Fosa de Benamahoma (Represión franquista)


Benamahoma con la Sierra del Pinar tras ella.


Benamahoma es una preciosa aldea situada bajo la falda de la montaña más alta de Cádiz, El Torreón (1654 msnm). Pertenece al término municipal de Grazalema a pesar de situarse a una distancia bastante grande de esta, El Bosque (otra población de la sierra) se encuentra mucho más cerca de la aldea. 


Pinsapar
Desde sus calles podemos comenzar la ascensión al Pinsapar, uno de los mayores tesoros naturales de Andalucía. Un bosque de abetos más propio de Finlandia que de Cádiz, reliquias de las glaciaciones que encontraron  refugio en este rincón apartado y con condiciones únicas. No se ha de olvidar que algunos años se pueden alcanzar los 2.200 litros por metro cuadrado e incluso más. En este lugar de exuberante belleza natural y muy querido por mí desde mi juventud, ya que se encuentra a solo 100 Kms de donde yo vivo, en esta pequeña aldea que aun conserva el sabor genuino de sus fundadores árabes, se perpetró una de las más terribles masacres a manos de los demonios falangistas.


No existió resistencia digna de llamarse como tal en toda la Sierra de Cádiz, los fascistas contaron con el factor sorpresa y su despiadada conciencia. A pesar de ello las listas negras ya estaban confeccionadas, toda persona que no fuera ciegamente adicta al nuevo régimen debería ser masacrada o sometida.


La fuente principal para conocer el engranaje de la picadora de carne franquista en el caso es el Procedimiento Sumarísimo Número 1098, incoado en el año 1940 contra el cabo de la Guardia Civil Juan Vadillo. Así nos lo cuenta Francisco Espinosa Maestre en uno de los capítulos del libro La Justicia de Queipo:


Fosa de Benamahoma


EL CABO VADILLO O LA MEMORIA DEL TERROR (BENAMAHOMA, CÁDIZ, 1936)


El 4 de marzo de 1940 el Juez Instructor n.º 24 Dionisio García Cubillo, alférez provisional de Infantería, envió desde El Bosque (Cádiz) al Auditor-Delegado de Cádiz el siguiente escrito:


«Dados los insistentes y mal contenidos rumores que en esta Villa y Aldea de Benamahoma circulan sobre la mala actuación del Cabo del Benemérito Instituto de la Guardia Civil, Comandante del Puesto de la mencionada Aldea en los primeros días del Glorioso Movimiento Nacional, D. JUAN VADILLO CANO, sobre asesinatos perpetrados por el mismo en personas menores de edad o de reconocida buena ideología, varios de ellos en personas del bello sexo con el exclusivo fin de violación por parte del citado JUAN VADILLO CANO, y sobre saqueos e incautaciones verificados con el sólo objeto de lucro; todo con grave detrimento del honor y prestigio militares, pues por la mala conducta de éste solo individuo nos miran a todos como indignos de vestir el honroso uniforme con el que nuestro Generalísimo pregonara Patria, pan y justicia; a V. S.I. tengo el honor de comunicarlo, con el atento ruego se digne disponer sobre el particular lo que estime conveniente. Dios guarde a V. I. muchos años».


Un mes después García Cubillo tuvo que ampliar esta información como testigo. Dijo haber tenido noticia de tales hechos a través del encargado del puesto de El Bosque, Antonio García, y de los guardias Salazar, Fernández, Cascajosa y Barranco. Todos supieron de las andanzas del cabo Vadillo en Benamahoma por su cercanía a El Bosque. Tal importancia tuvo el asunto que a mediados de 1937 se encargó al cabo Antonio García que informara sobre lo ocurrido. Pero éste se vio impotente ante la gravedad de los cargos y confesó al alférez que dicha información debió ser encargada a un oficial que pudiera actuar con más independencia. Cabo y guardias reconocieron, entre otras cosas, que Vadillo robó objetos de las casas de los huidos y acosó a varias mujeres, a alguna de las cuales violó y asesinó. García Cubillo concluyó su declaración diciendo que podía dar nombres de personas dispuestas a declarar sobre los hechos.


