Absoluciones y condenas. Julio Cortázar (Argentina: años de alambradas culturales epub & Pdf)



La Historia ya no avanza en el tiempo, como en los cuadros alegóricos del Renacimiento, de pie en una lenta cuadriga triunfal; la Historia viaja hoy en un jet, y apenas terminado uno de sus capítulos de gloria o de infamia, el olvido pasa una rápida esponja por el encerado de nuestras memorias. Si estas imágenes un tanto pictóricas parecen demasiado alambicadas, remito a la lectura de Le Monde de París, cuyo número del primero de junio contiene en la página 3 el resumen de las brillantes negociaciones que celebra el ministro de economía de la Argentina con gobiernos tan aparentemente antagónicos como Francia, la Unión Soviética, los Estados Unidos y China, que se apresuran a multiplicar fabulosas inversiones destinadas al desarrollo energético y tecnológico del país y cosechar los consiguientes beneficios para los inversores. Pero ocurre que en la página 10 del mismo número, el Tribunal Permanente de los Pueblos, del cual formo parte, da cuenta de su última sesión celebrada en Ginebra, que le ha permitido investigar y analizar los trágicos acontecimientos ocurridos en la Argentina desde la toma del poder por la junta militar presidida por el general Videla, y sancionar enérgicamente a dicha junta por su abierta violación de los más fundamentales derechos humanos. Así, a pocas páginas de intervalo, una sola realidad se desdobla ya en pasado y presente, en olvido y actualidad; el jet de la historia es supersónico, y cuando se viaja en él no puede extrañar a nadie que un artículo de Le Matin del 6 de junio termine diciendo: «La dictadura argentina, que ha ejercido y sigue ejerciendo la más feroz de las represiones, puede comprobar hoy con satisfacción que todos los países mantienen con ella las mejores relaciones del mundo.» Bueno es lo que bien acaba, ¿no es cierto, Shakespeare?

Fácil es deducir que el cinismo más imperturbable se encarga de los comandos de ese jet capea de proponer contradicciones tan flagrantes. Por dar un ejemplo entre muchos, la embajada argentina en Washington paga una página de publicidad titulada The New Argentina, en la que se "vende" el país a los nuevos inversores, sean japoneses, soviéticos o norteamericanos, con el aval de personajes tales como William D. Rogers, ex subsecretario de Estado para los asuntos latinoamericanos, quien después de visitar el país en 1975 y 1979, afirma:

<<Hoy estamos viviendo en una atmósfera diferente>> 

Y el de William Simon, ex secretario del Tesoro, que afirma: 

<<En los últimos tres años, la Argentina ha visto más la luz que en los treinta años precedentes, y esto es algo infrecuente en la historia>>

Si la atmósfera diferente de míster Rogers es la de un cementerio con relación a una ciudad, y si la mayor luz de míster Simon viene de que en el suelo argentino faltan las sombras de quince mil personas desaparecidas y casi seguramente asesinadas, desde luego estos honorables funcionarios no se equivocan de proponer contradicciones tan flagrantes. Por dar un ejemplo entre muchos, la embajada argentina en Washington paga una página de publicidad titulada The New Argentina. Pero no todos estamos de acuerdo con ellos.

La peor gentuza nacida en la Argentina. Las democracias occidentales y los bolcheviques hacían negocios con ellos, mientras que el pueblo argentino sufría las consecuencias de tan miserable iniquidad.

Los primeros en no estarlo son los juristas y personalidades internacionales que constituyen el Tribunal de los Pueblos, para quienes el régimen militar argentino es responsable de una sistemática violación de los derechos del pueblo a través del desmantelamiento de las estructuras sindicales y de los partidos políticos, la liquidación o desaparición de innumerables ciudadanos, la práctica sistemática de la tortura en sus formas más monstruosas (cf. el informe del Tribunal), y la carencia de recursos judiciales frente a los atropellos de toda índole. No puede sorprender a nadie, empezando por los miembros de la junta, que el Tribunal condene con el máximo rigor al régimen instaurado en 1967 por su violación del derecho fundamental del pueblo argentino a la autodeterminación.

Los quinientos mil exilados dispersos en todo el globo, y los exilados internos privados ha sabiendas o no de sus más elementales libertades personales y cívicas, se suman a los miles y miles de muertos como el precio monstruoso que está pagando la Argentina a cambio del espejismo de la potencia nuclear y energética, de las plantas hidroeléctricas y de las incontables inversiones de todo tipo que le prodiga el gran capital (sin hablar del gran socialismo, porque esta vez el dinero no parece oler mal del lado del Río de la Plata).

Quienes nos negamos a aceptar ese «milagro», ese «modelo argentino» que las embajadas proponen a todo trapo, somos aquellos para quienes las madres de los desaparecidos nos parecen el verdadero «milagro» dentro del clima de terror, delación e indiferencia en que cumplen heroicamente su empecinado y justísimo acto semanal de protesta; aquellos para quienes el repudio y la resistencia de miles de obreros, intelectuales y artistas muestra y defiende el verdadero «modelo argentino» que se quiere enterrar bajo el fragor de las nuevas represas, de las autopistas y los complejos industriales que una vez más darán sus ganancias a la oligarquía interior y a las multinacionales extranjeras, mientras se siguen congelando los salarios de los trabajadores y sustituyendo la libertad por nuevas copas mundiales de fútbol y otros juegos de circo.

¿Cómo explicar esa doble cara de la medalla, esa viviente contradicción que parece ser la Argentina actual? Que la junta sabe lo que hace, creo que está más que probado. En un país donde la venalidad y la mala fe vienen de muy lejos en el tiempo, el pueblo que verdaderamente merece ese hermoso nombre está diezmado o amordazado por un poder que ha sabido jugar con el miedo, con la ignorancia y con el tradicional «no te metás» de todos aquellos, y son legión, que uno de estos días aplaudirán nuestra primera bomba atómica como hace un par de años aplaudieron los goles de Kempes. (Entre otras cosas —y sería para reírse si no fuera tan trágico— por miedo al espantapájaros del «comunismo», a la misma hora en que millones de soviéticos comen pan fabricado con trigo argentino.)

Por eso, si el Tribunal de los Pueblos condena al régimen militar como es justo y necesario que lo haga, hay que tener el valor de sentir y de decir que esa condena debe ir más allá en nuestra conciencia y abarcar igualmente a los cómplices, a los esbirros, a los fariseos, a los especuladores, a los prescindentes, a los muchos que saben y callan; porque también eso, por desgracia, es la Argentina.

Julio Cortázar tiene críticos que «lamentan» que en sus últimos años diera tanto tiempo a la política, «descuidando» su labor meramente literaria. Es gente desmemoriada, pues como lo demuestra la cita que figura en la contracubierta de este libro, Cortázar hace rato que anunció su desencanto del «arte por el arte». Si fue «ingenuo» en la política, entonces también lo fue en la literatura, y tendremos que volver a pensar en la etimología del término «ingenuo» («nacido libre») y aplicárselo a sabiendas, teniendo en cuenta que Cortázar, nacido libre, vivió, escribió y murió libre. Que es otra manera de afirmar que fue un hombre íntegro, de una sola pieza, cuya vida y cuya obra se ensamblan de manera inextricable, mal que les pese a algunos, como ejemplo luminoso para todos. Los textos de este volumen, como los que aparecen en Nicaragua tan violentamente dulce, son textos políticos. Firmados por Cortázar, no son ni políticos ni literarios: son textos de Cortázar, fieles a una concepción ética de la vida. Y nada más.

Descargar:

https://www.epublibre.org/libro/detalle/19343

http://kronhela.com.ar/jc/JulioCortazar-ArgentinaAnosdealambradasculturales.pdf

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