes serían ochenta presos políticos —declararía Méndez al propagandista de Falange Tomás Borrás en 1957—, «en su mayoría condenados por delitos estremecedores, por su misma índole carecían de miedo, no les importaba nada arrostrar los mayores peligros. Ellos horadaron el granito, se subieron a andamios inverosímiles, manejaron la dinamita… Han jugado, día a día, con la muerte, […] sin ellos, la obra hubiera durado muchos más años, con empleo de máquinas en número mayor y con dispendios crecidos.» 


La impronta de Banús quedaría cimentada sobre aquellas 201 740 toneladas de granito ancladas a un monte horadado a los pies de la sierra de Guadarrama, pero sus orígenes eran humildes. Nacido en un pequeño pueblo de Tarragona en 1904, hijo y nieto de capataces de la construcción devenidos en empresarios modestos, y miembro de una familia numerosa, José Banús Masdéu sólo había estudiado el bachillerato elemental hasta los catorce años cuando, llegada la edad de trabajar, se marchó a la obra con su padre. Hizo la guerra en el bando nacional y en plena posguerra controló el suministro en Madrid de áridos y gravas. Con su hermano Juan, fundó Construcciones Molán y la Empresa San Román, que levantaron el monasterio del Valle de los Caídos y excavaron la galería sobre la que se alzó el conjunto arquitectónico. Bajo las siglas de su propio nombre, José Banús realizó también la carretera de acceso a Cuelgamuros.




En tiempos de escasez, el monumento se estaba sufragando con donaciones personales ofrecidas al Caudillo durante la Guerra Civil, con suscripciones nacionales y con la venta de joyas y medallas incautadas. Durante las dos décadas que duró la construcción, las empresas de Banús dispusieron de cemento y materiales de construcción en abundancia y siempre cobraron por su trabajo, incluso cuando, en 1952, se agotaron los fondos y fue preciso destinar al Valle de los Caídos el beneficio neto del sorteo extraordinario de la Lotería Nacional del 5 de mayo de aquel año. En el balance final del 31 de octubre de 1967, el importe total de las obras del Valle de los Caídos ascendió a más de 2439 millones de pesetas. Para entender la magnitud de gasto tan «monumental», basta compararlo con los dineros que el Presupuesto del Estado destinaba, en 1970, a otras actividades culturales: restauración y protección del patrimonio histórico-artístico (2000 millones de pesetas), archivos y bibliotecas (1090 millones), modernización de museos (1050 millones), por no hablar de los ridículos 166 millones de pesetas destinados a la promoción del libro y la lectura. Por poner otro ejemplo, la construcción del Valle de los Caídos costó lo mismo que el presupuesto estatal para la educación preescolar (2421,4 millones de pesetas).


Compadreando con el nuevo padrino...


El dispendio de millones fue criticado incluso por el fiel Pacón, que en 1955 escribe en su diario: «Yo respeto lo que hizo el Generalísimo gastando muchos millones en el Valle de los Caídos para conmemorar la Cruzada, pero considero que hubiera sido más positivo y práctico haber hecho una gran fundación para recoger en ella a todos los hijos de las víctimas de la guerra, sin distinción de blancos o rojos; si eran blancos, en premio al sacrificio de sus padres, si eran rojos para demostrar falta de rencor con los hijos sin culpa de los que a nuestro juicio estaban equivocados. Una fundación que tuviese medios para ser sostenida durante muchos años y así recordar a las generaciones venideras que los que nos alzamos por una España mejor no somos rencorosos ni queremos que el odio y la intransigencia separen siempre a los que somos hijos de una misma patria.»


Puerto Banús en Marbella (Málaga). La mayor concentración de fascismo y gangsterismo internacional que puede encontrarse en España,  lleva un justo nombre.


