Baquero, Juan Miguel. El pais de la desmemoria (Una tierra sembrada de fosas comunes)


Casi la mitad de las 2.246 fosas inventariadas están en Aragón y Andalucía. (Mapa Ministerio de Justicia).


Una tierra sembrada de fosas comunes


Unos botones. Un peine. El grafito de un lápiz. Unos zapatos comidos por el tiempo. Anillos. Monedas. Crucifijos. En las fosas comunes del franquismo aparecen objetos que formaron parte de la vida de las víctimas que yacen en ellas. Objetos que cuentan parte de la historia y arrojan pistas sobre la identidad de los desaparecidos forzados de Franco. Un pendiente puede ayudar a poner nombre y apellidos a una mujer en La Bañeza (León), como una ficha de dominó permitió encauzar la investigación sobre un militar ejecutado en Valladolid. Porque son utensilios personales que perduran enterrados como testigos quietos del terror y desvelan la verdad de la estrategia golpista: el exterminio del adversario social y político. La aplicación de la violencia extrema como táctica de guerra.


Unas gafas aparecidas en la fosa de Zalamea la Real (Huelva).


Como las balas. Cada proyectil que se desentierra de una tumba ilegal de la Guerra Civil y la dictadura va asociada a episodios de muerte violenta. Aparecen elementos de balística en la arena, en el interior de los cráneos, y hay esquirlas por cualquier parte del cuerpo o apenas como un leve rastro en los pigmentos verdosos que las piezas metálicas dejan en los huesos. Son vestigios de los disparos efectuados con fusiles alemanes máuser, de los tiros de gracia de las pistolas falangistas de 9mm o las detonaciones a quemarropa de otras armas de fuego engatilladas por los golpistas. Los crímenes rebeldes están dibujados en cada huella conservada en la tierra.


«Como aquellos días tenía una herida en la oreja que le dolía, no se puso el pendiente y lo dejó encima de la cómoda», relata Josefina Alonso. Habla de su hermana María, ejecutada por los franquistas en 1936. Tenía 32 años. Cuando Josefina supo que habían secuestrado a María, que no volvería más, tomó el objeto y lo llevó «muchos años colgado del cuello», sostenido en una cadena como quien traza un hilo indisoluble con el pasado. «Y luego lo engarcé en la alianza». Tuvieron que transcurrir 80 años para que los adornos de Josefina acabaran uniendo «quizás la historia más bonita» de las rescatadas por los voluntarios de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH). Ocho décadas para unir a dos hermanas rotas por la tragedia.


«Al final de la fosa estamos cribando la tierra y aparece un anillo y, al poco, sale un pendiente», explica el vicepresidente de la ARMH, Marco González. Las piezas están enterradas en una tumba colectiva donde fueron sepultados de mala manera nueve hombres y una mujer en el municipio leonés de La Bañeza. Los arqueólogos buscan «como locos» el segundo zarcillo. Pero no aparece. Salen también unas gafas «con un remiendo en la patilla». Una anciana de más de 90 años confirma que los objetos pertenecían a su hermana. Y que no busquen más la joya que falta. La tiene ella desde el momento del secuestro y muerte de María Alonso Ruiz.


«Sabíamos que usaba gafas, que era barbera y tenía su propio negocio, que era una mujer politizada, moderna y bastante adelantada para su época en una ciudad con mucha tradición de iglesia y de pensamientos de derechas», dice Marco González. Alguien, resume, «decidió que María no debía seguir viviendo». Los pendientes fueron el indicio que acabó poniendo nombre y apellidos a una víctima del franquismo.


Josefina Alonso con el pendiente de su hermana, María.


Sepultura número 10 del cementerio de Guadalajara (Castilla-La Mancha). Los asesinados yacen metidos en ataúdes. No es lo habitual. «En una de las láminas vemos una maderilla que tenía unos puntos», cuenta el equipo arqueológico. Se trata de un dado de madera. «Casi arte carcelario, o fruto del aburrimiento, poco más podrían hacer los detenidos», suponen. La pieza estaba en el bolsillo de Eugenio Molina Morato. Muy cerca de donde quedó enterrado Timoteo Mendieta.


Entre los objetos que surgen de las fosas del franquismo abundan elementos asociados a la vida y costumbres de cada una de las personas allí enterradas. Llaves, mecheros o petacas de tabaco, monedas, la mina de grafito de los lápices, o restos de vestimenta como cinturones, hebillas, carteras deshechas, trozos de tejidos y botonaduras, lo que queda donde antes hubo una camisa. O colgantes, gemelos y elementos decorativos diversos. Y zapatos. El tipo de calzado señala la clase social a la que pertenece el individuo: no es igual pisar con un estilizado botín de cuero que con unas rústicas sandalias o abarcas. Ni con botas militares que con alpargatas rematadas con suelas de caucho o neumático reutilizado.


