Eduardo de Guzmán
Villada (Palencia) 1909 - Madrid 24-6-1991
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En Madrid, barrio de Atocha, desde los diez años; llevó a cabo estudios provechosos que compatibilizaba con colaboraciones en diversos periódicos como el Diario del Pueblo, y de negro en agencias y revistas.
Fue redactor-jefe de La Tierra (1930) para el que realizó dos famosos reportajes (sobre Casas Viejas y el asesinato de Hildegart) durante cinco años; en 1935 pasó a la redacción de La Libertad hasta comienzos de la guerra en que marchó a la redacción del CNT y a la de Frente Libertario.
Adscrito a la CNT en fecha desconocida, al parecer por influencia de Orobón, en enero de 1937 asumió la dirección de Castilla Libre, portavoz de la CNT del Centro, que mantuvo hasta el fin de la contienda (último número de 28 de marzo).
Apresado en Alicante el 1 de abril de 1939, conoció los campos de concentración y la cárcel (Yeserías), fue condenado a muerte en enero de 1940, indultado en mayo de 1941 y liberado en 1948.
Parece (¿desde la cárcel?) que fue miembro del comité nacional de Amil en 1944 (según Pastor Sevilla llegó a ser secretario general) y que al año siguiente se ofreció a CNT para redactar un estudio sobre la represión franquista.
Tras su liberación vive durante veinte años de traducciones, reportajes, cuentos, guiones de cine y escribiendo literatura de consumo (no menos de cien novelitas policíacas y 400 del oeste publicadas con seudónimo: Eddie Thorny, Edward Goodman), aunque no sin sufrir las iras represivas (un año de cárcel en Oviedo en 1951 acusado de espionaje).
Desde 1969 trabaja para la agencia mejicana de noticias y colabora en prestigiosas publicaciones del momento (índice, Tiempo de historia, Triunfo).
Se le rehabilitó como periodista en 1978 e inicia un periodo de intensa labor como escritor con notable éxito y también como conferenciante. En los últimos años presidió la Fundación Salvador Seguí.
Ha sido redactor de Historia Libertaria, colaborador de Castilla Libre (director en los treinta y en los setenta), La Hora de Mañana, índice, Polémica, Tiempo de Historia, Tierra y Libertad de México, Triunfo, etc. y de la Historia de Abad en fascículos.
Es autor, además de la masa de novelitas señaladas (entre las que recordamos Bill el salvaje, De cebo una mujer, Duelo de gigantes, La epopeya del oeste, Esto es gangsterismo, John el audaz, Manos sucias, Me casé con una bruja, Muerte robada, Pánico, El pistolero, Sucedió mañana ), de: El año de la victoria (Madrid 1974, galardonada en 1975 con el Premio Internacional de prensa), Aurora de sangre (Madrid 1972), El confidente, España entre la Dictadura y la Democracia (Madrid 1976), La España trágica (Madrid 1932), Historias de la prensa (Madrid 1982), Madrid rojo y negro. Milicias confederales (Barcelona 1938), 1930: Historia política de un año decisivo (Madrid 1973), Un momento decisivo en la vida de España (Madrid 1938), La muerte de la esperanza (Madrid 1973), Nosotros los asesinos (Madrid 1976), la segunda república fue así (Barcelona 1977), Sevilla la trágica (Madrid 1932), Teodoro Mora (Madrid 1938?), 24 horas (Madrid 1936), Vida y lección de Anselmo Lorenzo (Madrid 1938), Vida y muerte de Hildegart (Madrid 1973, llevada al cine).
PRÓLOGO A LA 1ª EDICIÓN UMBRAL
Casi todas las ediciones de la sección de propaganda del Comité de Defensa Confederal, del centro, se hacen bajo una bandera de batalla; son instrumentos de lucha de la revolución, en manos del Movimiento Libertario. Esgrimiéndolos, combate contra el prurito dictatorial, contra el partidismo exacerbado, contra la negligencia, contra el amilanamiento, contra la desmoralización y la inmoralidad, contra los organismos caducos y los vicios en retoño, contra la calumnia, contra la frivolidad impropia de los días de guerra, contra los privilegios y, en fin, contra cuanto repugna, no únicamente al ideario anarquista, sino también, y aun principalmente, a la robusta hombría de bien de los trabajadores revolucionarios.
Esas ediciones, además, son gratuitas, para ejemplo y escándalo a la vez de quienes dieron en la manía de suponer que es una «redención a metálico» la que al proletariado le interesa, le ponen precio hasta al aliento y satisfechos se sienten cuando el Consejo de Empresa a que pertenecen puede jactarse de tener en caja dos millones de pesetas... Frente Libertario, el periódico que desde antes de noviembre del 36 viene editando esa sección de propaganda, es gratuito, aun en contra de algunos imprecisos requerimientos oficiales u oficiosos; gratuitas han sido, o son todavía, las revistas que ha destinado al entreteniemiento provechoso de los combatientes; gratuitos también los libros que, por centenares, envía a las brigadas y divisiones de raíz confederal; gratuita la recopilación de Romances de CNT de Antonio Agraz, y los dos tomos de mi Antifascismo proletario, y esta obra densa y ágil, pletórica de vida, de Eduardo de Guzmán. Madrid rojo y negro...
¡Qué elocuencia tiene el título! El Madrid de todos los días, aunque en él se percibe el latido poderoso del Movimiento Libertario, no es rojo y negro. Hay en su prensa muchas notas oficiales, y acaso más indicios de la actuación de la censura; en sus muros, muchos carteles, veraces y emocionados, algunos, muy pocos, y embusteros y fríos los demás; en los amplios balconajes, banderas tricolores; en la calle, acaso la bullanga de los «mítines relámpago» de los comunistas, que casi siempre originan lluvia; queridas de parvenus, cuyo perro de lujo come mejor que la familia colocada entre la pared de la cartilla de abastecimiento y la espada del Tribunal de Subsistencias; parejas que dedican al amor las preocupaciones que niegan a la guerra; automóviles ocupados por los magnates del papeleo y los caciques de la estampilla, vistan o no vistan de uniforme; grandes carteras de cuero de los que viven de hacer que hacen; gafas ahumadas y miradas cautas de quienes temen que alguien les reconozca y les eche mano; «colas» en las que, si las privaciones acibararan el humor y a todo quisque le dan ganas de bronca, la debilidad consigue que las riñas no adquieran trágico tono y que no llegue la sangre al río...
Este, en general, es hoy, a primera vista y en lo externo, el Madrid del «¡Amos, anda!», del «¡A mí, qué!», del «¡Que te crees tú eso!»; el Madrid que no da importancia al cañoneo que sufre, que hace de tripas flojas corazón robusto, que ni él mismo se explica cómo vive, que abre surtidores en su fondo pícaro cuando dice: «¡Mucho cuento!...», «¡A mis meses!...», «¡Y un jamón!...» o cualquier otra expresión de suspicacia, suficiencia, sorna o astucia.
Ese Madrid del peligro cercano, pero quieto; que, detrás de sus barricadas, da la impresión de haber pactado una tregua con el enemigo, le disgusta a uno o le agrada, le entusiasma o lo deprime, según el humor con que se eche a la calle. Pero ese Madrid, el de todos los días, se transforma de vez en vez, cuando menos se espera; su corazón multitudinario toca a rebato, se aviva su gesto, se contraen sus músculos y adquiere el indescriptible estado nervioso de la epopeya. Algo sabemos de esto quienes hemos vivido intensamente, con placer y dolor, con todo nuestro ser, los minutos interminables y los días brevísimos de julio y de noviembre...
