En 1921, Lenin definía el Estado soviético ruso como “un Estado obrero con una deformación burocrática, en un país formado por una mayoría de campesinos”. Esa definición hoy debe modificarse en la siguiente forma: “El Estado soviético es un Estado burocrático en el que se está desarrollando una burguesía media burocrática y una pequeña burguesía trabajadora, mientras sobrevive la clase media agraria”.
Boris Suvarin, en su libro Stalin (París, 1935), traza el siguiente cuadro del aspecto social de la URSS:
“La sociedad llamada soviética, reposa, de un modo que le es propio, sobre la explotación del hombre por el hombre, del productor por parte del burócrata, técnico del poder político. La apropiación individual de la plusvalía será reemplazada por una apropiación colectiva a cargo del Estado, estafa hecha por el consumo parasitario del funcionarismo . . . La documentación oficial no deja duda alguna: sobre el trabajo de la clase sometida, obligada a un sistema extenuante e inexorable, la burocracia retira una parte indebida que corresponde más o menos al antiguo beneficio capitalista. Se ha formado pues, alrededor del partido, una nueva categoría social interesada en el mantenimiento del orden constituido y en la perpetuación del Estado, cuya extinción, junto a la desaparición de las clases sociales, predicaba Lenin. Si el bolchevismo no tiene la propiedad jurídica de los instrumentos de producción y de los medios de cambio, se detiene la máquina estatal que le permite la expoliación mediante varios procedimientos. La posibilidad de imponer los precios de venta, mucho más altos que los precios de costo, encierra por sí sólo el verdadero secreto de la explotación técnico-burocrática, caracterizada, por otra parte, por la opresión administrativa y militar”.
El bonapartismo no es otra cosa que el reflejo político de la tendencia de esta nueva burguesía, a conservar y acrecentar su propia situación económica-social. En el llamado del bolchevique-leninista Tamboy, dirigido al proletariado mundial en 1935, puede leerse lo siguiente:
“La tarea de la burocracia del partido consiste solamente en aislar y torturar a los opositores mientras éstos no se hayan destruido públicamente, es decir hasta tanto que no se hayan convertido en desgraciados apolíticos. Los burócratas, en efecto, no desean que seas un auténtico comunista. No tienen necesidad de esto. Para ellos es nocivo y mortalmente peligroso. No quieren comunistas independientes, quieren miserables siervos, egoístas y ciudadanos de última categoría . . .
¿Sería entonces posible, que, bajo un verdadero poder proletario, la lucha o una simple protesta contra la burocracia, contra los ladrones y los bandidos que se apoderan impunemente de los bienes soviéticos, y que son los causantes de la pérdida, por el frío y el hambre de centenas de miles de hombres, sea considerada como un delito contrarrevolucionario?”
La formidable tragedia de la lucha entre la oposición “revolucionaria” y la “ortodoxia conservadora”, es un fenómeno completamente natural en el cuadro del socialismo de Estado. La oposición leninista tiene razón en señalar al proletariado mundial, las deformaciones, las desviaciones y la degeneración del stalinismo; pero si el diagnóstico de la oposición casi siempre es preciso, la etiología, en cambio, frecuentemente es insuficiente.
El stalinismo no es otra cosa que el resultado de la puesta en práctica del leninismo en el problema político de la revolución social. Lanzarse contra los efectos sin remontarse a la causa, al pecado original del bolchevismo (dictadura burocrática en función de la dictadura del partido), significa simplificar arbitrariamente la cadena causal que de la dictadura de Lenin pasa a la dictadura de Stalin, sin mayor solución de continuidad.
La libertad interior de un partido que niega el libre juego de la mayoría (de la pluralidad) entre los partidos de vanguardia en el seno del sistema soviético, sería hoy un espectáculo milagroso. La hegemonía obrera, el absolutismo bolchevique, el socialismo de Estado, el fetichismo industrialista: todos estos gérmenes corruptores sólo podían dar frutos envenenados tales como el absolutismo de una fracción y la hegemonía de una capa social. Trotsky, en la actitud de San Jorge en lucha contra el dragón stalinista, no impide recordar al Trotsky de Kronstadt. La responsabilidad del actual stalinismo se remonta a la formulación y a la práctica de la dictadura del partido bolchevique, así como a la ilusión de la extinción del Estado como fruto de la desaparición de las clases a cargo del socialismo de Estado.