Mientras sus trabajadores-prisioneros picaban granito en la ladera de Guadarrama, José Banús Masdéu supo consolidarse como el constructor del Régimen. La enorme demanda de viviendas asequibles en vísperas de la expansión desarrollista le convirtieron en un promotor inmobiliario de masas, concepto nuevo que arrinconaba para siempre al constructor convencional. Banús se impuso en Madrid con la promoción de barrios sociales —carentes de casi todos los servicios— para una emergente clase media-baja. Sus empresas levantaron San José de Valderas, residencia forzada de los expresos que construyeron el Valle de los Caídos; Villaamil, entregado sin espacios verdes, sin asfalto en sus calles y sin dotaciones tan básicas como las bocas de riego; La Jarosa de la Sierra, Santa María (de la UVA, Unidad Vecinal de Absorción), Simancas, Tres Cantos, Mirasierra… La historia oficial olvidaría pronto aquellas jornadas de posguerra en las que José Banús recorría las cárceles y seleccionaba a los presos que, a cambio de comida y de redimir tres días de condena por cada uno de trabajo —además de un pequeño salario que el empresario abonaba al ministerio de Justicia, que se lo daba al preso reducido en un 50 por 100, para pagar con la diferencia, teóricamente, la comida del trabajador -esclavo-, aceptarían el duro destino de Cuelgamuros. Banús en persona les interrogaba sobre su edad, les hacía abrir la boca para comprobar el estado de su dentadura y les tanteaba para calibrar la fuerza de sus músculos. Así conseguía la mano de obra más barata de la época —y eso que hasta el ministerio recibía su parte del miserable estipendio—, una legión casi esclava, inexperta y sin la maquinaria precisa, que trabajó «a la romana» —como se decía entonces— extrayendo a mano los enormes bloques de granito.


Monumento a Banús en Marbella ¿Memoria histórica?


Entre todas sus promociones, fue en el barrio del Pilar, la zona urbana más poblada de Europa, donde Banús dejó para el futuro su huella más clara. Cuando la Administración puso en marcha, en 1956, el Plan de Urgencias en Madrid para la construcción de viviendas sociales, él estaba allí en primera fila. Levantaba el barrio de la Concepción mientras la Comisión de Urbanismo del ministerio de la Vivienda iniciaba el proceso de expropiación de una zona conocida entonces como Veguilla-Valdezarza-Vertedero. Aquella superficie de un millón de metros cuadrados, una vez edificada, daría cobijo a más de ciento cincuenta mil personas y constituiría el famoso barrio del Pilar, bautizado así por el propio José Banús en honor a su esposa, María del Pilar Calvo Sánchez de León, con la que estaba casado aunque constaba como soltero en los registros mercantiles hasta los años sesenta. Sin duda, una argucia legal. Y como una prueba más de su amor conyugal, fue también Banús quien denominó a las principales calles del nuevo barrio con nombres de poblaciones tan gallegas como María del Pilar Calvo: Betanzos, Arteijo, Monforte de Lemos, Corcubión…


El constructor del Valle de los Caídos empleó un modus operandi que es ya casi un tópico del urbanismo franquista. La Administración dictaminó un procedimiento de urgencia por el cual los dueños de aquellas parcelas de suelo rústico ubicadas en Veguilla-Valdezarza-Vertedero —y en las que estaba prohibido construir— eran obligados a «ceder» sus propiedades por un precio irrisorio. Y el comprador no era otro que José Banús, presidente de la Junta de Compensación oficial que expropiaba los terrenos. Como dice el refrán, había conseguido ser al mismo tiempo cocinero y fraile. En 1959, cuando toda aquella superficie estaba prácticamente en manos de Banús, el ministerio de la Vivienda levantó la expropiación y nuestro promotor ejemplar tuvo en sus manos la posibilidad de edificar y vender sin ninguna cortapisa.


Como presidente de la Junta de Compensación del ministerio de la Vivienda —dirigido entonces por el falangista José Luis de Arrese—, el constructor Banús se reservó cien hectáreas (un millón de metros cuadrados) para su promoción personal. En 1961, transcurridos tres años, Banús comenzó a edificar con créditos concedidos por la banca oficial, se acogió a las ventajas del régimen de protección oficial y, del mismo modo que en el Valle de los Caídos, volvió a servirse de mano de obra presidiaría para levantar los nuevos edificios, en función de un acuerdo firmado en abril de 1954 con el patronato oficial de Nuestra Señora de la Merced, antecesora de la Comisión Nacional de Asistencia Social.


Y un Busto en Puerto Banús. Esta es la "Memoria Histórica" del PSOE andaluz...


