Sobre el ser vagabundo. Isabell Eberhardt

 
Isabell Eberhardt, 1877–1904. Su padre fue anarquista y fue criada como anarquista. Vivió la vida de una aventurera y vagabunda. Murió antes de los 30 años por una enfermedad. Deja tras suyo algunos escritos inspirados.
 
Un tema al que pocos intelectuales le dedican un pensamiento es el derecho a ser un vagabundo, la libertad para vagar. Sin embargo, el andar de vagabundo es la liberación, y la vida en la carretera abierta es la esencia de la libertad. Para tener el coraje de romper las cadenas con que la vida moderna nos ha ponderado (bajo el pretexto de que se nos ofrece más libertad), y luego a tomar el bastón simbólico y empaquetar y salir!

Para el que entiende el valor y el sabor delicioso de la libertad solitaria (en tanto nadie es libre si no esta solo) el estar de salida es el acto más valiente y más grandioso de todos.

Una felicidad egoísta, posiblemente. Pero para aquel que disfruta de su sabor, la felicidad.

El estar solo, el ser modesto en las necesidades, para ser ignorado, ser un extraño que está en casa en todas partes, y caminar, en forma grandiosa y por uno mismo, hacia la conquista del mundo.

El caminante sano sentado al lado de la carretera analizando el horizonte abierto ante él, ¿no es este el dueño absoluto de la tierra, las aguas, y hasta del cielo?

¿Qué habitante puede competir con él en poder y riqueza? Sus dominios no tiene límites, su imperio no tiene ley. Ningún trabajo le hace inclinarse hacia el suelo, en tanto la bondad y la belleza de la tierra ya son suyas.

En nuestra sociedad moderna el nómada es un paria «sin domicilio fijo». Al añadir estas pocas palabras al nombre de cualquier persona cuyo aspecto sea considerado irregular, aquellos que hacen y ponen en práctica las leyes pueden decidir el destino de una persona.

Para tener un hogar, una familia, una propiedad o una función pública, contar con un medio definido de subsistencia y ser una pieza útil en la máquina social, todas estas cosas parecen necesarias, incluso indispensable, para la gran mayoría de los hombres, incluyendo a los intelectuales, y aun aquellos que piensan de sí mismos como totalmente liberados. Y sin embargo, estas cosas son sólo formas diferentes de esclavitud que vienen del contacto con otras personas, especialmente regulado y continuo.

Siempre he escuchado con admiración, aunque no con envidia, a las declaraciones de los ciudadanos que cuentan cómo han vivido durante veinte o treinta años en la misma sección de la ciudad, o incluso en la misma casa, y que nunca han estado fuera de su país natal, o su ciudad.

No sentir la tortuosa necesidad de conocer y ver por uno mismo lo que está ahí, más allá de la misteriosa pared azul del horizonte, para no encontrar monótonos y deprimentes acuerdos de la vida cotidiana, para mirar el camino blanco que conduce a la distancia desconocida sin sentir la necesidad imperiosa de ceder ante ella y seguirla obedientemente a través de montañas y valles!
 
La creencia cobarde de que un hombre debe permanecer en un solo lugar es demasiado reminiscente de la renuncia acrítica de los animales, bestias de carga estupefactas por la servidumbre y, sin embargo siempre estando dispuestos a aceptar el deslizamiento sobre el arnés.

Hay límites para todo dominio y leyes que rigen todo poder organizado. Pero el vagabundo posee toda la tierra inmensa que sólo termina en el horizonte no existente, y su imperio es uno intangible, en tanto su dominio y disfrute de este son cosas del espíritu.
 

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