Cuando Trotsky escribía, el 6 de septiembre de 1935: “El absurdo histórico de la burocracia autócrata en una sociedad sin clases no puede sostenerse y no se sostendrá indefinidamente”, decía una cosa absurda en lo que se refiere al “absurdo histórico”. En la historia no hay absurdos. Una burocracia autocrática es una clase y por consiguiente no es absurdo que ella exista en una sociedad en la cual persisten las clases: la burocrática y la proletaria. Si la URSS fuese una “sociedad sin clases”, sería también una sociedad sin autocracia burocrática y esa autocracia es la resultante de la subsistencia del Estado.
Es por su calidad de partido dominante de la máquina estatal que el partido bolchevique se ha convertido en un centro de atracción para los elementos pequeñoburgueses arribistas y para los obreros perezosos y oportunistas. La plaga burocrática no se inició, en los hechos, con el estalinismo, pues es simultánea a la dictadura bolchevique. Basta leer las noticias de 1918 y 1919, publicadas en la prensa bolchevique.
El Wecernia Isvestia del 23 de agosto de 1918, hablando de la desorganización del servicio postal, constata que a pesar de la disminución en un 60% de la correspondencia, el número de empleados, comparado al período anterior de la revolución, había aumentado un ciento por ciento. Pravda del 11 de febrero de 1919 señala la continua creación de nuevas oficinas, de nuevas instituciones burocráticas, para las cuales se ha nombrado y estipendiado los empleados antes que las nuevas organizaciones comenzaran a funcionar.
“Si todos estos nuevos empleados —dice Pravda del 22 de febrero de 1919— invaden y ocupan palacios enteros, por su número efectivo les serían suficientes algunas pocas estancias”.
El trabajo se hace lento y obstruccionista, incluso en las oficinas con funciones industriales. “Un encargado del Comisariato de Lipetzk —cuenta Isvestia del 29 de noviembre de 1918— para comprar nueve “pud” de clavos al precio de 417 rublos ha debido expedir veinte escritos, obtener cinco órdenes y 13 firmas, para lograr las cuales ha debido hacer antecámaras de dos días, pues los funcionarios que debían firmar eran inencontrables”. Pravda (número 281) denunciaba “la invasión en nuestro partido de elementos pequeño-burgueses” que hacían expropiaciones “para uso personal”. En el número del 2 de marzo de 1919 el mismo periódico constataba:
“Es necesario reconocer que en los últimos años algunos compañeros, que no eran miembros del PC en los primeros tiempos, han comenzado a recurrir a métodos de trabajo que son inadmisibles en nuestro partido. Admitir como sistema el uso de no considerarse atado a la opinión de las organizaciones locales, por cuanto tienen órdenes de actuar personalmente, en base a un mandato bastante limitado, y ordenar a diestra y siniestra, por ejemplo. De allí se origina una tensión latente entre el centro y la periferia, imponiendo con su dictadura individual vejaciones varias”.
Hablando de la provincia de Pensa, el Comisario del Interior, decía:
“Los representantes locales del Gobierno central se conducen, no como los representantes del proletariado, sino como verdaderos sátrapas. Una serie de hechos y de pruebas atestiguan que los únicos representantes del Gobierno se presentan armados ante la gente más pobre, llevándola presa y con ella todo lo necesario, amenazando de muerte en el caso de protestas, castigando a golpes. Los objetos robados son revendidos, y con esos dineros se organizan borracheras y orgías” (Wecernia-Isvestia, 12 de febrero de 1919).
Otro bolchevique, Mescerikov, escribía:
“Cada uno de nosotros ve todos los días infinitos casos de violencia, vejaciones, corrupciones, ocio, etc. Todos sabemos que en nuestras instituciones soviéticas han entrado en masa pícaros y holgazanes. Todos lamentamos su presencia en las filas del partido, pero no podemos hacer nada para limpiarnos de esta impureza”.
“ . . . si una institución expulsa un pícaro, se encuentra pronto otra que lo toma y le da un puesto de responsabilidad. En vez de ser castigado, termina por ser promovido” (Pravda, 5 de febrero de 1919).
En un discurso pronunciado en el Octavo Congreso del Partido Comunista ruso (11-12 de marzo de 1919), Lenin confesaba:
“Vemos por todas partes arribistas, aventureros, que se han introducido entre nosotros. Ellos se llaman comunistas, pero en realidad buscan engañarnos sobre sus verdaderas ideas. Eso sí, están pegados a nosotros, porque nosotros somos el poder y porque los elementos burocráticos más honestos rehúsan colaborar con nosotros a causa de sus ideas atrasadas, mientras ellos no tienen ni ideas ni honestidad: son exclusivamente de reclame”.
El gobierno bolchevique se ha demostrado impotente frente a la burocracia, pletórica, parasitaria, prepotente y deshonesta. De cinco millones de burócratas se ha pasado a diez millones. En 1925 eran 400.000 funcionarios en las cooperativas (Pravda, 20 de abril de 1926).
En 1927 la Federación rusa de obreros de la alimentación tenía 4.287 empleados para sus 451.720 socios y el sindicato de metalúrgicos de Moscú alcanza a 700 funcionarios para 130.000 carnets sindicales (Trud, 12 de junio de 1928).
Esta plétora burocrática no responde a una intensa y eficaz actividad administrativa.
“La dirección del aparato soviético, de la base al más alto grado, tiene un carácter papelero. El comité provincial manda habitualmente una o dos circulares al día sobre todas las cuestiones imaginables, y estima haber así agotado sus obligaciones”.
“El número de las circulares que dan las directivas recibidas en las células, oscila, en ciertos lugares, de 30 a 100 por mes” (Pravda, 7 de junio de 1925).
Un alto funcionario, Dzerginsky, escribía:
“Se solicitan de las empresas las más diferentes informaciones, informes, datos estadísticos, formando en conjunto un torrente de cartas que obliga a mantener un excesivo personal y asfixia el trabajo más vital: se crea un mar de cartas en el que se enredan centenares de personas; la situación de la contabilidad y de la estadística es simplemente catastrófica; las empresas soportan con disgusto el fardo de proveer informaciones bajo docenas y centenas de formas diferentes. Se mide ahora la contabilidad al peso” (Pravda, 23 de junio de 1926).
Una oficina forestal reclama un cálculo de las perdices, de las liebres, osos, lobos, etc., vivientes en el sector del funcionario consultado, y esto en el plazo de una semana (Krasnaia Gazeta, 14 de mayo de 1926).
La dirección provincial de la agricultura de Viatka prescribe al comité ejecutivo del cantón contar los gusanos de la tierra encontrados en el campo (Pravda, 1 de marzo de 1928).
El informe del Comisariado de Comercio, contiene 27.000 solicitudes; un informe agrícola ucraniano contiene 20.000 (Isvestia, 11 de diciembre de 1927).
Un comité ejecutivo local envía al soviet del pueblo un cuestionario con 348 preguntas, y esto, durante la siega del grano (Pravda, 18 de abril de 1928). El instituto de agronomía experimental publica una hoja de encuesta de seis metros de largo y totalmente llena de interrogaciones sobre tractores (Diednota, 1 de abril de 1929).
En el XV Congreso del Partido, Stalin citó el caso, entre otros muchos, de un mutilado que ha debido esperar siete años un aparato de prótesis. Un obrero que debe hacer una reclamación contra la administración de una empresa, debe pasar por 24 formalidades burocráticas (Trud, 14 de enero de 1928).
Una oficina procesa 210 contratos por operario admitido, y esto a pesar de que el personal es muy inestable (Trud, 5 de agosto de 1928).
Un reloj importado en URSS pasa en la aduana a través de 142 formalidades (Isvestia, 9 de diciembre de 1928).
Un inventor, llegado a Moscú para experimentar un descubrimiento, debe hacer un trámite para obtener una habitación. Después de un año y medio aún no la ha obtenido, pero ha reunido un conjunto de hojas burocráticas relativos a dicho trámite: 400 documentos (Vetchernaia Moska, junio de 1929).
Los funcionarios del partido están sobrecargados de tareas. Kamenev, antes de ser despedido, era miembro del Comité Central y del Bureau político del Partido, presidente del Consejo del Trabajo y de la Defensa, presidente del Soviet de Moscú, vicepresidente del Consejo de Comisarios del Pueblo, miembro de la presidencia colectiva del Consejo Económico Superior, miembro del Comité Central ejecutivo de la Unión y del Comité ejecutivo del Soviet de la República, director del Instituto
Lenin, co-director de Bochevik, revista oficial del Partido, y ciertamente la lista de sus tareas o cargos no está completa. Hasta los pequeños dirigentes están sobrecargados de tareas y de todo tipo de cargos. Un joven comunista declaraba ocupar él solo dieciséis cargos (Pravda, 21 de marzo de 1925).
