Vsévolod Mijailovich Eichenbaum, más conocido por Volin, nació en la gobernación de Voroneje el 11 de agosto de 1882. De familia acomodada, el padre y la madre eran médicos y le dieron sólida instrucción.
Desde la infancia, su hermano Boris y él fueron confiados a institutrices que les familiarizaron con el francés y el alemán, que hablaron tan bien como el ruso; tuvieron así una severa educación. Vsevolod ingresó en el colegio de Voroneje, donde prosiguió sus estudios hasta completar la enseñanza secundaria, inscribiéndose entonces en la Facultad de Derecho de San Petersburgo, que abandonó pronto, atraído por la idea socialista revolucionaria, que le impulsó a una gran actividad en los acontecimientos de 1905.
En este gran movimiento popular Volin fue detenido por la policía zarista, encarcelado y finalmente deportado. En 1907 logró evadirse y refugiarse en Francia. En París completó sus conocimientos sociales, mientras frecuentaba ciertos círculos de refugiados rusos. Por influencia de A. A. Karelin abandonó el partido socialrevolucionario y se interesó por los grupos de emigrados anárquicos rusos.
En 1913 fue miembro del comité de acción revolucionaria y se contrajo en Francia a la propaganda contra la guerra amenazante. Su actividad en 1915 fue tal que atrajo la atención del gobierno Viviani-Millerand, que decidió detenerlo, internarlo en un campo de concentración hasta el final de la guerra y más tarde expulsarlo. Volin, prevenido, se escondió y con ayuda de camaradas franceses llegó a Burdeos, donde consiguió embarcarse, como pañolero, en un buque que le condujo a los Estados Unidos. En Francia dejó a su compañera y sus cuatro hijos.
Hacía algunos meses que Volin enviaba correspondencia desde París al semanario anarcosindicalista Golos Truda (La Voz del Trabajo), órgano oficial de la poderosa Federación de las Uniones Obreras rusas en los Estados Unidos y el Canadá, que contaba entonces con más de diez mil afiliados. Volin fue muy bien recibido, pues la Federación carecía de conferenciantes y propagandistas. Su colaboración fue muy eficaz, pues era un gran orador, como la prensa rusa lo había señalado durante los acontecimientos de 1905. Su fácil elocución, el tono persuasivo de su palabra, la elegancia de su lenguaje imaginativo y colorista, el vigor y la elevación de su pensamiento, le atrajeron la adhesión de las masas, que se agolpaban para escucharle.
En el ambiente obrero de los Estados Unidos dejó un recuerdo inolvidable.
En 1917, la redacción del citado periódico y Volin volvieron a Rusia, donde rugía ya la revolución, para instalarse en San Petersburgo. En aquella época se realizó, entre los anarquistas rusos que quedaron en Europa, cuya memoria seguía la orientación de Piotr Kropotkin, y los que habían residido en América, un trabajo de unificación que se concretó en la Unión de Propaganda Anarcosindicalista de Petrogrado. Esta decidió continuar la publicación del Golos Truda; Volin fue designado redactor. Tras el golpe de estado de octubre, el periódico se hizo diario, ayudado Volin por un comité de redacción. Pero, después de la ruptura de las negociaciones de paz de Brest-Litovsk, Volin se separó del periódico.
Nuestro amigo marchó a Bobrov para reunirse con su compañera y sus cuatro hijos, que no había vuelto a ver desde su evasión de Francia, y que pudieron, tras mil peripecias, volver a Rusia. En Bobrov, Volin trabajó en el soviet de la ciudad, en la educación popular, para llevar a la población a la comprensión de los acontecimientos revolucionarios. Poco después pasó al diario Nabat (Alarma) de la región, y se unió a los organizadores de la Conferencia de Kursk, la que le encargó redactar las resoluciones adoptadas y elaborar una declaración que pudiera ser aceptada por todas las tendencias y matices del anarquismo y que permitiese a todos trabajar en una organización única.
Así, Volin formuló su idea de la Síntesis Anarquista, en la que cabían sindicalismo, comunismo e individualismo, ya que él los consideraba tres aspectos del anarquismo.
Después de la segunda Conferencia, Volin dejó a Moscú y volvió a trabajar en el Nabat de Kursk, que era el órgano central, pues había varias ediciones regionales del mismo. Se estaba entonces en un periodo de tolerancia política, y Volin, en la redacción del periódico, laboró intensa y eficazmente. Pero vino la reacción bolchevique, que suprimió la prensa libre y persiguió y detuvo a los anarquistas.
