El sistema capitalista. Bakunin



¿Es preciso repetir los argumentos irrefutables del socialismo, los argumentos que ningún economista burgués ha conseguido destruir? ¿Qué es la propiedad, que es el capital, bajo su forma actual? Para el capitalista y para el propietario es el poder y el derecho, garantizados y protegidos por el Estado, de vivir sin trabajar, y como ni la propiedad ni el capital producen absolutamente nada cuando no están fecundados por el trabajo, es el poder y el derecho de vivir por el trabajo ajeno, de explotar el trabajo de aquellos que, no teniendo ni propiedad ni capitales, están forzados a vender su fuerza productiva a los felices detentadores de la una y de los otros.

Advertid que dejo aquí absolutamente a un lado esta cuestión: ¿Por qué vías y como ha caído la propiedad y el capital en manos de sus detentadores actuales? Cuestión que, cuando es considerada desde el punto de vista de la historia, de la lógica y de la justicia, no puede ser resuelta de otro modo que contra los detentadores. Me limito a constatar simplemente que los propietarios y los capitalistas en tanto que viven, no de su trabajo productivo, sino de la renta de sus tierras, del alquiler de sus construcciones, y de los intereses de sus capitales, o bien de la especulación sobre sus tierras y sus construcciones y sobre sus capitales, o bien de la explotación comercial o industrial del trabajo manual del proletariado —especulación y explotación que constituyen sin duda una especie de trabajo, pero un trabajo perfectamente improductivo (según eso también los ladrones y los reyes trabajan)— que todas esas gentes digo, viven en detrimento del proletariado.

Sé muy bien que esa manera de vivir es infinitamente honrada en todos los países civilizados; que es expresa y tiernamente protegida por todos los Estados, y que los Estados, las religiones, todas las leyes jurídicas, criminales y civiles, todos los gobiernos políticos, monárquicos y republicanos, con sus inmensas administraciones policiales, judiciales, y con sus ejércitos permanentes, no tienen propiamente otra misión que la de consagrarla y protegerla. En presencia de autoridades tan poderosas y tan respetables, no me permito, pues, preguntar siquiera si esa manera de vivir, desde el punto de vista de la justicia humana, de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad humana es legitima. Me pregunto simplemente: En esas condiciones la fraternidad y la igualdad entre los explotadores y explotados, y la justicia, así como la libertad para los explotados, ¿son posibles?

Supongamos también, como lo pretenden los señores economistas burgueses, y con ellos todos los abogados, todos los adoradores y creyentes del derecho jurídico, todos esos sacerdotes del derecho criminal y civil, supongamos que esa relación económica de los explotadores frente a los explotados, y la justicia, así como la libertad para ellos es consecuencia fatal, el producto de una ley social eterna e indestructible: permanece una verdad que la explotación excluye la fraternidad y la igualdad.

Excluye la igualdad económica; eso se entiende por si mismo. Supongamos que soy su trabajador y usted mi patrón. Si le ofrezco mi trabajo al mas bajo precio posible, si consiento en hacerle vivir con el producto de mi trabajo, no es por abnegación, ni por amor fraternal hacia usted —ningún economista burgués se atreverá a afirmarlo, por idílicos e ingenuos que sean los razonamientos de estos señores cuando se ponen a hablar de las relaciones y de los sentimientos recíprocos que deberían existir entre los patrones y los obreros—, no, lo hago porque si no lo hiciese yo y mi familia moriríamos de hambre. Por tanto, estoy obligado a venderle mi trabajo al mas bajo precio posible, estoy obligado a ello por el hambre.

Pero — dicen los economistas — los propietarios, los capitalistas, los patrones, están igualmente forzados a buscar y a comprar el trabajo del proletario. Es verdad, están obligados a ello, pero no igualmente. ¡Ah, si hubiese igualdad entre el que demanda y el que ofrece, entre la necesidad de comprar el trabajo y la de venderlo, no existirían la esclavitud y la miseria del proletariado! Pero es que entonces no habría tampoco ni capitalistas ni propietarios, ni proletariado, ni ricos ni pobres; no habría nada más que trabajadores. Los explotadores no son y no pueden ser tales precisamente más que porque esa igualdad no existe.