El 12 de abril de 1940 el alférez García Cubillo amplió la comunicación anterior, informando de que el cabo Juan Vadillo Cano, «no creyéndose seguro», se encontraba en Barcelona. En cuanto a los informantes dio los nombres de las autoridades locales de 1936 (alcalde, juez y jefe local de FE) y los de diez testigos. El primero en declarar fue el cabo-comandante de puesto de El Bosque Antonio García Gálvez. Recordó que Vadillo estuvo de comandante de puesto de Benamahoma entre septiembre y diciembre de 1936 y que oyó que había cometido violaciones; que durante septiembre y octubre también pasaron por Benamahoma los falangistas de Rota al mando de Fernando Zamacola Abrisqueta, «cuya actuación se dice que fue mala»; y que se apoderaron de bienes y objetos de los huidos (destacó el caso del domicilio de Salvador Ferrazzano, cuya casa fue saqueada y que fue acusado de cobijar al comunista Manuel Adame Misa, hermano de la mujer con la que convivía). Al final matizó que no tenía noticia de que hubiese fusilado de modo arbitrario a nadie y que «dado el temperamento de mujeriego de Vadillo no [parece] extraño tuviese relaciones íntimas con mujeres del pueblo, pero no usando la violencia ni empleando la fuerza como se le atribuye».


La primera testigo, M. G.G., de treinta años, declaró el 27 de abril. Lo primero que dijo, en palabras del que tomara la declaración, es que su marido fue fusilado junto a la iglesia el día 28 de septiembre y que momento antes de morir un cura llegado de Villamartín le dio las bendiciones. Luego, cuando con otras mujeres fue obligada a servir al cabo y a los falangistas, un día de octubre fue llamada a su despacho por Vadillo, «proponiéndole efectuar el acto carnal negándose la exponente de manera rotunda saliendo de la habitación llorando». Al verla en ese estado las demás compañeras se imaginaron lo ocurrido. Unos días después Vadillo le dijo que le permitía volver a casa, ya saqueada, y la acompañó, situación que aprovechó para violarla, prohibiéndole gritar o chillar, ante lo que ella nada pudo hacer. «Llevaba correaje y pistola Vadillo en aquel momento aun cuando no la amenazó con armas», hace constar el instructor. Cuando tras la violación el guardia civil quiso darle a la mujer dos duros de plata, ésta los rechazó. Luego siguieron otras violaciones en los días siguientes. Además, como la madre y la hermana se trasladaran con ella a vivir hubo quien creyó que Vadillo le había regalado la casa. Después de octubre no volvió a ver al cabo Vadillo. M. G.G. no firma la declaración por carecer de instrucción.


Trabajos en la Fosa de Benamahoma


El mismo día 27 de abril de 1940 dio también su testimonio Isabel Sierra, viuda de sesenta y cinco años y vecina de Benamahoma. Se limitó a decir que en septiembre de 1936 varios falangistas se llevaron a su hija Inés Fernández Sierra y la mataron en Ubrique. El marido, Antonio Calvillo Morales, estaba huido. Añadió que posteriormente su marido y un hijo, José Fernández Sánchez y Diego Fernández Sierra, habían sido condenados a muerte. Recordó que los falangistas de Rota registraron la casa y se apropiaron, entre otras cosas, del dinero guardado para el alquiler. Luego, por orden del cabo Vadillo, le pidieron la escritura de una huerta que poseían de la que previamente habían robado aperos de labranza, grano, animales, etc. En los saqueos intervinieron el cabo y falangistas del pueblo. Los útiles de barbería y zapatería de su hijo desaparecieron. Abajo, junto a las del instructor y el secretario, la firma temblorosa de Isabel Sierra.


Antonia Jarillo Calvillo, viuda de treinta y dos años, trabajaba en la casa de Salvador Ferrazzano. Aunque se fue a Ubrique, tuvo que volver y fue destinada por Vadillo con otras mujeres a su servicio y al de Falange. Estando un día arreglando la habitación de Vadillo sufrió el acoso de éste, pero pudo librarse. Declaró que M. G.G. tuvo un hijo del cabo, al que recordaba siempre borracho, y que I. J.C. sufrió también abusos por parte de Vadillo y Zamacola. José Ramírez Jiménez, viudo de cuarenta y siete años, recordó que, tras huir al campo, volvió al pueblo el 19 de septiembre y al día siguiente se presentó Vadillo en su casa advirtiéndole que dijera la verdad si no quería correr la suerte de su mujer, Ana Ruiz Gil, asesinada el día 18 junto con Alfonso Román en el Cementerio de El Bosque por decir que no sabía dónde estaba su marido. 


