Un breve recorrido sobre el anarquismo en la Guerra Civil española. Distribuidora Peligrosidad Social [Pdf]


Este texto surge de la preparación directa de una de las charlas de unas jornadas organizadas por la Federación de Estudiantes Libertarixs. Ésta concretamente se realizó el 11 de mayo de 2011 en la Facultad de Geografía e Historia de la UCM, cuando hacía 80 años bajo la recién proclamada II República tenía lugar un arrebato incendiario de conventos e iglesias. En el mes anterior, vanguardias estudiantiles plañideras de la II República convocaban el LXXX Aniversario de la proclamación de la II República, a su vez que enarbolaban lemas con vistas a una III República de orientación política diversa (socialdemócrata, marxista-leninista soviética, de corte maoísta). Pero siempre y como cada año anteponiendo la unidad de España sobre todo, y olvidando el carácter burgués y opresor de la surgida en 1931, así como su represión contra las masas proletarias (incluida en su fase “progresista”), y que las tropas que reprimieron la tan falsamente reivindicada revolución asturiana de octubre de 1934 y la interesadamente olvidada masacre de campesinos de Yeste (Albacete, 25/05/1936) portaban la feliz e incólume bandera roja, gualda y morada.

Mujeres Libres. España 1936-1939. Mary Nash (editora)



El propósito de esta pequeña antología es dar a conocer, a través de sus propios textos, una organización femenina española, de orientación anarquista, llamada Mujeres Libres, cuyo período de actuación va de abril de 1936 a febrero de 1939. La investigación histórica sobre el período de la Segunda República y la Guerra Civil no ha prestado atención a esta organización. Uno de los motivos es, posiblemente, el que no contara con personalidades destacadas, ya que la Historia suele escribirse tomando como punto de referencia la actuación de las figuras más conocidas de cada período. Sin embargo, son las masas anónimas las que hacen la Historia, y es en este sentido en el que la actuación de Mujeres Libres presenta interés. En efecto, contó con un número apreciable de afiliadas, 20.000, la mayor parte obreras, con núcleos en gran parte del territorio leal a la República.

Pero su interés histórico radica, sobre todo, en el hecho de que Mujeres Libres planteó, por primera vez en España, la problemática de la mujer desde una perspectiva de clase: es decir, la liberación femenina desde la perspectiva de la emancipación de la clase obrera, que podemos denominar feminismo proletario por contraposición a los movimientos feministas de carácter burgués, que, por otra parte, han sido estudiados con cierta extensión.


Mujeres Libres nació de un grupo de mujeres que, en abril de 1936, comenzaron a preparar la publicación de una revista, que llevaba el mismo nombre de la organización, dedicada a «cultura y documentación social» con el fin de interesar a las mujeres en temas sociales y atraerlas a las ideas libertarias. Parece haberse concebido, no solo a raíz de los debates en la prensa anarquista y anarcosindicalista sobre el tema de la mujer, sino también de la creciente conciencia entre las mujeres anarquistas de la necesidad de tener una organización específicamente femenina.

Las fundadoras de la organización Mujeres Libres eran tres: Lucía Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada y Amparo Poch y Gascón. Lucía Sánchez Saornil fue tal vez el miembro más prolífico de Mujeres Libres. Colaboradora en revistas teóricas anarquistas, como «La Revista Blanca» y «Tiempos Nuevos», y en la prensa anarcosindicalista, concretamente en «Umbral», «Solidaridad Obrera», «El Libertario» y «CNT» de Madrid, desempeñó el cargo de Secretaria Nacional de Mujeres Libres y, en mayo de 1938, pasó, además, a ocupar el cargo de Secretaria del Consejo General de Solidaridad Internacional Antifascista. Mercedes Comaposada fue también colaboradora en la prensa anarcosindicalista, en «Ruta» y «Tierra y Libertad», y ocupó el puesto de redactora de la revista «Mujeres Libres». Amparo Poch y Gascón colaboró en «La Revista Blanca», «Tiempos Nuevos» y «Tierra y Libertad». Doctora en medicina, se interesó especialmente por la puericultura. Desempeñó el cargo de directora del Casal de la Dona Treballadora en Barcelona desde diciembre 1937.


El núcleo inicial de mujeres anarquistas que fundaron la revista «Mujeres Libres» a finales de abril 1936 se fue ampliando hasta incorporar a otras mujeres interesadas en mejorar la educación social y profesional de las jóvenes que acudían a las clases de la Federación Local de Sindicatos en Madrid. De ellas surgió la primera agrupación de la organización Mujeres Libres. En septiembre de 1936, el «Grupo Cultural Femenino», núcleo de mujeres libertarias de Barcelona, se unió a la agrupación de Madrid, constituyéndose así la segunda agrupación de la organización. Durante los dos años siguientes, la organización fue extendiéndose por la zona republicana del país. La región con más agrupaciones de Mujeres Libres fue Cataluña, donde, con excepción de las agrupaciones de las barriadas de la ciudad de Barcelona, se alcanzó el número de 40 agrupaciones en diversos pueblos y ciudades de la región. En Madrid, existían agrupaciones en 13 barriadas de la ciudad y, en la región del centro, unas 15 agrupaciones, principalmente en Guadalajara. También proliferaron en la región de Levante, donde se crearon unas 28 agrupaciones. En Aragón, se han citado 14 agrupaciones que formaban la Federación Provincial de Mujeres Libres, sin embargo, solo se han podido localizar en 5 pueblos de esta región. El total de las agrupaciones de Mujeres Libres parece haber sido de 147, que reunían a unas 20.000 afiliadas, en su mayoría de clase obrera.

Mujeres Libres se había concebido y formado antes de los acontecimientos de julio 1936. Había ya publicado tres números de su revista. Por lo tanto, no fue una organización más de las surgidas a raíz de la guerra, aunque las peculiares circunstancias bélicas determinaron de una manera considerable la posterior trayectoria de la organización. El primer Congreso Nacional de Mujeres Libres tuvo lugar en Valencia durante los días 20 y siguientes de agosto de 1937. El objetivo inicial de Mujeres Libres fue la emancipación de la mujer y su captación para el movimiento libertario. La organización consideró siempre como su finalidad primordial la liberación de la mujer y en especial de la mujer obrera, de la triple esclavitud que recaía sobre ella: esclavitud de la ignorancia, esclavitud como productora y esclavitud como mujer.


La doble lucha de la mujer

El hombre revolucionario que hoy lucha por su libertad, solo, combate contra el mundo exterior. Contra un mundo que se opone a sus anhelos de libertad, igualdad y justicia social. La mujer revolucionaria, en cambio, ha de luchar en dos terrenos; primero por su libertad exterior, en cuya lucha tiene al hombre de aliado por los mismos ideales, por idéntica causa; pero, además, la mujer ha de luchar por la propia libertad interior, de la que el hombre disfruta ya desde hace siglos. Y en esta lucha la mujer está sola.

En los comienzos del movimiento obrero, se decía muchas veces: «Al enemigo lo tenemos en nuestro propio campo». Había pues, que vencer a este enemigo antes de pensar en otras conquistas. Del mismo modo, la mujer que quiera emanciparse en la igualdad de derechos, ha de emprender primero la lucha en su propio campo. Y en esta lucha, además de encontrarse sola, además de contar únicamente con ella misma, le dificulta la lucha el enemigo que reside en su propio campo; un enemigo al que nunca ha reconocido conscientemente como tal, al que está ligada íntimamente y por instinto desde su propia infancia.

Primero la familia. No es fácil deshacer las fuertes ligaduras que, por educación y por tradición, existen entre la mujer y la familia. Es duro hacer sufrir a unos padres queridos que no aciertan a transigir con los anhelos libertarios de la hija, que no quieren ayudarla en su lucha, que niegan a la muchacha adolescente el esclarecimiento de la cuestión sexual, que la quieren inducir a la espera pasiva y virginal del hombre que le ofrezca el matrimonio y que le asegure una existencia en la que la mujer, llena de ignorancia y de prejuicios, no suele encontrar la felicidad, sino una vida desolada y triste. Todo esto conducía casi siempre a burlar en secreto las normas maternales, a la insinceridad, al engaño cobarde. En estas circunstancias, la libertad interior era imposible. Y en semejante ambiente se fundaba una nueva familia que por falta de sinceridad —e incluso en el caso de una buena inteligencia sexual entre los dos esposos— coloca a la mujer en una nueva situación embarazosa, determinada por la represión de la personalidad en la mujer.

