LOS TRABAJADORES QUE SE APARTAN DE SU CAMINO
Si la figura retórica pudiese transformarse en realidad, se vería que hablamos con el corazón en la mano, y que no abrigamos absolutamente ningún rencor contra los trabajadores que, movidos por sus creencias, van a misa todos los domingos o concurren a las urnas cuando se trata de elegir diputados, concejales o presidentes de la República. Los creemos equivocados, pero son, sin embargo, nuestros hermanos, y nuestra misión consiste en persuadirles de la esterilidad y de la nocividad de sus creencias; para ello no es el mejor argumento el del lenguaje hostil y el de la actitud insolidaria.
El hecho de no poder ir a misa, porque nos repugna, ni acudir a las urnas, porque lo estimamos perfectamente inútil, no debe romper los lazos de solidaridad proletaria, del respeto y de la ayuda mutuos. Antes y después de ir a misa antes y después de ir a votar, los esclavos del capitalismo y del estatismo siguen siendo esclavos y víctimas, y nuestro pueblo está a su lado, para la ayuda fraterna en todas sus reivindicaciones justicieras. Que no se diga nunca que los anarquistas consideran a los trabajadores de tendencias moderadas, e incluso reacios por ceguera mental, como adversarios y enemigos, sino como hermanos y amigos que han extraviado el camino y que buscan su bienestar y su libertad por senderos que la historia ha evidenciado erróneos. Hay que emplear todos los medios de la persuasión, del razonamiento, de la camaradería, desde los lugares de trabajo, para que los que nos temen o no nos comprenden o nos odian incitados por sus malos pastores, sepan que pueden contar en todo instante con nosotros para afirmar su derecho a vivir y para mejorar su situación. Y para que sepan también que por encima de las creencias, de las rutinas del espíritu, debe flotar el hálito de la solidaridad de los oprimidos y explotados contra los dominadores y los opresores.
ALGUNAS PALABRAS SOBRE LA EVOLUCIÓN POLÍTICA
Desde que el hombre existe, existen las dos tendencias a través de las cuales puede interpretarse la historia humana: la de la libertad y la de la autoridad. Es la lucha entre ambos extremos lo que ha movido al mundo. Los privilegiados, los sacerdotes, los guerreros, han pugnado siempre por la autoridad, por la explotación y la dominación del hombre por el hombre. Las víctimas de esa condición han querido, por la palabra o por la acción, al menos de las minorías rebeldes, disidentes, opositoras, de todos los tiempos, la justicia, el bienestar de todos, la libertad. Esa contienda ha durado muchos siglos y está en pie todavía, y de ella representamos los anarquistas, y con los anarquistas el proletariado revolucionario, en esta hora, uno de los sectores beligerantes. El hecho de haber triunfado los amos, que han tenido de su parte las creencias generalizadas en dios, fuerzas militares y policiales mejor organizadas, la inteligencia superior de sabios, técnicos, etc..., no quiere decir que tengan más razón, sino que han sabido defenderse y atacar con más habilidad que sus adversarios.
Los oprimidos, las víctimas del privilegio y de la tiranía, sumidos sistemáticamente en la ignorancia, han buscado variamente su bienestar y su libertad por caminos erróneos, y ahí están las luchas de siglos y siglos tras el estandarte de las religiones; ahí están las experiencias de las heróicas contiendas tras la bandera de los partidos políticos, con demoninaciones distintas, pero idénticos todos en los medios y en los procedimientos. Se ha avanzado un poco en el camino del progreso social y cultural, y el contraste entre el gran desarrollo técnico y el escaso desarrollo social y de la cultura de las grandes masas no es uno de los menores factores de esa crisis mundial en que vivimos hace tres largos lustros.
Lo mismo que antes, cuando los pueblos se enrolaban de grado o por fuerza en los ejércitos de los reyes o de los Estados políticorreligiosos, pues ha sido muy común en la antigüedad la confusión en una misma persona de la dominación política y religiosa; lo mismo que antes los pueblos se degollaban recíprocamente por la fe de Cristo o por la fe de Mahoma, por las doctrinas de Lutero o por las del catolicismo, así más tarde se han derramado ríos de sangre en torno a tirios y troyanos, a conservadores y a progresistas, a monárquicos absolutistas y monárquicos constitucionales, a monárquicos o a republicanos, etc., etc.
¿Qué resultado se ha obtenido? No podemos constatar ningún otro que el del remachamiento cada día más insoportable de las cadenas de la dominación estatal, en cuyos altares va dejando la humanidad jirones de su libertad y de su dignidad hasta el sacrificio absoluto con el fascismo moderno.