Era un gigante al que todo parecía permitido. En «sus» cien hectáreas levantó veinte mil viviendas: el doble de lo que autorizaba el Plan General de Ordenación del Área Metropolitana de Madrid de 1964. En previsión de que no le fuera aprobada oficialmente la primera manzana de pisos, cuentan que Banús, con los planos bajo el brazo, se desplazó hasta el palacio de El Pardo y que el mismísimo general Franco le dio «el visto bueno» con su propia firma. Un episodio imposible de comprobar, ya que la documentación sobre la construcción de aquella primera manzana de viviendas se perdió, supuestamente, durante un traslado de archivos ministeriales.


Sea o no cierto, la íntima relación de José Banús con los Franco hace verosímil una anécdota semejante. En octubre de 1963, el inevitable Pacón relata en su diario: «Uno de los altos cargos de la casa me contó que un día Sánchiz quería convencer al Caudillo de que el Estado comprase a Banús los terrenos que éste había adquirido en Marbella porque ya estaba arrepentido de la compra. El Caudillo interrumpió a Sánchiz secamente diciéndole que debía ocuparse de regar su jardín y de que las vacas no estuviesen tan delgadas. Sánchiz es el administrador y encargado de la explotación de la finca del Caudillo en Valdefuentes. Franco despidió a los señores de Sánchiz, que muy respetuosamente le llamaban “Excelencia”, confirmando lo que también me habían contado de que en una ocasión el pariente político le dijo: “¿No le parece que deberíamos tutearnos?” Y que Franco le contestó: “Excelencia es el tratamiento que me corresponde”».


Grace Kelly, Príncipe Rainiero y Banús en la inauguración del puerto que lleva el ignominioso nombre del último.


En sus operaciones, además de su equipo de hombres fieles, Banús contaba con la familia. Una legión de hermanos, primos, sobrinos y cuñados ocupaban los consejos de administración de sus empresas. Y entre todos ellos, su primo Isidro Banús Puig, secretario de Baninsa, consejero de Bansa y Puerto Banús. ¿Y qué mejor testaferro que los miembros del entorno familiar cuando se vislumbra un contratiempo? Así quedó patente en el verano de 1975 cuando el constructor del Valle de los Caídos subió unilateralmente, entre un 11 y un 14 por 100, los precios de los alquileres a sus inquilinos de la ciudad-dormitorio madrileña de Santa María, junto a Canillas, la mitad de ellos en régimen de arrendamiento. Treinta y dos vecinos se negaron a pagar la subida y al enfrentarse a la demanda que los propietarios habían interpuesto contra ellos en el Juzgado Municipal, se encontraron con que la sociedad arrendataria Construcciones Residenciales y Sociales, S. A. (CRYSSA), había vendido sus pisos, en pleno agosto y sin que ninguno de ellos lo supiera, a tres inmobiliarias llamadas Tajuña, Morata y Hontanar, que coincidían con CRYSSA en todo: tenían el mismo domicilio social, idéntico apoderado —Juan Miarnau Banús— y sus consejos de administración estaban ocupados por las mismas personas: Dolores Banús Masdéu, su esposo Juan Miarnau Ciurana y los hijos de ambos: Juan, Jorge, Carmen y Pilar Miarnau Banús. Para poder realizar la «autoventa» tuvieron que hacer constar documentalmente que aquellas viviendas estaban «libres de inquilinos y arrendatarios». De otro modo, los inquilinos habrían podido optar a la compra de los pisos en que vivían.


Prácticamente acabada la obra del Valle de los Caídos, José Banús Masdéu ya había dirigido sus naves hacia la Costa del Sol, entrando así en competencia con Girón de Velasco. Campos de golf, turismo de lujo, dólares… Compró las 1200 hectáreas de la finca El Ángel y construyó Nueva Andalucía a lo largo de dos kilómetros de playa, un complejo urbanístico dotado de puerto deportivo para el atraque de 900 embarcaciones, plaza de toros capaz de albergar a 12 000 personas, tres hoteles de cinco estrellas, campos de golf y servicios de élite. Un paraíso pensado para la aristocracia europea, por el que deambularon durante los años 60, el príncipe Rainiero, Grace Kelly, el Sha de Persia, el presidente de la ITT, Aga Khan… La presencia de la jet sel internacional atrajo también a los jeques árabes, con sus petrodólares, sus palacios en la «milla de oro», y su tópica imagen repartiendo Rolex. Junto a ellos, la más opaca y adinerada aristocracia franquista compartió sus horas más alegres con el gran magnate de la construcción.


