<<Mi Diario de campaña se perdió cuando el 29 de marzo de 1939 tuve que abandonar España. En un campo de concentración del norte de Africa redacté parte de estos apuntes; otros fueron escritos en la cárcel, de nuevo en España. Más tarde conseguí recuperar dicho Diario, conservado por manos amigas. A sí pude completar estas notas sobre la guerra civil, en las que se refieren hechos en los que fui actor o escenas por mí presenciadas, a los que algunas veces les faltan fechas y detalles que los hagan aún más precisos. Pero, al menos, servirán para restablecer la verdad en muchos casos y dejar al mismo tiempo constancia de una serie de episodios importantes de nuestra contienda.
Al ofrecer, en fin, al lector estas impresiones debo expresar mi sincero reconocimiento hacia los compañeros de lucha que me aportaron, ya en el destierro, algunos datos complementarios para dar cima al trabajo, y de manera especial a Manuel Fabra por su perseverante empeño en la confección del libro.>>
Antes de seguir adelante debo dejar constancia de un caso sorprendente de los primeros meses de lucha, y que luego, al repetirse, había de revelar uno de los aspectos más bochornosos de nuestra guerra. En una ocasión, de acuerdo con el teniente coronel del Rosal, Francisco Galán y yo convenimos efectuar un ataque con objeto de asegurar nuestra situación de manera eficaz. Dos columnas (Del Rosal y Galán) deberían operar simultáneamente, según el plan establecido. Del Rosal dio la orden, y, a la hora fijada (las siete de la mañana) nuestras fuerzas se pusieron en movimiento. Ya en el fragor del combate, sin posibilidad alguna de retener la iniciativa tomada, nos percatamos que los hombres de Galán no se movían de su sitio, dejándonos así en situación comprometida. A pesar de todo hicimos un buen número de prisioneros y logramos situar nuestras trincheras a un kilómetro y medio del lugar de partida, delante del frente ocupado por la columna Galán. No cabe duda que el resultado hubiese sido más importante si este último hubiera cumplido con el compromiso contraído. Y como quiera que nada justificaba semejante actitud, al preguntarme qué razón podía tener Galán para dejarnos solos frente al enemigo, hube de concluir que el único motivo era que él obedecía al Partido Comunista y nosotros éramos de la CNT.
Para el Partido Comunista el aniquilamiento de la CNT, o al menos el desprestigio de sus fuerzas, era un objetivo de igual valor, por no decir superior, que el de combatir a los sublevados. Su insidiosa propaganda tendió constantemente a aislar a las formaciones confederales, no considerándolas como combatientes de una misma causa. Así pues, independientemente de la distancia que ideológicamente nos separaba a comunistas y anarquistas, hube de llegar con gran pena a la conclusión de que aquel premeditado abandono de nuestras fuerzas en el combate constituía el primer acto de traición que pudo luego comprobarse a lo largo de la guerra en el campo antifascista.
Tan desatendidos nos encontrábamos en ese mismo frente, que, en otra ocasión, el compañero Val y yo decidimos visitar a Largo Caballero, ministro de la Guerra, para exponerle la situación. Nuestra columna carecía de lo más indispensable; necesitábamos quinientos fusiles y la escasa munición de que disponíamos era, sencillamente, la que habíamos conquistado al enemigo. No teníamos tampoco material de zapadores para consolidar nuestras fortificaciones. En cambio, a otras columnas no les faltaba ni lo uno ni lo otro.
Le dijimos a Largo Caballero que nuestras fuerzas no eran otra cosa que las del pueblo y merecían ser atendidas en idénticas condiciones que todas las demás. La respuesta del presidente del Consejo de ministros y ministro de la Guerra fue que él ignoraba todo eso, pero añadió que, según sus informes, nosotros vivíamos algo fuera de la ley. Le invitamos a que hiciera una visita a nuestro frente y se cerciorara de la realidad, con la seguridad por nuestra parte de que saldría convencido de que nuestras milicias no se comportaban de manera distinta a las otras, sino frecuentemente mucho mejor. Entonces nos prometió que visitaría nuestras fuerzas y, efectivamente, a los pocos días, sin previo aviso, se personó en nuestro sector. Estuvo conversando con nosotros, particularmente con el teniente coronel del Rosal al que felicitó, haciendo extensivo este cumplido a todas las fuerzas. Volviéndose hacia mí, Largo Caballero dijo:
- Te recomiendo, Mera, seáis más obedientes y tratéis de acatar mejor la disciplina.
Le repliqué que si bien no observábamos una disciplina cuartelera practicábamos conscientemente una autodisciplina que no eran capaces de igualar los militares. Y así terminó la visita. Nuestras unidades continuaron siendo abastecidas con las mismas dificultades que anteriormente, es decir, con cuentagotas.
Fuente:
Cipriano Mera, guerra exilio y cárcel de un anarcosindicalista.
Editado por la Confederación Sindical Solidaridad Obrera.
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