Los crímenes de Costa Polvoranca, por el asesinato de Ricardo Rodríguez García, Richard, y de Arganda, por el homicidio de David Martín Martín, en 1995, han sido juzgados y sentenciados. Pero la solución de todos los crímenes nazis no ha corrido la misma suerte. Algunos quedan impunes sin que la investigación avance. Tampoco Ricardo y David Martín eran las primeras víctimas de esta violencia. Antes, el 9 de enero de 1993, desaparecería la joven Susana Ruiz, encontrada en un descampado de Vicálvaro (Madrid) el 25 de febrero siguiente, sin que la oscura causa de su muerte haya sido esclarecida satisfactoriamente por la Policía; y el 21 de noviembre del mismo año, el joven Jesús Sánchez Rodríguez encontraría la muerte, apaleado en una céntrica calle de Madrid por un bárbaro grupo de skinheads que jamás fueron detenidos. También David González Rubio, de 20 años, tuvo ese encuentro fatal en la noche del viernes 20 de enero de 1996 en La Moncloa. Sin agresores en el banquillo, su historia no conoce todavía el final judicial. Y la muerte de David Alfonso Correira, de 17 años, asesinado de una puñalada certera durante las fiestas de San Isidro en 1996, quedó considerada como el trágico resultado de una riña provocada por una moneda de 500 pesetas en pleno parque de la Arganzuela. Sus asesinatos, sin embargo, están cortados por el mismo patrón, perfilado por unas puñaladas certeras.
El Movimiento contra la Intolerancia, personado como acusación particular, pudo comprobar, al tener acceso a las diligencias del sumario, cómo las investigaciones policiales se dirigían hacia el grupo neonazi Nueva Guardia, cuyos integrantes eran miembros de Ultras Sur y del Frente Atlético. No obstante, hasta el momento de escribir este libro los resultados han sido nulos. Al respecto, el padre de David, José Eduardo González, explicaba: «No puedo comprender, y es inaceptable, cómo es posible que mi hijo haya sido asesinado en una agresión en la que participó un grupo de nueve o diez malnacidos con estética y actitud nazi, delante de unas doscientas personas, y la Policía haya sido incapaz de detener o identificar a los asesinos después de dos años y medio».
Ante el horror, inexplicable en el caso de David González, volvió a ponerse en marcha el mecanismo de criminalización de la víctima que, como en otros casos, fue atajado a duras penas por sus familiares y amigos. Si a Lucrecia Pérez la asesinaron por ser inmigrante y negra, a Guillem Agulló, por ser SHARP antirracista, y a Richard le arrebataron la vida por frecuentar un pub de clientela punki, a David Martín en Arganda y a David González en Moncloa los mataron porque sí; porque eran jóvenes y tuvieron mala fortuna al cruzarse con una banda de cazadores. El efecto irracional que provoca el terror indiscriminado tenía que explicarse de algún modo, y el más recurrente era, y es, la criminalización. Así, cuando a Richard lo acusaron de pertenecer a la tribu urbana de los punkis, su madre, Maribel García, suplicó a la prensa: <<Por favor, os pido que quede bien claro que mi hijo no era más que un buen chico. Yo no sé de dónde han sacado que era punki o que era de una tribu, eso nunca; y la gente de Alcorcón que le conoce lo puede decir>>. De David González se dijo que era skinhead porque tiempo atrás había participado en una pelea deportiva. Se trataba aquí, una vez más, de convertir un asesinato en una pelea.
También en Arganda los homicidas de David Martín recibieron el apoyo de su alcalde, Ginés López, quien ofreció una versión distinta del crimen y negó la existencia en su pueblo de bandas organizadas. Algunos de sus vecinos llegaron más lejos y se atrevieron a decir a los periodistas: «Lo que está ocurriendo es una gran injusticia. Pero no porque el pobre chaval esté muerto sino porque no hay derecho a que metan en la cárcel a Juanlu y a los demás. No lo hicieron aposta. No iban a matar. La culpa la tienen los amigos del de Pinto (David), que salieron corriendo y le dejaron solo». Y algunos periódicos, en búsqueda de versiones novedosas, publicaban este tipo de declaraciones mientras daban a los agresores un amplio espacio en sus páginas. Así, los procesados de Costa Polvoranca dispusieron de generosos despliegues informativos para proclamar su inocencia e insistir en que «el
asesino sigue en libertad» o que a los detenidos les une «el amor a la patria y al bacalao». A ese tipo de música, se entiende.
