Rajoy, una sabandija bípeda


Todos los políticos dicen querer lo mejor para España. Todos coinciden en su cacareada vocación de servicio hacia el pueblo español. Todos creen estar en posesión de la verdad que nos llevará a un futuro de prosperidad. Pero la razón, la verdad y la solución son sólo una, ¿cuál de ellas? yo creo que ninguna basada en el sectarismo partidista. Ya se hace un poco cansino el tener que reiterar la obviedad, pero no por ello debemos dejar de señalar que el parlamentarismo es una iniquidad de difícil explicación racional. Si todos quieren lo mejor para todos, ¿por qué las fórmulas son tan dispares y enfrentadas? Las piedras filosofales no son más que burdos timos, los mesías redentores siempre esconden vanidades insaciables, y las ansias de Poder degradan toda alma humana. Confiar en los que ansían mandar, nunca fue buen negocio para los que solamente queremos que nos dejen vivir en paz y libertad.

Rajoy, tras dictar durante el Cuatrienio más negro de toda nuestra reciente historia, tras ser abanderado del caos saqueador propio de vikingos cegados por el botín, viene a decirnos que sin su "ilustre" figura presidiendo el país, el caos podría alcanzar cotas bíblicas. Él, como buen hijo de Caín, siempre encuentra la manera de criminalizar a la víctima propicia. Vuelven a escupir aquello de los antiespaña, para ser español hay que ser de derechas, taurino y católico; la izquierda extranjerizante es para estos desalmados católicos un quiste ajeno a la patria de la que ellos son amos y señores. Se dicen buenos gestores, pero han llevado a nuestra tierra hasta el punto de deber más de lo que produce, negando cualquier posibilidad de futuro y de convivencia pacífica entre los que azarosamente nacimos en esta parte del planeta. 

El lenguaje prepotente y despreciativo que Rajoy usó en su debate de investidura dejó claro que se enorgullece de su propia miseria. Ni una concesión a la autocrítica. Sorna de paleto que camufla su incultura citando a otros según el argumentario escrito por sus asesores. Ridiculez supina al intentar defenestrar los argumentos de sus adversarios (e iguales) políticos con desprecio de sabandija orgullosa de su arrastrada vida. Nunca está dispuesto a admitir un solo fallo en su asqueroso proceder, ya que en su obtusa manera de calcular, esto sería dar yesca a quienes desprecia por no llegar a comprender su supuestamente absoluta virtud sin mácula. Su manera de pactar es la del verdugo que promete tener bien afilada el hacha si el reo no mueve el cuello a cercenar; lo máximo que está dispuesto a admitir es que el corte será certero, sin saña, nada personal, sólo negocios.

Este despojo humano sin virtud alguna que lo eleve ni siquiera por encima de los gusanos necrófagos, se cree un gran tipo, excelente estadista y mejor servidor de España. Se tiene en tan alta estima que uno de sus grandes argumentos (alcanzados gracias a grandes reflexiones en la medida que le da su corto entender) se basa en que él es mejor que todos los demás. Valiente monigote que se humedece los labios al más puro estilo Hanníbal Lecter mientra perpetra sus inhumanos recortes a la salud, la libertad y la cultura de todos aquellos que somos España y todos sus pueblos. La hipocresía solamente merece el más visceral de los desprecios. El 78% del censo electoral no le votó, Don Puerco Rajoy, no llame perdedores a la inmensa mayoría y demuestre que anda más erguido que los sapos ponzoñosos. Aunque todos sabemos sobradamente que usted y su partido no son más que una caterba de fascistas que respetarán el juego actual mientras continúen viviendo aun mejor que bajo la sombra de su queridísimo y añorado Cabronsísimo.

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