Vivimos en tiempos de hipérbole. Parece haber interés en cultivar la exageración. De manera vertiginosa se rectifican las apreciaciones sobre los hombres y las cosas, y. con el mismo aplomo, se sostiene hoy una opinión dispar a la que se mantenía ayer.
No refleja esto agilidad mental, vivacidad, sino falta de firmeza y serenidad en el juicio, ausencia de sentido crítico, inconsistencia ideológica. Se ha dicho que el temperamento español es refractario al fascismo; se ha sostenido la tesis de que España estaba como impermeabilizada ante el peligro fascista por su misma idiosincrasia. Hasta ayer se podía vivir tranquilo en tierras hispanas, seguros de contar con inmunización absoluta, frente al avance de la epidemia fascista. Algunos hechos sintomáticos: la caída del dictador Azaña y de sus compinches, la convocatoria de elecciones generales y la perspectiva de una victoria electoral de las derechas, la creación de las JONS, el desfile militar de los escamots, las conspiraciones en petít comité, etcétera, han bastado para que fueran echadas al vuelo todas las campanas, anunciando de manera alarmante el peligro fascista.
Vino la República a estrangular la verdadera revolución, la que late en el corazón del pueblo. Vino la República a hacer tascar el freno a las ansias manumisoras de miles de parias sufridos y vejados, de los que saben de la explotación infame, de la injusticia perpetua, de la negrura del hogar sin pan... Y se les trató como bestias o peor que bestias; se les molió a palos y se les llenó el cuerpo de metralla, sin que hallaran comprensión alguna, en tanto que a los otros, a los monárquicos, a los cristeros, se les hacía carantoñas y zalemas... ¿Con qué autoridad moral hablan ahora ciertas gentes de la amenaza fascista? ¿No fué fascista la Ley de Defensa de la República? ¿Acaso no fué procedimiento fascista las deportaciones a Bata, sancionadas por el Parlamento, y tantos otros desmanes del Poder público? ¿No rezuman a fascismo los hechos de Amedo, de Épila, de Jeresa, del Parque de María Luisa, cl asesinato alevoso de Casas Viejas? ¿No son de espíritu fascista leyes como la del 8 de abril, la de Orden Publico, y la de Vagos? ¿Qué garantía moral, frente al fascismo, puede representar fuerza política alguna de los llamados partidos de izquierda, si todos son incursos en la misma ominosa complicidad?
El fascismo, como una consecuencia fatal que es del proceso de descomposición capitalista, puede echar raíces, con características diversas, en todas partes. La economía influye de manera principalísima en la vida de los pueblos y determinadas corrientes psicológicas, síntesis circunstancial a veces de lo más dispar y abigarrado, que con todo el carácter de neurosis colectiva, se propagan como contagiosa epidemia.
El amor a la independencia, su temperamento indómito, su desprecio a la fanfarria patriotera, al histrionismo; su afán de independencia económica, así como el despego por la riqueza material cuando se halla en oposición con la dignidad humana; la fiereza de su carácter; las esencias libertarias de su espiritualidad, constituyen las reservas de los pueblos frente al fascismo; pero sería error suponer que esta valla de predisposiciones adversas asegure indemnidad absoluta.
Ahora bien: error mucho mayor supondría considerar que el fascismo se puede combatir o extirpar usando de un arma política: las elecciones. El voto político es un factor absolutamente negativo como expresión de la soberanía de un pueblo donde las fuentes de riqueza están en poder de una clase. Si en abril de 1931 no hubiera habido el impulso revolucionario del pueblo en estado de máxima tensión, la Monarquía no se habría hundido. Contribuyó a hundir la Monarquía la propia burguesía, advertida, por su mismo instinto de conservación, de que con ella evitaba un peligro mayor.
Los votos de nada sirven, a no ser para bien morir, porque no gobierna la mayoría parlamentaria en las democracias, sino la banca. Esta es la experiencia de siglo y medio de lucha política parlamentaria dentro del sistema capitalista.
La democracia incuba el fascismo, le allana el terreno. El ejemplo de Italia, donde las fuerzas políticas de izquierda contaban con numerosa representación, de la que no estaban exceptuados los socialistas: el ejemplo de Alemania, con una nutrida minoría comunista parlamentaria y con mayoría socialdemócrata que han hecho posible el advenimiento de un Hitler, pese a sus decenas de diputados y millones de votantes, son harto aleccionadores. La democracia política, al dejar incumplidas sus promesas por efecto lógico de las reacciones del sistema capitalista, con el que tiene que contemporizar y al que es afín — lo es hasta cuando se llama democracia socialista —, opera en las masas populares un desencanto de ilusiones y con él una predisposición de ánimo colectiva propensa a los mayores desvaríos, cuando estas masas no saben reaccionar vigorosamente frente al pesimismo que se enseñorea de ellas, sintiéndose traicionadas y burladas.
El peligro fascista en España no lo agudiza la abstención electoral, como afirman con desparpajo los dómines políticos. Si las elecciones son un arma para las derechas, esta arma se la han facilitado las izquierdas políticas antes de la disolución del Parlamento, y ahora, con su obra y con sus actos, con su proceder y con su conducta.
Ahora mismo, los que claman contra la abstención electoral, los que califican a los apolíticos con los más bajos epítetos, son los primeros en mostrarnos su miseria moral, la ruindad de su proceder cuando disputan y no llegan a acuerdo y se presentan fraccionados a la mascarada electorera por acta de más o acta de menos a repartir en el tan codiciado como problemático botín. Cuando se dice a los obreros que al no votar hacen el juego de las derechas, no estaría por demás preguntar a los cándidos que votarán por esas fracciones o capillitas de izquierda, que por sus apetitos y concupiscencias no han sabido o no les han dejado arrimarse a los peces gordos de la política, y que están condenados de antemano al fracaso, ¿de que les habrá servido depositar su voto en las urnas, puesto que su voto no contará en la elección para nada, no habrá tenido efectividad política para empollar siquiera un diputado?
Una mayoría de izquierdas en el Parlamento no ataja el peligro fascista. O se arranca la raíz del mal que es el sistema capitalista-estatal, la psicosis autoritaria, o no se hace nada. Y no han de desviarse las masas trabajadoras. Los que piden votos presentando la amenaza del fascismo, nada harían sin contar con el pueblo el día que el fascismo de derecha, como hasta ahora el de izquierda, levantara la cabeza en España, esto suponiendo en los que tal piden una sinceridad mil veces desmentida.
Y si es el pueblo, si son las masas trabajadoras conscientes, si son los hombres de carácter progresivo, de mentalidad libertaria los únicos que hacen y han de hacer frente al fascismo de izquierda o de derecha, ¿por qué no prepararse desde ahora, y por qué no aunar las voluntades, prescindiendo de todo partido político, de toda mascarada parlamentaria? ¿Habría de repetirse el mismo error fundamental de entregar por acción u omisión a los políticos la dirección espiritual de las masas para que desde el 14 de abril acá afianzaran aquéllos la contrarrevolución, facilitando ahora también la entronización de un fascismo de izquierda frente a otro de derecha, sin diferencia esencial en su carácter liberticida? La democracia política hace ya tiempo que es cadáver en el mundo, y la República no puede resucitarla en España. Con derechas o con izquierdas en el Poder, los gobernantes procederán a estilo fascista, de la misma manera que el peral da peras y que el olmo no puede darlas.
Y para el pueblo, con impaciencia o sin ella, no habrá, no hay otra salida que la revolución social, que el derrocamiento del sistema capitalista. Prepararse para esta revolución, precipitarla, es el medio mejor, más eficaz y seguro de atajar al fascismo. Pero nada adelantaría cl pueblo si en vez de sacudirse los prejuicios en que fermenta cl morbo fascista, se los asimilara.
Crear corrientes de autoridad, es crear fascismo. Confiar en la eficacia de los votos, es dar vida al fascismo, porque si una ideología tiene el fascismo, es la ideología del Poder.
Las elecciones del día 19, ni las de día alguno, nada resuelven.
Es la acción enérgica de los pueblos, revolucionariamente expresada, la que deja huella perduradera en su vida, lo que evita que caigan en la esclavitud más abyecta.
El 19 de noviembre, nada ha de pasar, pero algo pasa cada día y algo, sí, puede pasar cualquier día. Y es frente a esta eventualidad perfilada cómo la voluntad revolucionaria del pueblo y de las masas trabajadoras no sugestionadas por el espejuelo político ha de accionar. Para ello, no hay que cultivar la hipérbole; no hay que vociferar todos los días, a voz en grito, que viene el fascismo, dando alas a los que viven a su sombra y en el histerismo del grito interpretan la impotencia del que lo da; basta sentirse cada uno seguro de sí mismo y todos y cada uno de los que al fascismo detestan, pensar:
«Puede venir el fascismo. No lo tememos. Estamos alerta. Ha de topar con nosotros, y nosotros somos algo. Somos algo más que esas puras entelequias, que son los partidos políticos, sin arraigo en el alma del pueblo. Somos una fuerza positiva y no ha de ser tarea fácil reducirnos ni aplastar. No ha cambiado nuestro frente de lucha ni nuestra voluntad combativa.»
GERMINAL ESGLEAS
No hay comentarios:
Publicar un comentario