Así, lo subconsciente en la mujer ha de ver por fuerza en todos estos seres queridos —padres, marido e hijos— a enemigos de su libertad. Y la mujer tiene que combatir a estos enemigos modificando su actitud frente a ellos, luchar contra los prejuicios y las tradiciones, y ya interiormente libre y en condiciones distintas, unirse realmente a sus compañeros de otro sexo para luchar juntos contra el enemigo exterior, contra la servidumbre y la opresión. Es difícil para la mujer determinar exactamente sus ligaduras interiores. Una vez conocidas, ha de ser inexorable consigo misma; ha de renunciar, en primer término, a la cómoda costumbre. Sola ha de llegar a este convencimiento y sola tiene que luchar; nadie sino el amor a la libertad la puede ayudar en esto. El hombre —ni siquiera el compañero anarquista— no la puede ayudar en esto; más bien lo contrario, porque también en él hay tanta vanidad escondida, que, sin que se dé cuenta y con apariencia de amor y amistad mal entendidos, trabaja muchas veces contra la liberación de la mujer.

Ante tantos obstáculos, es inexplicable la decepción y la tendencia a abandonar la lucha. Pero sed fuertes y aguantad, mujeres de la Revolución. Cuando hayáis conseguido perteneceros a vosotras mismas; cuando vuestras decisiones en la vida cotidiana obedezcan solo a vuestra propia convicción y no a costumbres atávicas; cuando vuestra vida afectiva esté libre de toda consideración sentimental y tradicional; cuando podáis ofrecer vuestro amor, vuestra amistad o vuestra simpatía como expresión genuina de vosotras mismas, entonces os será fácil vencer los obstáculos exteriores. Automáticamente pasaréis a ser personas con libre albedrío e igualdad de derechos sociales, mujeres libres en una sociedad libre que vais a construir junto con el hombre, como sus verdaderas compañeras. La Revolución ha de comenzar desde abajo. Y desde adentro. Dejad que entre el aire en la vida familiar, vieja y angosta. Educad a los niños en libertad y alegría. La vida será mil veces más hermosa cuando la mujer sea realmente una «mujer libre».

Ilse «Mujeres Libres», VIII mes de la Revolución.



Chile da una muestra de dignidad a todo el planeta defenestrando a los políticos en su campo, las urnas



Por tercera elección consecutiva, la gran mayoría de los habilitados para votar prefirió restarse de las urnas. Pero a pesar de ello, las sabandijas políticas siguen creyéndose representantes del pueblo chileno. En esta tercera derrota absoluta del sistema sufragista se batieron todos los récords anteriores: la votación alcanzó un 34%, convirtiéndose así en las elecciones menos votadas de la historia. De un censo electoral que cuenta con 14,1 millones de personas, las estimaciones señalan que apenas votarían en torno a 4, 8 millones. Comunas como Puente Alto, Maipú y Ñuñoa fueron las más abstencionistas.

Ya en mayo de 2015 un estudio publicado por el medio Infobae revelaba que Chile era el país que presentaba mayor abstención electoral en el mundo. El análisis se realizó a partir de datos obtenidos a través del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA), y se consideró solamente a naciones con al menos un millón de habitantes y una democracia realmente funcional. Aunque México tampoco se queda a la zaga y en Iberia vamos avanzando en cuestión de escupir al sistema impuesto por una minoría de votantes que dan el poder al partido que logre arañar al menos el 25% de los votos (el PP ni siquiera ha sido votado por 1 de cada cuatro personas en edad de votar).

De nada sirvieron los constantes llamados a votar ni la ayuda de los programas de televisión para invitar a participar en estas elecciones municipales que registraron la cifra de abstención más alta desde la vuelta de la democracia. Las elecciones municipales de 2012 se mantenían con la mayor abstención desde el retorno de la democracia con un 57%, por lo que se presagiaba que para estos comicios municipales la renuncia al voto por parte del electorado podría ser alta, pero aún así los pronósticos se quedaron cortos.

En la capital, Santiago, el alcalde gobernará con el voto de 29. 862 santiagueños en una ciudad que cuenta con un censo electoral de 301. 535 electores. En total han votado 67. 574 electores, un 22´34% del censo. Como siempre suele ocurrir, para abultar los porcentajes de voto, los resultados muestran a Alessandri como conseguidor del 46´76% de los votos. Pero si hacemos cuentas, el alcalde de la capital de Chile es alcalde con la venia de un 10% de los electores santiagueños. La abstención llegó hasta casi el 78%, nadie puede decir que tiene legitimidad para gobernar con estas cifras. Santiago tendrá un alcalde de derechas con el 90% de la ciudad en contra.

En Concepción, la segunda ciudad más importante del país, la abstención ha alcanzado poco menos del 72%. De un censo electoral que cuenta con 198.961 habitantes inscritos, sólo han votado 56.529 electores. El candidato de Nueva Mayoría gobernará con un porcentaje del censo que no llega ni al 15%, ya que ha sido votado por 25.224 de los 198.961 inscritos en el censo. La legitimidad, al igual que en Santiago, no será la bandera que puedan ondear los dos alcaldes de las dos ciudades más importantes de Chile.

Las alcaldías de Santiago Centro, Providencia y Maipú pasan a manos de la oposición, que retiene Las Condes, Vitacura, Viña del Mar, Temuco y Ñuñoa. La participación se sitúa en torno al 35 %, bastante por debajo de los anteriores, celebrados en 2012

La derecha chilena arrebató varios municipios emblemáticos a la coalición de centroizquierda Nueva Mayoría, cuando se lleva escrutado aproximadamente el 90% de los votos en los comicios locales celebrados este domingo.Las alcaldías de Santiago Centro, Providencia y Maipú, comunas situadas en la región Metropolitana del Gran Santiago, pasan a manos de la oposición derechista, que retiene además las de Las Condes, Vitacura, Viña del Mar, Temuco y Ñuñoa, entre otras.La Nueva Mayoría, coalición que actualmente gobierna Chile, conserva la ciudad de Concepción, la segunda más importante del país, mientras que la derecha pierde Valparaíso, que pasa a ser gobernada por el candidato del partido izquierdista Revolución Democrática."Junto con reconocer este resultado, hay mucho que agradecer esta noche a pesar de estar afrontando un derrota", declaró la todavía alcaldesa de Santiago Centro, Carolina Tohá, del Partido por la Democracia (PPD), englobado en la Nueva Mayoría."La democracia es la democracia y se respeta (...), corresponde felicitar a los triunfadores", dijo Tohá, quien perdió la alcaldía frente a Felipe Alessandri, candidato independiente en la listas de la coalición conservadora Chile Vamos, quien tras conocer los resultados dijo: "Estamos haciendo historia en Santiago".

La ex ministra de Salud Helia Molina, quien se presentaba a la alcaldía del municipio santiaguino de Ñuñoa por la coalición gobernante, reconoció su derrota y afirmó que se trata de un voto de castigo al Ejecutivo de Michelle Bachelet."Creo que -de alguna manera- hay un castigo al Gobierno de la Nueva Mayoría. Hay un juicio público", declaró Molina, quien agregó que "cuando hay mucha abstención, la derecha sale favorecida".La participación en estos comicios locales -que han estado precedidos por un considerable error en el padrón electoral- se sitúa en torno al 35 %, bastante por debajo de los anteriores, celebrados en 2012, cuando votó el 43% de los electores.

También la alcaldesa del municipio santiaguino de Providencia, Josefa Errázuriz, dirigente del movimiento vecinal perteneciente a la Nueva Mayoría, atribuyó parte de su derrota a factores externos.Errázuriz -derrotada por quien fue candidata presidencial de la derecha en 2014, Evelyn Matthei- hizo un llamamiento a la unidad y advirtió a la alcaldesa electa de que fiscalizará "con fuerza" su acción de gobierno, además de atribuir parte de la derrota a factores que nada tiene que ver con la política municipal."Me da una profunda pena que los problemas del padrón (electoral) y algunos problemas pendientes del país nos hayan pasado la cuenta", argumentó.

Una de las mayores sorpresas se dio en la ciudad portuaria de Valparaíso, donde el independiente Jorge Esteban Sharp, próximo al partido izquierdista Revolución Democrática, se impuso a los candidatos de las dos coaliciones mayoritarias."Se acabó el duopolio, la corrupción, la injusticia y las malas prácticas (...) Irrumpe hoy una nueva fuerza política de ciudadanos que nos hemos atrevido a recuperar la dignidad de nuestro país", dijo.Las elecciones municipales de este domingo, la cuarta cita con las urnas en la que el voto es voluntario, se han celebrado en medio de la controversia por un error en el censo electoral que puede haber afectado a decenas de miles de votantes y una alta abstención.