Entonces Volin se incorporó al movimiento majnovista, en la sección de cultura y educación, para organizar reuniones, conferencias, charlas, consejos populares, ediciones de volantes y carteles y cuantas publicaciones eran reclamadas por los majnovistas. En 1919 fue electo presidente del Consejo militar insurreccional, en el que trabajó intensamente durante seis meses. Su labor fue interrumpida cuando enfermó de tisis; fue detenido y trasladado a Moscú a manos de la CHEKA.
A raíz de un acuerdo militar entre el gobierno bolchevique y Majno, y reclamado por éste, Volin fue liberado en octubre de 1920.
Se trasladó a Jarkov, donde, con la Confederación Nabat, preparó un Congreso anarquista para el 25 de diciembre. La víspera, los bolcheviques detuvieron a Volin y a los anarquistas que habían militado con Majno. El movimiento anarquista resultó diezmando por una represión atroz y exterminada la parte del ejército de Majno, que pudo ser alcanzada, lo que por otra parte no impidió que se manifestase la resistencia insurreccional durante cerca de dos años aún, siempre con el inasible Majno a la cabeza.
Los prisioneros de Járkov fueron transferidos a Moscú, y Volin estuvo encarcelado en Butyrki y luego en Lefortovo. En ambas prisiones todos conocieron las brutalidades de la Cheka, contra la que protestaron por una huelga de hambre que duró diez días y medio, y finalizó gracias a una intervención inesperada: la de los delegados del sindicalismo europeo, asistentes a un Congreso del Profintern, quienes obtuvieron la liberación de diez prisioneros, entre ellos Volin, bajo condición de destierro perpetuo y amenaza de muerte en caso de infringirlo.
Todos pudieron viajar con sus familias. En Alemania, Volin fue socorrido por la Unión Obrera Libre de Berlín y trabajó intensamente por la misma, que publicó su excelente folleto La persecución del anarquismo en la Rusia soviética. Tradujo también el libro de P. Arshinov Historia del Movimiento Majnovista, a la vez que redactaba el importante semanario ruso "El Obrero Anarquista", de síntesis ideológica.
Invitado por Sébastien Faure a volver a Francia, donde tendría vida menos precaria, Volin aceptó colaborar en la Enciclopedia Anarquista, que había iniciado el viejo militante y gran orador. Escribió para esta obra notables estudios, algunos reproducidos en folletos de propaganda y en la prensa extranjera, particularmente de España. A propuesta de la CNT española aceptó la redacción de su periódico en francés L’Espagne Antifasciste. Dejó París, fue a Nimes y a Marsella, y aquí le sorprendió la segunda guerra mundial.
Debió temer las consecuencias de la invasión de Francia, siendo anarquista y ruso y decidido enemigo del nazismo. Pudo escapar a los peligros que le amenazaban, pero no a las miserias de la guerra: toda clase de privaciones que le debilitaron hasta llegar a ser víctima de la inexorable tuberculosis, de la que sucumbió en París el 15 de septiembre de 1945. Sus restos fueron incinerados en el Père-Lachaise, en presencia de muchos amigos.
Toda revolución es, en sus raíces, una gran desconocida, aunque sea estudiada de cerca por autores de diversas tendencias y en diferentes épocas. Pasan los siglos y, de vez en cuando, otros hombres escudriñan los vestigios de antiguas y grandes agitaciones para descubrir hechos y documentos que no vieron la luz.
Tales descubrimientos modifican nuestros conocimientos e ideas que suponíamos definitivos. ¡Cuántas obras sobre la Revolución Francesa de 1789 existían ya cuando Kropotkin y Jaurès descubrieron en sus escombros elementos hasta entonces ignorados que esclarecieron aquella época! El mismo Jaurès convino en que los inmensos archivos de la gran revolución apenas habían sido investigados.
En general, todavía no se sabe estudiar una revolución, como tampoco se sabe escribir la historia de un pueblo. Además, aún autores experimentados y concienzudos cometen errores y negligencias que impiden la justa comprensión de los acontecimientos. Se realiza un esfuerzo para investigar a fondo y exponer detalladamente los hechos y los fenómenos sorprendentes que se han desarrollado a plena luz, en la ruidosa manifestación revolucionaria, pero se desprecian o ignoran los sucesos ocurridos en el silencio, en lo profundo de la revolución, fuera de la batahola.
A veces se alude a ellos ligeramente con testimonios vagos que son interpretados casi siempre con error o interés. Y son precisamente estos hechos ocultos los realmente importantes para descubrir el verdadero sentido de su historia y de su época.
Además, la economía, la sociología, la psicología, consideradas como ciencias-clave de la revolución, son todavía incapaces, por rudimentarias, de comprender y explicar convenientemente lo sucedido.
