Una de mis últimas lecturas ha sido el genial libro escrito por un chaval llamado Owen Jones. El libro se titula "Chavs: la demonización de la clase obrera" (Descargar). Chavs podría traducirse al español como canis, chonis y demás calificativos asquerosamente despectivos perpetrados por parte de personas supuestamente cultas. En este libro, Owens desgrana todas y cada una de las mentiras que han perpetrado los gerifaltes para dividir a la sociedad en provecho propio. Eso de ser obrero y pobre, es una humillación, todos quieren ser de clase media, y si la suerte les sonríe, tampoco harían ascos a la hora de explotar a sus semejantes para ascender en la escala social económica. Los sindicatos solamente se ocupan de mejorar las condiciones de los que trabajan (aunque ya ni eso), sobre todo de los que están afiliados al propio; los parados no les rentan. El currante que más o menos tiene un trabajo fijo desprecia al parado de larga duración, le hace absolutamente culpable de su suerte, ya que él, siendo de un estrato social del mismo nivel, ha conseguido endeudarse para toda la vida con una hipoteca y tiene hijos rechonchos y felices... y educados en el mismo servilismo hacia los amos y en el desprecio hacia aquellos que no tuvieron suerte o condiciones más o menos óptimas para poder desarrollar todo su potencial humano. Recuerdo cuando algunos obreros de la construcción despreciaban a los mileuristas; "yo por 1000€ ni me levanto por la mañana", he llegado ha escuchar por oído propio. Ahora, ellos son mileuristas y desprecian a quienes cobran la ayuda familiar de poco más de 400€, parásitos de la beneficencia les llaman. El mundo cada día es más injusto porque impera la más absoluta de las inculturas y el respeto entre iguales ha trocado en ¡sálvese quien pueda!. Veamos un ejemplo que nos muestra Owens sobre como se defenestra a la clase obrera, la que se tiene que partir el pecho a diario para ganar dos duros, la clase que ha sido definitivamente apartada del banquete común.
<<Una parte exagerada de nuestra televisión consiste en una cháchara promocional de los estilos de vida, deseos y oportunidades únicas de los ricos y poderosos. Todo forma parte de la redefinición de la aspiración, al convencernos de que la vida consiste en subir por esa escalera, comprar un coche y una casa más grandes y darse la vida padre en algún paraíso tropical privado. La cuestión no es solo que eso hace que la gente corriente que ve esos programas se sienta inepta. A quienes no luchan por alcanzar esos sueños se les considera «faltos de aspiraciones» o, directamente, fracasados. Las esperanzas y sueños de la clase trabajadora, sus familias, sus comunidades, cómo se gana la vida, todo eso no existe para la televisión. Cuando aparece gente de clase trabajadora, normalmente es en forma de caricaturas inventadas por productores y cómicos ricos, de las que luego se apropian periodistas de clase media con fines políticos.
El odio a los chavs se ha colado incluso en la escena de la música popular. De los Beatles en adelante, los grupos de clase trabajadora dominaban antiguamente el rock y la música indie en particular: los Stone Roses, los Smiths, Happy Mondays y los Verve, por poner algunos ejemplos. Pero es difícil nombrar grupos destacados de clase trabajadora desde el apogeo de Oasis a mediados de los años noventa; los que ahora llevan la batuta son grupos de clase media como Coldplay o Keane. «Ha habido una deriva apreciable hacia los valores de clase media en el negocio de la música», dice Mark Chadwick, cantante del grupo de rock The Levellers. «Los grupos de clase trabajadora parecen ser pocos y dispersos». Por el contrario, abundan las imitaciones de clase media de caricaturas de la clase trabajadora, como el estilo mockney de artistas como Damon Albarn y Lily Allen. The Kaiser Chiefs se hicieron un nombre con el tipo de himno indie repetitivo que se presta a cantos etílicos en un club. No obstante, si se escuchan atentamente sus letras se descubrirá pura bilis de clase. Véase:
«I Predict a Riot» (Predigo
disturbios): «Intento llegar al taxi. /
Un hombre en chándal me atacó. /
Dijo que él lo había visto antes. /
Quiere que las cosas se pongan un
poco sangrientas. / Las chicas
escarban desnudas / en busca de una
libra para un condón. / Si no fuera
por la grasa de las patatas fritas se
congelarían. / No son muy listas».