Ya ven lo que le importa la opinión del pueblo a la "democracia" chilena, tras ser defenestrados todos los políticos con una abstención más que masiva, el sistema intenta seguir medrando como si nada hubiese pasado. Con este porcentaje de abstención ¿no deberían ser anuladas las elecciones? Cómo es posible mantener la paz social si quienes dictan son escupidos por la inmensa mayoría del pueblo? ¿Es que acaso no importa la opinión del pueblo sino la decisión de quienes ostentan el monopolio de la violencia? Las dictaduras camufladas como democracias (como es el caso de España también) quedan absolutamente desenmascaradas tras ser rechazadas masivamente en las urnas, entonces es cuando más claro queda que a los gobernantes les importa tú opinión menos que una mierda. Seguirán interpretando su papel en el circo democrático, pero sin público poco durará la función. Salud y Libertad. 

Fuente de los datos:

EFESantiago de Chile

Ricardo Mella. La bancarrota de las creencias (1902)


La fe tuvo su tiempo; tuvo también su quiebra ruidosa. No quedan en pie a estas horas sino solitarias ruinas de sus altares.

Si preguntáis lo mismo a las gentes cultas que a las que llevan todavía taparrabo intelectual, y quieren contestaros en conciencia, os dirán que ha muerto para siempre la fe; la fe política, la fe religiosa, hasta la fe científica, que ha defraudado tantas esperanzas.

Muerto todo el pasado, las miradas giraron anhelantes hacia el sol naciente. Las ciencias tuvieron sus himnos triunfales. Y sucedió que la multitud diose nuevos ídolos y ahora mismo andan los conspicuos de las creencias nuevas predicando a diestro y siniestro las excelsas virtudes de la dogmática científica. La peligrosa logorrea de encomiásticos adjetivos, la charla sempiterna de los sabios de guardarropía, nos pone en trance de que con razón se proclame la bancarrota de la ciencia.

En realidad, de verdad, no es la ciencia la que quiebra en nuestros días. No hay una ciencia; hay ciencias. No hay cosas acabadas; hay cosas en perpetua formación. Y lo que no existe no puede quebrar. Si se pretendiera todavía que aquello que está en constante elaboración, aquello que constituye o va constituyendo el caudal de los conocimientos, hace bancarrota en nuestra época, demostraríamos únicamente quien tal dijere que buscaba en las ciencias lo que ellas no pueden darnos. No quiebra la labor humana de investigar y conocer; lo que quiebra, como antes quebró la fe, son las creencias.

La comodidad de creer sin examen o después de deliberación madura, unida a la pobreza de la cultura general, ha dado por resultado que a la fe teológica haya sucedido la fe filosófica y más tarde la fe científica. Así, a los fanáticos religiosos y a los fanáticos políticos siguen los creyentes en una multitud de ismos que si abonan la mayor riqueza de nuestros entendimientos no hacen sino confirmar las atávicas tendencias del humano espíritu.

¿Pero qué significa el clamoreo que a cada paso se levanta en el seno de los partidos, de las escuelas y de las doctrinas? ¿Qué ese batallar sin tregua entre los catecúmenos de una misma Iglesia? Es sencillamente, que las creencias quiebran.

El entusiasmo del neófito, el santo y loco entusiasmo, forja nuevas doctrinas, y las doctrinas nuevas creencias. Se anhela algo mejor, se persigue lo ideal, se busca noble y elevado empleo a las actividades, y apenas hecho ligero examen, si se da con la nota, que repercute armónicamente en nuestro entendimiento y en nuestro corazón, se cree. La creencia arrastrándose entonces a todo, dirige y gobierna nuestra existencia entera; absorbe todas nuestras facultades. No de otro modo es como las capillas, como las iglesias, chicas o grandes, se alzan poderosas por todas partes. La creencia tiene sus altares, tiene su culto, tiene sus fieles, como los tuvo la fe. Mas hay una hora fatal, inevitable, de interrogaciones temibles. Y esta hora luminosa es aquélla en que un pensamiento maduro se pregunta a sí mismo la razón de sus creencias y de sus amores ideológicos.

La palabra ideal, que era algo así como la nebulosa de un Dios en cuyo altar quemábamos el incienso de nuestros entusiasmos, se bambolea entonces. Muchas cosas se desmoronan dentro de nosotros mismos. Vacilamos como edificio cuyos cimientos flaquearon. Sentíamonos molestos con los compromisos de partido y de opinión, tal como si nuestras propias creencias llegaran a convertirse en atadero inaguantable. Creíamos en el hombre, y ya no creemos. Afirmábamos en redondo la virtud mágica de ciertas ideas, y ya no osamos afirmarla. Gozábamos el entusiasmo de una regeneración positiva inmediata, y ya no la gozamos. Sentimos miedo de nosotros mismos. ¡Qué prodigioso esfuerzo de voluntad para no caer en la más espantosa vacuidad de ideas y de sentimientos!

Allá va la multitud arrastrada por la verbosidad de los que no llevan nada dentro y por la ceguera de los que se creen repletos de grandes e incontestables verdades. Allá va la multitud prestando con la inconsciencia de su acción vida aparente a un cadáver cuyo enterramiento sólo espera la voluntad fuerte de una inteligencia genial que arranque la venda de la nueva fe.

Pero el hombre que piensa, el hombre que medita sobre sus opiniones y actos en la silenciosa soledad a que le lleva la insuficiencia de las creencias, esboza el comienzo de la gran catástrofe, presiente la bancarrota de todo lo que mantiene a la humanidad en pie de guerra y se apercibe a la reedificación de su espíritu.

Las polémicas ruidosas de los partidos, las diarias batallas de personalismos, de enconos, de odios y de envidias, de vanidades y de ambiciones, de las pequeñas y grandes miserias que cogen al cuerpo social de arriba abajo, no significan otra cosa sino que las creencias hacen quiebra por doquier.

Dentro de poco, tal vez ahora mismo, si profundizáramos en las conciencias de los creyentes, de todos los creyentes, no hallaríamos más que dudas e interrogaciones. Confesarían pronto sus incertidumbres todos los hombres de bien. Sólo quedarían afirmando la creencia cerrada aquéllos que de afirmarlo saquen algún provecho, del mismo modo que los sacerdotes de las religiones y los augures de la política continúan cantando las excelencias de la fe que aun después de muerta les da de comer.

¿Es acaso que la humanidad va a precipitarse en el abismo de la negación final, la negación de sí misma?

No pensamos como viejos creyentes que lloran ante el ídolo que se derrumba. La humanidad no hará otra cosa que romper un anillo más de la cadena que la aprisiona. El estrépito importa poco. Quien no se sienta con ánimos para asistir sereno al derrumbamiento, hará bien en retirarse. Hay siempre piedad para los inválidos.

Creímos que las ideas tenían la virtud soberana de regenerarnos, y nos hallamos ahora con quien no lleva en sí mismo elementos de pureza, de justificación y de veracidad, no los puede tomar a préstamo de ningún ideal. Bajo el influjo pasajero de un entusiasmo virgen, parecemos renovados, mas al cabo, el medio ambiente recobra su imperio. La humanidad no se compone de héroes y genios, y así, aun los más puros se hunden, al fin, en la inmundicia de todas las pequeñas pasiones. La hora en que quiebran las creencias es también la hora en que se conoce a todos los defraudadores.

¿Estaremos en un circuito de hierro? Más allá de todas las hecatombes la vida brota de nuevo. Si las cosas no se modifican conforme a nuestras tesis particulares, si no suceden tal como pretendemos que sucedan, ello no abona la negación de la realidad de las realidades. Fuera de nuestras pretensiones de creyentes, la modificación persiste, el cambio continuo se cumple, todo evoluciona: medio, hombres y cosas. ¿En qué dirección? ¡Ay! Eso es lo que precisamente queda a merced de la inconsciencia de las multitudes; eso es lo que, en último término, decide un elemento extraño a la labor del entendimiento y de las ciencias: la fuerza.

Después de todas las propagandas, de todas las elecciones, de todos los progresos, la humanidad no tiene, no quiere tener más credo que la violencia. ¿Acierta? ¿Se equivoca?

Y es fuerza que aceptemos las cosas como son y que, aceptándolas, no flaquee nuestro espíritu. En el momento crítico en que todo se desmorona en nosotros y alrededor de nosotros; cuando nos penetramos de que no somos ni mejores ni peores que los demás; cuando nos convencemos de que el porvenir no se encierra en ninguna de las fórmulas que aún nos son caras, de que la especie no se conformará jamás a los moldes de una comunidad determinada, llámese A o llámese B; cuando nos cercioramos, en fin, de que no hemos hecho más que forjar nuevas cadenas, doradas con nombres queridos, en ese momento decisivo es menester que rompamos todos los cachivaches de creencia, que cortemos todo atadero y resurjamos a la independencia personal más firmes que nunca.

Si se agita una individualidad vigorosa dentro de nosotros, no moriremos moralmente a manos del vacío intelectual. Hay siempre para el hombre una afirmación categórica, el devenir, el más allá que se refleja sin tregua y tras el cual es preciso correr, sin embargo. Corramos más deprisa cuando la bancarrota de las creencias es cosa hecha.

¿Qué importa la seguridad de que la meta se alejará eternamente de nosotros? Hombres que luchen, aun en esta convicción, son los que se necesitan; no aquéllos que en todo hallan elementos de medro personal; no aquéllos que hacen de los intereses de partido banderín de enganche para la satisfacción de sus ambiciones; no aquéllos que puestos a monopolizar en provecho propio, monopolizarían hasta los sentimientos y las ideas.

También entre los hombres de aspiraciones más sanas se hacen plaza el egoísmo, la vanidad, la petulancia necia y la ambición baja. También en los partidos de ideas más generosas hay levadura de la esclavitud y de la explotación. Aun en el círculo de los más nobles ideales, pululan el charlatanismo y el endiosamiento, el fanatismo, pronto a la intransigencia con el amigo, más pronto a la cobardía con el adversario; la fatuidad que se empina pavoneándose escudada en la ignorancia general. En todas partes, la mala hierba brota y crece. No vivamos de espejismos.

¿Dejaremos que nos aplaste la pesadumbre de todo lo atávico que resurge, con nombres sonoros, en nosotros y alrededor de nosotros?

Erguirse firme, más firme que nunca, poniendo la mira más allá, siempre más allá de una concepción cualquiera, revelará al verdadero luchador, al revolucionario de ayer, de hoy y de mañana. Sin arrestos de héroe, es menester pasar impávidos a través de las llamas que consumen la mole de los tiempos, arriesgarse entre los maderos que crujen, los techos que se hunden, los muros que se desploman. Y cuando no queden más que cenizas, cascote, informes escombros que habrán aplastado la mala hierba, no restará para los que vengan después más que una obra sencilla: desembarazar el suelo de obstáculos sin vida.

Si la caída de la fe ha permitido que en el campo fértil del humano crezca la creencia, y la creencia, a su vez, vacila y se inclina marchita hacia la tierra, cantemos la bancarrota de la creencia, porque ella es un nuevo paso en el camino de la libertad individual. Si hay ideas, por avanzadas que sean, que nos han atado al cepo del doctrinarismo, hagámoslas añicos. Una idealidad suprema para la mente, una grata satisfacción para el espíritu desdeñoso de las pequeñeces humanas, una fuerza poderosa para la actividad creadora, puesto el pensamiento en el porvenir y el corazón en el bienestar común, quedará siempre en pie, aun después de la bancarrota de todas las creencias.

En estos momentos, aunque se espanten los mentecatos, aunque se solivianten todos los encasillados, bulle en muchos cerebros algo incomprensible para el mundo que muere; más allá de la anarquía hay también un sol que nace, que en la sucesión del tiempo no hay ocaso sin orto.



Los fundamentalistas cristianos norteamericanos. (Joe Bageant. Crónicas de la America profunda)



La iglesia de mi hermano es lo que se conoce como una iglesia baptista independiente. Depende tan poco de nuestro mundo que el tío me sale con cosas como «¿Sabes, Joey?, el otro día participé en un exorcismo. Ojalá hubieras estado allí». Las iglesias fundamentalistas independientes son, desde el punto de vista teológico, espacios difusos, con un sistema de creencias basado en cualquier interpretación de la Palabra de Dios que el «predicador Bob» o el «pastor Donnie» se atrevan a sugerir. Los miembros del clero surgen en el seno de la propia iglesia y por lo general son gente sin formación aunque, como la mayoría de los americanos, no se ven a sí mismos de esa manera. La falta de estudios superiores es la característica distintiva de los pastores fundamentalistas y pasa totalmente inadvertida para los fieles, quienes creen que cualquier escuela de formación profesional o, sobre todo, el seminario de su propia iglesia están a la altura de cualquiera de las infames universidades laicas. De hecho, los «colegios de enseñanza de la Biblia» son mejores porque en ellos no se enseña filosofía, ciencia, bellas artes, literatura en formas reconocibles como tales desde un punto de vista laico.

Este rechazo a lo que es visto como un «aprendizaje decorativo» ha sido un rasgo del fundamentalismo americano desde los tiempos de las iglesias de troncos, sigue proporcionando a nuestra nación carismáticos fundamentalistas cuya capacidad de análisis es francamente nula. Si a eso se añaden más de treinta años de desarrollo de las escuelas cristianas (arraigadas en el movimiento que luchó contra el fin de la segregación racial) y más de dos millones de estudiantes a escala nacional que asisten a esas escuelas, y otros millones de chicos fundamentalistas inscritos en las escuelas públicas, puede que empiecen a entender por qué tantos estados están reformando su sistema educativo con el propósito de sustituir las enseñanzas de Darwin por las fábulas de Adán y Eva, para que no nos quepa la menor duda de que David mató a Goliat, pese a la completa falta pruebas de que alguna vez existieran tales personajes.

Los miembros de Iglesia Baptista de Shenandoah son de ultraderecha, por mucho que lo nieguen. Ellos dicen que forman parte de la «mayoría», y si los números no mienten pueden atribuirse tranquilamente esa etiqueta con mayor razón que los liberales, a quienes exceden en número.

La certeza de que Dios existe es mayoritaria. Un 76% de protestantes, un 64% católicos y un tercio de los judíos están «absolutamente convencidos» de que es así, según datos encuesta Harris. Los miembros de la Iglesia Baptista de Shenandoah también forman parte de la mayoría en lo referente al nivel educativo. Son parte de ese 75% de norteamericanos que parece conformarse con acabar el instituto o los que piensan que un año o dos de estudios de cualquier cosa al finalizar la secundaria son más que suficientes. Un 25% de los que tienen derecho a voto son fundamentalistas cristianos, de acuerdo con los datos del Pew Research Center, y 20 de los 25 millones de fundamentalistas que hay en América votaron en las últimas elecciones.


Los estadísticos coinciden en que la asistencia a las iglesias es uno de los mejores indicadores para determinar si un votante es liberal o conservador. Según los estudios, un 62% de la clase trabajadora acude a la iglesia y un 89% de todos los norteamericanos se toma su religión bastante en serio como para asistir a alguna ceremonia u oficio religioso varias veces al año. Entre ellos hay un 36% que va a la iglesia por lo menos dos veces al mes. Las encuestas Gallup demuestran que entre una cuarta y una tercera parte de los norteamericanos son cristianos renacidos, un enorme paraguas bajo el cual se cobijan liberales renacidos como Jimmy Carter, incluso algunos cristianos ecologistas. La diversidad entre los fundamentalistas es mayor de lo que generalmente supone la gente de los sectores laicos. Pero considerándolos como un todo puede decirse que los fundamentalistas tienen tres cosas en común: son más blancos que una servilleta sin estrenar, de clase trabajadora (en la mayor parte de los casos) y solo han estudiado secundaria.

En cualquier caso, algunos evangélicos se apartan de lo establecido en un aspecto importante: ellos fuera, harían pedazos la Constitución para instituir la «ley bíblica» y los mandamientos del Antiguo Testamento, y aspiran a la creación a largo plazo de un Estado teocrático. Otros creen que nos acercamos rápidamente al Fin de los Tiempos y que pronto se verán cumplidas las más oscuras profecías bíblicas; igual que muchos de sus antepasados escoceses del Ulster, creen que cualquier clase de teocracia es indisociable del Fin de los Tiempos, y, aunque pocos lo confiesan abiertamente, algunos no se oponen a una guerra nuclear en Oriente Próximo, idealmente con la ayuda de Israel.

Como dice el hermano Mike, «Israel es la clave de todo. En el momento en que se fundó el Estado de Israel, se puso en marcha el Fin de los Tiempos». Esto significa que el Mesías puede regresar a la Tierra solo después de que se desencadene el Apocalipsis en Israel, el llamado Armagedón, asunto que la minoría influyente y poderosa de fundamentalistas tratan de fomentar a fin de precipitar el Fin de los Tiempos. El primer requisito era la creación del Estado de Israel. Hecho. Ahora, lo que se espera es que Israel se expanda por todo Oriente Próximo para así recuperar sus «Territorios Bíblicos». Lo que significa nuevas guerras. Los conservadores cristianos más radicales creen que la paz no conduce al retorno de Cristo, sino que es casi un obstáculo que retrasa el Reinado de Cristo en la Tierra, que durará mil años, y que cualquiera que promocione la paz es una herramienta de Satanás. Por ello los fundamentalistas apoyan todas y cada una de las guerras en Oriente Próximo, y muchos creen que las muertes de sus propios hijos son una especie de martirio sagrado. «Murió defendiendo los valores cristianos de este país». Esto es lo que se oye decir una y otra vez a los padres más radicales de jóvenes muertos. El desfile de féretros, sin embargo, ha hecho que al menos unos pocos se aparten del rebaño de cristianos militaristas.