DEMOCRACIA Y DICTADURA
Se plantea una vez más como un dilema, la elección entre democracia o dictadura. Y lo mismo que se ha hecho creer un día que la República era la encarnación de la justicia social, así se hace creer hoy al pueblo laborioso, que no puede advertir siempre dónde está la verdad y dónde la mixtificación, que la democracia y la dictadura son términos antitéticos, diametralmente opuestos. ¡Ojalá fuese así! Aun cuando nosotros, desearíamos el triunfo de nuestras ideas, no nos repugnaría que en nombre de cualquier otra doctrina, de cualquier otro movimiento, se opusiesen trabas al desarrollo de la política dictatorial del Estado moderno y se obtuvieran conquistas efectivas de liberación y de justicia para las grandes masas. Pero democracia y dictadura no son términos opuestos, sino idénticos. El hecho de la conservación o no conservación del parlamento no significa sino un matiz ínfimo en la forma de dictadura. Tanto la democracia como la dictadura del fascismo significan la negación del hombre, su humillación forzosa ante una divinidad superior, que es el Estado, como antes había de humillarse y desaparecer ante un ídolo declarado nacional o local.
Existió en el siglo XIX una corriente liberal, que tuvo en España misma, pero sobre todo en Inglaterra, en Estados Unidos y en algunos otros países, hermosas manifestaciones. Esa corriente liberal de que Spencer, por ejemplo, ha sido un definidor, reconocía un Estado-mínimo como necesario, y propiciaba un cercenamiento de las atribuciones gubernamentales y un mayor respeto a la personalidad humana. Es verdad, esa corriente era contradictoria y ha resultado en la práctica totalmente infecunda. No ha impedido que el Estado creciese en todos sus ramales hasta ser lo que es hoy, hasta absorber la parte mejor del fruto del trabajo ajeno. Pero por lo menos, en teoría siquiera, reconocía que el Estado era un mal, un mal necesario.
La democracia, en cambio, ha propiciado desde su nacimiento el estatismo, la anulación del individuo ante una nueva abstracción: la colectividad. el Estado democrático. Por encima del hombre y de sus derechos está el Estado, como antes estaba dios. Y así como en las épocas de predominio religioso dios lo era todo y el hombre nada, con la democracia o con el fascismo el Estado lo es todo y el hombre nada.
¡Allá con sus ilusiones los que creen que la anulación es preferible ante el ídolo democrático que ante el ídolo fascista! Tal vez cabe la elección, como cuando en Estonia la ley ofrece al condenado a muerte el cadalso o el veneno. Pero indudablemente, en un caso y en otro, el resultado es el mismo.
LA SOLUCIÓN ESTÁ EN LOS TRABAJADORES
No es fuera del mundo del trabajo, ni en las altas esferas de la dirección teológica, ni en las de la dirección política estatal donde está la solución a los problemas vitales de la hora presente, sino en él mismo. Si los trabajadores quieren ser libres, conocer la justicia social, disfrutar del producto de su trabajo, han de resolverse a reivindicarse por sí mismos y para sí mismos lo que, en nombre de diversas ficciones, se les usurpa por clases parasitarias diversas.
¡Que los trabajadores se entiendan en sus lugares de trabajo, que tomen la producción en sus manos y no consientan que en nombre de dios, o en nombre del diablo, en nombre de la monarquía o en nombre de la república, en nombre de la democracia o en nombre del fascismo se les arranque lo que les pertenece. Todo lo demás es cuestión de arreglo, de tolerancia, de seguir cada cual sus predicciones. Lo que importa es que los productores tengan derecho al producto íntegro de su trabajo y luego ya se verá el resto cómo se arregla.
¡Hermanos explotados!, es en vosotros mismos donde está la solución. Relexionad un momento y poneos de acuerdo, en tanto que productores, sobre lo que os conviene. No sacrifiquéis jamás vuestra personalidad y no dejéis en manos ajenas lo que sólo en las vuestras está seguro. Lo habéis creado todo, con vuestros músculos o con vuestra inteligencia; ¿no es hora ya de que reclaméis el patrimonio que os corresponde como legítimos dueños de él que sois?
Los anarquistas, que no quieren mandar y no quieren tampoco obedecer, que no aspiran a ser vuestros amos ni vuestros tiranos, estarán a vuestro lado, ayudándoos como hermanos a hermanos, como iguales a iguales.
No sois nada, pero podéis serlo todo. ¡Decidíos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario