El Director. David Jiménez


David Jiménez, corresponsal y reportero de guerra durante dos décadas, fue nombrado por sorpresa director de El Mundo. El ilusionante reto profesional terminó en una cruenta batalla por el control del diario y provocó su despido tras un año en el cargo. Jiménez destapa en este libro la podrida red de presiones, influencias y favores que se establece entre el poder económico, el poder político y la prensa que supuestamente debe vigilar a los dos primeros. Ministros, banqueros, consejeros delegados, comisarios corruptos y periodistas de dudosa moralidad protagonizan esta historia sobre las intrigas del mundo del periodismo y los hilos secretos que gobiernan España.




El Cardenal (El Jefazo) llamó más irritado que de costumbre.


—¿Qué hemos hecho esta vez? —pregunté.


—¿Has visto lo de Economía?


Me leyó el titular: «La cúpula del IBEX cobra un 10% más y los salarios caen un 5%».

[https://www.elmundo.es/economia/2015/09/07/55ec9bffe2704e6b458b4593.html]





Era una información sin ningún tipo de valoración, que se limitaba a reflejar con datos cómo durante los años de crisis los salarios de los altos directivos habían subido, mientras bajaban los de la mayoría de los trabajadores. El Cardenal creía que era una información injusta y que daba munición a Podemos, el partido de izquierdas de Pablo Iglesias que empezaba a ser visto con pánico por la elite.


El Cardenal tenía razones para sentirse en deuda con sus amigos del IBEX. Los Acuerdos, como se conocían los pactos negociados con las grandes empresas al margen de las cifras de audiencia o el impacto publicitario, habían salvado a la prensa durante la Gran Recesión. Era un sistema de favores por el que, a cambio de recibir más dinero del que les correspondía, los diarios ofrecían coberturas amables, lavados de imagen de presidentes de grandes empresas y olvidos a la hora de recoger noticias negativas. 


No necesitaba que nadie me explicara la letra pequeña de Los Acuerdos porque había vivido sus ataduras incluso desde la lejanía de la corresponsalía en Asia, después del derrumbe de una fábrica textil en Bangladesh en la que murieron más de un millar de personas. Mientras preparaba mi viaje a Dhaka hice algunas llamadas y supe a través de un contacto que El Corte Inglés era una de las empresas que producía ropa en el Rana Plaza, el edificio del siniestro. Envié mi crónica a última hora de la noche y por la mañana me encontré un mail de Internacional que empezaba diciendo: «Sé que te vas a cabrear…».


Más de 1000 obrer@s muert@s...


Jota había ordenado que todas las referencias a El Corte Inglés, uno de los mayores anunciantes de la prensa del país, que había mantenido su inversión incluso en los peores años de crisis, fueran eliminadas del artículo. No entendía que el buen nombre de una empresa estuviera por encima de la información de una tragedia que había costado la vida a toda aquella gente. Llamé a mis jefes —efectivamente: me había «cabreado»— y les dije que suspendía mi viaje a Bangladesh. No escribiría más sobre el suceso salvo que tuviera garantías, por escrito, de que mis textos no serían censurados. Durante los siguientes dos días viví un pulso con el staff, que insistía en que debía desplazarme a Dhaka. El periódico tuvo que continuar la cobertura con noticias de agencias.


En las redacciones se había interiorizado que empresas como Telefónica, el Banco Santander o el Corte Inglés eran intocables. Los Dircom del IBEX habían adquirido un gran poder sobre los medios, distribuyendo sus presupuestos en función de la influencia que atribuían a cada uno y castigando a los díscolos. A veces, ni siquiera el director conocía los detalles detrás de Los Acuerdos.


Una tarde recibí la visita de un ejecutivo de La Segunda pidiéndome que retiráramos una noticia negativa sobre Mercadona, la mayor empresa de distribución del país. Cuando pregunté por qué le preocupaba tanto una noticia de una corporación que ni siquiera nos ponía dinero, me dijo:


—Porque lo pone.






Unas semanas después de mi encuentro con el monarca, en uno de esos días de tedio informativo sin nada que llevarnos a portada, Asuntos Internos entró en El Despacho sujetando en las manos varios folios. Dijo que contenían la transcripción de mensajes privados enviados por los Reyes a Javier López Madrid, un amigo de juventud de Felipe VI y consejero delegado del Grupo Villar Mir, una de las principales empresas inmobiliarias del país. Los mensajes se habían intercambiado cinco días después de que se revelaran los gastos que López Madrid y otros consejeros de Bankia, una entidad intervenida por el Estado, habían cargado al banco a través de las conocidas como tarjetas black, utilizadas para juergas nocturnas, productos de lujo, arte, viajes de esquí y retiradas en efectivo que servían para defraudar a Hacienda. El amigo del Rey, López Madrid, no había sido de los más derrochadores, pero había utilizado el plástico del banco para pagos particulares por un valor de 34.087 euros.




En los mensajes en poder de Asuntos Internos, la Reina Letizia quitaba importancia a los gastos de las tarjetas black, mostraba su apoyo a López Madrid e insultaba a nuestro suplemento de vida social y famoseo, La Otra Crónica (LOC).


—Te escribí cuando salió el artículo de lo de las tarjetas en la mierda de LOC —escribía la Reina haciendo referencia a una pieza en la que habíamos contado la relación de Felipe VI con López Madrid— y ya sabes lo que pienso, Javier. Sabemos quién eres, sabes quiénes somos. Nos conocemos, nos queremos, nos respetamos. Lo demás, merde. Un beso compi yogui (miss you!!!).


—Os lo agradezco mucho —respondía López Madrid—. En el futuro extremaré el cuidado, vivimos en un país muy difícil y seré aún más consciente de mi conducta.


En ese momento se unía a la conversación el Rey Felipe VI:


—¡Y tanto! Me uno al chat, pero prefiero tener un rato para charlar sin intermediación electrónica ni telefónica. Comemos mañana? Abrazo.


Teníamos una bomba informativa y esta vez no estaba seguro de publicarla. Durante las siguientes dos horas, mi despacho vivió un intenso debate sobre los límites de la privacidad de los Reyes, la publicación de filtraciones interesadas, la investigación periodística y la responsabilidad del director no solo ante lo que publica su periódico, sino ante lo que le gustaría publicar y no debería. 


López Madrid, el amigo de los Reyes, pensó que el comisario Villarejo era su hombre después de que su familia y su entorno recibieran decenas de llamadas anónimas de acoso. El consejero de la constructora OHL y CEO del grupo Villar Mir sospechaba que detrás de aquellas llamadas estaba la dermatóloga de la alta sociedad madrileña Elisa Pinto, a cuya consulta había acudido meses antes para quitarse un lunar en lo que sería el comienzo de un complicado affaire. Su ruptura degeneró en una guerra abierta y la denuncia de Pinto de que Villarejo la había apuñalado delante de su hijo de 10 años, presuntamente por encargo de López Madrid.


El compi Yogui te roba la merienda si te descuidas.


Las denuncias y contradenuncias del empresario y la dermatóloga provocaron finalmente la intervención de la Guardia Civil y llevaron hasta el teléfono de López Madrid. La filtración que habíamos recibido consistía en la transcripción de uno de los chats borrados por el empresario y recuperados por los agentes. Si se trataba de un trabajo de Las Cloacas, como pensaba El Callado, no podíamos publicarlo sin investigar a fondo qué había detrás. Los comisarios implicados en la policía paralela habían empezado a ser acosados por la justicia y chantajeaban al Estado amenazando con difundir las conversaciones privadas del poder si no se detenían los procesos contra ellos. Una vez más, recurrían a periodistas que no hacían preguntas y que estaban dispuestos a publicar primero y contrastar después.


Decidí que no publicaríamos los mensajes sin más, pero que seguiríamos la pista de las conversaciones e indagaríamos en las amistades de los Reyes y los chantajes de Las Cloacas. Subí a ver a El Cardenal y le conté lo que teníamos.


