Con elecciones o sin ellas. Germinal Esgleas

 
Artículo publicado el 21 del 2 de 1936 en La Revista Blanca.
 

Germinal Esgleas

Cualquiera que haya sido el resultado de las elecciones (escribimos estas líneas antes de que se celebren y aparecerán después de ellas), hayan ganado izquierdas o derechas, que todas habrán ganado a su manera, y no les faltará razón, los problemas fundamentales para los trabajadores que anhelan su emancipación, no habrán variado en lo más mínimo.
 
Si han triunfado las derechas, la amenaza del fascismo, independientemente del resultado de la contienda electoral, seguirá cerniéndose sobre el pueblo español; y si han triunfado las izquierdas, dicho peligro tampoco desaparecerá, aun en el supuesto de que la izquierda no se aficione ya de buenas a primeras, sin destruir aquella amenaza, cosa que no está en su mano, a aplicar su fascismo especial por propia cuenta.
 
Haya triunfado uno u otro de los frentes entregados a esa contienda que sólo sirve para entretener y desviar al pueblo de la verdadera acción manumisora, los trabajadores se habrán encontrado, después del día 16, con que siguen esclavos del capital y del Estado. No podrán gozar de libertad ni de igualdad efectivas. Los que tienen en su poder las fábricas, la industria, el comercio, seguirán expoliándoles como siempre, y les negarán el pan, el trabajo, el derecho a la vida, si así conviene a sus intereses, cuando se cansen de pagar irrisorios salarios o no les tenga cuenta pagarlos. Los que gobiernen, no importa la etiqueta que lleven, gobernarán con los mismos instrumentos de antes (policía. Guardia civil, de Asalto, etc.) y adoptarán idénticas procedimientos, extremando la nota, como antaño (¡y son tantos los casos de triste, trágico e indignante recuerdo!), cuando el pueblo, con impaciencia más que justificada, se «salga de la ley», que en lenguaje corriente quiere decir si desoye los consejos interesados de los que nada saben ni entienden del hambre y de sus dolores.
 
Quizá los obreros habrán reñido cumpliendo ese «deber cívico» del sufragio en defensa de un gobierno mejor o peor, que dentro del marco de una república, Estado al fin y al cabo como lo es una monarquía, ha de defender los intereses del capitalismo y los de la propia institución que representa, colocándolos por encima de todo. Si esto ha sido así ¿por qué se habrán peleado los trabajadores, que no tienen ni pueden tener intereses comunes con la burguesía ni con el Estado? Si la política les ha dividido, rompiendo vínculos solidarios de clase ¿no habrán de recapacitar y de reconocer el error de que han sido víctimas? Si, unidos en un frente opuesto politicamente al derechismo, pueden comprobar la ineficacia del voto desde el punto de vista de sus aspiraciones de transformación social ¿no dirigirán su mirada hacia aquellos organismos y hacia aquellas tendencias que en el movimiento revolucionario y emancipador rompen con el círculo vicioso de las luchas políticas dentro de la sociedad capitalista y en el terreno económico y en el de la línea insurreccional revolucionaria, solidarizando a todos los explotados y a todos los oprimidos en una común aspiración de libertad y de justicia, pugnan por destruir las causas de la infelicidad humana, al menos de aquellas que pueden tener y tienen raíz en lo defectuoso e injusto del sistema social presente?
 
Hoy, como ayer, el trabajo queda por hacer. Al volver al taller, a la obra; al pasear su hambre y sus miserias por las calles; al encontrarse con los hogares desmantelados, deshechos; al verse lanzados al arroyo, tratados como bestias, acorralados a veces como fieras, habrán de comprenderlo así. Por mucha que sea la paciencia, por mucha que sea la resignación de los que confían en soluciones políticas y que de los políticos esperan algo bueno, vendrá un momento en que se habrá apurado el límite extremo, en que la venda de los ojos caerá y se verá con claridad.
 
Como lo es el capitalismo, al que sirven incondicionalmente, fascismo y democracia son negaciones de la libertad en pos de la cual, a través de la historia y de épicas y cruentas luchas, cada vez con más enérgico y ferviente anhelo, marcha el pueblo. Al finn de la jomada, por grande que sea la influencia del ilusionismo político, cuantos en él hayan depositado su fe, habrán de pensarlo y de sentirlo así. Si ha triunfado la derecha, lo que dudamos, las masas obreras conscientes no han de dejar abatir su ánimo, y han de dar ejemplo a aquella parte del pueblo inconsciente que, confiando en los recursos políticos, al ver que falla el resorte electoral, se verá desorientada y perpleja cuando no desmoralizada.
 
