«La mujer anarquista más dotada y brillante que América alguna vez produjo».
Emma Goldman
«… porque por influencias de juventud y por mi educación, habría debido ser una religiosa y pasar mi vida glorificando la autoridad en su forma más concentrada, como algunas de mis compañeras de escuela lo hacen todavía en las casas de misión de la Orden de los Santos nombres de Jesús y de María. Pero el espíritu ancestral de rebelión se afirmó cuando no tenía más que catorce años, discípula en el convento de Nuestra Señora del Lago Hurón, en Sarnia, Ontario. ¡Qué piedad tengo de mí misma ahora, cuando pienso, pobre alma solitaria, que luchaba aislada en la oscuridad de la superstición religiosa, incapaz de creer, y, sin embargo, temerosa todo el tiempo de la condena al fuego, salvaje y eterno, si no me confesaba y profesaba al instante! ¡Cómo me acuerdo de la amarga energía con que rechacé la orden de la profesora cuando le dije que no quería pedir perdón por una falta que se me imputaba, porque no podía ver mi error, y por tanto no sentiría mis palabras! No es necesario, dijo ella, que sintamos lo que decimos, pero es siempre necesario que obedezcamos a nuestros superiores. Yo no mentiré, respondí con ardor, y al mismo tiempo temblando».
Voltairine de Cleyre
«He aquí mi confesión: quince años antes, en mayo, cuando el eco de la bomba del Haymarket resonó a través de la pequeña aldea de Michigan donde habitaba entonces, yo, como todos los otros crédulos y brutales, leí en un título mentiroso del periódico: "Anarquistas arrojan una bomba en una reunión en el Haymarket de Chicago", y de inmediato grité: Se les debería ahorcar —y eso a pesar de que yo nunca había creído en la pena de muerte para los criminales ordinarios—. No me perdonaré jamás esa frase ignorante, ultrajante, chorreando sangre, aunque sé que los muertos me habrían perdonado, porque sé que los que aman perdonan. Pero mi propia voz, tal como sonó esa noche, sonará en mis oídos hasta la muerte —un reproche y una vergüenza amargas— y lo que yo hice esa noche lo hicieron millones de seres, y millones hablaron como yo. No tengo más que una excusa para mí y para todos esos hombres: la ignorancia. No sabía lo que era la anarquía, no había leído esa palabra más que en los relatos históricos en que se emplea como sinónimo de confusión social y de asesinato. Creí a los periódicos. Pensé que esos hombres habían arrojado la bomba sin provocación, en una multitud de hombres y mujeres, movidos por un placer abyecto de matar, y es lo que pensaron todos los millones a que he aludido. Pero entre ellos hubo algun@s millares que no dejaron que las cosas se quedaran así, y yo soy feliz por ser un@ de ell@s».
Voltairine de Cleyre
«¿Creen que esos sistemas diferentes (anarquistas socialistas, individualistas, comunistas, mutualistas) pueden coexistir? Sí; en una sociedad libre cada individuo o cada grupo, sea grande o pequeño, podrán ensayar a su manera. Sin duda uno de esos sistemas será mejor para aplicar en ciertas localidades y por ciertos temperamentos que otros».
Voltairine de Cleyre
«Hay, pues, varias escuelas económicas entre los anarquistas: los anarquistas individualistas, los anarquistas egoístas, los anarquistas mutualistas, los anarquistas comunistas y los anarquistas socialistas. En el pasado, esas escuelas se han denunciado amargamente entre sí, y han rehusado reconocerse unas a otras como anarquistas en general. Los espíritus más estrechos de ambas partes siguen haciéndolo; es verdad que no consideran eso como estrechez de espíritu, sino simplemente como mantenimiento firme y sólido de la verdad».
