Polémica Outin (sicario de Marx) Vs Bakunin




La polémica suscitada por los autoritariamente intransigentes marxistas en la Conferencia que la Internacional celebró en Londres, en septiembre de 1871, estaba más que preparada y ensayada de antemano. Ya en la sesión preparatoria de la misma parece ser que Lorenzo no tuvo una buena impresión del tal  Outine. Las personas de alma limpia y transparentes en su proceder como lo era Anselmo Lorenzo, tienen una especie de sexto sentido para oler la impostura oculta tras una falsa sonrisa fraternal. La impresión que le causó Marx tampoco fue la que esperaba de un supuesto luchador por las libertades de todos los trabajadores del mundo, no perdiendo nunca oportunidad para defenestrar a todos los compañeros de la Internacional si se atrevían a cuestionar sus diatribas "científicas". El servilismo que mostraban los discípulos del "maestro" asqueaba el profundo sentido igualitario de Lorenzo. La reunión preparatoria de la Conferencia debía celebrarse aquella noche, reuniéndose previamente el Consejo General, al que serían presentados los delegados. Lorenzo continúa el relato: 


<<Marx me acompañó al local del Consejo. A la puerta, junto con algunos consejeros, se hallaba Bastélica, el francés que presidió la primera sesión del Congreso de Barcelona, quien me recibió con las mayores demostraciones de aprecio y alegría y me presentó a los compañeros, algunos de nombre ya conocido en la historia de La Internacional, entre los que recuerdo Eccarius, Young, Jhon Hales, Serrailler, Vaillant, emigrado de la Comuna de París, etc. Marx presentóme a Engels, quien desde aquel momento se encargó de darme hospitalidad durante mi residencia en Londres. Ya en la sala de sesiones vi a los delegados belgas, entre ellos César de Paepe, algunos franceses, el suizo Henry Perret y el ruso Outine, figura siniestra que en la Conferencia no pareció tener otra misión que atizar el odio y envenenar las pasiones, siendo completamente ajeno al gran ideal que agitaba a nuestros representados, los trabajadores internacionales.


De la semana empleada en aquella Conferencia guardo triste recuerdo. El efecto causado en mi ánimo fue desastroso: esperaba yo ver grandes pensadores, heroicos defensores del trabajador, entusiastas propagadores de las nuevas ideas, precursores de aquella sociedad transformada por la Revolución en que se practicará la justicia y se disfrutará de la felicidad, y en su lugar hallé graves rencillas y tremendas enemistades entre los que debían estar unidos en una voluntad para alcanzar un mismo fin.


Para llevar adelante el propósito había un capítulo de cargos contra Bakunin y la Alianza de la Democracia Socialista, apoyada en documentos, declaraciones y hechos de cuya verdad y autenticidad no pudo convencerse nadie, sostenidos además con el testimonio de algún delegado presente como el ruso Outine, por ejemplo, y lo que es peor, con el silencio cobarde de algún aliancista presente, y lo que todavía es más malo, hasta con ciertas tímidas excusas; pero si todo esto, a pesar de ser repugnante por sí mismo, fue llevado en las sesiones de la Conferencia con cierta apariencia de regularidad, en el seno de las comisiones se manifestó el odio con toda su cruel desvergüenza.


Asistí una noche en casa de Marx a una reunión encargada de dictaminar sobre el asunto de la Alianza y allí vi a aquel hombre descender del pedestal en que mi admiración y respeto le había colocado hasta el nivel más vulgar, y después varios de sus partidarios se rebajaron mucho más aún, ejerciendo la adulación como si fueran viles cortesanos delante de su señor.>>

De esta conversación en casa de Marx surgió una polémica que afectó mucho a Bakunin, a pesar de que todo no fue más que un simple malentendido. Con ánimo de despejar dudas y aclarar dicho malentendido, Bakunin envió una carta a Lorenzo en la que le preguntaba lo que realmente sucedió, así como le avisaba de la clase de gusanos que eran Marx y Outin. La carta que Bakunin envió a Lorenzo no consistió simplemente en una simple negación de las evidentes mentiras graznadas por Marx y su secuaz Outine, ya que contenía varias páginas en las que Bakunin esgrimía sus argumentos extendidamente. Ello también mostraba que Bakunin apreciaba el juicio que hacia su persona pudiese tener Lorenzo, ya que sabía de sobras que Marx y su camarilla no eran más que una secta que sólo pretendía convencer de su dogma "científico" sin apreciar los matices que toda ciencia debe tener como base y sin ningún freno ético. 