Frente a todas las provocaciones reaccionarias ha de afirmarse la posición en el terreno de franca rebeldía y de insurrección social,, sin dejar al enemigo que lleve la iniciativa de la lucha, sino desarticulando sus golpes en la medida de lo posible, procurando crear poderosas corrientes favorables a los intereses de la revolución. Si triunfan las izquierdas, tampoco la revolución social ha de ser traicionada. Una misma línea de conducta consecuente y rectilínea en contra del capitalismo y del Estado ha de mover a los trabajadores. No se puede hacer parada en la democracia, confiados en que ya no es de temer la acometida del fascismo. Los trabajadores no han de dejarse engañar por las apariencias. El edificio de la democracia está resquebrajado por todas partes. No ofrece garantía alguna para la libertad. Es una parte de la misma burguesía la que la defiende, y con ella no pueden solidarizarse los trabajadores sin traicionarse a sí mismos.
 
Del fascismo no se puede esperar nada. Es la barbarie que revive. Lo ancestral que se se impone circunstancialmente cuando el desequilibrio social entra en una fase tan aguda que ya toda solución intermedia queda arrinconada por la fuerza misma de las realidades de la hora, que exigen un alumbramiento o el aborto violento, aplastador del mundo nuevo naciente. Pero de la democracia ¿qué puede esperarse si en esa fase aguda del proceso de transformación que se opera en la sociedad humana fracasa ruidosa y estrepitosamente en su papel de mediadora y sólo sirve de inútil estorbo que al fin la misma fuerza antagonista de las dos poderosas corrientes en pugna, reaccionaria y renovadora, ha de eliminar? ¿Qué crédito moral puede merecer una constitución más o menos liberal, si una simple disposición gubernativa anula toda garantía por tiempo indefinido y cuando en general hemos podido ver cómo situaciones democráticas tenidas por seguras y presentadas como ejemplo se han hundido dejando paso al fascismo más desenfrenado y brutal?
 
Es una necesidad para los trabajadores superar el concepto de democracia sin volver los ojos atrás pensando hallar en las habilidades demagógicas y confusionistas del sector fascista más inteligente y audaz un alivio, siquiera sea momentáneo, a los males que les agobian y que se multiplican por momentos. Los trabajadores han de aplicarse a resolver sus problemas por propia cuenta, contando con la oposición y no con el favor del Estado, y dirigiendo sus esfuerzos, por medio de la acción revolucionaria consciente, a abolir dicha institución opresora y a socializar los medios de producción y de cambio. Si creen que situación alguna política ha de ampararles persiguiendo dichos objetivos, viven en un error. En la democracia burguesa, no mandan los hombres de gobierno. La banca, la industria, el comercio, entre otros mil intereses vinculados a la propiedad y al Estado, incompatibles con los de los trabajadores, irreductibles en sus antagonismos, son los que disponen, constituyen los verdaderos poderes.
 
Después de las elecciones del día 16, en el orden político, en el económico y en el social los trabajadores podrán comprobar cómo si ellos no lo impulsan desde abajo con su acción decidida pasando por encima de las consignas gubernamentales de los partidos de derecha o de izquierda, cambio alguno radical se produce. Y si su espíritu revolucionario desciende, si entre ellos cunde el desaliento, si la presión que ejercen en el cuerpo social disminuye al confiar en la eficacia de la acción parlamentaria, de la «revolución» desde arriba y en el papel, veremos cómo esa fuerza fascista que se habrá pretendido abatir con un arma mellada de dos filos, se presentará más provocadora, demostrará mejor los propósitos que la animan.
 
Con tiranía democrática o con tiranía fascista, los trabajadores individual y colectivamente se verán en la necesidad de defender sus derechos, de hacer respetar la libertad de una manera violenta y enérgica. Al hacerlo, habrán de chocar con los «sagrados» intereses de la propiedad burguesa, del capitalismo y del Estado. Y comprenderán una vez más que, sin atacarlos en su misma raíz y sin tomar a fondo la acción ofensiva en tal sentido, deber de todas las horas si realmente desean emanciparse, la cuestión social no puede ser solucionada. Con elecciones y sin ellas, como ayer y como antes, la lucha es la misma, tan vieja como el mundo, desde que hubo el primer opresor, desde que hubo el primer explotador, y si los trabajadores en vez de servir de puntal a los gobiernos y en vez de soñar en armonías imposibles de encontrados intereses, no saben unirse, forjarse una conciencia revolucionaria y crear una poderosa corriente revolucionaria divorciada en absoluto de todos los partidos políticos gubernamentales o aspirantes a gobernar, se verán abocados a una situación cada vez más desfavorable y trágica, con grave peligro para los más altos valores de la Humanidad y de la civilización. Que no se desvíen, pues, del verdadero fin emancipador: abolición del capitalismo y del Estado. Todo lo que se quede más atrás de este objetivo concreto, es no solucionar nada.
 
GERMINAL ESGLEAS
 
 

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