Ana Mateo Domínguez, viuda de cuarenta y siete años, dijo que el 16 de agosto de 1936 se presentaron en su casa… el jefe de Falange Almendro ordenando que su marido Manuel Salguero Chacón y su hijo Manuel Salguero Mareo, que entonces contaba quince años de edad, que se personaran en el Cuartel de Falange para hacerle una pregunta, y en efecto fueron a dicho sitio. Que poco después un coche ligero y conducido por una pareja de falangistas le llevaron en dicho vehículo a Ubrique donde estuvieron varios días presos y al traerlos de vuelta para Benamahoma le [sic] fusilaron en las inmediaciones del Cementerio de El Bosque. Preguntado [sic] si tiene algo más que añadir dice que ni la dicente ni sus familiares han profesado nunca ideas comunistas.


Obsérvese que la manera en que está escrita la declaración oculta que fueron asesinados padre e hijo. Fermina Rodríguez Gallego, viuda de cincuenta y ocho años, dijo simplemente que el 17 de septiembre se presentaron en su casa un guardia civil y varios falangistas preguntando por su hijo «insistentemente» y como no estaba se llevaron al padre, Alfonso Román Chacón, «el cual según dicen fue fusilado en el Cementerio de El Bosque». I. J.C., de veintitrés años, recordó que hacia mediados de septiembre Vadillo y Zamacola estuvieron en su casa y la amenazaron con fusilarla o pelarla si su novio, Francisco Gil, se encontraba con los huidos y recogía provisiones por las noches. Unos días después, estando en casa de su tía, se presentó un falangista armado con orden de llevarla ante Zamacola para unas preguntas. Camino del cuartel de Falange se les unió Zamacola con unas llaves en la mano y al pasar junto al matadero la obligó a entrar y la violó. Luego quiso darle dinero pero ella lo rechazó. De vuelta a casa, se acercó el falangista que había ido por ella y trató de llevarla a un lugar apartado para violarla también, pero ella dijo que «se dejaría matar pero que nadie más abusaría de ella, reprendiéndole Zamacola».


Que el padre de la dicente no [denunció] el hecho entonces por estar todo el pueblo aterrorizado y además le aconsejó el Alcalde Pepe Castro no hicieran gestión alguna porque era inútil.


Recordaba también cómo el cabo Vadillo, yendo por cualquier sitio, mostraba cosas robadas y preguntaba a sus dueños si las recordaban.


Fosa de Benamahoma


El primero en declarar el 28 de abril fue el súbdito italiano Salvador Ferrazzano Valenzuela, de sesenta y tres años y dueño de la fábrica «Martinete». Su casa fue saqueada por Vadillo y los falangistas pero cuando el primero fue interrogado por el teniente de la Guardia Civil José Robles Alex dijo que «los autores habían sido una cuadrillas de rojos asesinados». El jardinero de Ferrazzano, Juan García, fue testigo de que los que entraron en la casa fueron Vadillo, Zamacola y Almendro. Luego declaró Isabel González Jarillo, de veintidós años, quien contó que también su novio, Juan Menacho Gil, andaba en el verano de 1936 por la sierra de Grazalema y que sufrió el acoso de Zamacola, quien la amenazaba con quitarle la vida si no cedía. Recordaba Isabel que al día siguiente de matar al marido de M. G.G., organizaron un baile por la noche en el cuartel de Falange y la obligaron a bailar.


Hubo más bailes aquel verano. A veces tuvo que bailar con Vadillo. También el 28 prestó declaración Aurelio Chacón Rosa, dueño del bar situado frente al cuartel de Falange. Le dejaron a deber nueve mil pesetas y le hicieron firmar, bajo amenaza de muerte, un recibo de que había cobrado. Dijo que «como el cabo Vadillo ordenó no vendiera bebidas alcohólicas a los falangistas éstos le insultaban y le dijeron le iban a destrozar la estantería».