Con una burocracia tan pletórica, con un mecanismo administrativo tan complicado, con un control tan mínimo y natural, se explica que el latrocinio sea una de las características de la vida burocrática de Rusia. Un alto funcionario sindical, Dogadov, refería al Consejo Central de los sindicatos en 1925, que casi la mitad (47%) del presupuesto de la confederación sindical rusa (700 millones de rublos) lo devoraban los funcionarios (Pravda, 9 diciembre de 1926).
En un año 5.323.000 rublos eran dilapidados en las cooperativas (Torgovo-Promychlenaia Gazeta, 23 de mayo de 1926). Toda la prensa bolchevique de los años siguientes está llena de noticias de las dilapidaciones burocráticas en las cooperativas. Tomsky, ahora presidente de la confederación de los sindicatos rusos, decía en el VIII Congreso de la central sindical:
“Dónde se roba . . . por todas partes: en los comités de fábricas, en las cajas de mutuo socorro, en los círculos, en las secciones regionales, departamentales y distritales; por todas partes, en una palabra. Existe incluso una rúbrica con el título: “Desconocido”, si es robado en alguna parte, pero no sabemos dónde. ¿Y quién roba? Para mayor vergüenza de nuestra entidad, debo decir que los presidentes son capitalistas. ¿Cómo se reparten los robos desde el punto de vista político? De manera desigual entre comunistas, y también entre personas de las cuales es “desconocida” su orientación política. Por lo que concierne a la juventud, la situación es angustiosa. El activo sindical no comprende, en ningún nivel, más del 9% de los jóvenes, pero en cuanto a ladrones, llega al 12,2%”.
En noviembre de 1935 Il Risveglio de Ginebra publica la carta de un empleado de hotel en el cual, entre otras cosas, se lee:
“En 1925, en marzo, durante una feria internacional de Lyon, me encontraba en el Nouvel Hotel, donde el propietario, fascista al ciento por ciento, había recibido con los honores correspondientes a la misión soviética. Ocuparon las mejores habitaciones, que el propietario hacía pagar a 120 francos al día por persona, precios que en aquella época eran exorbitantes, pero que los bolcheviques pagaban sin discutir. Y bien, he podido constatar que ellos tenían los mismísimos vicios de la nobleza rusa. A la cena, en la mesa, se embriagaban de coñac, y en nombre de la dictadura del proletariado se hacían servir los mejores vinos de Burdeos”.
El “decoro” conduce a las costumbres lujosas y viciosas, y esas costumbres conducen a la corrupción. Pravda del 16 de octubre de 1935, denunciaba dos casos de corrupción burocrática dignas de ser señaladas:
“La Industria forestal, órgano del Comisariado del Pueblo para la Industria Forestal, había recibido dinero, en forma ilícita, del trust Ukrqiness, del Departamento de Combustibles del Comisariado de Vías y Comunicaciones, y de otras organizaciones económicas. La “Industria ligera”, órgano del Comisariado del mismo nombre, había recibido dinero, siempre de Kiev, del departamento algodonero del Comisariado de Agricultura, del trust de algodón y del trust del cuero y de la piel”.
Los diarios rusos están llenos de noticias relativas a la corrupción de la burocracia, y de informaciones sobre “la depuración del partido”. Efectivamente la depuración consiste en la eliminación de los elementos que “no están en la línea”. He aquí algunos casos típicos, extraídos de Bolchevistskaia Petchat (números 13 y 14 de 1935):
Ha sido revocado el redactor en jefe de Kommunist de Seratov, secretario de la sección local del partido comunista, no porque —según el periódico— seguía una “línea política equivocada”, sino porque el jefe de personal Davidovov había dado pruebas de su “criminal negligencia”, enrolando correctores y redactores de origen no proletario o sospechoso: Goverdovski “cuyos padres habían sido expulsados de Moscú”, la ciudadana Znamenskaia “hija de un oficial blanco muerto en el curso de la guerra civil”, la ciudadana Gonciarenev, expulsada de Moscú como contrarrevolucionaria, el literato Lardi “expulsado del partido por descomposición completa (sic), ex-noble, con una tía en Polonia”, el fotógrafo Kruscinski expulsado del partido por haber estado en Letonia sin autorización y teniendo parientes en ese país, la ciudadana Rounguis, pariente de una mujer condenada por participar en una asociación de bandidos.
