Mariano Sánchez Soler. Ricos por la guerra de España (El enriquecimiento de la oligarquía franquista desde 1936). José Banús, el constructor del Valle de los Caídos. [epub]


La mayor piara saqueadora de España tras la de los Borbones


Españoles, noble pueblo de esta Castilla corazón de España, tierra de hidalgos… Nuestro gobierno será un gobierno de autoridad, un gobierno para el pueblo. Se equivocan quienes creen que hemos venido a mantener los privilegios del capitalismo.

FRANCISCO FRANCO. Burgos, 1 de octubre de 1936


Nuestra Cruzada es la única lucha en la que los ricos que fueron a la guerra salieron más ricos.

FRANCISCO FRANCO. 21 de agosto de 1942


El Rey Saud de Arabia Saudí posa junto a Francisco Franco. Al igual que su sucesor a título de rey, tampoco hacía ascos a los petrodólares de los "infieles" sauditas.


EL CAMPANARIO Y LA ESPADAÑA diferencian el mausoleo de los Franco de cualquier otra construcción unifamiliar desperdigada por la zona. El tejado de pizarra se sostiene sobre unas paredes de granito y domina el pequeño cementerio de El Pardo, donde reposan los restos de Carmen Polo de Franco, junto al pequeño Fran de Borbón, su biznieto fallecido en accidente, y rodeados por los más cercanos colaboradores de la familia. En un mausoleo de 250 metros cuadrados, la Señora de Meirás ocupa una cripta con aire acondicionado y reclinatorios de terciopelo, que facilita la estancia de ciento cincuenta personas en su interior, y cuya construcción, en la década de los setenta, constó doscientos millones de pesetas. Sic transit gloria mundi.


Pasear entre los panteones y leer las inscripciones de las sepulturas, se convierte inmediatamente en un recorrido a través del franquismo más íntimo y familiar. Un retrato del clan de El Pardo más allá del tiempo. Visité aquel camposanto tras el fallecimiento de Carmen Polo, en una mañana luminosa y decadente, y constaté que, a veces, un cementerio es más clarificador que cualquier estudio histórico. Cerca de la entrada, en el primer cuadro del recinto, sobre la lápida de una modesta sepultura de granito negro puede leerse «Familia Carrero Blanco». Casi a su lado, un mausoleo de arquitectura moderna alberga a la Familia Banús. El que fuera ministro de Comercio, Manuel Arburúa, ocupa un panteón cerca de los colaboradores del Caudillo: Franco Salgado-Araujo, Fernando Fuertes de Villavicencio, «Pedrolo» Nieto Antúnez… Al avanzar, las inscripciones muestran los apellidos de ilustres familias previsoras, cuyos restos descansan y descansarán para siempre junto a la familia Franco, quizás como un símbolo de la profunda amistad que se profesaron. Allí habían reservado sepultura los más modernos tecnócratas: «Familia López de Letona», «Familia Navarro Rubio», los banqueros Fierro, e incluso algunos futuros demócratas: «Familia Oreja Aguirre».


Aquí yacen los podridos restos de la urraca llamada Carmen Polo y donde según los sociatas serán trasladada la momia del Cabronsísimo de manera respetuosa, ya que de socialistas tienen lo que yo de monaguillo. Prácticamente una iglesia entera para mayor gloria póstuma de l@s grandes saqueadores de España. Vergüenza de país.


Ni la muerte parece separar determinados destinos históricos, ¿o se dice intrahistóricos? La eternidad atada y bien atada desde 1969, cuando el general ordenó a su jefe de la Casa Civil, general Fuertes de Villavicencio: «Busque usted unos terrenos al norte del palacio, que sean fáciles de visitar, pertenezcan al Estado o que su expropiación resulte fácil». El Caudillo tenía decidido ser enterrado en el monumento de Cuelgamuros y deseaba organizar la última morada de su esposa y su familia.


A dos kilómetros de El Pardo, en la carretera de Mingorrubio y muy cerca del cuartel que albergaba a la Guardia de Franco, el Patrimonio del Estado —administrado entonces por Fuertes de Villavicencio— cedió el solar donde fue construido el camposanto de la Corte de El Pardo. Allí quedaba la última morada íntima del franquismo, mientras el Valle de los Caídos, erigido en honor a los «héroes anónimos que dieron su vida por España» —tan anónimos como José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco Bahamonde—, se convertiría en su sepultura política y simbólica.