Y aún en el aspecto puramente informativo, ¡cuántas lagunas! En el formidable torbellino de la revolución, muchos acontecimientos, en ese vaivén incesante de efervescencia, quizá quedan perdidos para siempre. Quienes viven una revolución, los millones de individuos que, de uno u otro modo, son arrastrados por el huracán, se preocupan muy poco de anotar, para las futuras generaciones, lo que han visto, sabido, pensado y vivido.
Subrayo que, con raras excepciones, los pocos testigos que registran notas, y también los señores historiadores, son de una parcialidad repugnante. Cada uno busca y encuentra a voluntad en una revolución elementos que puedan apoyar una tesis personal, o ser útiles a un dogma, a un partido, a una casta, ocultando y separando cuidadosamente todo lo que puede ser contrario a tales propósitos parciales.
Los mismos revolucionarios, divididos por sus teorías, se esfuerzan por disimular o desfigurar lo que no concuerda exactamente tal o cual doctrina. Y esto sin contar el número desconcertante de obras sin importancia alguna y que son hasta irrisorias.
¿Quién podría vanagloriarse de establecer la verdad inconfundible?... No es, pues, extraño que, sobre una revolución, existan casi tantas versiones como libros y que, en el fondo, la verdadera revolución siga siendo desconocida.
No obstante, esta revolución oculta, que lleva en sí los gérmenes de futuras agitaciones, hay que descubrirla. Cualquiera que piense revivirla activamente, o quiera sencillamente seguir los acontecimientos con discernimiento, debe investigar lo desconocido.
Y el autor afirma que su propio deber le obliga a ayudar al investigador en su búsqueda. En este libro, la revolución desconocida es la Revolución rusa, no la que fue muchas veces descrita por políticos o escritores patentados, sino lo que fue, por ellos mismos, descuidada o hábilmente velada y aún falsificada. Esta es la que se ignora.
Basta hojear algunos libros sobre la Revolución rusa para ver que, hasta ahora, todos han sido escritos con interés doctrinal, político o personal. La verdad se disfraza de acuerdo con el escritor, y los hechos cambian de aspecto según sea un «blanco», un demócrata, un socialista, un estaliniano o un trotskista quién los relate. Cada uno adereza a su gusto la realidad, y cuanto más se busca ésta menos se la halla, porque los autores han silenciado siempre los hechos de mayor importancia si éstos no concordaban con sus propias ideas, no les interesaban o no les convenían.
Pues bien: esta documentación inédita y tan excepcionalmente edificante constituye precisamente la mayor parte de este volumen. Sin exagerar ni envanecerse, el autor afirma:
<<Quién no llegue a conocer este libro seguirá ignorando muchísimos hechos de una importancia fundamental.>>
Las revoluciones precedentes nos han legado un problema importante, sobre todo las de 1789 y 1917: iniciadas extensamente contra la opresión, animadas por el poderoso aliento de la libertad y proclamando a ésta como fin esencial, ¿por qué degeneraron en una nueva dictadura de otras clases dominantes y privilegiadas y en una nueva esclavitud del pueblo? ¿Cuáles serían las condiciones que permitirían a una revolución evitar tan deleznable resultado? ¿Sería este fin, todavía por mucho tiempo, una especie de fatalidad histórica o sería el efecto de factores accidentales o sencillamente de errores y faltas que puedan corregirse en adelante? En este último caso, ¿qué medios podrían eliminar el peligro que amenaza ya a las futuras revoluciones? ¿Podría abrigarse alguna esperanza al respecto?
El autor ratifica que son, precisamente, los elementos ignorados y disimulados a sabiendas los que nos ofrecen la clave del problema y los medios precisos para solucionarlo. Y este propósito es el que ha de guiar toda la exposición de hechos incontestables que contiene este libro.
El autor participó activamente en las revoluciones de 1905 y 1917 y jamás hubiera pensado en escribir este libro si no le guiase el propósito de relatar los hechos auténticos con perfecta objetividad. Este cuidado de un relato franco y de un análisis imparcial está favorecido por la posición ideológica del que escribe.
Desde 1908 no pertenece a ningún partido político. Por sus convicciones simpatiza con la tendencia libertaria. Se puede permitir la completa imparcialidad porque, siendo libertario, no tiene interés alguno en traicionar a la verdad o disfrazarla; no aspira al poder, ni a un puesto dirigente, ni a privilegios, ni siquiera al triunfo, a cualquier precio, de una doctrina. No busca sino la verdad, porque sólo ella es fecunda. Su pasión, su única ambición, es hacer comprender los sucesos por el conocimiento de los hechos exactos, porque sólo así se pueden formular conclusiones justas y útiles.
Como toda revolución, la Revolución rusa posee un tesoro de hechos ignorados y aún insospechados. Este estudio pretende colocarse al lado de la obra de autores que hayan querido, podido y sabido explorar estas grandes riquezas con toda honestidad e independencia.
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