Los funcionarios un poco independientes y los cuales son más honestos y capaces, son eliminados sistemáticamente, mientras permanecen en sus puestos los oportunistas, casi todos venales e incapaces. Incluso los cargos del partido se han convertido en sinecuras estables. La rotación de los elementos dirigentes está actualmente abolida. Mientras los estatutos del partido comunista ruso establecieron que cada año se cambiarían los dirigentes del partido, de los sindicatos y de los soviets, cierto Kakhiiani fue durante ocho años seguidos secretario del Comité Central del partido comunista georgiano.
Todo este estado de cosas favorece a la consolidación de la burocracia y de la tecnocracia como clase.
En su libro Vers l’autre flamme (Hacia la otra llama), aparecido en París en 1929, Panait Istrati exponía con cifras esta situación, describiendo las diversas proporciones en las cuales las distintas clases del pueblo ruso habían ahorrado y depositado sus ahorros en las cajas durante el año 1926: el 12% eran ahorros de obreros, el 3,6% campesinos, mientras los funcionarios y otras categorías no especificadas habían depositado el 56,7%.
La nueva categoría de los jefes obreros y de los obreros especializados “stajanovistas” viene a sostener la nueva burguesía técnico-burocrática. Los obreros no especializados constituyen el verdadero proletariado industrial. En 1935 el salario medio de aquella categoría, si se consideran los precios de la alimentación en ese mismo año era un salario de hambre, porque estaba en 100 y 150 rublos mensuales. En Moscú por ejemplo, un kilo de pan blanco costaba de 2 a 6 rublos, la carne costaba de 10 a 15 rublos el kilogramo, y un kilogramo de manteca de 28 a 30 rublos. Un billete de tranvía de 10 a 25 copecas (es decir un cuarto de rublo), y un billete de metro 50 copeas (es decir, medio rublo).
“Isvestia” del 9 de mayo de 1935 anunciaba que un jefe de taller de los altos hornos de Krivoirog (Ukrania) había recibido por salario (mes de abril) 3.300 rublos. “L’Humanité”, cotidiano bolchevique de París, en su número del 16 de diciembre de 1935 hablaba de un obrero que percibía 4.361 rublos en 24 días y de un operario que había recibido 233 por un solo día de trabajo.
El 15 de diciembre de 1935 L’Humanité anunciaba que las cajas de ahorros de la URSS tenían una reserva de 4.256.000 rublos superior al 1 de diciembre de 1934. En 1936 (del 1 de enero al 11 de mayo) el total del ahorro ha aumentado 403 millones de rublos contra 261 millones por el período correspondiente a 1935. Los señores Lewis y Abramson, que han estado en Rusia por cuenta del BIT (Bureau Internationale du Travail) de Ginebra, han recientemente publicado un informe que confirma la acentuación de la diferenciación en los salarios industriales.
“En la industria metalúrgica —informan— la escala de salarios más frecuentemente aplicada comprende ocho clases (o categorías). La tarifa del obrero menos calificado está representada por el coeficiente 1, y el de la clase siguiente por el coeficiente 1,15 y progresivamente 1,32, 1,51, 1,83, 2,17, 2,61 y finalmente 3,13”.
Trabajo a destajo, escala de salarios, sistema de premios: todo esto está creando una pequeña- burguesía que sostiene la burguesía media técnico-burocrática y retarda la “tercera revolución”, preconizada por la opinión revolucionaria, consolidando la dictadura de un clan.
Este fenómeno de reconstitución de las clases “mediante el Estado” ha sido previsto por nosotros, y denunciado claramente. La oposición leninista no consigue profundizar el examen etiológico del fenómeno y es porque no alcanza a revisar la posición leninista frente al problema del Estado y la revolución.
Asesinado por los sicarios de Moscú en España. Pero su lúcida pluma sigue señalando a la verdadera contrarrevolución. |
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