Sebastián de la Rosa Castro, de treinta y cinco años, dijo que por ser enterrador requirieron sus servicios [al] anochecer del día en que afusilaron [sic] los tres primeros que eran forasteros por lo que el dicente ignora si eran marsistas [sic]. Que Almendro le ordenó buscase ayudantes diciéndole: que si querían ir por las buenas irían por las malas [sic] y de no ir por las malas abrirían el hollo [sic] y se le fusilaría. Entonces buscó un tal Domingo (a) El Penco, José Campos y otros que no recuerda. Que con Vadillo estuvo sobre el veinticinco de septiembre de mil novecientos treinta y seis en casa de Teresa Ramírez esiguiéndole [sic] entregase una sortija de oro para el Ejército que ella no dio a pesar de decirle que si no se lo [sic] facilitaban eran comunistas, que dicha mujer tenía un hijo en la zona roja que ha vuelto de ella ciego. Que Vadillo empleaba la palabra fusilar por sistema y a cada momento teniendo en aquella época a la gente de Benamahoma aterrorizada.


El 3 de mayo declaró el guardia civil Manuel Baroni Suárez, quien recordó que «Los Leones de Rota» llegaron recién ocupada la aldea y que a Zamacola lo acompañaban dos de los vigilantes de la Prisión del Puerto, Soto y Agustín Díaz, ya fallecido. Baroni afirmó que el que decidía quién debía ser asesinado era el cabo Vadillo, asesorado por el cabo de El Bosque, Antonio García, y un vecino llamado Gregorio Pacheco. No recordaba fusilamientos de menores ni de mujeres, salvo el de una mujer de Villamartín que trató de atacarles con un cuchillo y a la que asesinaron junto a la iglesia de Benamahoma. No recordaba ningún caso de violación. El también guardia civil Francisco Espinal Gómez tampoco recordaba violaciones, pero sí que dos mujeres fueron rapadas y a una de ellas se le dio purgante «por ser opuestas al Movimiento Nacional»; nada de menores, pero sí el «fusilamiento» de una mujer en El Bosque.


El 6 de mayo de 1940 prestó declaración María Chacón Rosa, de cuarenta y tres años, natural de Benamahoma pero que trabajaba en la casa de Leonardo Rodrigo Lavín, decano de la facultad de Medicina. Tuvo la mala fortuna de aparecer por el pueblo a mediados de agosto y que Vadillo, interesado por su marido, Miguel Bandera, huido, le dijera que «tenía orden de fusilarla a las cinco de la tarde, añadiendo que era una lástima que sus tres hijos se quedaran sin madre pero [que] irían al hospicio». María Chacón concluyó su declaración afirmando «que desde luego tiene la impresión que en Benamahoma se fusiló gente de sana ideología y entre ellas dos mujeres que eran buenas personas». Su hermano Aurelio, el dueño del bar situado frente al cuartel, tuvo que intervenir urgentemente a su favor. Por esos días llegaron al Instructor nuevos informes político-sociales, en este caso del entonces alcalde Gregorio Pacheco.


El 22 de mayo se ordenó la detención del cabo Juan Vadillo Cano, de cuarenta y ocho años, residente en el cuartel de Consejo del Ciento de Barcelona, y su ingreso en el castillo de Santa Catalina, de Cádiz, lo que se llevó a efecto el 4 de junio. Dos días después fue interrogado. Contó que el 12 de agosto de 1936 recibió orden de sumarse a la columna de Manuel Mora Figueroa, partiendo al día siguiente para Villamartín y Ubrique y quedando más tarde como jefe de puesto de Benamahoma con dos guardias, Manuel Baroni Suárez y Francisco Espinal Gómez, y treinta y tres falangistas, los llamados «Leones de Rota», al mando de Fernando Zamacola y cuyos subjefes eran Manuel Almendro y Agustín Díaz. El primero y el último habían muerto ya. A mediados de septiembre llegaron tres guardias civiles más (José Acosta Bote, Manuel Naranjo Moreno y Juan Mena Mateos) y unos cuarenta falangistas de Jerez de la Frontera al mando de Fernando Casteleiro, José Moreno Vega y un tal Ortega, que quedaron allí hasta final del año. «Que los elementos de la Falange de Rota eran gente indeseable», añadió Vadillo. Reconoció que aunque dijo al jefe de Línea, el teniente José Robles Alex, que los responsables del saqueo de la casa de Ferrazzano eran rojos, luego supo que fueron falangistas; y dijo ignorar que una radio y una serie de muebles de los que se adueñó fuera propiedad de ese hombre. Vadillo negó ser el responsable de la represión en Benamahoma, pues según dijo los falangistas generalmente traían una lista de vecinos del pueblo que habían de ser sancionados fuera de Benamahoma cuyos nombres supo le serían dados por el Cabo García, del Bosque, que conocía el personal, así como también por Gregorio Pacheco, Jefe de Investigación entonces de falange y miembro de la Junta Parroquial de Benamahoma.