Cuando la llamada del peligro concita, como entonces, hombres dispuestos al sacrificio, Madrid se hace rojo y negro. ¿Sucederá así siempre? No lo sé. Lo indiscutible es que ha sucedido en las dos ocasiones de mayor riesgo para el pueblo. En julio, no sólo las fuerzas patronales ensambladas con el resto de las castas del privilegio, sino también las representaciones del Estado republicano y los organismos responsables de algunos sectores proletarios, le negaban a la CNT (Confederación Nacional de Trabajadores) que mantenía con calor y brío la huelga de la construcción, el pan y el agua. La Hoja Oficial del Lunes publicó una nota ociosa de la Dirección General de Seguridad, en la que se vertía la insidia canallesca de que en las filas de la CNT y de la FAI (Federación Anarquista Ibérica) se habían introducido algunos dirigentes de Falange Española. Sólo disponíamos de un humildísimo semanario: Construcción. No podíamos replicar cumplidamente a las baterías contrarias, que nos lanzaban denuesto tras denuesto. La flor de la militancia estaba en la cárcel. Los sindicatos, clausurados. Pero toda nuestra fuerza estaba en la calle. Llegó el momento de manifestarla y de ponerla a prueba. Se produjo la sublevación fascista, y aunque nadie, absolutamente nadie, nos dio fusiles, Madrid se llenó de nuestros gritos, y en su aire encendido de mueras y de vítores, flamearon las banderas rojinegras, que al darle el aspecto que nunca tuvo, le proporcionaban un tono desconocido y le movilizaban para la victoria. Después, la hoguera del arrebato anarquista pasó por Alcalá, por Guadalajara, por Toledo, y en los frentes, como llamas, se alzaron ante el enemigo nuestras enseñas de sangre y de dolor...
Se abrió más tarde la forja de ánimos heroicos de noviembre, y Madrid, que había ido perdiendo externamente su tono de ciudad rojinegra, volvió a adquirirlo al sentir en Getafe los cañonazos de las fuerzas que mandaban Varela y Yagüe. El material humano se encendió otra vez, y entonces, la FAI, la CNT y las Juventudes Libertarias, como si fueran algo salido de la misma entraña de Madrid, levantaron de nuevo en sus calles banderas de triunfo, pendones de muerte. Hacia los Carabancheles, hacia la Casa de Campo, hacia la Ciudad Universitaria pasaban los compañeros en aquella hora en que los buenos no necesitaron llamamiento, porque, como la sangre y los amigos verdaderos, acudían a la herida por impulso propio. Otra vez el rojo y el negro, en marcha hacia el peligro, se llevaban tras de sí los corazones, levantaban a su altura los ánimos y amparaban un nacimiento de emociones y de esperanzas. Pero no fue sólo necesario hacer frente al enemigo; preciso fue también cortar en Tarancón la corriente desmoralizadora de quienes huían de Madrid.
Y allí, en Tarancón, estuvo Eduardo Val, estuvo Cipriano Mera, estuvo Pepe Villanueva, estuvieron los compañeros que bajaban de la sierra de Albarracín dispuestos a jugarse la vida en los arrabales madrileños. Ante la cobardía de los tradicionales «bulle-bulle», deshinchado el globo de quienes presumían ser los autores de toda obra buena, a punto de producirse el caos, y arrollada en la calle la autoridad -moral y política- que algunos habían abandonado en la huída, nuestro Comité de Defensa, en representación de los libertarios metidos en la lucha, tuvo en sus manos, durante algún tiempo, la suerte de Madrid. Vino entonces Durruti. Se combatió de manera indescriptible, con arrogancia insuperable, con desprecio a la vida en particular, privada, por asegurar la continuidad de la colectiva. y cuando sabemos que entonces nadie nos superó en el sacrificio, cuando podemos probar que superamos a muchos en abnegación, tenemos noticia de que en el extranjero hay quien atribuye a su exclusivo esfuerzo la defensa de Madrid; de este Madrid defendido por el general «No Importa», por el genio popular, que puede todo cuanto quiere, que improvisa cuanto necesita y que simultáneamente recuerda, en los trances de peligro, los versos de Almafuerte:
«No te sientas esclavo, ni aun esclavo; no te des por vencido, ni aun vencido», y aquellos otros que el jefe de las fuerzas musulmanas gritó a éstas, al cundir entre ellas, el desaliento, en la batalla de San Esteban de Gormaz: «La salida está en vencer, y en el valor la esperanza».