—Creo que haces lo correcto no publicándolo —dijo.


E inmediatamente estropeó lo que hasta entonces había sido una decisión periodística, correcta o no, y dijo que llamaría a la Casa Real para apuntarse el tanto. En El Gran Juego de los Favores, ninguna oportunidad se desaprovechaba. Toda información delicada tenía su valor. Y ninguna era más preciada que la que se guardaba en el cajón.


Las conversaciones de los Reyes fueron difundidas dos días después por Eldiario.es. Nuestro filtrador, que dos años después supe que venía del entorno de la dermatóloga y no de Las Cloacas, se había ido a otro lugar.


¡Cuidado con el perro! ¡Mordida infecciosa!
                              

El ministro Fernández seguía utilizando a sus comisarios y jefes de unidad para tratar de eliminar a los adversarios del Partido Popular, mientras la lucha entre facciones de la policía estaba fuera de control. Nadie había prosperado más en el negocio de la policía paralela que el comisario Villarejo, la fuente histórica de nuestro diario hasta mi decisión de cortar la relación. La justicia empezaba a indagar en la fortuna de un policía que había logrado hacerse inmensamente rico gracias a los servicios que prestaba a través de una decena de sociedades con nombres tan poco discretos como el Club Exclusivo de Negocios y Transacciones (CENYT). La policía clandestina de Villarejo y otros comisarios elaboraba informes de «inteligencia» que sus clientes utilizaban para sus guerras internas, rivalidades empresariales o venganzas personales. El mercadeo de información, audios y cualquier material que sirviera de valor en las intrigas del poder incluía lo que Villarejo describía como «información vaginal», extraída a través de prostitutas y modelos utilizadas para sacar secretos de las alcobas de la elite y espiar a políticos.


Un madero fascista y chantajista tiene en sus manos el poder de poner y quitar ministros. Marca España, Cosa Nuestra.


Entre los clientes que en algún momento habían contratado los servicios del comisario estaban los tres principales bancos del país, Santander, Caixabank y BBVA, las grandes empresas energéticas, Repsol e Iberdrola, herederos de grandes fortunas como Susana García Cereceda, que había encargado el espionaje de su hermana Yolanda en su batalla por el patrimonio del clan de La Finca, o el empresario sevillano Juan Muñoz, marido de la estrella televisiva Ana Rosa Quintana. Si los gobiernos de diferentes partidos habían mirado a otro lado —Villarejo había actuado con impunidad bajo once ministros del Interior diferentes— era porque entre los protagonistas de sus más de 400 dosieres se encontraban los políticos, empresarios, periodistas y personalidades más importantes del país, incluida la princesa Corinna zu Sayn-Wittgenstein. Los audios de la amante del Rey Juan Carlos I, en los que aseguraba haber hecho de testaferro para ocultar la presunta fortuna del emérito en el extranjero, terminarían haciéndose públicos y deteriorando aún más la imagen del padre de Felipe VI. Las Cloacas del Estado habían infiltrado desde los despachos ministeriales a las plantas nobles de las oficinas del IBEX y desde los palacios reales a las redacciones.




David Jiménez García (Barcelona, 11 de enero de 1971). es un periodista y escritor español. Ha sido reportero de guerra, corresponsal y director del periódico español El Mundo. Abandonó la dirección del diario el 25 de mayo de 2016.

Comenzó su carrera como periodista en 1994 para el diario El Mundo, trabajando como becario de las secciones de Madrid y Sociedad. En octubre de 1998 inauguró la primera corresponsalía del periódico en Asia, donde cubrió los grandes acontecimientos de la región hasta 2014. Tras obtener una beca Nieman en la Universidad de Harvard, regresó a Madrid para hacerse cargo de la dirección de El Mundo, con el encargo de sacar al diario de su crisis y liderar su transformación digital.

Jiménez ha escrito y publicado reportajes para The Guardian, The Toronto Star, The Sunday Times y la revista Esquire, entre otros. También ha colaborado para las cadenas de televisión CNN y BBC.

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