La teología del Fin de los Tiempos o premilenarismo (una oscura doctrina concebida por John Nelson Darby, del movimiento fundamentalista de los hermanos Plymouth, en el año 1827) presenta muchas variantes. Pero todas se reducen a la creencia de que la Historia ha sido escrita por Dios y de que pronto llegará el Apocalipsis, según lo que establece el guión. La única esperanza es aceptar a Jesucristo como nuestro salvador personal. Así que si por una de esas casualidades de la vida uno practica el Culto al Éxtasis Eterno del Fin de los Tiempos, Dios lo llevará con Él al cielo y luego castigará con siete años horror y muerte a los que se queden sobre la faz de la Tierra. Surgirá un Anticristo y la guerra se extenderá a todos los rincones del planeta. Miles de millones de personas morirán. Por eso en el pre[…] los cristianos fundamentalistas, cuando ven lo que pasa en el mundo, piensan que el sida, la guerra a lado del globo, el crimen, la legalización de las drogas en algunos Estados y el deterioro medioambiental son la confirmación de que el plan de Dios ya está en marcha. El reverendo Rich Lang, de la Iglesia Metodista de la Santísima Trinidad en Seattle, dice: «Esta teología de la desesperación es muy seductora y hoy día está forjando la espiritualidad de millones de cristianos».

Los fundamentalistas más acérrimos de la idea del Fin de los Tiempos aplican su peculiar interpretación de la Biblia a todos los aspectos de la vida, incluso a los asuntos políticos de actualidad, con conclusiones tan predecibles como extrañas:

Las Naciones Unidas son una herramienta del Anticristo. Lo único que América debe hacer es difundir los Evangelios por todo el mundo.

No hay necesidad de preocuparse por el medio ambiente ya que no vamos a necesitar este planeta mucho tiempo más.

Hay que defender a Israel por todos los medios y alentar su expansión, ya que la Biblia anuncia que Israel debe dominar todas las tierras que se extienden desde el Nilo hasta el Éufrates, y solo cumplirá la profecía del Fin de los Tiempos.

Dios nos proveerá de un líder cristiano que será el guía del rebaño norteamericano, que es el padre elegido por Él para difundir los Evangelios por todo el mundo y librar a la Tierra del demonio.

Gary North
Por lo pronto se concentran en las labores de «reconstrucción» de nuestro país y lograr el máximo «dominio» interno, tal como proponen algunos núcleos integrados en las diversas Teologías del Fin de los Tiempos. Los planes de los «reconstruccionistas» son tan duros e implacables como una lápida, y la pena de muerte, primordial en el ideal de la «reconstrucción», está recomendada para una amplia variedad de delitos entre los cuales figuran el abandono de la fe, la blasfemia, la herejía, la brujería, la astrología, el adulterio, la sodomía, la homosexualidad, la agresión física a un progenitor y «la impudicia ante matrimonio» (solo aplicable a las mujeres). Los métodos bíblicamente correctos de ejecución incluyen lapidación, decapitación, ahorcamiento y la hoguera. Según Gary North, que afirma ser un economista reconstruccionista, la lapidación tiene preferencia, ya que las piedras abundan y son baratas. Dentro del mismo proyecto se contempla que la ley bíblica también acabe con los sindicatos, los derechos civiles y las escuelas públicas. El ya fallecido teólogo reconstruccionista David Chilton anunció: «El objetivo cristiano es la implantación universal de las repúblicas teocráticas basadas en la ley bíblica».

Casualmente, la República de Jesucristo, tal como la describen algunos cultos del Fin de los Tiempos, no sería solo un infierno legal sino también ecológico. La doctrina más pura del Éxtasis Eterno (las distintas corrientes que se adhieren a este culto sostienen que su doctrina es la más pura) piden que se renuncie a la protección del medio ambiente en cualquiera de sus formas, puesto que no habrá necesidad de seguir usando este planeta una vez que tenga lugar el Éxtasis.


Puede que ustedes no hayan oído hablar de reconstruccionistas como R. J. Rushdoony, David Chilton o Gary North. Pues les digo que, ya sea unidos o por separados, estos tres tipos han influido más en la Norteamérica contemporánea que Noam Chomsky, Gore Vidal y Howard Zinn juntos. Es cierto que ni el llamado reconstruccionismo ni el llamado «dominionismo» son las tendencias hegemónicas dentro del fundamentalismo cristiano en estos tiempos, ni lo han sido nunca. Pero desde la década de los setenta y a través de cientos de libros y cátedras, la doctrina del reconstruccionismo ha ido penetrando tanto en la derecha religiosa como en las principales iglesias protestantes, para lo que se ha valido también de los movimientos llamados «carismáticos» como el pentecostalismo, centrado en la sanación, la profecía y los dones tales como la capacidad de «hablar en distintas lenguas». Ya en los setenta y ochenta los discípulos de la doctrina de Pentecostés se agruparon para apoyar al magnate mediático cristiano Pat Robertson, haciéndolo rico y poderoso. A cambio él les dio el poder y la confianza necesarios para fundar movimientos con una fuerte carga política y emocional, como aquella iniciativa de 1973 destinada a revocar el caso Roe contra Wade que permitía legalizar el aborto en Estados Unidos. Una iniciativa que situó al pobre embrión en una categoría superior otorgándole un valor mediático hasta entonces inimaginable.

Este avance de los extremistas religiosos dispuestos a implantar la teocracia y el éxito con el que han logrado permear poco a poco las principales corrientes normales del Protestantismo fueron unas de las grandes historias secretas políticas de la segunda mitad del siglo XX. Los periodistas religiosos hablaban de todo menos de eso, en parte porque debían complacer a todas las muy diversas confesiones de las que informan. Pero también porque muchos ni siquiera veían lo que pasaba. Lo cierto es que miles de iglesias mayoritarias de las confesiones metodistas, presbiterianas y otras iglesias protestantes fueron desplazándose inexorablemente hacia la derecha sin darse cuenta. Ni que decir tiene que en la iglesia metodista que está al lado de mi casa nadie se ha enterado de la transformación que ha experimentado el mundo religioso en tiempos recientes. En cambio, otras iglesias mayoritarias con líderes más progresistas se acobardaron y terminaron recibiendo a los radicales con creciente reverencia. Supongo que no les quedaba otra opción que dejarse arrastrar por la marea evangelista si querían retener a sus fieles o incrementar el número de seguidores. Ahora bien, ¿podía ocurrir otra cosa si los cristianos más fervientes andaban afirmando que el lesbianismo era moneda corriente en los lavabos de las escuelas de la clase media de todo el país, y a causa de este horror y de otros semejantes juraban reconstruir una América a la medida de las enseñanzas del Antiguo Testamento?

Jeff Owens
El pastor Jeff Owens empieza a anunciar las actividades justo cuando me siento en la última fila de bancos de la Iglesia Baptista de Shenandoah. «Los hombres que quieran ir a la feria de armas de fuego y tiro al blanco en Claysburg, que se apunten para el bus después del oficio religioso —dice—. Los niños de diez años y mayores que quieran hacer el cursillo de medidas de seguridad, que se reúnan en la Sala Persa». A continuación anuncia el próximo Encuentro de Jóvenes Fundamentalistas y el de Adultos y Niños para «Salvar a un Pecador». También menciona eventos exclusivamente para mujeres como «¡Cosas de chicas!» (para muchachas de trece a dieciocho años) y «Poemas y canciones religiosas a la luz de la hoguera» (solo para mujeres adultas). Aquí todo el mundo está muy ocupado. El pastor Jeff es uno de esos temibles fundamentalistas supersanos, inmaculadamente pulcros, con una superfeliz sonrisa de 300 voltios que roza la histeria. Un hombre siempre mentalmente preparado, siempre alerta; para salvar almas, supongo. El pastor Jeff predica como los de la vieja escuela, levantando la voz gradualmente a medida que avanza el sermón. Compensa la falta de sonoridad en su voz con exclamaciones y exhortaciones, y machacando consignas una y otra vez, con una retórica muy propia del Sur que le ha sido muy útil a todo el mundo, desde Martin Luther King hasta Oral Roberts, basada en el ritmo y la repetición.