Voltairine de Cleyre
Hechos muy brillantes, como las derrotas en los congresos de la Internacional de los proudhonianos por parte de los colectivistas, y el abandono de ese mismo colectivismo a partir de 1880 por los anarquistas comunistas, han hecho considerar desde hace largo tiempo, casi como un dogma, que el anarquismo, atravesando dos fases de crisálida, ha llegado a su expansión definitiva en su última etapa de comunismo libertario. Cuanto más se examina, sin embargo, su historia, se vuelve uno desconfiado de las conclusiones y generalizaciones prematuras, se separa a los representantes temporales de sus ideas, que continúan vivas, pero que han podido decaer, debilitarse, extinguirse, y vemos también que hubo a menudo pensadores que no han estado satisfechos de enrolarse en la etiqueta anarquista que prevalecía en su tiempo, que han creído que todas las etiquetas tenían derecho a existir, que han tratado de explicar sus divergencias y de hallar medios para coordinarlas, para hacer síntesis de sus partes más preciosas e importantes. Si no ha salido de ese trabajo intelectual una «cuarta forma definitiva», no prueba de ningún modo la inutilidad de esos esfuerzos puesto que no es ese el objetivo, ellos no quieren crear un nuevo dogma: no tratan más que de reemplazar el exclusivismo —que no ve en cada etapa más que una doctrina única, que se cree y se declara universal y permanente— por concepciones más amplias, que comprenden que es mejor encaminarse hacia un gran fin, aún lejano, por varios caminos que por uno solo que nos parece infalible, y que no puede existir certidumbre sobre cosas que no existen todavía, y que no se puede imprimir a las cosas una vía de desarrollo que plazca a todos. Se trata, pues, de esa transformación que toda ciencia ha sufrido a veces y sufre aún, cuando las generalizaciones demasiado rápidas, las hipótesis deslumbrantes, establecidas débilmente, son reemplazadas por constataciones más restringidas y prudentes.
Porque cuando el entusiasmo de los primeros descubrimientos se ha evaporado, uno se da cuenta de que se han conseguido muchos menos hechos de lo que se creía, y se ahonda más y se elabora más el detalle. Veinte años después se sabrá más sobre el detalle y se será mucho más crítico ante las generalizaciones, y así consecutivamente. No hay nada que decir contra las generalizaciones de primera hora, que son los gritos de triunfo de los primeros precursores, los gritos dichosos de ¡tierra, tierra! de los primeros navegantes felices que vieron ante ellos por fin una tierra abordable. El mismo Colón no llegó al principio más que a una pequeña isla, no a un continente, y creyó siempre que el continente que había tras esas islas era Asia oriental y no América. Así, en anarquía, con hombres del temple de Proudhon, Bakunin y Kropotkin, estamos todavía en la era de los grandes navegantes, los Vasco de Gama, Colón y Magallanes que sumaron cada cual una pieza de información nueva y preciosa a los conocimientos geográficos, pero que se completan y no se excluyen. Un mapamundi de su tiempo y del nuestro 400 años después; un libro de química de 1828 y de 1928, y así, como casi todo lo que nos rodea, nos hace comprender que la anarquía cambiará también, si no quiere asimilarse a las cosas muertas que no cambian, como las religiones y todo lo que está basado en la fe. En este sentido es preciso siempre ir hacia adelante, y vale la pena no perder de vista a los pocos anarquistas que han expresado en otro tiempo opiniones independientes: si en su tiempo no atrajeron la atención, esas opiniones puede dar algún impulso al pensamiento crítico de nuestro tiempo.
Entre ell@s hay una figura de las más encantadoras y valientes, Voltairine de Cleyre, de los Estados Unidos, 1866-1912, que nos fue arrancada por la muerte, joven todavía, después de crueles sufrimientos. No fue una disidente, fue la más solidaria de las compañeras, pero fue independiente y una mujer que aportó a nuestra causa su espíritu y su corazón, intelecto, arte y bondad, una abundancia rara que su rica naturaleza generosa le permitió prodigar. No puedo basarme en este momento más que en sus Selected Works (Obras escogidas), editadas por Alexander Berkman (New York, Mother Earth, Publishing Company, 1914, 480 págs.), con un esbozo biográfico de H. Havel. Leí en otro tiempo muchas de sus contribuciones a los periódicos de lengua inglesa durante más de veinte años, la oí dar conferencias y la conocí entre los camaradas en Londres en 1897. Y pienso que su memoria será restaurada, tarde o temprano, por E. Goldman que ha preparado un esbozo de su vida y de su carácter, basado en sus impresiones directas de muchos años, y habrá quizás, otras publicaciones. Mientras tanto saco de sus propios escritos, del esbozo de Havel, y de muy pocas fuentes más, los informes siguientes, muy a menudo con sus propias palabras, y les seguirá una ilustración de sus ideas por extractos de sus escritos.
Max Nettlau
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