«La dimensión de nuestra Cruzada —dice el preámbulo del decreto de construcción del Valle de los Caídos—, los heroicos sacrificios que la victoria encierra y la trascendencia que ha tenido para el futuro de España esta epopeya, no pueden quedar perpetuados por los sencillos monumentos con los que suelen conmemorarse en villas y ciudades los hechos salientes de nuestra historia y los episodios gloriosos de sus hijos. Es necesario que las piedras que se levanten tengan de los monumentos antiguos su grandeza, que desafíen al tiempo y al olvido y que constituyan lugar de meditación y reposo en el que las generaciones futuras rindan tributo de admiración a los que le legaron una España mejor. A estos fines responde la elección de un lugar retirado donde se levante el templo grandioso de nuestros muertos, en el que por los siglos se ruegue por los que cayeron en el camino de Dios y de la Patria. Lugar perenne de peregrinación en lo que lo grandioso de la naturaleza ponga un digno marco al campo en que reposen los héroes y mártires de la Cruzada.» (Boletin Oficial del Estado, 1 de Abril de 1940).


Monumento a la Ignominia


En aquel «digno marco» natural, el Generalísimo vivió, sin embargo, la primera contestación pública, el primer desafío falangista a su persona durante un acto oficial del que se tiene constancia. El 20 de noviembre de 1960, Franco asistió a una misa solemne por el alma de José Antonio Primo de Rivera, acompañado por Alonso Vega, Sanz Orrio y los dirigentes falangistas Jesús López Cancio, jefe del Frente de Juventudes, Jesús Aparicio Bernal, jefe del SEU, y Rodolfo Martín Villa, jefe falangista del distrito universitario de Madrid. Un falangista de 22 años, Rodolfo Alonso Urdiales, gritó en el silencio: «¡Franco, eres un traidor!» Fue detenido y condenado a doce años de prisión en consejo de guerra. Aparicio Bernal y Martín Villa suspiraron porque no se trataba de un estudiante bajo su mando y abandonaron al joven falangista a su suerte. «Yo creo que ese falangista iba confabulado con otros —explicó Franco a su primo—. Es de la carrera de Magisterio, hijo de un guardia civil que en nuestra guerra estuvo en la zona roja y que, por no haber tenido ninguna responsabilidad en la actuación, continúa prestando servicio en el Benemérito Instituto. No creo que haya influido para nada en la actitud de su hijo, sin duda influidos por otros compañeros no contentos con la actuación del partido y su marcha política.»


Un año antes, a tres meses de que concluyera la construcción del monumento, el propio Pacón escribiría en su diario, con amargas palabras: «En España no hay ambiente para este monumento, pues aunque dure el miedo a otra guerra civil, gran parte de la población tiende a perdonar y olvidar. No creo que los familiares de los blancos ni de los rojos sientan deseos de que sus deudos vayan a la cripta, que si sólo es para los blancos establecerá para siempre una eterna desunión entre los españoles.»


Banús rindiendo pleitesía a quien se lo debe todo


JOSÉ BANÚS: EL ONASSIS HISPÁNICO


Cuando el 1 de abril de 1959, veinte años después del inicio de las obras, se inauguró el Monumento Nacional del Valle de los Caídos, José Banús Masdéu era ya uno de los principales promotores inmobiliarios y constructores de España. Su gloria empresarial ascendió tan alto como la gran cruz de ciento cincuenta metros creada por Juan de Ávalos y levantada por la constructora Huarte y Compañía, con el diseño y los cálculos del arquitecto Diego Méndez. Sus ejecutantes serían ochenta presos políticos —declararía Méndez al propagandista de Falange Tomás Borrás en 1957—, «en su mayoría condenados por delitos estremecedores, por su misma índole carecían de miedo, no les importaba nada arrostrar los mayores peligros. Ellos horadaron el granito, se subieron a andamios inverosímiles, manejaron la dinamita… Han jugado, día a día, con la muerte, […] sin ellos, la obra hubiera durado muchos más años, con empleo de máquinas en número mayor y con dispendios crecidos.» 


