La violencia, es decir, la fuerza física usada para el daño de un otro, que es la forma más brutal que puede asumir la lucha entre las personas, es eminentemente corruptora. Tiende, por su naturaleza misma, a sofocar los mejores sentimientos del ser humano, y a desarrollar todas las cualidades antisociales: la ferocidad, el odio, la venganza, el espíritu de dominación y la tiranía, el desprecio por el débil, el servilismo hacia el fuerte.
Y esta dañina tendencia surge también cuando la violencia se usa para un buen fin. El amor a la justicia que le incitara a uno a la lucha, en medio de todas las buenas intenciones originales, no es suficiente garantía contra la influencia corruptora ejercida por la violencia sobre la mente y los actos de quien la usa. En la vorágine de la batalla uno a menudo pierde de vista el fin por el que se lucha, y solo piensa en devolver, por cientos si es posible, los golpes recibidos; y cuando al fin la victoria corona los esfuerzos de la parte que luchó por la justicia y la humanidad ya está ésta corrupta y es incapaz de realizar el programa que le inspiró.
Cuántas personas que entran en una lucha política inspirados por el amor a la humanidad, a la libertad, y a la tolerancia, terminan por volverse crueles e inexorables proscriptores. Cuántas sectas han comenzado con la idea de hacer una obra de justicia al castigar a un opresor a quien la “justicia” oficial no podía o no podría golpear, y han terminado volviéndose instrumentos de venganza privada y de vulgar codicia…
Y los anarquistas que se rebelan contra todo tipo de opresión y luchan por la libertad integral de cada cual, y que debiesen por ende retraerse instintivamente de todo acto de violencia que deje de ser mera resistencia a la opresión y se torne opresora en vez de liberadora, también son propensos a caer en el abismo de la fuerza bruta.
Los hechos han probado que los anarquistas no son libres de los errores y faltas de los partidos autoritarios, y que, en su caso como en el de el resto de la humanidad, los instintos atávicos y la influencia del entorno son a menudo más fuertes que las mejores teorías y las más nobles intenciones. La excitación provocada por algunas de las explosiones recientes y la admiración por el coraje con el que los arroja-bombas enfrentaron la muerte, fueron suficientes para hacer que muchos anarquistas olvidasen su programa, y entrasen en un camino que representa la más absoluta negación de todas las ideas y sentimientos anarquistas.
El odio y la venganza parecieron haberse vuelto la base moral del Anarquismo. “La burguesía hace tanto mal o peor”. Ese es el argumento con el intentaron justificar y exaltar todo acto brutal. “Las masas están brutalizadas; debemos forzar nuestras ideas en ellos por medio de la violencia”. “Uno tiene el derecho a matar a aquellos que predican falsas teorías”. “Las masas permiten que seamos oprimidos; venguémonos contra las masas”. “Mientras más trabajadores uno mate menos esclavos quedan”. Tales son las ideas corrientes en ciertos círculos anarquistas… una reseña anarquista, en una controversia sobre las distintas tendencias del movimiento, respondió a un compañero con este argumento incontestable: “Habrá bombas para ti también”.
Es cierto que estos ultra-autoritarios, que tan extrañamente persisten en llamarse a sí mismos anarquistas, son solo una pequeña fracción que adquirió una importancia momentánea debido a circunstancias excepcionales. Pero debemos recordar que, hablando en general, entraron al movimiento inspirados por aquellos sentimientos de amor y respeto por la libertad de los demás que distinguen al verdadero anarquista, y solo a consecuencia de una suerte de intoxicación moral producida por la lucha violenta, llegaron a defender y a ensalzar actos y máximas dignas de los más grandes tiranos.
Tampoco debemos olvidar que todos, o casi todos, hemos corrido el mismo peligro, y que si la mayoría de nosotros se ha detenido a tiempo es quizás por estas exageraciones dementes que nos han mostrado con antelación en qué abismo estábamos en peligro de caer. Por ende el peligro de corromperse con el uso de la violencia, y de despreciar a las personas, y de volverse cruel así como también perseguidores fanáticos, existe en todos. Y si en la revolución por venir esta degradación moral de los anarquistas fuese a prevalecer a gran escala, ¿qué sería de las ideas anarquistas? ¿Y cuál sería el resultado de la Revolución?
Que no consideremos a la humanidad como una concepción metafísica desprovista de realidad, y que no transformemos el amor por los demás en un continuo, absurdo, e imposible auto-sacrificio. La humanidad es el total de las unidades humanas, y todo aquel que defiende en sí mismo aquellos derechos que reconoce en los demás, los defiende en beneficio de todos. El altruismo no puede ir más allá de amar a los demás como uno se ama a sí mismo, de otro modo deja de ser una realidad práctica, y se vuelve una idea nubosa que puede que atraiga a algunas mentes inclinadas al misticismo, pero ciertamente no puede volverse una ley moral según la cual vivir.
El objetivo de la persona moral ideal es que todas las personas tengan el menor sufrimiento y la mayor dicha posible.