No recordaba que el hijo del cartero Manuel Salguero Chacón fuera menor, pero sí que se realizaron varios fusilamientos junto a la iglesia de Benamahoma. Recordaba a las «criadas del Cuartel» (Leonor la del Guarda, Frasquita la de Ana, Antonia Jarillo e Isabel González) pero dijo no ser idea suya que estuvieran allí. Por supuesto negó todo lo relativo a acosos y violaciones, y de una de las mujeres denunciantes dijo que era «de mala conducta moral» y que «mantenía relaciones carnales con Zamacola y con un guardia civil». También negó haber asesinado a Ana Gil Ruiz por haber ocultado información sobre su marido. Reconoció que el dinero de las suscripciones, aunque luego lo entregaran a sus superiores, se lo repartían entre Zamacola, Almendro, Díaz y él. Negó haber entregado a mujer alguna alhajas o dinero de dichas suscripciones. Finalmente, preguntado, como era habitual, si tenía algo que decir añadió que no pudo evitar que los elementos de la falange de Rota cometieran desmanes en la época que ha hecho mención y que algunos de ellos eran licenciados del Penal del Puerto de Santa María.


Fosa de Benamahoma


Aportó en su favor un certificado laudatorio de la Junta Parroquial de Benamahoma y una carta del párroco de Villamartín. El primero, con fecha 29 de septiembre de 1936, hablaba de «la excelente labor de pacificación y castigo ejemplar realizado y del celo y meritísima labor patriótica llevada a cabo por dicho señor en favor del Movimiento Salvador de España».


El guardia civil José Acosta Bote, a sus órdenes en Benamahoma, dijo ignorar todo lo que se le preguntó respecto a Vadillo. El falangista Manuel Almendro López, que vivía por entonces en Valencia, mantuvo igualmente «no conocer dato alguno sobre los hechos a que se hace referencia». El instructor se interesó también por los «Leones de Rota» y por los falangistas de Jerez. De estos últimos, por ejemplo, Fernando Casteleiro, era para entonces teniente de Infantería y seguía los cursillos de capitán en la Academia de Zaragoza. En cuanto a los «Leones de Rota», «que mandó el heroico falangista Fernando Zamacola (Presente)», la Falange local dio por fin en julio de 1940 los nombres de Manuel López Mateos, Manuel Gutiérrez Ruiz, José Hidalgo Martín, Antonio Florido Fénix, Fernando Manzanero Domínguez, Pedro Romero Torres, Luis Neva García de Quirós, José Prieto Vargas, José Patino Sánchez, José Bejarano Verano, Antonio Rodríguez Martín-Niño, Ramón Bruaño Ruiz, Juan López Gutiérrez, Rafael Galea Puisegut y Pedro Pupo Marrufo.


Al sumario se incorporó también un artículo de prensa del verano de 1936 que daba noticia del primer acto público tras la ocupación, con asistencia de autoridades y fuerzas militares y de Falange, y los párrocos de Benamahoma y Villamartín. Lo más destacado fue el bautismo colectivo de veintisiete niños que fueron apadrinados por Vadillo, Zamacola, Almendro, Díaz, Gregorio Pacheco, el maestro Aurelio Romero y el alcalde José Castro, entre otros. Según el corresponsal «resultó un acto sumamente simpático que hizo resurgir la fe religiosa por desgracia tan decaída en estos últimos tiempos entre la mayoría de los vecinos de ésta». Y concluía:


«Felicitamos muy sinceramente a los organizadores del mismo comandante militar señor Vadillo y jefes de Falange señores Zamacola, Díaz y Almendro, que animados de una verdadera fe religiosa y espíritu español y patriótico iniciaron con sumo acierto la lucha de pacificación y castigo ejemplar que ha de redimir a esta aldea y a España de la ruina que la amenazaba y contribuyendo al renacimiento de ésa era de paz y de alegría, de civilización y de cultura, base de una España única, grande y libre. ¡Arriba España!».