La impronta de Banús quedaría cimentada sobre aquellas 201 740 toneladas de granito ancladas a un monte horadado a los pies de la sierra de Guadarrama, pero sus orígenes eran humildes. Nacido en un pequeño pueblo de Tarragona en 1904, hijo y nieto de capataces de la construcción devenidos en empresarios modestos, y miembro de una familia numerosa, José Banús Masdéu sólo había estudiado el bachillerato elemental hasta los catorce años cuando, llegada la edad de trabajar, se marchó a la obra con su padre. Hizo la guerra en el bando nacional y en plena posguerra controló el suministro en Madrid de áridos y gravas. Con su hermano Juan, fundó Construcciones Molán y la Empresa San Román, que levantaron el monasterio del Valle de los Caídos y excavaron la galería sobre la que se alzó el conjunto arquitectónico. Bajo las siglas de su propio nombre, José Banús realizó también la carretera de acceso a Cuelgamuros.




En tiempos de escasez, el monumento se estaba sufragando con donaciones personales ofrecidas al Caudillo durante la Guerra Civil, con suscripciones nacionales y con la venta de joyas y medallas incautadas. Durante las dos décadas que duró la construcción, las empresas de Banús dispusieron de cemento y materiales de construcción en abundancia y siempre cobraron por su trabajo, incluso cuando, en 1952, se agotaron los fondos y fue preciso destinar al Valle de los Caídos el beneficio neto del sorteo extraordinario de la Lotería Nacional del 5 de mayo de aquel año. En el balance final del 31 de octubre de 1967, el importe total de las obras del Valle de los Caídos ascendió a más de 2439 millones de pesetas. Para entender la magnitud de gasto tan «monumental», basta compararlo con los dineros que el Presupuesto del Estado destinaba, en 1970, a otras actividades culturales: restauración y protección del patrimonio histórico-artístico (2000 millones de pesetas), archivos y bibliotecas (1090 millones), modernización de museos (1050 millones), por no hablar de los ridículos 166 millones de pesetas destinados a la promoción del libro y la lectura. Por poner otro ejemplo, la construcción del Valle de los Caídos costó lo mismo que el presupuesto estatal para la educación preescolar (2421,4 millones de pesetas).


Compadreando con el nuevo padrino...


El dispendio de millones fue criticado incluso por el fiel Pacón, que en 1955 escribe en su diario: «Yo respeto lo que hizo el Generalísimo gastando muchos millones en el Valle de los Caídos para conmemorar la Cruzada, pero considero que hubiera sido más positivo y práctico haber hecho una gran fundación para recoger en ella a todos los hijos de las víctimas de la guerra, sin distinción de blancos o rojos; si eran blancos, en premio al sacrificio de sus padres, si eran rojos para demostrar falta de rencor con los hijos sin culpa de los que a nuestro juicio estaban equivocados. Una fundación que tuviese medios para ser sostenida durante muchos años y así recordar a las generaciones venideras que los que nos alzamos por una España mejor no somos rencorosos ni queremos que el odio y la intransigencia separen siempre a los que somos hijos de una misma patria.»


Puerto Banús en Marbella (Málaga). La mayor concentración de fascismo y gangsterismo internacional que puede encontrarse en España,  lleva un justo nombre.


Mientras sus trabajadores-prisioneros picaban granito en la ladera de Guadarrama, José Banús Masdéu supo consolidarse como el constructor del Régimen. La enorme demanda de viviendas asequibles en vísperas de la expansión desarrollista le convirtieron en un promotor inmobiliario de masas, concepto nuevo que arrinconaba para siempre al constructor convencional. Banús se impuso en Madrid con la promoción de barrios sociales —carentes de casi todos los servicios— para una emergente clase media-baja. Sus empresas levantaron San José de Valderas, residencia forzada de los expresos que construyeron el Valle de los Caídos; Villaamil, entregado sin espacios verdes, sin asfalto en sus calles y sin dotaciones tan básicas como las bocas de riego; La Jarosa de la Sierra, Santa María (de la UVA, Unidad Vecinal de Absorción), Simancas, Tres Cantos, Mirasierra… La historia oficial olvidaría pronto aquellas jornadas de posguerra en las que José Banús recorría las cárceles y seleccionaba a los presos que, a cambio de comida y de redimir tres días de condena por cada uno de trabajo —además de un pequeño salario que el empresario abonaba al ministerio de Justicia, que se lo daba al preso reducido en un 50 por 100, para pagar con la diferencia, teóricamente, la comida del trabajador -esclavo-, aceptarían el duro destino de Cuelgamuros. Banús en persona les interrogaba sobre su edad, les hacía abrir la boca para comprobar el estado de su dentadura y les tanteaba para calibrar la fuerza de sus músculos. Así conseguía la mano de obra más barata de la época —y eso que hasta el ministerio recibía su parte del miserable estipendio—, una legión casi esclava, inexperta y sin la maquinaria precisa, que trabajó «a la romana» —como se decía entonces— extrayendo a mano los enormes bloques de granito.