Casi en solitario, el presidente del Movimiento contra la Intolerancia, Esteban Ibarra, lleva años enfrentándose al problema. «Se ejerce violencia sobre los más débiles, desfavorecidos o indefensos -afirma-. Los ataques, algunos con resultado de invalidez y muerte, van destinados contra jóvenes, contra adultos que reprueban conductas vandálicas, contra personas con signos distintivos ecologistas o pacifistas; contra inmigrantes, punkis, discapacitados, mendigos, homosexuales, prostitutas, travestis..., aunque cualquiera, por algún motivo, puede ser elegido como chivo expiatorio. La violencia es un fenómeno minoritario y sólo un 2 % de los jóvenes en España la aprueba, y la inmensa mayoría se manifiesta contra ella; por tanto, no estamos hablando de violencia juvenil, es violencia de grupos urbanos ideologizados, realizada por gente cada vez más joven en la búsqueda de una impunidad que pretenden encontrar por su condición de menores».
En su diagnóstico, Ibarra añade: «Los agresores son grupos coordinados que implantan el terror para experimentar la sensación de poder que da el sentirse respetado, aunque sea a causa del miedo. Las bandas son nihilistas, estimulan el caos, y su objetivo es tener una respuesta para extender la violencia a todos los ámbitos. Los jóvenes están viviendo un momento difícil. Se están montando bandas de criminales con un alto nivel de cohesión interna y ya no se rigen tanto por criterios estéticos. Es más, ahora tratan de camuflar los elementos que siempre los han distinguido: el pelo rapado y un determinado tipo de ropas, pero siempre mantienen en su indumentaria algún símbolo nazi». Por el contrario, para la Policía se trata de individuos que carecen de cualquier tipo de organización. Con estas palabras lo explican en uno de sus informes sobre tribus urbanas: «Son grupos de sujetos -generalmente jóvenes- aislados, en forma de pandilla, ligados a eventos deportivos, principalmente futbolísticos, desconexionados (sic) entre sí. Actúan de forma mimética, imitando las formas e ideas de grupos de este tipo surgidos principalmente en Italia (tifosi) y Gran Bretaña (hooligans), así como de grupos de jóvenes radicales nazis alemanes y británicos, de los que importan ideas e imagen.
No están unidos a organizaciones políticas estables, encuadrables en el ámbito de la extrema derecha -léase Alianza por la Unidad Nacional, Democracia Nacional y otras debidamente legalizadas, que se mueven dentro de la lucha política ideológica ». Dos visiones enfrentadas ante un fenómeno creciente que practica la violencia como seña de identidad y método del terror. La muerte que administran quienes cambian el spray por las armas no tiene nada que ver con los dioses ni con los mitos wagnerianos, es una muerte absurda, irracional, política, que se ha convertido en un fenómeno social. Desde el asesinato de la inmigrante Lucrecia Pérez aquel viernes 13 de noviembre de 1992, en vísperas del 20-N, han transcurrido años de certidumbres bajo la cruz céltica, de verdades negadas oficialmente y disfrazadas bajo maniobras incomprensibles.
En España no quieren mirar el problema de frente. Nadie suma los datos, ningún ordenador cruza su información. Por ello, mientras en Alemania contabilizaron en 1997 un total de 11.461 ataques (un 27 % más que en el año anterior), en España nadie sabe nada, aunque cualquier estimación podría destapar la caja de los truenos. Sólo en Madrid, durante 1995 se contabilizaron 207 agresiones; en 1996 fueron 166, y en 1997 descendieron a 82. Sin embargo, sólo en los primeros cinco meses de 1998 se alcanzaba la cifra de 64 agresiones fascistas cometidas en la capital. La violencia se recrudecía.
El Movimiento contra la Intolerancia ha detectado la presencia de grupos skins o neonazis en todas las capitales de provincia y en otros grandes núcleos urbanos, cifrando a escala estatal en más de 10.000 los miembros de grupos urbanos violentos, pertenecientes a las tramas skins, nacionalbakalaeros o ultras del fútbol, que constituyen el principal foco generador de violencia en España. Para el Parlamento Europeo, se declara probado que existen 1.300 grupos racistas y neonazis en Europa. Son la marea negra, una fuerza bruta que comete más de 500 agresiones diarias, según cifras del Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), y que se mueve internacionalmente.