«Un hombre llevaba una cajita de pastillas de regaliz de las que aún se siguen vendiendo, de la marca Juanola», narra el presidente de la ARMH de Valladolid, Julio del Olmo. El hallazgo fue útil. «Estuvo bien encontrar este pastillero porque es metálico» y a partir del año 37 la fábrica cambió el material, obligada «por necesidades de la guerra». Ya tenían una pista.


En el bolsillo aparece otro llamativo objeto: una ficha de dominó, el tres doble. Son elementos valiosos aunque no determinantes para definir la identidad. Como sí lo serán las «insignias militares del arma de infantería, el zapato y el cinturón», o un dato sutil: «En la cal se conservó una línea roja que era del lateral del pantalón». Los asesinos cubrían los cadáveres con cal viva para acelerar la descomposición. En este caso dejaron una pista en forma de pigmento y, en todos, una huella de la estrategia de desaparición. Estos objetos, ¿tienen un significado concreto? ¿Quién era su portador? Lo encuentran. Es el sargento Francisco González Mayoral, natural de Labajos (Segovia) y que contaba 29 años cuando arranca el golpe de Estado fascista. El soldado será uno de los identificados de entre las 247 personas que la intervención arqueológica rescata en varias fosas del camposanto pucelano.


En el cementerio de El Carmen aparecieron otros múltiples vestigios. Como un recorte de periódico con la clasificación del Tour de Francia del año 36 y conservado de forma misteriosa. O en la fosa número 2, donde los técnicos descubren un cuerpo femenino que porta dos medallas colgadas al cuello. «Una era normal, otra de una cofradía y, al leer el pequeño texto, vemos que es de un pueblo concreto», de Castromocho (Palencia). La ARMH palentina notifica que en aquella población solo fue asesinada una mujer y se llamaba Lina Franco Neira. El apunte queda confirmado con muestras genéticas de su propia hija, Anunciación Martínez (94 años). «En la misma fosa está su padre, al que todavía no tenemos plenamente identificado», precisaba Del Olmo.


En un pinar de la provincia vallisoletana «nos dicen que están apareciendo restos humanos». Cuatro personas. Una de ellas lleva una pluma estilográfica. Es «de oro, de una calidad extraordinaria». El estado de conservación, casi perfecto. «Contamos el caso en una publicación y a los pocos meses nos llama una mujer de San Sebastián diciendo que su padre es de Alaejos», que se llamaba Hilario González. Y que sabe que en el momento de su asesinato «llevaba un reloj de oro, que se lo robaron, y una pluma». La hija, Nazaria, tenía nueve años entonces. Pero recuerda la peculiar estilográfica de su padre. «En el enganche tiene un indio con las plumas, un indio americano». En efecto. Recuperar aquel objeto de su padre fue un momento de emoción extrema. Poner rostro a Hilario sirvió además para reconocer al resto de los muertos que habían sido arrojados a la misma fosa. Eran el alcalde de Alaejos, Antonio Losada, y los sindicalistas Leoncio Puertas y Francisco González.


Nazaria González con la pluma estilográfica de su padre, Hilario.


En Puerto Real (Cádiz) estaba la segunda mayor fosa excavada en Andalucía: los científicos sacaron los huesos de 185 personas. «Por las suelas se ve la calidad de vida del asesinado», en palabras del presidente de la ARMH local, Francisco Aragón.


Los zapatos marcan un patrón de existencia. Sin embargo, la tumba guardaba otros muchos detalles. En el enterramiento colectivo predominaban los sujetos por debajo de los 30 años, entre los que destacaban nueve menores de edad con menos de 17. Casi todas las víctimas presentaban evidencias claras de muerte violenta, como orificios en cráneos y fracturas perimortem, en torno al momento del fallecimiento. Junto a uno de cada diez cadáveres aparecieron balas.


Entre la fina arena de la bahía gaditana que cubría los restos óseos se dejaron ver «relojes de bolsillo, peines, un jarrillo de lata, el aro de un sombrero, crucifijos y medallas, anillos, cinturones, trozos de cremallera, lápices, pipas de fumar, dientes de oro», recita Aragón. Y «horquillas» en las dos únicas mujeres, ambas hechas «de aluminio y caseras, que se las hacían ellas mismas, del mismo tipo de las que luego hemos visto en Benamahoma», explica otro voluntario, Antonio Molins. En esta pequeña aldea de la sierra a la que alude, precisamente, escribieron su crónica genocida un grupo de pistoleros falangistas conocidos como los Leones de Rota. Mataron a más de cincuenta personas en apenas un mes, de agosto a septiembre del 36.


Restos óseos con evidencias de muerte violenta en la fosa de Puerto Real (Cádiz).


