El que vota. Tierra y Libertad (17-11-1933)


                                                              
Lo comprendo todo. Pero que un diputado, un senador, un concejal, encuentre un elector, es decir el mártir improbable, que los alimente con su pan, que los vista con su lana, que los engorde con su carne, que los enriquezca con su dinero, no tenga más perspectiva que la de recibir, a cambio de prodigalidades, garrotazos en la nuca, puntapies en salva sea la parte, cuando no balazos en el pecho, verdaderamente, eso sobrepasa las nociones ya tan pesimistas que me había formado de la tontería humana.

Una cosa me asombra prodigiosamente -me atrevería a decir que me deja estupefacto- el que pueda existir todavía un elector, un solo elector, ese animal irracional, inorgánico, alucinado, que consienta en desarreglar sus asuntos, sus sueños o placeres, para votar en favor de alguno o de alguna cosa. Cuando se reflexione un solo instante, este sorprendente fenómeno ¿no es propio para derrotar las filosofías más sutiles y confundir la razón? ¿Dónde estará el Balzac que nos dé la fisiología del elector moderno? ¿Y el Charcot que nos explique la anatomía y la mentalidad de ese incurable demente?

¿A qué sentimiento extravagante, a qué misteriosa sugestión puede pertenecer ese bípedo pensante, dotado de voluntad, según se pretende, que marcha altivo y recto, seguro de que cumple un deber, a depositar en una caja electoral cualquiera una papeleta cualquiera, poco importa el nombre en ella escrito?... ¿Qué es lo que pensará en su interior, que justifique o que explique simplemente su extravagancia? ¿Qué es lo que espera? Porque, en fin, para consentir en darse amos ávidos que le pagan y le acogotan es preciso que se diga que se espera algo extraordinario que nosotros no suponemos. Es preciso que, por poderosas desviaciones cerebrales, la idea del diputado corresponda en él a las ideas de justicia, de ciencia, de desinterés, de trabajo y probidad. Y es esto lo que verdaderamente espanta; nada le sirve de lección, ni las comedias más burlescas, ni las más siniestras tragedias.

¿Qué le importa sea Pedro o Juan el que le pida el dinero o el que le exija la vida, puesto que está obligado a despojarse de una para dar la otra? ¡Y bien, no! Entre esos ladrones y esos verdugos él tiene preferencia, vota por los más rapaces y los más geroces. Votó ayer, votará mañana y votará siempre. Los carneros van al matadero. No dicen nada y no esperan nada. Pero al menos, no votan por el carnicero que habrá de matarlos, ni por el burgués que habrá de comerlos. Más carnero que las bestias, más carnero que los carneros, el elector nombra a su carnicero y escoge a su burgués.

                                 OCTAVIO MIRBEAU
                                                                            

No hay comentarios: