Camaradas:
Quiero, ante todo, relacionar esta tercer conferencia a las dos precedentes, a fin de que podáis, de un modo más fácil, apercibir su unión. En mi primera conferencia he dicho: Este continente sobre el cual vivimos ha sido en dos ocasiones teatro de una falsa redención; la primera vez, hace un poco más de diez y nueve siglos, por el cristianismo; la segunda hace ciento treinta años, por la revolución francesa.
Consagré la primera conferencia a la bancarrota de la redención cristiana y la segunda a la de la redención burguesa. Estas dos bancarrotas has llegado: la primera a la dictadura del cristianismo, desde el comienzo del siglo V hasta el fin del siglo XVIII; la segunda a la dictadura de la clase burguesa, desde 1789 hasta nuestros días.
He concretado lo que habría que entender por estas palabras: dictadura de la burguesía. Y las resumí en una fórmula tan concisa como comprensible: dominación absoluta de la clase burguesa sobre la clase obrera, dominación económica por el capital, dominación política por el Estado.
Se comprende fácilmente que la clase que posee a la vez el poder y el dinero pueda hacer pesar el yugo de su dictadura sobre la clase que no posee el dinero ni el poder.
El capital, es decir, el dinero, no será nunca nada sin el apoyo del poder, es decir del Estado.
Sin el Estado, el capital sería como una ciudad abierta, expuesta a todos los asaltos, a merced de todas las sorpresas, de un simple golpe de fuerza. El Estado burgués tiene por misión vigilar las maniobras de la clase obrera, impedir que ésta agrupe sus fuerzas, que fortifique su acción, y si acontece que esta clase obrera, saliendo de su torpeza, de su apatía habitual, libra batalla, la misión -no, no diré la misión, la expresión es demasiado noble-, el rol del Estado es intervenir por la fuerza y derrotar a los insurrectos.
El Estado no es sólo, como se cree comúnmente, un agente de administración; es, sobre todo, un agente de represión. Es como el perro de guardia que, atado a su casilla, previene a los propietarios del lugar, al principio por sus gruñidos, luego por sus ladridos furiosos, de la aproximación del enemigo; y sí, no dejándose intimidar por los ladridos del perro de guardia, el enemigo penetra en el lugar, el Estado se convierte en la fuerza encargada de la defensa de la caja de caudales y de salvarla a toda costa, aún a costa de la sangre.
Bajo los aspectos falaces de administrador de la cosa pública, de defensor de la ley, de protector del orden, el Estado no es, en el fondo, más que el gendarme presupuesto a la salvaguardia, por la violencia, sistemáticamente organizada, de las instituciones establecidas. Sin duda, el Estado tiene por función administrar la cosa pública. Sólo que no hay cosa pública, y no puede haberla en un régimen donde, políticamente, todos obedecen a algunos y donde, económicamente, todo pertenece a unos pocos. Los intereses son diversos, opuestos, contradictorios. No hay interés común, no hay interés general, no hay cosa pública.
El Estado es igualmente el defensor de la ley. Pero la ley -contrariamente a lo que un vano pueblo piensa- no es hecha para proteger a los pequeños, a los humildes y a los pobres contra los grandes, los poderosos y los ricos. Es hecha para defender los privilegios de los grandes, de los poderosos, de los ricos contra las reivindicaciones constantes y las tentativas periódicas de los despojados y los esclavizados.
En fin, el Estado es protector del orden. Es él quien tiene el encargo de asegurar el orden y no falta a esta obligación. Pero lo que se llama orden en la jerga oficial, orden burgués, es el desorden más ignominioso y más criminal. Escuchad lo que dijo Kropotkin:
“El orden, hoy -lo que ellos entienden por orden- en las nueve décimas partes de la humanidad trabajando para procurar el lujo, los placeres, la satisfacción de las pasiones más execrables a un puñado de haraganes. El orden es la privación de estas nueve décimas partes de todo lo que es condición necesaria a una vida higiénica, a un desenvolvimiento racional de las cualidades intelectuales. Reducir nueve décimas partes de la humanidad al estado de bestias de carga, viviendo al día el día, sin atreverse jamás a pensar en los placeres procurados al hombre por el estudio de las ciencias, por la creación artística, ¡he aquí el orden!
El orden es la miseria, el hambre, convertida en el estado normal de la sociedad.
El orden, es la mujer que se vende para alimentar a sus hijos; es el niño reducido a ser encerrado en una fábrica o a morir de inanición; es el obrero reducido al estado de máquina.
Es el fantasma del obrero insurreccionado a las puertas del rico, el fantasma del pueblo insurreccionado a las puertas de los gobernantes.
El orden es una íntima minoría elevada en las cátedras gubernamentales, que se impone, por esta razón, a la mayoría y que prepara a sus hijos para ocupar más tarde las mismas funciones a fin de mantener los mismos privilegios por el engaño, la corrupción la fuerza, la masacre.