Monumento a Banús en Marbella ¿Memoria histórica?


Entre todas sus promociones, fue en el barrio del Pilar, la zona urbana más poblada de Europa, donde Banús dejó para el futuro su huella más clara. Cuando la Administración puso en marcha, en 1956, el Plan de Urgencias en Madrid para la construcción de viviendas sociales, él estaba allí en primera fila. Levantaba el barrio de la Concepción mientras la Comisión de Urbanismo del ministerio de la Vivienda iniciaba el proceso de expropiación de una zona conocida entonces como Veguilla-Valdezarza-Vertedero. Aquella superficie de un millón de metros cuadrados, una vez edificada, daría cobijo a más de ciento cincuenta mil personas y constituiría el famoso barrio del Pilar, bautizado así por el propio José Banús en honor a su esposa, María del Pilar Calvo Sánchez de León, con la que estaba casado aunque constaba como soltero en los registros mercantiles hasta los años sesenta. Sin duda, una argucia legal. Y como una prueba más de su amor conyugal, fue también Banús quien denominó a las principales calles del nuevo barrio con nombres de poblaciones tan gallegas como María del Pilar Calvo: Betanzos, Arteijo, Monforte de Lemos, Corcubión…


El constructor del Valle de los Caídos empleó un modus operandi que es ya casi un tópico del urbanismo franquista. La Administración dictaminó un procedimiento de urgencia por el cual los dueños de aquellas parcelas de suelo rústico ubicadas en Veguilla-Valdezarza-Vertedero —y en las que estaba prohibido construir— eran obligados a «ceder» sus propiedades por un precio irrisorio. Y el comprador no era otro que José Banús, presidente de la Junta de Compensación oficial que expropiaba los terrenos. Como dice el refrán, había conseguido ser al mismo tiempo cocinero y fraile. En 1959, cuando toda aquella superficie estaba prácticamente en manos de Banús, el ministerio de la Vivienda levantó la expropiación y nuestro promotor ejemplar tuvo en sus manos la posibilidad de edificar y vender sin ninguna cortapisa.


Como presidente de la Junta de Compensación del ministerio de la Vivienda —dirigido entonces por el falangista José Luis de Arrese—, el constructor Banús se reservó cien hectáreas (un millón de metros cuadrados) para su promoción personal. En 1961, transcurridos tres años, Banús comenzó a edificar con créditos concedidos por la banca oficial, se acogió a las ventajas del régimen de protección oficial y, del mismo modo que en el Valle de los Caídos, volvió a servirse de mano de obra presidiaría para levantar los nuevos edificios, en función de un acuerdo firmado en abril de 1954 con el patronato oficial de Nuestra Señora de la Merced, antecesora de la Comisión Nacional de Asistencia Social.


Y un Busto en Puerto Banús. Esta es la "Memoria Histórica" del PSOE andaluz...


Era un gigante al que todo parecía permitido. En «sus» cien hectáreas levantó veinte mil viviendas: el doble de lo que autorizaba el Plan General de Ordenación del Área Metropolitana de Madrid de 1964. En previsión de que no le fuera aprobada oficialmente la primera manzana de pisos, cuentan que Banús, con los planos bajo el brazo, se desplazó hasta el palacio de El Pardo y que el mismísimo general Franco le dio «el visto bueno» con su propia firma. Un episodio imposible de comprobar, ya que la documentación sobre la construcción de aquella primera manzana de viviendas se perdió, supuestamente, durante un traslado de archivos ministeriales.