Suponiendo que el instinto predominante de auto-preservación sea eliminado, la persona moral, al estar obligada a pelear, debiese actuar de tal modo que el daño total infligido sobre los diversos combatientes sea el menor posible. En consecuencia no causará en el otro un gran mal para evitar sufrir uno leve. Por ejemplo, no debiese matar a una persona para evitar ser puñeteado; pero no dudaría en romperle las piernas si no pudiese hacer otra cosa para prevenir que le maten. Y cuando es asunto de males semejantes, tales como matar para no ser muerto, incluso ahí me parece a mí que es un beneficio para la sociedad que el agresor muera en vez del agredido. Pero si la auto-defensa es un derecho al que uno podría renunciar, la defensa de los demás a riesgo de herir al agresor es un deber de solidaridad…
¿Es cierto… que las masas pueden emanciparse hoy sin recurrir a medios violentos?
Hoy, por sobre la gran mayoría de la humanidad que obtiene escasos medios de vida por su trabajo o que mueren queriendo trabajar, existe una clase privilegiada, que, habiendo monopolizado los medios de existencia y el manejo de los intereses sociales, explota vergonzosamente a los primeros y niega a los segundos los medios de trabajo y vida. Esta clase, que son influenciados solamente por una sed de poder y lucro, no muestran inclinación alguna (como lo muestran los hechos) a renunciar voluntariamente a sus privilegios, y a fundir sus intereses personales con el bien común. Por el contrario, está siempre armándose con medios más poderosos de represión, y usa sistemáticamente la violencia no solo para controlar todo ataque directo a sus privilegios, sino también para aplastar en su germinación todo movimiento, toda organización pacífica, cuyo crecimiento pudiese poner en peligro su poder.
¿Qué medios aconseja Bell para salir de esta situación? ¿Propaganda, organización, resistencia moral? Ciertamente estos son los factores esenciales en la evolución social, y es desde ellos que debemos comenzar, y sin éstos la violencia revolucionaria no tendría sentido, es más, sería imposible. Bell admite el derecho de los trabajadores a romper las puertas de una fábrica para tomar las maquinarias, pero no reconoce su derecho a dañar al dueño de la fábrica. Y en esto está en lo correcto si el dueño cede a que los trabajadores procedan sin oponérseles por la fuerza. Pero por desgracia la policía vendrá con sus bastones y revólveres. ¿Qué debiesen hacer los trabajadores entonces? ¿Debiesen permitir ser tomados y enviados a prisión? Ese es un juego del que uno pronto se cansa. Bell ciertamente admite que los trabajadores tienen el derecho a organizarse para la derrota de la burguesía por medio de una huelga general. ¿Pero qué hay si el gobierno envía soldados a masacrarlos? ¿O qué hay si la burguesía, que después de todo puede darse el lujo de esperar, se espera? Será absolutamente necesario para los huelguistas, si es que no quieren que se les mate de hambre al segundo día, tomar alimentos de donde sea que puedan hallarlo, y como no se les dará sin resistencia, estarán obligados a tomarlo por la fuerza. De modo que o bien tendrán que luchar o considerarse vencidos.
En realidad el error de Bell consiste en esto, que mientras discute los métodos para lograr un ideal presupone que el ideal ya está logrado. Si fuese realmente posible progresar pacíficamente, si los partidarios de un sistema social distinto al que nosotros queremos no nos forzaran a someternos a él, entonces podríamos decir que estábamos viviendo bajo la anarquía.
Pues, ¿qué es la anarquía? No queremos imponer a otros ningún sistema rígido, ni tampoco pretendemos, al menos yo no, poseer el secreto de un sistema social perfecto. Deseamos que cada grupo social sea capaz, dentro de los límites impuestos por la libertad de los otros, a experimentar respecto al modo de vida que cree que sea el mejor, y nosotros creemos en la eficacia de la persuasión y el ejemplo. Si la sociedad no nos negase este derecho no debiésemos tener derecho a quejarnos, y simplemente tendríamos que esforzarnos por hacer nuestro sistema lo más exitoso, de modo de probar que era mejor. Es solamente porque hoy una clase tiene el monopolio del poder y las riquezas, y es por lo tanto capaz de forzar a las personas, a punta de bayoneta, a trabajar para ella, que nosotros tenemos el derecho, y es nuestro deber, luchar por alcanzar, con la ayuda de la fuerza, aquellas condiciones que hacen posible experimentar mejores formas de sociedad.
En resumen, es nuestro deber llevar la atención a los peligros concomitantes al uso de la violencia, a insistir en el principio de la inviolabilidad de la vida humana, a combatir el espíritu de odio y venganza, y a predicar el amor y la tolerancia. Pero cegarnos a las verdaderas condiciones de la lucha, renunciar al uso de la fuerza para el propósito de repeler y atacar a la fuerza, dependiendo en la fantasiosa eficacia de la “resistencia pasiva”, y en el nombre de una moral mística negar el derecho a la auto-defensa, o restringirlo al punto de tornarlo ilusorio, puede solamente terminar en nada, o en dejar el campo de acción abierto a los opresores.
Si realmente deseamos luchar por la emancipación del pueblo, no nos hagan rechazar en principio los medios sin los cuales la lucha nunca podrá terminar; y, recordemos, las medidas más enérgicas son también las más eficientes y las menos derrochadoras. Solo no nos dejen perder de vista el hecho de que la nuestra es una lucha inspirada por el amor y no por el odio, y que es nuestro deber hacer todo lo que esté en nuestro poder por ver que la violencia necesaria no degenere en mera ferocidad, y que solo sea usada como arma en la lucha de lo correcto contra lo errado.
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