El orden es la guerra continua de hombre a hombre, de oficio a oficio, de clase a clase, de nación a nación. Es el cañón que no cesa de tronar, es la devastación de las campiñas, el sacrificio de generaciones enteras en los campos de batalla, la destrucción en un año de las riquezas acumuladas por siglos de ruda labor.
El orden es la servidumbre, el encadenamiento del pensamiento, el envilecimiento de la raza humana mantenida por el hierro y por el látigo. Es la muerte repentina por el grisú o la muerte lenta por el encierro de centenares de mineros, desgarrados o enterrados cada año por la avaricia de los patronos y ametrallados o perseguidos a la bayoneta cuando se atreven a quejarse.
El orden, en fin, es el ahogamiento en sangre de la Comuna de París. Es la muerte de treinta mil hombres, mujeres y niños, desmenuzados por los obuses, ametrallados, enterrados en la cal viva, bajo el adoquín de París.
¡He ahí el orden!
¿Y el desorden, lo que ellos llaman desorden?
Es la sublevación del pueblo contra este orden innoble, que quebranta sus cadenas, que destruye los obstáculos y marcha hacia un porvenir mejor. Es lo que tiene la humanidad de más glorioso en su historia.
Es la revuelta del pensamiento en la víspera de las revoluciones; es el derrumbamiento de la hipótesis sancionada por la inmovilidad de los siglos precedentes; es la aparición de toda una ola de ideas nuevas, de invenciones audaces; es la solución de los problemas de la ciencia.
El desorden es la abolición de la esclavitud antigua; es la insurrección de las comunas, la abolición de la servidumbre feudal, las tentativas de abolición de la servidumbre económica.
El desorden de la insurrección de los campesinos contra los sacerdotes y los señores, que queman los castillos para hacer lugar a las chozas, que salen de sus guaridas para buscar un puesto al sol. En la Francia aboliendo la realeza y asestando un golpe mortal a la servidumbre en toda la Europa occidental.
El desorden en 1848, que hace temblar a los reyes y proclama el derecho al trabajo.
Es el pueblo de París que combate por una idea nueva y que, aún sucumbiendo en las masacres, lega a la humanidad la idea de la comuna libre, le abre el camino hacia esa revolución de que sentimos la aproximación, y cuyo nombre será el de Revolución Social.
El desorden -lo que ellos llaman desorden-, son las épocas durante las cuales generaciones enteras soportan una lucha incesante y se sacrifican para preparar a la humanidad una existencia mejor, libertándola de las servidumbres del pasado. Son las épocas durante las que el genio popular adquiere su libre expansión y da, en algunos años, pasos gigantescos, sin los cuales el hombre habría quedado en el estado de esclavo antiguo, de ser rastrero, envilecido en la miseria.
El desorden es el florecimiento de las más bellas pasiones y de las más grandes abnegaciones; es la epopeya del supremo amor a la humanidad”.
Breve biografía de Sebastián Faure:
Sébastien Faure fue un destacado miembro del movimiento anarquista francés durante medio siglo, y uno de los más eficaces de todos los propagandistas anarquistas, a pesar de que es poco conocido fuera de Francia.
Auguste Louis Sébastien Faure nació en 1858 en una familia católica de clase media en Saint-Etienne (cerca de Lyon en el centro de Francia). Fue educado en escuelas jesuitas y destinadas para el sacerdocio, pero después de la muerte de su padre entró en el negocio de los seguros. Después del servicio militar, pasó un año en Inglaterra. Se casó y se trasladó a Burdeos (en el suroeste de Francia). Pronto perdió la fe y se convirtió en un socialista. Se propuso, sin éxito, como candidato del Partido Obrero (el marxista Partido de los Trabajadores) en la Gironda en las elecciones de 1885, pero bajo la influencia de Piotr Kropotkin, Élisée Reclus y Joseph Tortelier se trasladó hacia el anarquismo.
En 1888 rompió con los socialistas, se instaló en París, y dedicó el resto de su vida a una carrera como propagandista de tiempo completo para el anarquismo. Él y su esposa se separaron, aunque se reconciliaron después de muchos años. Se convirtió en un escritor y orador muy activo, para ganarse la vida dando conferencias en todo el país.
Él nunca pretendió ser un pensador original, pero fue un divulgador eficaz de las ideas de otros. Tomó una línea moderada en el movimiento, y abogó por un enfoque ecléctico, que trató de unir a todas las tendencias. No estaba convencido del nuevo movimiento sindical a finales de 1890, pero fue un sindicalista activo. No era un individualista, pero tomó en serio el individualismo. No estaba a favor de métodos violentos, pero simpatizaba con aquellos que los utilizaban. Él no era un simple teórico de sillón, ya que fue de los más buscados, detenido y procesado y, ocasionalmente, encarcelado por sus actividades.