En España, desde el asesinato de Lucrecia ya vanal menos 90* muertos más, apuñalados o a golpes, por agresores neofascistas. Guillem Agulló, en el País Valenciano; Jesús Sánchez, Ricardo Rodríguez, David Martín, David González y Fernando Bertolá, en Madrid; David Doblado y Miguel Blanco, en Barcelona; David Furones, en Valladolid. Antes cayeron Frederic Rouquier, a manos de los Boixos Nois, y Juan José Recalvo, por miembros de Vanguardia Nacional Revolucionaria. Fueron victimas que lo perdieron todo. La muerte brutal de Lucrecia Pérez inauguró una nueva etapa en la historia violenta del racismo en España. Tras Lucrecia, las agresiones skin neonazis emergían en la sociedad española como una novedad de violencia supuestamente irracional, pero que se desarrollaba con «móviles políticos». Es decir: con objetivos. Desde noviembre de 1992 hasta hoy, la violencia skin neonazi en las calles españolas se ha convertido en un fenómeno que provoca altos niveles de inseguridad entre amplios sectores de la población. Es lo que el Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana ha definido como la virulencia de las conductas delictivas protagonizadas por los denominados skinhead». La calle ha pasado a ser un territorio «de combate» que estos nuevos cachorros nazis tratan de ganar.
Tras el fenómeno social de la violencia ultra se oculta un maremagnum de siglas, partidos, asociaciones, sindicatos y publicaciones seudoculturales en el que actualmente se refugian los militantes más activistas de la extrema derecha española. Se mueven en todos los ámbitos de la sociedad, desde sindicatos estudiantiles hasta asociaciones de vecinos, desde grupos ecologistas hasta proyectos editoriales. En conjunto conforman el rostro actual del neofascismo español, tal como desvela Descenso a los fascismos, libro en el que se recogen 63 organizaciones de carácter neofascista, 98 publicaciones y 22 editoriales, así como 55 distribuidoras neofascistas internacionales a las que se puede acceder en España a través de Internet.
Con todo, las principales corrientes del neofascismo español pasan hoy por el grupo fascista autóctono por antonomasia, Falange Española de las JONS (FE-JONS), que tras la entrada del sector hedillista ha desplegado una gran actividad a través de la Fundación José Antonio, mantiene asociaciones estudiantiles como el FES y el SEU, está introducida en el movimiento vecinal y mantiene foros de debate. Aunque tiene formalmente vinculación con la Central Obrera Nacional-Sindicalista (CONS), posee cuadros y militantes a muy alto nivel en CC.OO. Falange acaba de unificar bajo sus siglas a Falange Española Nacional Sindicalista y al grupo Patria Libre, escindido de la AUN, que lidera Ricardo Sáenz de Ynestrillas, poco después de que lo hiciera el integrista Movimiento Católico Español.
En la pugna electoral, el partido Democracia Nacional (DN) se define a si mismo como «transversal», ni de derechas ni de izquierdas, pero entre sus dirigentes y fundadores se cuentan conocidos personajes procedentes de la neonazi CEDADE (Circulo Español de Amigos de Europa) y de juntas Españolas, grupo xenófobo procedente, en su origen, de Fuerza Nueva; también cuentan con activistas procedentes de la neofascista Acción Radical y otros de Bases Autónomas, dos organizaciones disueltas tras verse envueltas en actos violentos de carácter racista. Bases Autónomas (BB AA), cuyos militantes se vieron relacionados con los crímenes de Costa Polvoranca y de Lucrecia Pérez, actuaba en la universidad a través de asociaciones estudiantiles como Disenso o Dispar, y también en agrupaciones ecologistas. Antiguos militantes de BB AA editan la revista Resistencia. Otro sector de la organización sigue funcionando en células autónomas en numerosas localidades de Madrid y publica un buen número de fanzines. El más famoso, Cirrosis, llegó a publicar listas negras de personas, con direcciones teléfonos y otros datos, consideradas objetivos militares. Entre ellos, la hermana del dirigente socialista José María Benegas.
La corriente internacional de los nacional bolcheviques, nacida en Rusia tras la caída del imperio soviético, tiene como representante en España a Alternativa Europea (AE), un grupo vinculado a la corriente de la nueva derecha francesa y que edita la revista Tribuna de Europa. En el contexto de esta nueva generación militante que no conoció el franquismo dada su edad, grupos integristas y franquistas como Covadonga, Comunión Tradicionalista, Confederación Nacional de Combatientes, Hermandad de la Guardia de Franco, Fuerza Nueva o los viejos miembros de la División Azul son ya productos del pasado, presencia nostálgica con la que han roto los nuevos fascistas españoles.
*Lista de asesinados a manos de fascistas [1991-2008]:
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