Cipriano Mera era una página viviente de historia, de la historia española de los últimos sesenta años, y acaba de dejarnos sin su presencia física a fines de octubre de 1975, por efecto de un cáncer generalizado, se agudizaba más y más su castellanidad sarmientosa típica. No faltarán ahora ditirambos elogiosos y testimonios de admiración y de respeto para el combatiente inflexible. Cipriano pertenecía a la historia y así lo comprendieron los amigos que lo forzaron, en los últimos años, a relatar ante un micrófono acontecimientos de su pasado. Gracias a esa presión amistosa, quedan algo así como memoria del albañil Cipriano Mera y del comandante de un combativo cuerpo de ejército. Obrero madrileño de la construcción, no tardó en disfrutar de autoridad moral y de respeto entre sus compañeros de trabajo, y desde la primera hora ofreció el testimonio de un espíritu solidario y su vocación para todo sacrificio en beneficio del pueblo, de sus hermanos. Inclinado a la orientación del movimiento obrero libertario, militante confederal de una pieza, no tardó en poner todas las cartas en el juego por lo que él juzgaba justo, por su verdad. Durante la dictadura de Primo de Rivera, desde 1923 a 1929, luchó con heroísmo, con todas las armas obligadas en aquellas circunstancias; conoció la Cárcel Modelo, castigos irritantes, peligros extremos, sobre todo en un estado de cosas en que el régimen dictatorial apoyaba y mimaba a los trabajadores agrupados en la U.G.T. para eliminar definitivamente a la C.N.T.
Continuó la lucha también después del alejamiento del dictador; ya proclamada la República, los militantes confederales intensificaron su actividad. Había en Madrid otros militantes libertarios valiosos, algunos colaboraban en nuestra prensa, otros se distinguían por su capacidad oratoria, pero fue Cipriano, que no era escritor ni orador, el que simbolizó el crecimiento numérico de la Confederación Nacional del Trabajo en Madrid. Su personalidad intachable, íntegra, hizo de él un hombre de consultar y de respeto; había actividades, iniciativas, planes de acción y de lucha que no se ponían o no se intentaban poner en marcha sin previo cambio de impresiones con Cipirano. Su ascendiente moral correspondía a la rectitud de su vida y a su entrega total a la causa que había abrazado como una causa de justicia.
Que sufrió persecuciones, prisiones, procesos, no merece siquiera ser recordado; era un tributo obligado e inevitable que habían de pagar todos los que no se resignaban a la total inactividades individual y social. Cuando se produjo el alzamiento militar de 19 de julio de 1936, Cipriano se hallaba en la cárcel Modelo de Madrid a raíz de la gran huelga de la construcción, a la que acabaron por sumarse también los obreros de la construcción de la Unión General de Trabajadores. El pueblo madrileño se puso en movimiento y centró el ataque en torno al Cuartel de la Montaña. Los hombres de la C.N.T reclamaron la libertad de los presos, entre los cuales había algunos que eran esenciales para la lucha entablada. Se amenazó con abrir las puertas de la prisión por la fuerza, y el 20 de julio salió Cipriano de la Cárcel Modelo; a la puerta lo esperaban algunos compañeros con el fusil y municiones y desde aquel momento, sin un minuto de tregua para saludar a los suyos, entró en acción con núcleos confederales voluntarios. El albañil Cipriano Mera fue desde entonces uno de los combatientes más eficaces de las fuerzas populares, cuando las unidades militares leales apenas existían. No escasearon los héroes en todo el territorio peninsular, con más o menos éxito: algunos adquirieron renombre nacional y mundial, pero ninguno ha superando a Cipriano en hazañas y en guerra. El menos militar, el más antimilitarista, fue el conductor militar más acreditado y respetado a lo largo de casi tres años de beligerancia, modelo de disciplina consciente cuando la disciplina era el único modo de ahorrar vidas en los frentes.
Comandante de un valeroso cuerpo de ejército, no dejó ni por un solo instante de ser el compañero y amigo, el hermano de los que combatían bajo su mando. Y cuando terminó la lucha, volvió a ser el albañil que había sido hasta que su estado de salud lo obligó a dejar las herramientas de trabajo en 1971. Ahora saldrán a relucir las proezas de su defensa de Madrid, las batallas del Jarama, de Guadalajara, de Brunete y tantas otras; con mucho menos se han cubierto de glorias guerreras legendarias otros. Se sacará a relucir su internación en un campo de concentración y de trabajo en Argelia; la entrega por el gobierno de Petain, del prisionero al gobierno de Franco; la condena a muerte de Madrid, en 1942, y la conmutación de la pena en 1944. En libertad provisional luego, pudo cruzar la frontera e internarse en Francia en 1947, donde vivió, con la austeridad de su carácter, de su oficio de albañil.
Militante obrero sobresaliente, hombre de consulta y ejemplo de vida, fue uno de los más notable conductores de las milicias populares y de las tropas del pueblo, un motivo de orgullo para los que lo conocieron de cerca y de lejos.
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