La ARMH puertorrealeña hizo una exposición para intentar emparejar estos elementos. Fue visitada por muchos familiares, recuerdan, «aunque era difícil que tantos años después pudieran reconocer algo». Siquiera un «mechero de yesca y un librillo de papel de fumar marca Bambú» extrañamente intactos. O «una cajita metálica con caramelitos de menta», como objetos más curiosos. «Los caramelos los seguía teniendo dentro», confirman. La magnitud del terror construyó una montonera de huesos en una fosa de treinta metros de largo por dos y pico de ancho y ahí se escamoteó la posibilidad de asignar un nombre y un apellido a las piezas localizadas. Unos objetos que siempre cuentan la historia en pequeños retazos. En pinceladas que son la memoria personal e íntima de las fosas del franquismo, las cuales reposan como prueba de las violaciones sistemáticas de los derechos humanos cometidas por los golpistas. De los miles de delitos contra la humanidad que nunca prescriben que, en su mayor parte, siguen penando bajo tierra.


Como hemos dicho, España es uno de los países con más desaparecidos forzados del convulso siglo XX. Hay quien lo sitúa como el segundo del mundo después de Camboya. Pero además del de los Jemeres Rojos del sanguinario Pol Pot hubo otros conflictos con millones de bajas, como es el caso de la segunda guerra chino-japonesa (unos veinte millones de muertos) o la represión de la época estalinista. Más allá del puesto en la clasificación de la barbarie, lo cierto es que no hay situación análoga en Europa Occidental. Ni de una represión continuada tan duradera, desde el año 36 al 75. Y eso que las ejecuciones extrajudiciales por motivos políticos son una constante repetida en el terrorismo de Estado, con ejemplos como la dictadura de Argentina —unas 30 000 personas— o Chile —más de 3500 entre ejecutados y desaparecidos—, las limpiezas étnicas en la guerra de los Balcanes o en tantos episodios de violencia extrema institucionalizada.


Fosa común en Estépar, provincia de Burgos, con 26 víctimas del bando republicano. La excavación tuvo lugar en los meses de julio y agosto de 2014.


¿Cuántas fueron las víctimas de Franco? Porque no hay una cifra oficial y exacta de los asesinados. Tampoco un inventario de las que quedan por recuperar. El juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón recibió en el año 2008 un listado de 143 353 personas aportado por la Plataforma de Víctimas de Desapariciones Forzadas por el Franquismo en la causa abierta contra los crímenes rebeldes. En el posterior auto, el magistrado se declaró competente para investigar las ejecuciones ocurridas durante la Guerra Civil y la dictadura sosteniendo que el sistema de desaparición forzada fue usado sistemáticamente por los golpistas para imposibilitar o dificultar la identificación de las víctimas. Garzón cifró el número de desaparecidos entre el 17 de julio de 1936 y diciembre de 1951 en 114 266 personas. La mayoría siguen enterrados en las al menos 2591 tumbas ilegales que contabiliza el Mapa de Fosas nacional.


Juan Miguel Baquero



Periodista. Especializado en Memoria Histórica y Derechos humanos. Colaborador habitual de eldiario.es. 


Autor de 'El país de la desmemoria' (Roca Editorial) y de los libros 'Las huellas en la tierra' y 'Que fuera mi tierra' –reconocido con el Premio Chaves Nogales al mejor libro periodístico del año 2016 –, sobre intervenciones en fosas comunes del franquismo en Andalucía.


En la investigación que titula El país de la desmemoria, Juan Miguel Baquero utiliza nuevos testimonios, incontables datos y sincera pasión para denunciar la estrategia de terror desencadenada por Franco desde que dio el golpe de Estado contra la República hasta su muerte. Y da cuenta de lo muchísimo que queda por investigar, y por juzgar, sobre las víctimas del franquismo en este país que no quiere hacer frente a la verdad.

2 comentarios:

Loam dijo...

Hay que rescatar esos cadáveres y enterrarlos con la dignidad, el reconocimiento y todo el afecto que merecen. Y no olvidarles nunca.

Al dictador habría que arrojarlo al mar como se arroja un fardo de basura, en un lugar desconocido y lejano, para que algún día, él sí, sea para siempre olvidado.

Salud

Erik Redflame dijo...

Sacarlo del valle, enterrarlo en cualquier cuneta y después decirle a la familia que lo busquen. Pero la pelleja Calvo dice que "será enterrado con toda dignidad". Enterrar con dignidad a quién asesinó todo lo digno que tenía este país. Y encima dejan al Primo allí dentro y rebuznan que José Antonio también fue una víctima de la guerra civil, pa cortarse las venas con un cachito cristal oiga. Ese pistolero criminal una víctima. Este país no tiene solución. Salud.