El 14 de octubre de 1940 el Instructor eleva su informe, señalando que «aparecen indicio razónales [sic] para suponer que Vadillo obrase de modo equivocado en el desempeño de su cometido, imputándose la violación de algunas mujeres que prestaban servicio como criadas en la Casa-Cuartel de la Benemérita y así mismo haber perpetrado otros atentados contra la propiedad». El informe posterior del fiscal Quintanilla, de junio de 1941, consideró que «la aplicación del Bando de Guerra» estaba justificada, como demostraban las declaraciones de guardias y falangistas. En cuanto a los abusos y violaciones, el fiscal no los vio probados y con la única mujer con la que tuvo «acceso carnal» éste «no fue objeto de intimidación y revela la anuencia de la mujer el hecho de haber realizado el coito con el procesado repetidas veces según ella misma declara»


Tampoco los robos habían sido demostrados. Quintanilla sólo vio un delito contra la integridad personal en la muerte de Ana Gil Ruiz por constar su «buena conducta» y no actuar contra el Movimiento Nacional. 


El Consejo de Guerra se celebró en julio de 1941. El fiscal había solicitado veinte años de reclusión menor y 15 000 pesetas de indemnización a los familiares de Ana Gil y la defensa, la absolución. Se adjuntaron nuevos certificados de buena conducta de Andrés García, alcalde de El Algar; y del párroco de Villamartín, Eduardo Espinosa González-Pérez, obsesionado con el papel jugado por Vadillo en los bautismos colectivos. El cabo Juan Vadillo Cano fue condenado a 17 años, 4 meses y un día de reclusión menor y al pago de 15 000 pesetas a los herederos de Ana Gil. Restados los días que llevaba presos le quedaban algo más de quince años que debía cumplir en el penal del Puerto.


El 13 de enero de 1950, cuando contaba con cincuenta y ocho años, pidió rebaja de condena por considerarse incluido en el decreto-indulto de 9 de diciembre de 1949, lo que le fue concedido de inmediato, destacándose su buena conducta. Ello suponía que sería puesto en libertad en mayo de 1953.


Otro de los principales criminales fue Fernando Zamacola Abrisqueta, que recibió la medalla militar individual por su intervención en la ocupación de Grazalema, encontró la muerte en Los Blázquez (Córdoba) el 14 de junio de 1938 cuando era alférez de Regulares. Años después, el franquismo, que siempre supo conservar bien las memoria de sus mejores hombres, dio su nombre a la Residencia Sanitaria del Seguro construida en Cádiz en 1953, volada en 1975 para la construcción del nuevo Hospital Universitario «Puerta del Mar».


Cementerio de Benamahoma


En 2004 un vecino de El Bosque, José Vázquez Jiménez, de noventa y un años, se enteró de que iban a construir nuevos nichos sobre una zona del Cementerio. Sólo comentó: «Pues ahí es donde yo excavé las fosas para enterrar a los fusilados de la guerra». La información llegó de inmediato a oídos de la gente del pueblo y de otras localidades cercanas como Ubrique, Grazalema y Prado del Rey. «Fuimos cinco o seis y nos cogió la noche excavando. Era para enterrar a los nueve primeros que habían matado en Ubrique. Los recogimos en carretas y los trajimos al pueblo. Conforme se iban descargando, los llevábamos en escaleras arriba hasta el cementerio, como en unas parihuelas. Las escaleras se desbarataron de cargar tanto», recuerda José Vázquez, quien explica que la razón para dispersar a las víctimas llevándolas a otros pueblos era sólo una: que los familiares no les pudieran seguir el rastro. Debido a esto, José reconoció a muy poca gente, caso del cartero de Benamahoma y su hijo de quince años. Pero también recordaba, aunque no la conociera, el cadáver de una mujer de este pueblo. Recuerda a los asesinos: los Román, los Blanco, el cabo de la Guardia Civil Gutiérrez, de Ubrique, que acabó con todos los vecinos que firmaron antes del golpe un escrito para que lo trasladaran de puesto… Todos ellos están ya muertos. La mujer era Ana Gil Ruiz. Su hijo, Atanasio Ramírez Gil, que entonces tenía siete años, recuerda que fueron a por su padre y como no estaba se la llevaron a ella. El cartero y su hijo son Manuel Salguero Chacón y Manuel Salguero Mateo. Quedó con vida otro hijo, Santiago.


Según Eduardo del Campo, el periodista que narró en El Mundo la historia de la fosa de El Bosque, José Vázquez preguntó a una de las familiares de los asesinados: «¿Me pasará algo por haber hablado con usted?».


Las tapias de la iglesia muestra aún hoy un reguero de impactos de bala. Los cuerpos inertes de los ejecutados acaban arrojados a los sucesivos agujeros abiertos en el antiguo cementerio local. Sólo unos metros ladera abajo. Los golpistas de la zona inician la represión de inmediato, con el apoyo decidido de las fuerzas paramilitares de Falange conocidos como los 'Leones de Rota'.



El equipo científico contratado por la Diputación de Cádiz para exhumar las fosas localizadas en el antiguo cementerio de Benamahoma, en el término municipal de Grazalema (Cádiz) ultima la recuperación de los restos de personas represaliadas, que suman un total de 67 personas en 19 fosas.


Según ha indicado la Diputación en una nota, los trabajos se encuentran en la tercera campaña de una intervención que comenzó hace casi dos años, mientras que la primera fase se desarrolló de octubre de 2017 a febrero de 2018 y la segunda se llevó a cabo de junio a octubre de 2018. Al término de las dos primeras etapas se lograron recuperar los restos de 57 personas, diseminados en 16 fosas y con la tercera fase serán un total de 67 personas en 19 fosas.




La mayoría de las osamentas recuperadas son de hombres (al menos 60), predominando la franja de edad entre 30 y 45 años. Además, se han recuperado los restos de un adolescente, de unos 16 años, y de otros cinco individuos que apenas superan la veintena. Igualmente, se ha confirmado la aparición de los restos de tres mujeres, mientras que de uno de los esqueletos aún no se ha podido determinar el sexo. En gran parte de los huesos se aprecian lesiones perimortem --prueba de la violencia ejercida contra las víctimas en los momentos previos a su ejecución-- así como orificios de bala.


La magnitud del hallazgo confirma la tesis apuntada por testimonios orales e indagaciones históricas, que Benamahoma fue, tras la sublevación militar que provocó la Guerra Civil española, un lugar de ejecución en el que fueron asesinados no sólo vecinos de la antigua aldea, sino también habitantes de poblaciones cercanas como Villamartín, El Bosque o Prado del Rey.


Benamahoma





1 comentario:

Redpaintedtoenails dijo...

Soy Nieta de Manuel Adame Misa.. Mi bisabuelo era Salvador Ferranzzano Valenzuela del Martinete. Mi bisabuelo vivia con su mujer, Carmen Adame Misa, no estaban casadas. Estaban juntos toda la vida. Mi madre Amparo y su hermana Isabel del Carmen estaban todos pasando el verano de 1936 en el Martinete. Mi Abuelo y mi abuela Francisca Garcia Hernandez. Mi abuelo estaba en un meeting en la casa ese fin de semana, si no, seguro que pierde la vida en Sevilla. Mi madre decia que venían trabajadores ese noche, diciendo lo que estaba pasando en Sevilla y el golpe. Decían que Paquita y las niñas tenian que salir ahora, si no, los mataran, si no encontraban a Manolo. Los hombres salían a Sevilla a ver que podían hacer. Paquita y las niñas, en brazos de los trabajadores subiendo a las montañas, huyendo a Ronda. "los Viejos" quedaban en casa, Salvador, Mami Carmen y la madre de Paqui, Isabel. Mi madre decia que una de las chicas que trabajaba en la casa fue con ellos.... mi abuelo al final refugio a Mexico donde murió en 1945. Salvador murió el mismo año. Paqui y las niñas vivían en Barcelona despues de la guerra.