Cipriano Mera, la muerte de un combatiente libertario. Por Eduardo de Guzmán


El sábado 25 de octubre de 1975 fallece en un hospital de Saint Cloud un viejo obrero madrileño de la construcción llamado Cipriano Mera. El trabajador español, que ya ha cumplido los setenta y nueve años y lleva menos de cinco jubilado, reside hace tiempo en un modesto piso de la cercana localidad de Billancourt, suburbio proletario e industrial de París, mundialmente conocido por alzarse allí las grandes fábricas de automóviles Renault.
De obrero de la construcción y dirigente sindicalista, Cipriano Mera pasó a ser general del Ejército Republicano durante la Guerra Civil española. Y, cerrando el ciclo de su vida, la muerte le sorprendió cuando—el 25 de octubre de este año, en un suburbio parisino— de nuevo era un proletario más.
De mediana estatura, enjuto, cetrino, con rostro de campesino castellano que parece tallado a hachazos, Cipriano es conocido en el hospital donde muere. No es la primera vez que ocupa una cama de este centro en que son asistidos enfermos y accidentados de laseguridad social. Muy recientemente, a comienzos de la primavera del año en curso, permanece internado durante un par de meses aquejado por una dolencia pulmonar.
Luego, sensiblemente mejorado, retorna a su hogar de la calle Jean Jaurés de Billancourt hasta que una recaída a principios del otoño le fuerza a retornar a la clínica de la que no saldrá con vida. Durante el tiempo que en una y otra ocasión permanece internado son muchos los compañeros, amigos o simples conocidos que se interesan por su estado. Médicos, enfermeros, auxiliares y porteros se enteran de quién es y de quién ha sido. No porque él lo pregone en torpes anhelos de satisfacer una vanidad que jamás sintió; menos aún porque Teresa — compañera abnegada de toda su vida— quiera asombrar a quienes la escuchan o ganarse su conmiseración. Pero no son pocos los visitantes que compartieron sus antiguas y modernas luchas sindicales, le acompañaron en alguno de sus encierros o pelearon a sus órdenes en Somosierra, Gredos, Madrid, Jarama, Guadalajara o Brunete.
«Fue un general del Ejército Popular —explican algunos con una leve nostalgia en la voz—, es decir del Ejército de la Segunda República durante toda la guerra de España».
Dicen la verdad pura y simple, aunque Cipriano no alcanzase oficialmente tan elevada graduación. Pese a que durante casi toda la contienda luciera en su uniforme las barras de comandante y teniente coronel, actuó como general en jefe, primero de una división y luego de todo un cuerpo de ejército, interviniendo personal y decisoriamente en mayor número de combates que muchos famosos estrategas. Hace ya diez o doce años, cuando
Mera, que ya sobrepasa la edad de la jubilación y se niega a ser jubilado porque necesita el salario íntegro para atender a su familia, ha de ser internado en otro hospital, se produce un incidente tan curioso como significativo. Necesita una trasfusión de sangre de determinado tipo de que carece el centro e indican a su mujer la conveniencia de que se presente a donarla alguno de sus familiares. La noticia circula con rapidez por París y al día siguiente más de un centenar de personas acuden a ofrecer generosamente su sangre. Los médicos se sorprenden ante la afluencia de donantes y preguntan intrigados quién es aquel modesto albañil cuya salud preocupa e inquieta a tantas gentes.
Eduardo de Guzmán

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