Puerto Banús


En la primera mitad de los años setenta, el apellido Banús se escribía con «F» de Famoso, «I» de Importante, y se le calificaba como el «Onassis hispánico». Aquel tipo de tertulias periodísticas que tanto gustaban a los jerarcas del diario Pueblo, le concedieron el reconocimiento de haber sido el artífice de la pujanza de Marbella y de la Costa del Sol. Se disponía a construir un hipódromo, promocionaba espectáculos internacionales para atraer turistas de calidad y rompía una lanza por la legalización de los casinos de juego, entonces prohibidos por el Régimen. Su «visión futurista» para competir en el mercado turístico del Mediterráneo era la siguiente: «Con estos casinos no se buscaría el beneficio económico, sino los medios que permitirían la promoción de otros atractivos. Con los beneficios obtenidos por medio de estos casinos se podrían organizar competiciones deportivas a gran escala, espectáculos teatrales, conciertos, recitales y otras tantas cosas, que a su vez elevarían y potenciarían nuestro nivel turístico de forma inquebrantable.»


Tras la muerte de Franco, su fortuna se calculó en más de cien mil millones de pesetas. Poseía decenas de empresas y cinco mil personas trabajaban para él. Dentro del Grupo Banús destacaban las siguientes empresas: Banús Andalucía Nueva, S. A. (BANSA), José Banús Internacional Promotora y Financiera (BANINSA), Puerto Banús de Nueva Andalucía, S. A., José Banús, S. A., Administración General de Inmuebles (AGISA), Banús Spada, S. A., Constructora de Andalucía la Nueva, S. A., Playas Españolas, S. A., CRYSSA y Juan Banús S. A. (Jubansa), entre otras.


Sin embargo, el anciano patriarca, años antes de que le visitara la muerte en 1984, tuvo ocasión de descubrir que, con la democracia, las cosas ya no serían para él como antes, que habían acabado los buenos tiempos. En los primeros años de la Transición, la Asociación de Vecinos del barrio del Pilar se movilizó para defender La Vaguada de la depredación planeada por la compañía José Banús Internacional S. A., promotora desde el 3 de mayo de 1975 de la compañía Centro Comercial El Pilar S. A., en cuyo consejo participaban José Banús Masdéu, Manuel Fernández Tubera, Michel Mancy e Isidro Banús Puig. En litigio estaba el uso de 500 000 metros cuadrados sobre los que Banús había planeado un inmenso centro comercial, sin tener en cuenta las necesidades urbanísticas del vecindario, carente de zonas escolares, deportivas, sanitarias y de espacios verdes. Presionado por el clamor vecinal, el promotor decidió apartarse de la primera línea de fuego y cedió todos sus poderes a personas de su confianza, en una operación que muchos consideraron magistral: se «vendió» a sí mismo una propiedad que le había costado 300 000 pesetas por 84,7 millones que, sumados, pasaron a engrosar el capital social de la empresa.



«Nuestra Cruzada es la única lucha en la que los ricos que fueron a la guerra salieron más ricos», dijo Francisco Franco, durante un discurso en Lugo, el 21 de agosto de 1942. La historia de España durante el siglo XX es también la historia de un enriquecimiento perpetrado en condiciones excepcionales. A partir de la Guerra Civil de 1936, nació una clase dirigente que unió su destino al del franquismo y supo transitar con soltura desde los consejos de ministros a los consejos de administración, en un viaje de ida y vuelta donde lo público y lo privado respondían a sus intereses particulares. Durante casi medio siglo, esa clase social franquista logró beneficios asombrosos realizando sus negocios bajo el proteccionismo del poder. En tales condiciones, corrupción y desarrollo fueron los rasgos de un mismo proceso en el que se forjaron grandes fortunas y se consolidó el capitalismo español.


Hoy, los miembros de esa clase social se cuentan entre las familias más ricas de la España del siglo XXI, millonarios emergentes con apellidos tan sonoros como Serrano Suñer, Girón, Cortina, Alcocer, Letona, Carceller, Barrera de Irimo, Calviño, Fontana Codina, García Ramal… Fueron las familias de un régimen político poblado por empresarios de fortuna, falangistas de clase media, funcionarios oportunistas, latifundistas de gatillo fácil, nobles industriosos, altos cargos a la búsqueda de multinacionales, ministros cinegéticos… todos unidos a la caza del Dinero, entrenados en la autarquía de la posguerra para enriquecerse con el desarrollismo a partir de 1959.