Frank Mintz. Autogestión y anarcosindicalismo en la España revolucionaria [PDF & epub]


Autogestión y anarcosindicalismo en la España revolucionaria es la historia de la única revolución europea en la que los trabajadores con los medios de producción en sus manos amenazaron, de forma efectiva, con imponer su criterio por encima de cualquier línea política que no fuera promovida por ellos mismos. Mejor aún, la historia de los resultados de la revolución, las colectividades que comenzaron a organizarse desde el mes de julio de 1936, aprovechando la legitimidad de la derrota de los insurrectos (en ciertas partes del país) y el consiguiente vacío de poder que dejó el proceso revolucionario. Una historia no exenta de contradicciones en la que su principal protagonista político, el movimiento anarcosindicalista, se vio atravesado por peleas intestinas que lo llevaron a un estado de progresiva impotencia y en la que las diferentes izquierdas demostraron que tras su aparente unidad se escondían intereses políticos y de clase bien distintos a los de sus propósitos proclamados de transformación social. Frente a una imagen que permanentemente opone república a dictadura, antifascismo a fascismo, las colectividades, formadas la mayor parte de las veces por cenetistas y ugetistas escasamente disciplinados con respecto a sus líderes, fueron la expresión material del deseo popular de dirigir la economía y con ella su destino. Su experiencia, la experiencia de sus éxitos y sus fracasos y la de la gigantesca alianza enemiga a la que tuvieron que hacer frente, es el testimonio actual de cualquier época que atraviese acontecimientos tan decisivos como los de la guerra y la revolución.




La CNT-FAI y los guardias civiles y de Asalto principalmente, así como algunos militantes catalanistas y del POUM, vencieron a los militares. El gobierno de Cataluña, la Generalitat, con Companys a la cabeza, que sin embargo en 1934 había protagonizado un conato de insurrección, se mostraron incapaces de luchar: 


«Se armó el mismo proletariado. Nosotros no contábamos con una cantidad de armas que darle al proletariado».  

[Companys a News Chronicle]


El Comité Regional de la CNT catalana se encontró el 20 de julio con el hecho de que controlaba casi totalmente la situación. ¡Se convocó deprisa y corriendo un pleno regional de locales y comarcales por la tarde! Tras las intentonas de 1932, enero y diciembre de 1933, Asturias en 1934, la propaganda por el comunismo libertario y el dictamen del Congreso de Zaragoza de mes y medio antes, la línea a seguir era evidente, pero las decisiones siguieron la lógica del comunismo libertario de Horacio Prieto.


Marianet (Mariano Vázquez, secretario del Comité Regional de Cataluña) escribió después: 


«La CNT-FAI no se dejó impresionar por el ambiente, ni se emborrachó por la victoria rápida, terminante, rotunda, que había logrado. Y en medio de este dominio absoluto de la situación, la militancia examinaba el panorama y exclamaba: A conquistar las poblaciones que tiene el fascismo. No hay comunismo libertario. Primero hay que batir al enemigo allá donde se encuentre».


Durante una reunión que agrupaba a unos 2000 militantes, el 21 o 22 de julio, ante las declaraciones de Vázquez y García Oliver de abandono del comunismo libertario, José Peirats hizo una declaración muy crítica que fue interrumpida por Juanel, quien le insultó. Ante esta cerrazón mental, Peirats se fue, acompañado por los compañeros de Hospitalet de Llobregat, excepto Xena. Federica Montseny les amenazó con hacerles perseguir.


Si bien los líderes elegían la alianza con la burguesía republicana y postergar los anhelos anarquistas, apoyándose en Horacio Prieto, la base, según el concepto de Isaac Puente, no se preocupaba de estas orientaciones. Esto explica la aparición de la autogestión, a pesar de todo y de todos los jefes.


Líster junto a sus sicarios


La dialéctica del general Líster


En enero de 1937 hubo elecciones municipales, con los siguientes resultados: la CNT, ostentaba un 51,5% de los ediles frente al 27,1% de la UGT y el resto para los partidos políticos. Entre éstos, Izquierda Republicana tenía el 9%, el Frente Popular —sin más especificación— un 6,5%, el PSOE 2,4%, Unión Republicana 2%, y el partido comunista con el 0,75%. El PC se repartía así: 0,8% en Huesca, 0,4% en Teruel y 2% en Zaragoza —concretamente sólo en Caspe tenía un 5,55%. 


Datos interesantes porque en agosto de 1937, en una aplicación maravillosa del materialismo dialéctico, la división del general comunista Líster intervino para disolver el Consejo de Aragón y destruir las colectividades con una orden oral del socialista Indalecio Prieto. Era una intervención presuntamente liberadora.