Sea o no cierto, la íntima relación de José Banús con los Franco hace verosímil una anécdota semejante. En octubre de 1963, el inevitable Pacón relata en su diario: «Uno de los altos cargos de la casa me contó que un día Sánchiz quería convencer al Caudillo de que el Estado comprase a Banús los terrenos que éste había adquirido en Marbella porque ya estaba arrepentido de la compra. El Caudillo interrumpió a Sánchiz secamente diciéndole que debía ocuparse de regar su jardín y de que las vacas no estuviesen tan delgadas. Sánchiz es el administrador y encargado de la explotación de la finca del Caudillo en Valdefuentes. Franco despidió a los señores de Sánchiz, que muy respetuosamente le llamaban “Excelencia”, confirmando lo que también me habían contado de que en una ocasión el pariente político le dijo: “¿No le parece que deberíamos tutearnos?” Y que Franco le contestó: “Excelencia es el tratamiento que me corresponde”».


Grace Kelly, Príncipe Rainiero y Banús en la inauguración del puerto que lleva el ignominioso nombre del último.


En sus operaciones, además de su equipo de hombres fieles, Banús contaba con la familia. Una legión de hermanos, primos, sobrinos y cuñados ocupaban los consejos de administración de sus empresas. Y entre todos ellos, su primo Isidro Banús Puig, secretario de Baninsa, consejero de Bansa y Puerto Banús. ¿Y qué mejor testaferro que los miembros del entorno familiar cuando se vislumbra un contratiempo? Así quedó patente en el verano de 1975 cuando el constructor del Valle de los Caídos subió unilateralmente, entre un 11 y un 14 por 100, los precios de los alquileres a sus inquilinos de la ciudad-dormitorio madrileña de Santa María, junto a Canillas, la mitad de ellos en régimen de arrendamiento. Treinta y dos vecinos se negaron a pagar la subida y al enfrentarse a la demanda que los propietarios habían interpuesto contra ellos en el Juzgado Municipal, se encontraron con que la sociedad arrendataria Construcciones Residenciales y Sociales, S. A. (CRYSSA), había vendido sus pisos, en pleno agosto y sin que ninguno de ellos lo supiera, a tres inmobiliarias llamadas Tajuña, Morata y Hontanar, que coincidían con CRYSSA en todo: tenían el mismo domicilio social, idéntico apoderado —Juan Miarnau Banús— y sus consejos de administración estaban ocupados por las mismas personas: Dolores Banús Masdéu, su esposo Juan Miarnau Ciurana y los hijos de ambos: Juan, Jorge, Carmen y Pilar Miarnau Banús. Para poder realizar la «autoventa» tuvieron que hacer constar documentalmente que aquellas viviendas estaban «libres de inquilinos y arrendatarios». De otro modo, los inquilinos habrían podido optar a la compra de los pisos en que vivían.


Prácticamente acabada la obra del Valle de los Caídos, José Banús Masdéu ya había dirigido sus naves hacia la Costa del Sol, entrando así en competencia con Girón de Velasco. Campos de golf, turismo de lujo, dólares… Compró las 1200 hectáreas de la finca El Ángel y construyó Nueva Andalucía a lo largo de dos kilómetros de playa, un complejo urbanístico dotado de puerto deportivo para el atraque de 900 embarcaciones, plaza de toros capaz de albergar a 12 000 personas, tres hoteles de cinco estrellas, campos de golf y servicios de élite. Un paraíso pensado para la aristocracia europea, por el que deambularon durante los años 60, el príncipe Rainiero, Grace Kelly, el Sha de Persia, el presidente de la ITT, Aga Khan… La presencia de la jet sel internacional atrajo también a los jeques árabes, con sus petrodólares, sus palacios en la «milla de oro», y su tópica imagen repartiendo Rolex. Junto a ellos, la más opaca y adinerada aristocracia franquista compartió sus horas más alegres con el gran magnate de la construcción.