En el libro Contraataque, Ramón J. Sender, tránsfuga de las ideas y de la literatura, escritor de casa y boca en la plantilla de la burocracia soviética, ha tenido la desvergüenza de ocultar nuestra intervención destacadísima en la defensa de Madrid, y el atrevimiento remunerado de presentar unos personajes «anarquistas» que no son como los libertarios somos en realidad, sino como a ese escritor de alquiler le agradaría que fuésemos, para justificar así el no haber podido vivir en nuestro campo, el no haber sabido luchar entre nosotros. La mejor respuesta a Contraataque es este libro vigoroso y dinámico de Eduardo de Guzmán. Lo que Sender oculta bajo tupidos velos de secta, Eduardo de Guzmán lo pone al descubierto, bajo la luz viva y roja de la verdad de nuestra lucha. Lo que el tránsfuga pretende cubrir de lodo, aparece aquí sin escoria, erguido en las horas supremas de muerte y de fama.
Entre julio y noviembre, entre los dos momentos culminantes del Madrid actual, entre las dos columnas de la epopeya del «Madrid rojo y negro», hace pasar mi compañero de ideal, de trabajo y de lucha, toda la acción que nos evoca su título Milicias Con federales. Es esta una narración suelta de sintaxis, amplia de generosidad, presurosa de estilo; pero apretada de hechos, apoplética de figuras, encendida de luces heroicas, crepitante de movimiento combativo. Pasan gestos, hombres, acciones de guerra, desvelos, protestas, gritos de dolor, aires de arenga. El escritor no ha podido detenerse en ningún detalle, porque la emoción de uno empujaba a la del precedente. En el río no se ven las gotas, no es posible contarlas, ni cabe tampoco entretenerse mirando las irisaciones que el sol podría poner en una; están todas juntas, pasan sin solución de continuidad, y es el rumor de todas, o su total aspecto, lo que nos impresiona.
Así ocurre con este libro; por sus páginas pasa, dentro de un cauce impreciso, el turbión de la lucha antifascista en los frentes del centro. Suficientes títulos tenía Eduardo de Guzmán para escribir esta obra. Es uno de los primeros periodistas de España, de extraordinarias facultades para el arte difícil y volandero del reportaje. Es un militante de la CNT cuyo diario Castilla Libre dirige, y tiene un conocimiento personal y concreto de la acción y de los hombres que aquí describe o cita. Ha vivido intensamente en Madrid durante toda la campaña, y dentro de sí lleva el dolor de la guerra, no sólo por la repercusión que en su espíritu pueda producir este cataclismo, sino también porque en carne de su carne y en sangre de su sangre la ha sufrido, al perder a su hermano, Angel de Guzmán en el frente de lucha, de cara al enemigo, que en él encontró la codiciada presa de un capitán de las milicias confederales... Seguro estoy de que el libro será bien aceptado, como merece, en nuestro Movimiento.
También tengo la certeza de que en algunas zonas políticas sentará como un tiro. ¡Qué importa! Aquí no se dice sino la verdad, y aquellos a quienes la misma les quite la careta o les desplume el airón de las hazañas falsas, podrán protestar, podrán quejarse, pero jamás rechazarla. No habrá nadie que diga: «¡Eso es mentira!». y como nadie lo dirá, Eduardo de Guzmán, y con él el organismo que edita su libro; con ambos todo el Movimiento Libertario español, dan al mundo y a la historia un cúmulo de notas exactas acerca de esta epopeya que sentiremos siempre en la sangre quienes hemos tenido el honor de vivirla de cara a la muerte...
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