Líster restablecía la pequeña propiedad agrícola (kulak en el vocabulario del PC) que en el mismo periodo en la URSS acababa de ser anulada con un casi total exterminio de este tipo de campesinado. No pocas colectividades se volvieron a formar tras la salida de Líster, pero el entusiasmo había decaído. La intervención de Líster fue un problema, incluso para los propios comunistas como lo evidencia este testimonio (con la debida diplomacia propia de un texto oficial) de 1937 de José Silva, secretario general del Instituto de Reforma Agraria: Cuando el Gobierno de la República disolvió el Consejo de Aragón, el Gobernador General quiso dar satisfacción al hondo malestar que latía en el seno de las masas campesinas disolviendo las colectividades. Tal medida constituyó un error gravísimo que produjo una tremenda desorganización en el campo. Los descontentos con las colectividades, que tenían razón para estarlo si se tienen en cuenta los métodos empleados para constituirlas, amparándose en la disposición del gobernador, se lanzaron a su asalto, llevándose y repartiéndose todos los frutos y enseres que tenían, sin respetar a las que, como la de Candasmo, habían sido constituidas sin violencia ni coacciones, tenían una vida próspera y eran un modelo de organización. Cierto que el gobernador perseguía reparar las injusticias que se habían cometido y llevar al ánimo de los trabajadores del campo la convicción de que la República les protegía. Pero el resultado fue completamente contrario. La medida acentuó aún más la confusión y las violencias se ejercieron del otro lado. Como consecuencia, se paralizaron casi completamente todas las labores del campo, y, a la hora de llevar a cabo la sementera, una cuarta parte de la tierra no estaba preparada para recibirla.




Esta declaración se puede reforzar con tres elementos. La propaganda anterior del PC afirmaba que los aragoneses estaban oprimidos por la autogestión. Pero después del paso de Líster el PC recogió algunos testimonios, que eran tan pocos que no los publicó. Así, el informador comunista de Castejón de Monegros afirmaba: «Mariano Olona, presidente de la CNT, elemento peligrosísimo. Presente en esta localidad y en su domicilio se hospedaban los de la seguridad con el fin de implantar el comunismo». (Otra prueba de que el PC admitía derechistas en sus filas).


Oficialmente el PC de Aragón dio lugar a un retroceso: 

«Los comunistas no podemos negar nuestra esencia revolucionaria y hoy, por lo tanto, debemos prestar la mayor atención a la organización colectiva del trabajo, como primer paso para la creación de una España libre y fuerte».


En el acta mecanografiada de una «reunión de delegados sociales de Aragón» en Caspe, 7-2-1937 se lee: 


«[Delegado de Huesca] Se han cobrado 35.000 pesetas de las 60.000 que debía una colectividad en el pueblo de Sena. Respecto a las colectividades que se disuelvan por sus métodos condenables, hay que aprovechar antes de su disolución para cobrarles o hacerles pagar los débitos que tengan con el Instituto, ya que de no aprovechar esta ocasión no habrá medios de cobrarles». «[Delegado de Mora de Rubielos] En Monteagudo del Castillo el Consejo de Individualistas devuelve el ganado y las tierras a los facciosos y les recogen 6000 pesetas a los colectivistas, que le habían entregado “bajo pretexto y el miedo de que vinieran los otros”. Pide que en la prensa se den orientaciones de cómo deben organizarse las Juntas Calificadoras para que en los pueblos se enteren de esto, ya que hay muchos que no lo saben». «[Delegado de Zaragoza] Se han reorganizado colectividades en: Bujaraloz, en Candasnos, en Peñalba, la Almalda, Castejón de Monegros, Lécera, Azuara, Pina, Sástago y otros». 




Tenemos tres afirmaciones fundamentales: la continuación, en febrero de 1938, de la campaña anti-colectivista, la desviación política que provocó y la persistencia de la autogestión pese a los obstáculos.


Es importante subrayar las opiniones en los testimonios (anexos VI y XI) de que las colectividades que se rehicieron eran mejores, con gente más decidida y, allí donde pudo haber excesos, fue casi imposible recrearlas. Con respecto a este último punto, se puede reproducir la lista de colectividades que se formaron de nuevo —de acuerdo a fuentes cenetistas—: Alcolea, Alcorisa, Calanda, Gelsa, Más de las Matas, Peñalba, Pina y la comarcal de Barbastro con unos treinta colectivos. Esta reorganización es más admirable aún cuando se piensa que la CNT dejó hacer, como lo declaró el mismo Joaquín Ascaso: 


«Pese a la opinión derrotista de la CNT, habríamos defendido con las armas en la mano nuestro Consejo, porque así entendemos la revolución, y hemos quedado hoy los mismos anarquistas y revolucionarios que éramos antes».


Con un reduccionismo que descarta todos los factores específicos de Aragón, podemos tomar la crítica del anarquista francés André Prudhommeaux: 


«Allí donde el reparto por su sencillez puede tomar el aspecto del trueque, allí donde los poblados se reducen a unas familias, al pueblo, a los campos, la expropiación capitalista ha sido completa. Los campesinos no han demostrado con ello su superioridad ideológica, sino que se han encontrado en condiciones generales tales, que la organización colectiva de la producción sólo se podía conseguir con la normalización comunista del reparto. Es el reparto de los productos agrícolas lo que ha guiado a los campesinos en la sindicalización de la producción. No podían actuar de otro modo».




Justamente, los cambios que se pueden introducir en ciertas situaciones son fáciles, con el fin de pasar de la miseria, impuesta por el capitalismo, a la satisfacción de una serie de necesidades urgentes y elementales diarias. No decía otra cosa el Comunismo libertario de Isaac Puente. La colectivización aragonesa estaba basada en la producción agrícola nacional —trigo, azúcar de remolacha—, con una población sin necesidades «modernas» (bienes de consumo refinados, distracción, reposo, etc.). El trueque, la economía de guerra, podía aplicarse bastante fácilmente (pero no hay que exagerar en este sentido). Levante y Cataluña, en cambio, eran regiones con clases sociales menos contrastadas, con exportaciones e importaciones nacionales e internacionales, agrícolas e industriales, en las que la colectivización planteó problemas más difíciles, y por lo tanto más interesantes.




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