En un primer momento se asoció estrechamente con Louise Michel, pero pronto se convirtió en una figura importante por derecho propio, y uno de los más conocidos anarquistas en el país. En 1894 fue uno de los acusados en el “Juicio de los treinta”, cuando las autoridades francesas intentaron, sin éxito, suprimir el movimiento anarquista con la excusa de la relación de sus líderes en conspiraciones criminales, y fue absuelto. Estuvo involucrado con varios periódicos en diversas ocasiones en varias partes de Francia, el más importante de los cuales fue "Le Libertaire" (El Libertario), que comenzó con Louise Michel, en noviembre de 1895 y que se publicaba una vez por semana, hasta junio de 1914. Estuvo activo en el movimiento de Dreyfusard, en sustitución de "Le Libertaire" con el periódico "Diario del Pueblo" en 1899. También produjo "Le Quotidien" (El Diario) en Lyon durante 1901-1902. Desde 1903 fue activista en el movimiento del control de la natalidad. De 1904 a 1917 trabajó una escuela liberal llamada La Ruche (La Colmena) en Rambouillet (cerca de París).
Era un opositor moderado de la Primera Guerra Mundial, y emitió un manifiesto Vers la Paix (Hacia la paz) a finales de 1914. Produjo un semanario de izquierda "Ce qu'il faut dire" de abril 1916 a diciembre 1917. En 1918 y 1921 estuvo brevemente en prisión por delitos sexuales envuelto con jóvenes chicas, esto lo perjudicó pero no destruyó su carrera.
Después de la guerra revivió "Le Libertaire", que se prolongó desde 1919 hasta 1939. En 1921 lideró un movimiento anarquista reaccionario francés contra la dictadura comunista de crecimiento en la Unión Soviética. En enero de 1922 comenzó "La Revue Anarquista", revista mensual líder en el movimiento anarquista francés entre las dos guerras mundiales.
En la década de 1920 se opuso al sectarismo, tanto de los Plataformistas autoritarios y de sus críticos, y defendió lo que llamó un “anarquismo de síntesis” en la que el individualismo, el comunismo libertario y anarco-sindicalismo podrían coexistir. En 1927 encabezó una secesión de la Unión Anarquista nacional, y en 1928 ayudó a fundar la Asociación de Anarquistas Federales e iniciar su trabajo, "La Voix Libertaire" que duró desde 1928 hasta 1939.. Se reconcilió con la organización nacional y "Le Libertaire" en 1934. Durante la década de 1930 tomó parte en el movimiento por la paz como un miembro destacado de la Liga Internacional de los Combatientes por la Paz. En 1940 se refugió de la guerra en Royan (cerca de Burdeos), donde murió en 1942.
Además de innumerables artículos y conferencias (muchas de las cuales fueron impresos como folletos y algunos de los cuales fueron recopilados como libros), y varios folletos anarquistas y ateos. Su principal obra fue una trilogía ambiciosa de libros La Douleur universelle: Filosofía Libertaire (Dolor universal dolor: Filosofía liberal), una obra sobre los problemas causados por la autoridad, que fue publicado en 1895; Medicastres: Libertaire Philosophie (Charlatanes: Filosofía Liberal), un relato de las falsas soluciones a los problemas causados por la autoridad, que no fue publicado; y communisme Lun: Le bonheur universel (Mi comunismo universal de la felicidad), un relato ficticio de la revolución libertaria, que fue publicado en 1921. En 1923 publicó L'religieuse impostura (impostura religiosa), un largo ataque a la religión (una edición revisada apareció en 1948).
En 1926 comenzó su proyecto más ambicioso: La preparación de la Enciclopedia Anarquista, una de las publicaciones liberales y más valiosa e impresionante jamás producida. Esta apareció en 1927 como una serie de piezas separadas y luego en 1932 en un conjunto de volúmenes masivos. Toda la obra, que contiene cerca de 3.000 páginas, consistió en una referencia general alfabética con la colaboración de los principales escritores anarquistas de todo el mundo. Faure fue el editor en jefe, y también el autor de muchos de los artículos más importantes.
El folleto Douze preuves de l'inexistencia de Dieu, ("Doce pruebas de la no existencia de Dios"), que está basado en conferencias que dio en muchas ocasiones, se publicó por primera vez en París en 1914. Fue reimpreso con frecuencia, y también traducido en varias ocasiones. Justo antes de su muerte, una traducción de Aurora Alleva y DS Menico fue publicada en los Estados Unidos como ¿Existe Dios?
1 comentario:
"El comunismo -que hemos de procurar no confundir con el "Partido Comunista"- es una doctrina social que, sobre la base de la abolición de la propiedad privada y la puesta en común de todos los medios de producción y de todos los productos, tiende a sustituir el presente sistema capitalista por una forma de sociedad igualitaria y fraterna. Hay dos tipos de comunismo: el comunismo autoritario que exige el mantenimiento del Estado y de las instituciones que conlleva, y el comunismo libertario que implica su desaparición." Sébastien Faure
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