Franz Kafka. Cuentos completos [epub]




La presente edición se propone brindar al lector la posibilidad de acercarse a los textos originales de los relatos de Franz Kafka, libres de las fusiones y «arreglos» arbitrarios a que los sometió su amigo y editor Max Brod tras su muerte, y que han circulado desde entonces en numerosas ediciones fragmentarias. El volumen reúne todos aquellos escritos de Kafka que pueden ser incluidos en la categoría de «relatos» (sin excluir La metamorfosis, a pesar de su mayor longitud), «narraciones», «piezas narrativas», «poemas en prosa», «cuentos», o «fragmentos» traducidos a partir de los textos originales, sin filtros ni retoques, utilizando para ello los propios manuscritos del autor, y, cuando éstos no se han conservado, las ediciones autorizadas por Kafka. 

El criterio primordial para elegir estos textos ha sido su pertenencia al mundo de la ficción, es decir, no incluimos escritos autobiográficos, como fragmentos de los Diarios, ni otros escritos, como la Carta al padre, en los que Kafka elabora claramente situaciones personales desde una perspectiva alejada de la literatura.

Esta edición, preparada con esmero y gran conocimiento de la obra kafkiana por José Rafael Hernández Arias, ha sido posible gracias a la tendencia iniciada recientemente en los países de lengua alemana de publicar los manuscritos de Kafka en edición facsímil, y su ordenación cronológica nos ofrece un friso de la evolución creadora de este clásico del siglo XX.


EL DESEO DE SER UN INDIO

Si pudiera ser un indio, ahora mismo, y sobre un caballo a todo galope, con el cuerpo inclinado y suspendido en el aire, estremeciéndome sobre el suelo oscilante, hasta dejar las espuelas, pues no tenía espuelas, hasta tirar las riendas, pues no tenía riendas, y sólo viendo ante mí un paisaje como una pradera segada, ya sin el cuello y sin la cabeza del caballo.


LA EXCURSIÓN A LA MONTAÑA

«No sé», grité sin eco, realmente no lo sé. Si no viene nadie es que precisamente viene «nadie». No le he hecho nada malo a nadie, nadie me ha hecho a mí nada malo, sin embargo nadie me quiere ayudar. Absolutamente nadie. Pero tampoco es así. Sólo que nadie me ayuda, si no «nadie» sería muy hermoso. Me gustaría, por qué no, hacer una excursión en compañía de un puro nadie. Naturalmente a la montaña, ¿adónde si no? ¡Cómo se aprietan uno al lado del otro, esos nadie, todos esos brazos estirados y colgantes, todos esos pies, separados por pasos diminutos! Se entiende que todos visten frac. Nosotros vamos así, el viento atraviesa los espacios que nosotros y nuestros miembros dejan abiertos. ¡Las gargantas se tornan libres en la montaña! Es un milagro que no cantemos.


DECISIONES

Elevarse de un estado miserable debe de ser fácil aplicando la propia energía. Me desprendo del sillón, rodeo la mesa, muevo la cabeza y el cuello, pongo fuego en mis ojos, tenso los músculos a su alrededor, hago frente a todo sentimiento, saludo a A de un modo tempestuoso cuando llega, tolero a B con amabilidad en mi habitación, interiorizo en casa de C con largos impulsos todo lo que se dice a pesar del dolor y del esfuerzo.

Pero aun en el caso de que todo funcione, con cada fallo, que no puede dejar de producirse, el todo, tanto lo fácil como lo difícil, quedará obstaculizado, y tendré que dar vueltas en torno a mí mismo.

Así, el mejor consejo es soportarlo todo, comportarse como una masa pesada y sentirse desaparecido; no dejarse sonsacar ni un paso innecesario; mirar al otro con mirada animal; no sentir arrepentimiento alguno; en suma, aplastar con la propia mano lo que queda de la vida como espectro, es decir aumentar la última tranquilidad sepulcral y no dejar nada excepto eso.

Un movimiento característico de un estado semejante es el desplazamiento del dedo meñique sobre las cejas.


MI NEGOCIO…

Mi negocio recae completamente sobre mis hombros. Dos señoritas con máquinas de escribir y libros de contabilidad en el antedespacho, mi habitación con máquina de escribir, una caja fuerte, una mesa de consulta, un sillón de cuero y teléfono, ése es todo mi aparato laboral. Tan fácil de abarcar con la mirada, tan simple de dirigir. Soy joven y los negocios marchan, no me puedo quejar y no me quejo. 