«Para mí ningún problema es pequeño —dice a los fieles—. Para mí ningún asunto de esta vida es pequeño. —La enumeración de cosas que para el pastor Jeff no son pequeñas dura un minuto entero, y al final consigue que ese “para mí” quede más grabado a fuego en las mentes que la lista de cosas que no son tan pequeñas. Aun así, cada punto de esa lista parece conmover a los oyentes—. Para mí ninguna noche en vela es pequeña, porque en una noche cualquiera podemos salvar la virginidad de una de nuestras hijas. Y para mí ningún problema es pequeño, porque para mí no hay gente pequeña… ni gente pobre… La contribución de los más ricos que se encuentran aquí esta noche —dice, como si realmente hubiera algún rico entre los fieles— no vale más que el óbolo de una viuda. Porque a los ojos de Dios no valen más los que dan un dólar que los que solo pueden dar un centavo. Para mí tú nunca serás pequeño, nunca serás un caso perdido o un ser insignificante porque para Dios tú nunca serás pequeño. No hay cosas pequeñas en este mundo. Ni pequeñas acciones, ni pequeños pecados, ni pequeños favores. ¡Y para mí no hay gente pequeña aquí esta noche!»

El mensaje sobre la valía de las personas es como un bálsamo para la gente que debe hacer un trabajo ingrato y sufre el peor de los desaires: la invisibilidad. La mayoría de los que acuden a esta iglesia no tienen una carrera profesional; a duras penas tienen un empleo y apenas son el telón de fondo de las vidas brillantes protagonizadas por profesionales y semiprofesionales de clase media. Al fin y al cabo, para que el mundo funcione alguien ha de cuidar del perro e instalar la cocina de 60.000 dólares que el honorable médico acaba de comprarse. Alguien tiene que pasar a retirar las monedas de un cuarto de dólar de las máquinas de las lavanderías y conducir el camión remolque cargado de muebles rumbo al almacén de Pottery Barn.

Mientras tanto, el cepillo circula discretamente, y el pastor Jeff empieza a soltar el rollo sobre las ofrendas. La variedad de las inflexiones de su voz no deja de sorprenderme. «¡Dios es generoso con todos vosotros! ¿A que sí?». Agradecida por el simple hecho de respirar, la congregación de fieles responde: «¡Síííííí! ¡Alabado sea!». «Entonces —chilla el pastor Jeff— ¿por qué sois tan rácanos a la hora de corresponderle?». Entre los fieles se oye un clamor de aprobación. Un letrero en la pared demuestra que los miembros de esta iglesia predican con el ejemplo. Allí se lee: EL SANTA BARBARA BUSINESS COLLEGE HA DONADO UN MILLÓN Y MEDIO DE DÓLARES PARA LA CAMPAÑA EVANGELIZADORA, lo que equivale a toneladas de calderilla para la gente trabajadora.



Suena un himno de fondo, la gente murmura. Una cosa está clara: nadie acude a esta ni a ninguna iglesia fundamentalista por la música. Esta nueva música sensiblera se esfuerza en no parecer un viejo himno religioso, y lo consigue. Es más bien sosa, con una melodía previsible y sin gracia, con notas torpes que suenan ocasionalmente para que las canciones parezcan complejas y «serenas». Solo podría gustarle al director musical de alguna iglesia o a una discográfica cristiana. Sin embargo, el repertorio de esta mañana era algo menos soso de lo habitual; han incluido una canción más o menos extraña que era una mezcla de cantinela infantil y pasajes metafóricos sangrientos, con una letra que decía: «Jesús me usó como un lienzo y puso su firma al pie escribiendo Su Nombre con sangre». Hay que decir que la Iglesia Baptista de Shenandoah no es una de esas iglesias pentecostales con una formación de guitarras eléctricas y batería junto al púlpito. Es más representativa de las iglesias de la América profunda, con su congregación de camioneros, contables, pequeños contratistas, mecánicos de coches, empleados bancarios y dependientes de tiendas de comestibles, los titulares de esos contratos basura que tanto se llevan en nuestra insegura economía moderna. A esos currantes les sobran motivos para sentirse económicamente precarios, porque son de los que tienen que apretarse el cinturón cada vez que Wall Street sufre una sacudida. Aun así se empeñan en creer que gozan de tantas oportunidades de alcanzar el éxito como cualquier ciudadano estadounidense, aunque no sean más que las piezas de recambio de la maquinaria de producción y servicios del país. Como engranajes funcionan de maravilla, nadie puede negarlo, y demuestran una gran deferencia hacia el jefe de turno, sea quien sea. 

La religión fundamentalista nos exige gratitud por todo lo que Dios nos ha concedido. De modo que esta gente está más que agradecida de ganar apenas tres dólares por encima del salario mínimo: «Al fin y al cabo, ¿no estamos mejor de lo que estaban nuestros padres?». Quizá, si no fuera porque la mayoría de sus padres contaban con seguro médico y se las apañaban sin que hubieran de trabajar los dos miembros de la pareja. Pero, claro, ellos tienen más «cosas» de las que llegaron a poseer sus padres. Así pagan por un par de zapatillas de marca para sus hijos más de lo que sus padres pagaban por la comida de un mes. Como la cifra de las nóminas ha ido creciendo con los años, su casa está repleta de chismes, y con eso les basta para creer que nadan en la abundancia y que tienen el deber de sentirse agradecidos, pese a que alguna que otra vez no les queda más remedio que comprar la comida con tarjeta de crédito. Porque en la India la gente pasa hambre, ¿no? De acuerdo: a juzgar por los traseros descomunales que ocupan los bancos de la iglesia, aquí nadie pasa hambre. Dios provee Big Macs y bollería industrial para todos. Son un montón de cosas por las que tenemos que dar las gracias, pero por encima de todo debemos estar agradecidos por formar parte de esta iglesia. Hay que reconocer que, a diferencia de las escuelas públicas o los centros cívicos, la iglesia fundamentalista es una de las estructuras sociales que todavía funcionan en América y donde todo el mundo es bienvenido, rico o pobre, bueno o malo.

Si echan un vistazo a los fieles que acuden a todas estas iglesias verán que no son en absoluto malas personas, solo trabajadores cuya vida interior fue aniquilada a golpes hacia finales del siglo XX. Forman parte del resurgimiento global del fundamentalismo que empezó a producirse cuando el materialismo se elevó triunfante después de la era de la Ilustración. (¡Pobre y querida Ilustración! ¡Qué poco duró! Solo faltaron para liquidarla del todo dos guerras mundiales, Verdún, Dresde y Auschwitz, los gulags, las armas nucleares y ahora el inminente desastre ecológico). Dos generaciones consecutivas de ciudadanos que se criaron en escuelas cristianas en medio de la hostilidad tenaz y el miedo avivados por la Guerra Fría. ¿Acaso debe sorprendernos que se vean tan seducidos por el anuncio del Apocalipsis? Todos y cada uno de ellos se asoman a la ventana en sus hogares y lo que ven coincide con lo que les enseñaron: se aproxima el fin del mundo.

Los fundamentalistas no pueden evitar que tantísimos ciudadanos americanos prefieran leer las páginas de los deportes el domingo en lugar de dedicar un par de horas al estudio de la Biblia. Pero hace tiempo que descubrieron que sí podían hacer algo respecto al gobierno: infiltrarse en él. Y fue así como empezaron a formar a los integrantes de la «Generación de Josué». Los estrategas fundamentalistas dejan bien claro en sus escritos que el propósito de la enseñanza en el hogar —al margen de la educación en las escuelas públicas— y en las academias cristianas consiste en formar a jóvenes militantes de la derecha cristiana para el futuro. El objetivo es colocar cada vez más creyentes en los puestos de influencia y cargos de gobierno. «La apatía de otros americanos puede convertirse en una bendición y una ventaja para los cristianos», escribieron Mark A. Beliles y Stephen K. McDowell en America’s Providential History, uno de los principales libros de texto del movimiento de la enseñanza cristiana en los hogares. Hoy nos encontramos con que la «Generación de Josué» sustituye a los jueces federales de centro o liberales por fundamentalistas cristianos, gente a la que además consigue colocar sin problemas en bufetes de abogados, bancos, cuerpos policiales y militares, gente preparada para actuar como «elementos influyentes basados en la fe religiosa», y abonan así el terreno para el advenimiento divino y el reinado de Jesucristo.


La capacitación de los militantes de derecha es mucho más sofisticada de lo que creen los moderados. A estas alturas resulta probable que la gente más informada ya esté al tanto de que los niños y jóvenes que en lugar de ir a la escuela han sido educados al estilo fundamentalista en sus propias casas disponen ahora de una red de universidades con docenas de campus por todo el país, cada cual con su bandada de cristianitos sonrientes, escuelas que vienen a ser clones de la institución creada por Jerry Falwell, la Liberty University de Lynchburg, Virginia. Pero ¿cuánta gente ajena a estos movimientos tiene una idea siquiera aproximada de cuán profundo y específico es el adoctrinamiento político en estas instituciones? Por ejemplo, el Patrick Henry College de Purcellville, Virginia, un colegio universitario exclusivo para gente que ha recibido la educación escolar en casa, ofrece programas de inteligencia estratégica, derecho y política internacional, todo desde un estricto «punto de vista cristiano» basado en la Biblia. Esta institución cuenta con fondos proporcionados por la derecha cristiana tan inmensos que puede ofrecer clases a un precio inferior a los costes.

El siete por ciento de los programas de prácticas becados por la Administración Bush fueron para los alumnos del Patrick Henry, y otros muchos fueron para licenciados de otros colegios universitarios religiosos. La administración también reclutó a muchos miembros del profesorado de estos colegios, y designó al activista cristiano de derechas Kay Coles James, exdecano de la Facultad de Gobierno dependiente de la Regent University; financiada por Pat Robertson, como director del Departamento de Administración de Personal del Gobierno de Estados Unidos. ¿Acaso existe un puesto mejor para reclutar fundamentalistas? Les aseguro que bajo la superficie de cualquiera de estos presuntos catedráticos es posible encontrar a un fanático fundamentalista. Lo sé porque en ocasiones he cometido el error de invitar a unas pocas de estas personas a un cóctel. Recuerdo a un jefe de departamento universitario que me contó que estaba mudándose a la zona rural de Misisipi, ya que era el mejor lugar para recrear la forma de vida típicamente sureña anterior a la guerra, basada en los «valores cristianos confederados». Por lo pronto, para cuando llegue el momento del Éxtasis todos los cristianos con las credenciales adecuadas podrán subir a los cielos. Pero me temo que tanto a ustedes como a mí, queridos lectores, nos esperan mil años de forúnculos. Así que más vale que vayan procurándose antibióticos porque, según el «índice del Éxtasis», el final está muy cerca.

Joe Bageant. Crónicas de la America profunda (Posibles causas del auge de la extrema derecha estadounidense)



Observando el comportamiento de los soldados norteamericanos de clase trabajadora en lugares como Abu Ghraib, no podemos evitar preguntarnos: ¿Cómo se han vuelto tan jodidamente perversos? ¿Y cómo es que llegaron a definir nuestra idiosincrasia nacional ante el mundo en términos que —al menos en su mayor parte— no son del todo ciertos? Nos hicieron quedar como un país de fetichistas de las armas (algo que no somos), adoradores de un Dios fundamentalista vengativo (algo que la mayoría de nosotros no somos), y siempre dispuestos a exhibir como bandera una arrogancia y un militarismo que el resto del mundo encuentra sin duda espantoso (y de hecho lo es, pese a que casi siempre se trate de un impulso irreflexivo e inconsciente).

Hay que reconocer que estos han sido rasgos esenciales de la idiosincrasia de la clase obrera norteamericana, quizá la muestra más fiel desde la época colonial. En aquel entonces la mayoría de los hombres figuraban en los documentos públicos como «obreros», simplemente porque había suficiente trabajo para que todo el mundo se deslomara en la reconstrucción el país —mucha faena trasportando troncos, tierra, piedras, quitando escombros, excavando, llevándolo todo en carretas de aquí de para allá—. Como el trabajo brutal embrutece a quienes lo realizan, los pasatiempos más frecuentes de los obreros, y en particular de aquellos que habitaban a lo largo de la frontera americana en permanente expansión, incluían peleas de perros y osos, riñas de gallos, combates de pugilato no reglamentados en los que los contendientes se sacaban mutuamente los ojos, y otros deportes rudos traídos a raíz de la colonización del Ulster por un grupo conocido como los scots-irish, los irlandeses-escoceses. Ningún otro grupo ha influido en nuestra idiosincrasia nacional tanto como ellos, gente feroz, religiosa y belicosa, a quienes también se conoce como los borderers, «gente de la frontera».

Desde Winchester, Virginia, ciudad que en su día fue el eje de la Great Wagon Road, el mayor cruce de caminos de la historia de la América colonial, podemos observar tanto la cultura como el espíritu beligerante de las gentes de la frontera, cuyos valores siguen germinando hoy en día en nuestras iglesias, nuestros lugares de trabajo, cabinas de votación y tabernas. La huella que han dejado los irlandeses de origen escocés en la gente de Winchester se hace patente en nuestra manera de rechazar a los gobiernos en general, al tiempo que nos mostramos ultrapatrióticos respecto a ciertos «valores» como «la defensa de nuestro estilo de vida», pese a que este rara vez —o más bien jamás— se haya visto amenazado.

Esa extraña mezcla de violencia proletaria y devoción presbiteriana que tanto desconcierta a las mentes seculares casi nunca se ha manifestado con tanta virulencia como a principios de este siglo, en el que hemos entrado armados hasta los dientes. Una muestra de salvajismo que probablemente no se veía desde que los escoceses de Ulster eligieron al primer presidente de ese origen, Andrew Jackson, el asesino de indios, el fervoroso populista que compraba a todos con cerdo y maíz molido. A partir de entonces los norteamericanos eligieron a dieciséis presidentes a su imagen y semejanza, y a unos cuantos más que eran exponentes de lo bueno y lo malo de la cultura irlandesa de origen escocés. La verdad es que, pensándolo con cierta objetividad, considerando los lamentables ejemplares a los que hoy en día vota mi generación de sucios y borrachines ciudadanos de la frontera, llego a la conclusión de que Andrew Jackson no estaba tan mal. Tal vez no fuera tan liberal como Lincoln, pero al menos tenía las pelotas de beber en público, descuartizar a los cerdos en lo que ahora es la rosaleda de la Casa Blanca y disparar a un par de esos aristócratas chulescos que tanto nos ofenden. Era un patriota fanático, un guerrero de nacimiento y un extremista americano de primer orden.

Lo que en la actualidad se conoce como el «nacionalismo jacksoniano» sigue siendo la base política de lo que podríamos llamar el Partido Republicano de la Guerra Permanente, el ala política de la industria armamentística norteamericana. Lincoln ya predijo que la industria militar sería el resultado más espantoso de la guerra civil. Ciento cuarenta años más tarde, dicha industria se ha dado un festín y ha engordado gracias a los numerosos guerras, acciones, bombardeos y operaciones militares en los que han intervenido los americanos. Durante este tiempo ha amasado una fortuna que le alcanza para comprar, literalmente, al gobierno, controlar sistemáticamente los procesos políticos desde dentro y eliminar los restos del liberalismo yanqui más bobo e indulgente. Estas ambiciosas corporaciones siempre han contado con un tipo malo capaz de azuzar a todos esos engreídos liberales de fuertes principios que sostenían que la gente debería tener algunos derechos además del derecho a la propiedad. Ese tipo rabioso son los escoceses del Ulster y su descendencia.

Desde que llegaron a América a lo largo de las primeras tres cuartas partes del siglo XVIII, los escoceses calvinistas del Ulster han dado forma a una cultura paralela a la de los yanquis liberales ilustrados. Podría decirse que los valores calvinistas de los irlandeses de origen escocés avalan la ira y el deseo de venganza contra lo que perciben como la autoridad de cualquier clase de élite: la clase secular universitaria que dirige las escuelas, los medios de comunicación y los juzgados, y que no parece tener reparos en que su predicador sea un cabrón. Una premisa calvinista ha dominado siempre entre esa gente: la palabra de Dios está por encima de todos y cada uno de los gobiernos. Punto final. Es la misma soflama calvinista traída a estas tierras por los escoceses del Ulster que sirvió como punto de partida del fundamentalismo cristiano norteamericano, y que ahora amenaza con cargarse la separación entre Iglesia y Estado. Peor aún, ya que sus más vehementes apóstoles exigen que Norteamérica desencadene de una vez la guerra santa nuclear.

Han oído bien: exigir una guerra santa nuclear, y se han puesto a ello. Puede que ustedes no se tropiecen con esta clase de gente en sus círculos de amistades, pero hay millones de norteamericanos encarnizadamente convencidos de que deberíamos bombardear Corea del Norte e Irán con armas nucleares y luego apoderarnos de las reservas petrolíferas de Oriente Próximo (Kick their ass and take their gas [«Patada en el culo y llévate su gasolina»], reza un eslogan que puede leerse en las pegatinas de los parachoques). Estos tíos creen que Estados Unidos conquistará el mundo entero e inculcará a todos sus habitantes las ideas norteamericanas sobre democracia y religión cristiana fundamentalista. Aunque últimamente, debido a la creciente aversión que despiertan la guerra de Iraq y las ideas estrictas de estos grupos en el conjunto de la sociedad, han abandonado el uso de términos como «cristiano fundamentalista» y «Estado teocrático» para adoptar otros como «masculinidad cristiana».

Para entender cómo esas ideas políticas tan inquietantes se difunden en este país debemos remontarnos unos cuatrocientos cincuenta años y observar a un grupo de celtas ladrones de ganado matándose unos a otros a lo largo del Muro de Adriano: son los borderers, los primeros fronterizos. Fanáticos religiosos y amantes de la guerra, estos protestantes escoceses emprendieron su camino primero hacia Irlanda, donde se los conocía como los ulster scots, y de ahí partieron hacia las costas de América durante el siglo XVIII. Estos escoceses del Ulster, gente de frontera, llevaron consigo al Nuevo Continente los valores culturales que actualmente gobiernan las emociones políticas de millones de norteamericanos. La sórdida situación que hoy vivimos se la debemos a Jacobo I de Inglaterra. Mi amigo virtual Billmon (www.billmon.com), quien ha realizado un estudio sobre el tema, dice que Jacobo, ese escocés paticorto, es el principal responsable de la psicosis cultural que con el tiempo alentaría a líderes como Jerry Falwell, Ian Paisley y George W. Bush, y ha inspirado cosas como los ataques con bombas de Oklahoma y al mapa electoral que divide Norteamérica en estados liberales y estados conservadores. Billmon también dice que sin duda es demasiado para atribuírselo a una sola cabeza, aunque esta lleve una corona. «Pero es la verdad —insiste—. Las razones de que América sea lo que es (y mucho de lo que el resto del mundo detesta de nosotros) provienen en su mayor parte de este pequeñajo escocés. Una historia con suficiente ironía como para que Tom Stoppard se sintiera inspirado para escribir alguna de sus obras de teatro, ya que el rey Jacobo, cuyo nombre se ha convertido en la marca registrada del cristianismo fundamentalista, era además un notable homosexual: uno de los más entusiastas de la larga, orgullosa e hipócrita historia de la sodomía aristocrática británica».

Como muchos otros monarcas y primeros ministros ingleses desde su época, el pobre Jacobo tuvo que encargarse de apaciguar los ánimos de los habitantes del Ulster, que llevan siglos dedicándose con suma frecuencia a los disturbios y a sacarse los ojos los unos a los otros. Pues el Norte de Irlanda, ese forúnculo supurante en el culo del protestantismo británico, siempre ha estado a punto de reventar. La solución de Jacobo fue hacer que los siempre leales protestantes escoceses se establecieran en medio de la población católica nativa del Ulster. Los resultados fueron previsiblemente desastrosos. Más tarde los protestantes escoceses del Ulster demostraron su lealtad a Guillermo III de Orange, y dieron origen a la figura del orangista, el equivalente norirlandés del fundamentalista blanco americano. Y puede que ambos sean una verdadera lata si se quiere formar una república libre y disciplinada, pero a la vez resultan sumamente útiles para los peores bichos de la vida política.

Finalmente, la suma de una terrible subida de precios y un aumento de impuestos condujo a la ruina y la destrucción del empleo en el Ulster, lo que empujó a los escoceses de Irlanda hacia las prometedoras costas del Nuevo Mundo. Las condiciones primitivas que encontraron allí y el desgobierno general los animaron a recuperar el espíritu de los sanguinarios pictos, a los que la corona británica había conocido y amado a lo largo del Muro de Adriano. Cuando llegaron a América fueron bendecidos con armas en abundancia, indios de sobra para afinar la puntería, grandes cantidades de maíz para elaborar su whisky casero y un gobierno colonial detestable que insistía en hacerles pagar impuestos por ese whisky, y así fue como llegaron a forjar un nuevo pueblo que ha perdurado en la sociedad americana: los white trash, los palurdos blancos (crackers), los obreros blancos de zonas rurales (rednecks). Gente a la que no le gusta nada que el gobierno se entrometa en algunos aspectos de la vida doméstica tales como la destilación ilegal de alcohol, las peleas de gallos, la caza y la pesca furtivas, la ocupación ilegal de tierras y las disputas familiares. Esa misma gente a la que tampoco le gustaban los indios, y mucho menos los esclavos (ya que los pequeños caseríos de los blancos rurales en las colinas no eran apropiados para la agricultura del tabaco y algodón, basada en el trabajo de los esclavos, a diferencia de las tierras bajas que poseían sus vecinos «superiores» en la región del Tidewater de Virginia y en todo el sureste de Estados Unidos), esa misma gente tan fiera esparció su semilla a los cuatro vientos. Fue así como su descendencia se propagó hacia el oeste, fusionando el Oeste y el Sur en un lugar llamado Texas. La violenta vida de frontera les vino de perlas, y estaban más que agradecidos por verse sometidos a esas condiciones. Por eso todavía los vemos por allí, siempre armados y recelosos del gobierno pero a la vez enfurecidos por lo del 11-S (y es que desde la batalla de El Álamo en 1836 no habían encontrado ninguna excusa tan buena para poner en marcha la maquinaria militar. ¡O quizá desde la batalla de Killiencrankie, maldita sea!).

Tan solo un año antes del 11-S salían de cualquier rincón de todos los estados conservadores para coronar a George W. Bush como si fuera el mismísimo William Wallace, aquel valiente noble escocés de sonrisa satisfecha, el líder de la rebelión de 1297 contra Inglaterra. De los treinta estados conservadores que votaron a Bush, veintitrés estaban en la lista de los treinta estados con mayor población descendiente de los escoceses del Ulster. Bush ganó en nueve de los diez primeros de esta lista con un margen del 55 por ciento de los votos. Pero solo se impuso en dos de los diez estados con menor población de escoceses del Ulster: Dakota del Norte y Dakota del Sur. En cualquier caso, la influencia cultural de esta gente de frontera, ya sea en el plano espiritual, el filosófico o el político, sigue muy arraigada en América. 

Joe Bageant (1946–2011) autor y columnista, conocido por su libro de 2007, Deer Hunting With Jesus: Dispatches From America's Class War (Crónicas de la América profunda), tuvo una vida, cuando menos, curiosa: nacido en Winchester (un pueblo perdido en el estado de Virginia, donde lo más interesante que se puede hacer es beber cerveza o ir de caza), participó en la guerra de Vietnam, volvió a EE.UU.

Convertido en un hippie y dedicado a trabajar como periodista (tras haber probado suerte como músico o granjero) hasta que, poco después de haber comenzado el tercer milenio y cansado de la situación política y social que vive su país, decidió volver a su pueblo, abrir un blog y contar todo aquello que no podía contar en los medios para los que trabajaba. Y su blog resultó ser un bombazo y en un par de años se convirtió en uno de los críticos más considerados de su país.

Bageant publicó dos libros (Crónicas de la América profunda y Rainbow Pie, además de una recopilación de sus artículos titulada Waltzing at the Doomsday Ball) en los que hace un pormenorizado análisis de la América profunda. Lo bueno de este autor es que no se limita a describir lo mal que está la situación actual o los pocos escrúpulos que tienen los tiburones de la banca, sino que toma como punto de partida su pueblo natal y la gente que vive en él, e intenta comprender las circunstancias que les hacen sufrir los palos de las reformas políticas (independientemente de que vengan dados por los republicanos o los demócratas) y que, sin embargo, no les hacen levantarse y luchar por sus derechos. De su regreso, de lo que comprobó, de la triste vida de sus vecinos, es resultado un libro maravilloso.

No es pues ningún ensayo de un sesudo europeo, ni de un intelectual francés o de un señorito demócrata del Este norteamericano. Es el libro de un trabajador de Estados Unidos. Joe Bageant es uno de los «nuevos periodistas» más leídos de Estados Unidos. Su retrato de los blancos pobres norteamericanos es una obra maestra de ternura y brutalidad, de cariño y espanto. Porque, desmintiendo tópicos y sugiriendo incómodos paralelismos para todo lector occidental, Crónicas de la América profunda nos abre los ojos al desalentador espectáculo de una gente embrutecida, endeudada, fundamentalista cristiana y amante de la caza, a la que no le alcanza ni para pagar las medicinas. Personas que, sin embargo, en defensa del «estilo de vida americano», votan a los republicanos «porque tienen más pelotas», y de este modo acaban decidiendo el destino de un mundo que ni conocen ni comprenden.

Descargar texto completo