Puerto Banús


En la primera mitad de los años setenta, el apellido Banús se escribía con «F» de Famoso, «I» de Importante, y se le calificaba como el «Onassis hispánico». Aquel tipo de tertulias periodísticas que tanto gustaban a los jerarcas del diario Pueblo, le concedieron el reconocimiento de haber sido el artífice de la pujanza de Marbella y de la Costa del Sol. Se disponía a construir un hipódromo, promocionaba espectáculos internacionales para atraer turistas de calidad y rompía una lanza por la legalización de los casinos de juego, entonces prohibidos por el Régimen. Su «visión futurista» para competir en el mercado turístico del Mediterráneo era la siguiente: «Con estos casinos no se buscaría el beneficio económico, sino los medios que permitirían la promoción de otros atractivos. Con los beneficios obtenidos por medio de estos casinos se podrían organizar competiciones deportivas a gran escala, espectáculos teatrales, conciertos, recitales y otras tantas cosas, que a su vez elevarían y potenciarían nuestro nivel turístico de forma inquebrantable.»


Tras la muerte de Franco, su fortuna se calculó en más de cien mil millones de pesetas. Poseía decenas de empresas y cinco mil personas trabajaban para él. Dentro del Grupo Banús destacaban las siguientes empresas: Banús Andalucía Nueva, S. A. (BANSA), José Banús Internacional Promotora y Financiera (BANINSA), Puerto Banús de Nueva Andalucía, S. A., José Banús, S. A., Administración General de Inmuebles (AGISA), Banús Spada, S. A., Constructora de Andalucía la Nueva, S. A., Playas Españolas, S. A., CRYSSA y Juan Banús S. A. (Jubansa), entre otras.


Sin embargo, el anciano patriarca, años antes de que le visitara la muerte en 1984, tuvo ocasión de descubrir que, con la democracia, las cosas ya no serían para él como antes, que habían acabado los buenos tiempos. En los primeros años de la Transición, la Asociación de Vecinos del barrio del Pilar se movilizó para defender La Vaguada de la depredación planeada por la compañía José Banús Internacional S. A., promotora desde el 3 de mayo de 1975 de la compañía Centro Comercial El Pilar S. A., en cuyo consejo participaban José Banús Masdéu, Manuel Fernández Tubera, Michel Mancy e Isidro Banús Puig. En litigio estaba el uso de 500 000 metros cuadrados sobre los que Banús había planeado un inmenso centro comercial, sin tener en cuenta las necesidades urbanísticas del vecindario, carente de zonas escolares, deportivas, sanitarias y de espacios verdes. Presionado por el clamor vecinal, el promotor decidió apartarse de la primera línea de fuego y cedió todos sus poderes a personas de su confianza, en una operación que muchos consideraron magistral: se «vendió» a sí mismo una propiedad que le había costado 300 000 pesetas por 84,7 millones que, sumados, pasaron a engrosar el capital social de la empresa.



«Nuestra Cruzada es la única lucha en la que los ricos que fueron a la guerra salieron más ricos», dijo Francisco Franco, durante un discurso en Lugo, el 21 de agosto de 1942. La historia de España durante el siglo XX es también la historia de un enriquecimiento perpetrado en condiciones excepcionales. A partir de la Guerra Civil de 1936, nació una clase dirigente que unió su destino al del franquismo y supo transitar con soltura desde los consejos de ministros a los consejos de administración, en un viaje de ida y vuelta donde lo público y lo privado respondían a sus intereses particulares. Durante casi medio siglo, esa clase social franquista logró beneficios asombrosos realizando sus negocios bajo el proteccionismo del poder. En tales condiciones, corrupción y desarrollo fueron los rasgos de un mismo proceso en el que se forjaron grandes fortunas y se consolidó el capitalismo español.


Hoy, los miembros de esa clase social se cuentan entre las familias más ricas de la España del siglo XXI, millonarios emergentes con apellidos tan sonoros como Serrano Suñer, Girón, Cortina, Alcocer, Letona, Carceller, Barrera de Irimo, Calviño, Fontana Codina, García Ramal… Fueron las familias de un régimen político poblado por empresarios de fortuna, falangistas de clase media, funcionarios oportunistas, latifundistas de gatillo fácil, nobles industriosos, altos cargos a la búsqueda de multinacionales, ministros cinegéticos… todos unidos a la caza del Dinero, entrenados en la autarquía de la posguerra para enriquecerse con el desarrollismo a partir de 1959.


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