Desde Año Nuevo un hombre joven ha alquilado sin rodeos la pequeña y vacía vivienda contigua, que yo, tan desacertado, había dudado largo tiempo en alquilar. También es una habitación con recibidor, y además con cocina. Yo podría haber necesitado una habitación con recibidor, mis dos señoritas se sienten ya un poco sobrecargadas, pero ¿de qué me habría servido la cocina? Esa pequeña objeción fue la culpable de que dejase escapar el apartamento. Ahora está allí ese joven. Se llama Harras. No sé realmente qué puede hacer ahí. En la puerta sólo hay un letrero que indica: «Despacho de Harras». He iniciado algunas pesquisas, me han dicho que se trata de un negocio similar al mío, no se puede prevenir lo suficiente en cuestión de concesión de créditos, pues es un hombre joven y ambicioso, cuyas ideas tal vez tengan futuro, pero no se puede aconsejar un crédito, ya que, por el momento, según todas las apariencias, no hay capital disponible. 

La información habitual que se da, cuando no se sabe nada. A veces me encuentro con Harras en la escalera, debe de tener siempre una prisa extraordinaria, pasa por mi lado rápidamente; aún no le he podido ver bien, mantiene preparada en la mano la llave del despacho, en un instante ya ha abierto la puerta, se ha deslizado dentro como el rabo de una rata y yo acabo de llegar ante su placa «Despacho de Harras», que ya he leído más veces de las que merece. Las paredes, miserablemente delgadas, delatan al hombre laborioso y honrado, pero esconden al tramposo. 

Mi teléfono está adosado a la pared que me separa de mi vecino, pero destaco como un hecho irónico que, aun en el caso de que lo colgara en la pared de enfrente, se oiría todo en la habitación contigua. He dejado de mencionar los nombres de mis clientes cuando hablo por teléfono, pero tampoco se necesita mucha astucia para deducir los nombres a través de inevitables expresiones características en la conversación. A veces me agito nervioso, con el receptor del aparato en la oreja, de puntillas, y no puedo evitar que se revelen algunos secretos. 

Por supuesto que por esta causa mis decisiones profesionales cuando hablo por teléfono se han tornado más inseguras, mi voz tiembla. ¿Qué hace Harras cuando hablo por teléfono? Si quisiera exagerar, algo que se debe hacer con frecuencia para lograr claridad en las cosas, diría: Harras no necesita teléfono, utiliza el mío, ha llevado su canapé hasta la pared y escucha allí sentado; yo, por el contrario, tengo que correr a coger el teléfono cuando suena, tengo que corresponder a los deseos de los clientes, tomar decisiones trascendentales, emplear complejas tácticas de persuasión, pero sobre todo informar involuntariamente a Harras a través de la pared. Tal vez ni siquiera espera a que termine la conversación, sino que se levanta de su posición de escucha, bien informado sobre el caso, sale disparado, como de costumbre, busca el lugar en la ciudad y, antes de que yo haya colgado el auricular, ya me está quitando el trabajo.


EL PRÓXIMO PUEBLO

Mi abuelo solía decir: «La vida es asombrosamente corta. Ahora se comprime tanto en mi recuerdo que apenas comprendo cómo un hombre joven puede decidirse a cabalgar hasta el próximo pueblo sin temer —dejando aparte casualidades desgraciadas— que el tiempo de una vida normal y feliz pueda alcanzar para semejante viaje».


LA VERDAD SOBRE SANCHO PANZA

Sancho Panza, quien, por lo demás, nunca se ha gloriado de ello, consiguió después de muchos años, en las horas nocturnas, mediante la lectura de una gran cantidad de novelas de caballerías y de bandidos, apartar de sí de tal modo a su demonio, al que posteriormente bautizó con el nombre de Don Quijote, que éste se dedicó a realizar las acciones más locas y absurdas, las cuales, al carecer de un objeto predeterminado, pues éste tendría que haber sido Sancho Panza, no causaron daño a nadie. Sancho Panza, un hombre libre, siguió indiferente, tal vez sólo por cierto sentimiento de responsabilidad, a Don Quijote en sus aventuras y sobre ello sostuvo una gran y útil conversación hasta su final.


UNA COMUNIDAD DE INFAMES

Érase una vez una comunidad de infames, es decir no se trataba de infames, sino de personas normales, del tipo medio. Siempre se mantenían juntos. Cuando, por ejemplo, uno de ellos cometía alguna infamia, es decir nada infame, sino algo normal, como es habitual, y se confesaba ante la comunidad, entonces ésta investigaba el caso, lo juzgaba, hacía penitencia, perdonaba y otras cosas parecidas. No hay que interpretarlo mal, los intereses del individuo y de la comunidad se respetaban con severidad y al penitente se le administraba el complemento, cuyo color de fondo había mostrado. Así se mantenían siempre juntos; aun después de la muerte no renunciaban a la comunidad, sino que subían al cielo en corro. En general, la impresión que daban al volar era de la más pura inocencia infantil. Pero como ante las puertas del cielo todo se descompone en sus elementos, caían en picado como bloques de hormigón.



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