No existe, porque en la sociedad moderna, donde la producción de las riquezas se hace por la intervención del capital asalariado del trabajo, el crecimiento de la población es mucho mas rápido que el de la producción, de donde resulta que la oferta del trabajo debe sobrepasar siempre necesariamente a la demanda, lo que tiene que tener por consecuencia infalible la disminución relativa de los salarios. Constituida así la producción, monopolizada, explotada por el capital burgués, se encuentra empujada, por una parte, mediante la concurrencia que se hacen los capitalistas entre si, a concentrarse cada día mas en manos de un numero cada vez mas pequeño de capitalistas muy poderosos —pues los pequeños y medianos capitales sucumben naturalmente en esa lucha asesina, ya que no pueden producir con los mismos gastos que los grandes—, o en manos de sociedades anónimas, mas poderosas por la reunión de sus capitales que los mas grandes capitalistas aislados; por otra parte, es obligada por esa misma concurrencia a vender sus productos al mas bajo precio posible. No puede llegar a ese doble resultado mas que rechazando un numero mas y mas considerable de pequeños y medianos capitalistas, especuladores, comerciantes e industriales, del mundo de los explotadores hacia el del proletariado explotado, y haciendo al mismo tiempo economías progresivas sobre los salarios de ese mismo proletariado.

Por otro lado, la masa del proletariado aumenta siempre, por el crecimiento natural de la población, que la miseria misma, como se sabe, no detiene apenas, y por la remisión a su seno de un numero creciente de burgueses en otro tiempo propietarios, capitalistas, comerciantes e industriales —y aumentando, como acabo de decirlo, en una proporción mas fuerte que las necesidades de la producción explotada en comandita por el capital burgués–, resulta de ello una concurrencia desastrosa entre los trabajadores mismos; porque no teniendo otro medio de existencia que su trabajo manual, son impulsados, por el temor a verse reemplazados por otros, a vender su trabajo al mas bajo precio posible. Esta tendencia de los trabajadores, o mas bien esa necesidad a que se ven condenados por su miseria, combinada con la tendencia mas o menos forzada de los patronos a vender sus productos a sus trabajadores, al mas bajo precio posible, reproduce constantemente y consolida la miseria del proletariado. Siendo pobre, el obrero debe vender su trabajo casi por nada, y por que lo vende casi por nada, se vuelve más y más pobre.

Sí, mas pobre, verdaderamente. Por que en ese trabajo forzado, las fuerzas productivas del obrero, abusivamente aplicadas, despiadadamente explotadas, excesivamente gastadas y muy mal nutridas, se gastan pronto; y una vez que se han gastado, ¿Qué vale en el mercado su trabajo, que vale esa única mercancía que posee y cuya venta cotidiana le hace vivir? Nada. ¿Y entonces? Entonces no le queda otro remedio que morir.

¿Cuál es en un país dado, el más bajo salario posible? Es el precio de lo que es considerado por los proletarios de ese país, como absolutamente necesario para el mantenimiento de un hombre. Los economistas burgueses de todos los países están de acuerdo en este punto.

Turgot, aquel a quien se convino en llamar el virtuoso ministro de Luis XVI, y que era realmente un hombre de bien, dijo:

“El simple obrero que no tiene mas que sus brazos, no tiene nada, mas que en tanto que llegue a vender a otros su esfuerzo. Lo vende más o menos caro; pero ese precio más o menos alto, no depende de él solo: depende del acuerdo que forma con aquel que paga su trabajo. Este le paga lo menos caro que puede; como tiene elección entre un gran número de obreros, prefiere el que trabaja mas barato. Los obreros están, pues, forzados a bajar el precio en competencia los unos con los otros. En todo género de trabajo, debe suceder que el salario del obrero se limita a lo que le es necesario para procurarle la existencia” (Reflexion sur la formation et la distribution des richesses).
J. B Say, el verdadero padre de los economistas burgueses en Francia, dice también:

“los salarios son tanto mas elevados cuanto mas demanda existe para el trabajo y menos oferta, y se reducen a medida que el trabajo del obrero es mas ofrecido y menos demandado. Es la relación de la ofertan con la demanda la que regula los precios de esa mercancía llamada el trabajo del obrero, como regula los precios de todos los otros servicios públicos. En cuanto los salarios van un poco más allá de la tasa necesaria para que las familias de los obreros puedan mantenerse, los hijos se multiplican y una oferta más grande se pone pronto en proporción con una demanda más amplia. Cuando, al contrario, la demanda de trabajadores es inferior a la cantidad de gentes que se ofrecen para trabajar, sus ganancias declinan por debajo de la tasa necesaria para que la clase pueda mantenerse en el mismo número. Las familias más cargadas de hijos desaparecen; desde entonces la oferta de trabajo declina y siendo el trabajo menos ofrecido, el precio sube… De suerte que es difícil que el precio del trabajo del simple jornalero se eleve o se disminuya por encima o debajo del nivel de tasa necesario para mantener la clase (de los obreros, el proletariado) en el numero de que se tiene necesidad” (Cours complet d’economie politique)

“El precio, como el valor (en la economía social actual) es cosa esencialmente móvil, por consecuencia, esencialmente variable, y que, en sus variaciones, no se regula mas que por la concurrencia, concurrencia, no olvidemos, que como convienen Turgot y Say tiene por efecto necesario no dar en salario al obrero mas que lo que le impide justamente morir de hambre, y mantiene la clase en el numero de que se tiene necesidad”[1] (Histoire de la Révolution; Louis Blanc.)
Por tanto, el precio corriente de los estricto necesario es la medida constante, ordinaria, por encima de la cual ni puede elevarse largo tiempo ni mucho los salarios de los obreros, pero por bajo de la cual caen muy a menudo, lo que tiene siempre por consecuencia la inanición, las enfermedades y la muerte, hasta que haya desaparecido un numero suficiente de trabajadores para hacer la oferta del trabajo no igual si no conforme a la demanda.

Lo que los economistas llaman la igualdad entre la oferta y la demanda no constituyen todavía la igualdad entre el demandante y los que ofertan. Supongamos que yo, fabricante, tenga necesidad de 100 trabajadores y que se presenten en el mercado 100 — solamente 100 — por que si se presentan mas, la oferta superaría a la demanda, habría desigualdad evidente en detrimento de los trabajadores, y por consiguiente disminución de salarios. Pero, puesto que no se han presentado mas que ese numero preciso, ni mas ni menos, parece a simple vista que hay igualdad perfecta: pues la oferta y la demanda, que son iguales en un mismo numero, son necesariamente iguales entre si. ¿Se desprende de eso que los obreros podrían exigir de mi un salario y condiciones de trabajo que les aseguren los medios de una existencia verdaderamente libre, digan y humana? De ningún modo. Si les concediese ese salario y esas condiciones, yo, capitalista, no ganaría más que ellos, y no lo ganaría aun más que a condición de trabajar como ellos. Pero entonces, ¿para que diablos iría a atormentarme y a arruinarme ofreciéndoles las ventajas de mi capital? Si quiero trabajar como ellos trabajan, colocare el capital en otra parte a interés lo mas elevado posible y ofreceré yo mismo mi trabajo a algún otro capitalista, como ellos me lo ofrecen a mi.

Si, aprovechándome de la potencia de iniciativa que me da mi capital, pido a esos trabajadores que vengan a fecundarlo con su trabajo, no es por simpatía hacia sus sufrimientos, ni por espíritu de justicia, ni por amor a la humanidad. Los capitalistas no son filántropos, se arruinarán en ese oficio. Es porque espero poder sacar de su trabajo una ganancia suficiente para vivir convenientemente y engrandecer mi querido capital al mismo tiempo, sin tener necesidad de trabajar. O bien trabajare también, pero de otro modo que mis obreros. Mi trabajo será de otra naturaleza y será infinitamente mejor retribuido que el suyo. Será un trabajo de administración y de explotación, no de producción.


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