Hablemos de la mujer. Soledad Gustavo. (15-10-1923)


Varias entidades de distintas poblaciones me han pedido les escribiera una conferencia que versara sobre el problema de la mujer. En realidad, para nosotros, no existe tal problema, pues el problema que debemos solventar es un problema humano, pero como en el pasado y en el presente la mujer fue y es víctima más que el hombre de la explotación, de las costumbres y hasta del propio hombre desde el punto de vista actual, trataré algo que atañe a la mujer, en las columnas de LA REVISTA BLANCA, ya que no están los tiempos que atravesamos adecuados para dar conferencias de ésta ni de otra índole.


Acabo de decir que la mujer, además de ser víctima de la explotación y de las costumbres, lo ha sido del propio hombre. 


Efectivamente, sólo los hombres han hecho las leyes que la subyugan y tiranizan ; y son también ellos los que se atreven a sentar principios sobre puntos importantísimos, sin oir antes su opinión, cuando en muchos problemas que muy de cerca la tocan puede no estar conforme la mujer.


Tenemos, por ejemplo, el problema del amor y la familia del que el hombre cree haber hallado su solución. ¿Es que en el problema del amor y la familia puede el hombre obrar individualmente? Y, sin embargo, ha procedido de tal manera y aun está procediendo así, a pesar de reconocer la independencia, la autonomía, la emancipación femenina y su ya innegable capacidad.


¿Sabe el hombre si lo que él cree libertad en el amor entiende la mujer que es solamente brutalidad y degeneración? ¿Sabe el hombre si la mujer tiene iguales necesidades y sentimientos que él en este punto?


Así como el hombre puede ver con dicha teoría mayor número de goces y menor número de incomodidades, porque al fin y al cabo en la labor de reproducción no tiene otro quehacer que proporcionarse un goce, la mujer, que recuerda las incomodidades, los sufrimientos, los dolores, las fatigas y los cuidados que necesitan los hijos en los cuatro o cinco años primeros, no concibe, no comprende tal desparpajo en asunto de tanta importancia y que el hombre considera tan baladí que ni se toma el trabajo para sentar bases de consulta a la mujer.


Juan Jacobo Rousseau daba por resuelto el problema de la familia metiendo los hijos en un Asilo donde el Estado debía cuidar de ellos y así se lograría que con el tiempo la Humanidad fuese una verdadera familia universal, puesto que nadie conocería a sus padres. Ni más ni menos que lo que hace el cuclillo, que cuando la hembra ha puesto un huevo, el macho se lo mete en el buche y lo va a depositar en el nido de alguna otra ave.. Los hijos están cuidados, pero sin ninguna molestia para sus padres. La Historia Natural ofrece elocuentes ejemplos a aquellos que quieran desentenderse de los deberes que la Humanidad les impone.


El concepto inferior que de la mujer el hombre conserva aún de las antiguas preocupaciones que están arraigadísimas en su cerebro y en sus costumbres y por otra parte, la idea de dominio que absorbe todos los elementos de libertad que propaga y siente, son otros tantos candados al llorar al problema de la libre espontaneidad de la mujer..


El hombre encuentra bien que se propague la libertad de la mujer, pero no tan bien que ella la practique. Esta divergencia de parecer en un solo individuo y en un mismo asunto es altamente jocoso, porque este hombre olvida que en nada es tan exclusivista como en la cuestión citada del amor. Que al fin y al cabo deseará la mujer del prójimo, pero encerrará la suya.


La mujer, y digo la mujer generalizando el concepto, por una serie de circunstancias, que sería pesado enumerar, ha dado ocasión a que no se la creyera digna de ejercer derecho alguno, juzgándola, además, incapacitada para concebir ideales de libertad y progreso.


La falsa o errónea educación que se la ha dado, el estrecho círculo en que se ha desenvuelto y la propensión misma de la mujer a ser ligera, voluble, corazón de oro, si se quiere, pero muchas veces cabeza dé chorlito, ha hecho que aumentara la creencia de que debe continuar en tutela, y de esta creencia morbosa no se escapan ni aun los libertarios.


Es más, como estos tienen formado un concepto clarividente de lo que es la sociedad actual con sus peligros, sus concupiscencias, sus relajaciones, ellos mismos dificultan el que la mujer disfrute de la independencia moral necesaria para hacerse cargo de lo que representa la verdadera libertad.


Contados son los casos en que la mujer encuentra vía amplia para desenvolverse moral e ideológicamente y estos casos aun con ciertas reservas. A lo mejor, los sentimientos, ancestrales de dominio y de superioridad despiértanse en el hombre, sea o no culto, truncando las bellas e ingénitas cualidades de la mujer. Y la mujer, en la sociedad actual, es siempre la Cenicienta que se la encierra en la cocina, en el taller o en la fábrica sin que.pueda manifestarse nunca.


Hora es ya de que acabe este estado de cosas. El hombre y la mujer son dos temperamentos distintos, teniendo que resultar fatalmente concepciones distintas. Pero como los dos son indispensables para la vida de la Humanidad, en el porvenir se armonizará todo con el principio salvador de completa libertad para realizar los pactos, sobre todo teniendo el derecho a la vida asegurado, esto es, no dependiendo económicamente uno de otro. En el presente ya es más difícil la solución. Para ello, precisa que la mujer sepa desenvolverse, sepa ponerse a compás de las circunstancias y asalte resueltamente todas las esferas que ha invadido el hombre.


Es preciso, además, que demuestre con hechos que piensa y que es capaz de concebir ideales, de sentar principios, de realizar fines. Entonces el hombre no tendrá otro remedio que consultarla para dar solución a los problemas que estén sobre el tapete y la mujer ocupará dignamente su sitio. Si así no lo hace, que se conforme a ser esclava y si no esclava juguete que se deja o se toma a capricho del que lo obtiene.


SOLEDAD  GUSTAVO (La Revista blanca Nº 10 -2a. Epoca (Sardaña, Barcelona) Descargar

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