El manifiesto de los ”alineados. ”Émile Armand

 

Se sabe que cierto número de ex-anarquistas rusos se han alineado al bolchevismo. Estos señores han sentido la necesidad de hacer conocer al mundo que han pasado con armas y bagajes a las filas de la dictadura proletaria. He leído en los diarios anarquistas italianos que éste Manifiesto es la obra de hombres que, ahora a sueldo del partido vencedor, quieren esforzarse en demostrar que merecen lo que ganan. Quero decir, antes que nada, que escribo aún ignorando el nombre de los que lo han firmado.
 
Los ”alineados” reprochan a las diferentes tendencias del anarquismo —stirnianos, tolstoianos, bakunino-kropotkianos— de no poder fusionarse en una doctrina científica única. Esta falta de unidad de pensar anarquista les impide traducirse en una acción revolucionaria coherente, de masas. Su renuncia al poder o a la dictadura provisoria prohíbe a los anarquistas de jugar un rol sea el que fuera en el acto de posesión, por la clase proletaria, de los organismos que rigen la vida social. Los anarquistas están por otra parte en la imposibilidad absoluta de presentar una idea clara de lo que sería el día siguiente a la revolución. Es imposible pensar en establecer una sociedad que ignore la autoridad en tanto que existiera un país en el cual el proletariado no estuviera en el poder. El partido comunista ha realizado la idea anarquista del rol histórico de las minorías activas. Pese a sus compromisos con el capitalismo, las tendencias de la democracia burguesa y del reformismo socialista están absolutamente alejados del partido comunista.
 
Aparte de la cuestión de su origen, yo me froté los ojos resumiendo este Manifiesto para preguntarme si yo todavía estaba soñando, si los que habían redactado y fimado —il Messaggero della Riscossa escribe que está bajo en dictado de Zinovieff jamás habían comprendido algo sobre la esencia del concepto anarquista. Antes de examinar si es exacto o no que ese concepto tenga una base científica, los ciudadanos alineados me permitirán que observe que ellos habrían podido esperar que se enfríen por lo menos los cadáveres o cierren las heridas de sus antiguos compañeros de ideas fusilados o torturados por la policía de seguridad comunista. ¿Acaso el heno de la granja bolchevique es tan apetitoso que aniquila toda reserva?
 
Este Manifisto es un gesto de falta de nobleza a la hora en que aparece un nuevo Código criminal ruso que encierra artículos destinados al castigo del delito de propaganda anarquista, artículos que no se diferencian en nada a las desalmadas leyes de nuestras sociedades capitalistas. Por apremiados que estuviesen de participar en este movimiento, los alineados habrían podido elegir un momento distinto a aquél en que sus patrones innauguraban una nueva persecución contra sus amigos de ayer. Su manifisto de alineamiento oculta el rol político del bolchevismo, una política enmarcada en el rincón knuto-bismarckiano más evidente. El comienzo y el fin de la política bolchevique es la realización de un Estado knuto-bismarckiano que permita al gobierno de Moscú ejercer la hegemonía sobre el continente.
 
La política bolchevique está manchada, desde el origen de inflencias bismarckianas. Ya expuse que dejando a Lenín, en 1917, atravesar Alemania para volver a Rusia, el bismarckófio Ludendorf se había servido cómo de un corderito destinado a dar un golpe decisivo al zarismo tambaleante. En abril o mayo de 1918, el conde von Mirbach, enviado del gobierno alemán, escuchó a Lenín, en una entrevista particular, que un Estado que se respete en algo no podría mezclarse con gente de la categoría de los anarquistas. También la noche del 14 de mayo, las ametralladoras proletarias estaban preparadas para destruir todos los clubes anarquistas de Moscú. Son los procedimientos, los métodos bismarckianos de los que se sirve en toda ocasión el gobierno ruso. Sus ambiciones y sus designios políticos enceguecen los ojos de los menos prevenidos.

Esta cuestión de un Estado knuto-bismarckiano valdría la pena de ser aclarado algo más en el Manifiesto de los ”alineados”.

Pero no lo han hecho, bien es cierto. Nos cuentan que ”el partido comunista da una idea esclarecedora de la concepción anarquista del derecho de la minoría que actúa como factor subjetivo de los procesos históricos”. Yo digo que son galimatías. Pero no admito que haciendo reverencia a Lenín igualándolo a un semidiós, el partido comunista de ”una idea esclarecedora” de un concepto anarquista cualquiera. ¿Qué piensan ustedes de ese Congreso donde todos los asistentes desde que aparece el Maestro, de esas miles de lamparitas eléctricas que se iluminan desde el momento en que él toma la palabra, de esos operadores cinematográfios que hacen tomas desde todos los costados para recoger la visión del Pontífice que arenga a sus fieles? Idea sorprendente de servilismo, sí; de liberación, no.
 
Como escribió anterior y elegantemente mi ex colaborador, Víctor Serge, ”no faltaba a la fiesta más que el gesto de un Valiente”. Por una idea sorprendente, he allí una, y todavía una de las más puras. Yo he hecho alusión de esos aspectos, por otro lado muy importantes, y que merecen un desarrollo extendido para mostrar que nosotros no nos hemos engañado para nada con la terminología del Manifiesto.
 
Vamos a demostrar ahora su debilidad desde el punto teórico, su incomprensión del concepto anarquista. Cuando se acaba de decir que es imposible establecer una síntesis original de las diferentes tendencias del antiautoritarismo anarquista, se están mofando de nosotros. Por el contrario se puede, fácilmente, resumir las diferentes ramas del pensamiento anarquista a un punto de partida común: la negación de la autoridad estatal, de la violencia gubernamental al provecho del determinismo individual, de la libertad de elección personal; la lucha contra la estática opresiva y gregaria al provecho de la dinámica liberadora e individual. Que se la encare colectiva o individualmente, la negación de los sistemas de autoridad conlleva necesariamente a poner la unidad humana en el primer plano.
 
Die Deutsche Republik, 20/10/1922.

Ciega creencia en el líder, fin de la inteligencia.

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