Las últimas líneas reproducen la caricatura de la indecorosa «zorrilla» chav. La clase trabajadora se ha convertido en objeto de burla, desaprobación y, sí, odio. Bienvenidos al mundo del entretenimiento británico de principios del siglo XXI.>>
Las doctrinas proféticas de Marx han resultado ser todo lo contrario de lo que aseveraba este Nostradamus del comunismo. Marx decía que para culminar con éxito la revolución proletaria se necesitaba pasar por un período democrático y burgués; de esta manera, el proletariado, al medrar económicamente y tener a su alcance la cultura que les negaban los regímenes totalitarios monárquicos o dictatoriales, se concienciaría de tal manera que el inevitable fruto de todo ello sería la dictadura del proletariado, de los productores sobre los explotadores. Resulta que tras 40 años de "democracia", el nivel adquisitivo (en términos de renta per cápita) y el acceso a la cultura está situado en cotas nunca antes conocidas en nuestra trágica historia. Pero ello no ha servido para hacernos más humanos, para alcanzar esa concordia que tanto grazna el Borbón de turno, más bien ha sido utilizada para dividir aún más a nuestro pueblo, para crear una clase media sin capacidad de empatía y manejada por los ricos de siempre, dejando en la estacada a un 1/3 de la población y culpándola a su vez de su propia suerte. En lugar de la inevitable revolución que seguiría a un período de bonanza económica y acceso a la cultura para la clase trabajadora, nos encontramos con que aquellos trabajadores que han mejorado sus condiciones de vida, reniegan ahora de su condición social y dicen ser de clase media, defenestrando a su vez a todo aquél que gane menos o no encuentre trabajo. En lugar de revolución nos encontramos con 4 años de fascismo gobernando con amplia mayoría en el Parlamento, una prórroga de otro añito más y dos elecciones en las que han sido el partido más votado, ampliando su cuota en las segundas elecciones.
Los fachas siempre juegan haciendo piña, incluso si sufren un cisma como el de C´s, siempre se pondrán de acuerdo en lo mollar. Tanto políticos, como militantes y votantes del fascio, tienen bien claro hacia donde van y no les importa nada más que seguir el camino trazado. Si aplaudieron durante 40 años los asesinatos del Cabronsísimo, ¿qué puede importarles el que los suyos metan la mano en la caja común? Sin embargo, entre las clases trabajadoras nunca existió tal consenso, y ello no debería ser algo malo, muy al contrario, el pensamiento único siempre conlleva a la muerte de la inteligencia; pero cuando se pierde la conciencia de clase, el descastado trabajador se convierte en un monigote manejado por sus amos.
Se da por descontado que los medianos y fachas odian a la clase obrera, pero no es extraño escuchar por boca de supuestos izquierdistas, sobre todo por parte de los comunistas, así como tampoco es raro encontrar ejemplos de esta misma iniquidad en las filas anarquistas, que los lúmpen (como se llama ahora a las capas sociales más desheredadas) son absolutamente responsables de la vida que llevan; pero ¿tuvieron en algún momento alguna mínima posibilidad de opción? Los barrios marginales deberían ser una vergüenza para todo aquel que se tilde de persona, pero sin embargo; son depósitos donde abandonar a su suerte a la parte de la sociedad que no puede sentarse a la mesa del banquete común, ya que si tenemos que repartir entre todos, los de arriba tendrían que moderar su dieta a base de mariscadas y jamón del güeno, y los medianos dejarían de tener a otros por debajo suyo para así creerse que son algo en la vida.
Así que, muy al contrario de lo que las divagaciones de Marx pronosticaron, el proletariado asalariado ha olvidado cuales son sus raíces y se ha convertido en un giñapo manejado por la burguesía inventora de las urnas, despreciando con igual saña que sus amos a los que económicamente se encuentran por debajo de ellos; aunque muy superiormente situados con respecto a sus enmierdadas conciencias en cuanto a moral, humanidad y solidaridad se trata; por ello nunca votamos. Para redondear esta miserable iniquidad, se culpa al reincidente 30% de abstencionistas de entorpecer el proceso democrático, incluso algunos imbéciles (hasta con títulos universitarios ellos oigan) llegan a escupir que quien no vota no tiene derecho a opinar, dejando al descubierto la verdadera faz dictatorial de eso que llaman democracia. Los discípulos de Marx junto a los socialfascistas de toda la vida, vuelven a ser los legitimadores del fascismo en su intento de engañar al pueblo a través del timo democrático, su revolución es la de mandar sobre los demás, como cualquier otro partido burgués. El 30% de la población humillada, insultada y defesnetrada les importa a la chusma que se hace llamar de izquierdas y piden el voto tanto como les importa nuestra suerte a los herederos directos del franquismo. El imprescindible e inevitable período democrático-burgués que conducirá irrevocablemente hacia la revolución social, vuelve a ser el terreno abonado y cosechado por el fascismo.
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