Chavs: la demonización de la clase obrera. Owen Jones [Pdf & epub]



En la Gran Bretaña actual, la clase trabajadora se ha convertido en objeto de miedo y escarnio. Desde la Vicky Pollard de Little Britain a la demonización de Jade Goody, los medios de comunicación y los políticos desechan por irresponsable, delincuente e ignorante a un vasto y desfavorecido sector de la sociedad cuyos miembros se han estereotipado en una sola palabra cargada de odio: chavs. En este aclamado estudio, Owen Jones analiza cómo la clase trabajadora ha pasado de ser «la sal de la tierra» a la «escoria de la tierra».

Owen Jones
Owen Jones, desvelando la ignorancia y el prejuicio que están en el centro de la caricatura chav, retrata una realidad mucho más compleja: el estereotipo chav, dice, es utilizado por los gobiernos como pantalla para evitar comprometerse de verdad con los problemas sociales y económicos y justificar el aumento de la desigualdad. Basado en una investigación exhaustiva y original, este libro es una crítica irrefutable de los medios de comunicación y de la clase dirigente, y un retrato esclarecedor e inquietante de la desigualdad y el odio de clases en la Gran Bretaña actual.

Los hay que defienden el uso de la palabra chav y afirman que, en realidad, la clase trabajadora no está demonizada en absoluto; chav se usa simplemente para designar a gamberros antisociales y a pandilleros. Esto es cuestionable. Para empezar, las víctimas son exclusivamente de clase trabajadora. Cuando chav apareció por primera vez en el diccionario Collins de inglés, se definió como «joven de clase trabajadora que se viste con ropa deportiva e informal». Desde entonces su significado se ha ampliado de forma reveladora. Un mito urbano lo convierte en acrónimo de «violento que vive en casas municipales». Muchos lo emplean para mostrar su aversión a la gente de clase trabajadora que ha abrazado el consumismo solo para gastar su dinero de manera supuestamente basta y chabacana, en vez de con la discreta elegancia de la burguesía. Figuras procedentes de la clase trabajadora como David Beckham, Wayne Rooney o Cheryl Cole, por ejemplo, son parodiados habitualmente como chavs.

Ante todo, el término chav engloba actualmente cualquier rasgo negativo asociado a la gente de clase trabajadora —violencia, vagancia, embarazos en adolescentes, racismo, alcoholismo y demás—. Como escribió la periodista del Guardian Zoe Williams «chav puede haber atraído el interés popular por parecer que expresaba algo original —no solo escoria, amigos, sino escoria vestida de Burberry— pero ahora cubre una base tan amplia que se ha convertido en sinónimo de “proleta” o de cualquier palabra que signifique “pobre y por lo tanto despreciable”». Hasta Christopher Howse, eminente columnista del conservador Daily Telegraph, objetaba que «mucha gente usa chav como cortina de humo para encubrir su odio a las clases bajas… Llamar chavs a la gente no es mejor que cuando los chicos de colegios privados llaman “palurdos” a los de pueblo».

Los chavs a menudo son tratados como sinónimos de «clase trabajadora blanca». La temporada del 2008 de White (blancos) de la BBC, una serie de programas dedicados a la misma clase, fue un ejemplo clásico, al retratar a sus miembros como retrógrados, intolerantes y obsesionados con la raza. De hecho, mientras que la «clase trabajadora» se convirtió en un concepto tabú en el periodo posterior al thatcherismo, de la «clase blanca trabajadora» se hablaba cada vez más a comienzos del siglo XXI.

Porque «clase» había sido durante mucho tiempo una palabra prohibida en la vida política, y las únicas desigualdades debatidas por políticos y medios de comunicación eran las raciales. La clase blanca trabajadora se había convertido en otra minoría étnica marginada, y eso suponía que todas sus preocupaciones se entendían únicamente a través del prisma de la raza. Se empezó a presentar como una tribu perdida en el lado equivocado de la Historia, desorientada por el multiculturalismo y obsesionada con defender su identidad de los estragos de la inmigración en masa. El nacimiento de la idea de una «clase trabajadora blanca» fomentó un nuevo fanatismo progresista. Estaba bien odiar a los blancos de clase trabajadora porque ellos mismos eran un hatajo de racistas intolerantes.

Una justificación del término chav señala que «los propios chavs lo utilizan, así que, ¿cuál es el problema?». Tienen un argumento: algunos jóvenes de clase trabajadora han adoptado la palabra como un rasgo de identidad cultural. Pero el significado de una palabra a menudo depende de quién la emplee. En boca de un heterosexual, «marica» es clara y profundamente homofóbico; pero algunos gays se lo han apropiado orgullosamente como seña de identidad. De forma similar, aunque «paki» es uno de los términos racistas más insultantes que puede usar un blanco en Inglaterra, algunos jóvenes asiáticos lo emplean como un término cariñoso hacia los suyos. En 2010 una polémica en la que anduvo implicada la controvertida locutora derechista estadounidense Laura Schlessinger ilustró gráficamente esta cuestión. Tras emplear once veces la palabra «negrata» en antena durante una conversación con un oyente afroamericano, trató de defenderse con el argumento de que los cómicos y actores negros la utilizan.

En todos los casos, el significado de la palabra depende del hablante. En boca de alguien de clase media, chav se convierte en un término de puro desprecio de clase. Liam Cranley, hijo de un operario de fábrica que creció en una comunidad de clase trabajadora del área metropolitana de Manchester, me describe su reacción cuando alguien de clase media utiliza la palabra: 

«Estás hablando de mi familia: estás hablando de mi hermano, de mi madre, de mis amigos».

Este libro analizará cómo el odio a los chavs no es ni mucho menos un fenómeno aislado. En parte es producto de una sociedad con profundas desigualdades. «En mi opinión, uno de los efectos clave de una mayor desigualdad es avivar sentimientos de superioridad e inferioridad en la sociedad», dice Richard Wilkinson, coautor del pionero Desigualdad. Un análisis de la (in)felicidad colectiva, un libro que demuestra eficazmente el vínculo entre desigualdad y toda una gama de problemas sociales. Y, de hecho, la desigualdad es hoy mucho mayor que en casi toda nuestra historia. «Una desigualdad generalizada es algo extremadamente reciente para casi todo el mundo», sostiene el profesor de geografía humana y «experto en desigualdad» Danny Dorling.

Demonizar a los de abajo ha sido un medio conveniente de justificar una sociedad desigual a lo largo de los siglos. 

Después de todo, en abstracto parece irracional que por nacer en un sitio u otro unos asciendan mientras otros se quedan atrapados en el fondo. Pero ¿qué ocurre si uno está arriba porque se lo merece? ¿Y si los de abajo están ahí por falta de habilidad, talento o determinación?



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