En la traducción que yo tengo de la carta sobre Outine aparece nombrado como Utin, es bastante probable que Anselmo latinizara un poco el nombre. La susodicha carta comenzaba así:


Al ciudadano Lorenzo, delegado de la Región Española de la Asociación Internacional de los Trabajadores en la última Conferencia de Londres. 10 de mayo de 1872, Locarno.


Estimado ciudadano:


Algunos amigos de Barcelona acaban de comunicarme, sólo ahora, que, preguntado por ellos sobre mi persona, a su regreso de Londres, usted les habría respondido con esas palabras:


”Si Utin dijo la verdad en Londres, Bakounine es un miserable. Si no es la verdad, Utin sólo es un vil calumniador."


Seis meses transcurrieron, aproximadamente, desde que usted planteó ese dilema. Y si los amigos de Barcelona no se hubieran decidido al final avisarme hoy yo ignoraría aún que el señor Utin se divirtió en calumniarme de modo infame en Londres, lo que por lo demás de parte suya no me sorprende, puesto que cada hombre hace por naturaleza lo que su propia índole le manda. Ahora sé por lo menos que me calumnió, pero desconozco el tenor de sus calumnias. En efecto usted debe saber, ciudadano, que mis compañeros y amigos, los herejes de la Federación Jurasiana, que la ortodoxia oficial e inquisitorial del Consejo General de Londres acordó castigar con la excomunicación mayor, colocándoles con arbitrariedad fuera de la Internacional, y yo que, desde hace tres años, vivo casi aislado en Locarno, no sabemos casi nada de lo que pasó, se dijo y fue resuelto ya sea en las sesiones oficiales, ya sea entre bastidores y en los conciliábulos más íntimos de aquella famosa Conferencia de Londres que, lo temo mucho, no fue más que un golpe de estado montado por gentes hábiles, para establecer en la Internacional la dominación de una pandilla excesivamente intrigante y ambiciosa y autoritaria hasta el supremo grado.


Bakunin, aunque con sobradas razones para abominar de semejantes falsarios, dio rienda suelta a su conocida falta de prudencia cuando combatía la mentira sonriente de los marxistas. Eso no hacía más que dar cancha a quienes quería desenmascarar con todas las razones libres de dogmas, según mi propia opinión. Aunque su ira era producto de la miserable desfachatez mostrada por los marxistas y era cuestión central dejar en evidencia el camino que seguiría la Internacional en manos de sectarios dogmáticos, como así ha demostrado posteriormente la Historia. Bakunin continuaba:


Vuelvo a mis calumniadores. Hablo de ellos en plural, porque usted no debe imaginar que ese mezquino judío ruso que se llama el señor Utin sea el principal y el único. Lo que dice y lo que hace no puede tener importancia sino porque es el instrumento del gran jefe de la sinagoga, el ciudadano Marx. Le dije a usted que ninguna mentira, ninguna calumnia, ninguna infamia procedente de Utin podrían sorprenderme; atormentado por una ambición y por una vanidad que sólo se igualan a su nulidad; la boca siempre llena de palabras pomposas, que aprendió al dedillo, y que va repitiendo como un papagayo, con la voz sonora, los ademanes patéticos, pero con el corazón absolutamente vacío de todo otro objeto que sí mismo, y con la cabeza incapaz de concebir y desarrollar una idea; superficial sin vergüenza, descarado mentiroso; cobarde y poltrón cuando no se siente sostenido, pero con una arrogancia fabulosa, del todo judía, cuando hay una masa muscular detrás suyo; versátil y muy falso, inclinando el lomo ante quien le parece influente y brillante, lisonjeando al proletariado con las burdas manifestaciones de una humildad y un respeto hipócritas, cambiando al fin los principios como otros cambian de ropa, según las exigencias del medio y del momento, ese diminuto miserable no tiene otra fuerza que su rematada altivez, su consciencia sin vergüenza, su incontestable talento para la intriga y una docena de mil libras de renta que le colocan muy bien dentro del partido de la reacción hoy dominante en la Internacional de Ginebra. 


El antisemitismo de Bakunin chocó con razón a Anselmo Lorenzo, entre las acusaciones dirigidas por Bakounine contra Marx descuella como motivo especial de odio la circunstancia de que Marx era judío. Para Anselmo Lorenzo esta aptitud de Bakunin contrariaba sus principios, que imponen la fraternidad sin distinción de razas ni creencias, y dijo al respecto "me produjo desastroso efecto, y dispuesto a decir la verdad, consigno esto a pesar del respeto y de la consideración que por muchos títulos merece la memoria de Bakounine". (El Proletariado militante, Madrid, 2005, p. 204.) Ha este respecto me refería cuando antes dije que Bakunin se dejó llevar por la ira que fundadamente le inspiraban los fariseos marxistas y cometió un error de bulto (según mi parecer) al culparles de su individual y miserable condición humana por haber nacido en una familia judía. A pesar de ello, no le faltaban razones más que fundadas para atacar ferozmente a quienes actuaban como fieras. Continuaba la carta dicíendole a Anselmo Lorenzo que Pellicer Farga podría darle constancia de primera mano acerca del proceder de Marx y su corte:


Nuestro amigo, Pellicer Farga de Barcelona, le podrá dar una idea perfectamente justa del partido de que le hablo, por haberlo visto proceder tanto en Ginebra como en el Congreso de Basilea. Ese partido, del que el señor Henry Perret que usted debió de encontrar en Londres es un muy digno representante y que se compone de la flor y nata de los ciudadanos-obreros de la relojería, se ha vuelto hoy muy poderoso en la Internacional de Ginebra, gracias al doble apoyo de los burgueses radicales para quienes acepta servir de instrumento y estribo, de un lado, y del Consejo General de Londres dirigido por la pandilla marxiana, del otro. Aprovechándose de esa alta protección, transformó no al pueblo, sino la organización de la Federación Romanda, dado que está representada por sus comités y su periódico oficial, L'Egalité, en una muy sucia intriga reaccionaria, y el señor Utin se encuentra naturalmente en su lugar.


Para acabar con él, añadiré que habiéndole hallado por vez primera en 1863 en Londres, y apreciado a su justo valor, siempre lo mantuve alejado de mi intimidad lo que valió por supuesto de parte suya un odio atroz. Ese odio lo había incubado silenciosamente en su pecho mientras no había encontrado un apoyo formidable en el odio mucho más serio que me dedica el ciudadano Marx. Sé de fuente segura, y podré probárselo de ser necesario, que Marx no sólo acogió favorablemente, sino que provocó las calumnias de Utin. 


Ya en 1870, cuando en nombre del Consejo General, Marx remitía a todos los Consejos o Comités regionales de la Internacional, una circular confidencial, redactada en alemán y en francés al mismo tiempo y llena, al parecer, de invectivas injuriosas y calumnias contra mí. Es un hecho de que sólo tuve conocimiento hace unas semanas, gracias al último proceso de Liebknecht. En los primeros meses de 1870, Marx escribía ya a Utin, encomendándole que reuniera cuantos documentos pudieran servir de base a una acusación contra mí ante el próximo Congreso. ¡Usted puede imaginar cómo Utin se las ingenió para hallar e inventar algo! Y a fuerza de falsedades consiguieron, dicen, fraguar todo un sistema de calumnias que, por ridículas que son, no dejan de ser odiosas calumnias en las cuales ellos mismos tan poco confían, que nunca se atrevieron a publicarlas, conformándose, ¡digna gente es esa!, con propagarla confidencialmente por medio de sus circulares, sus agentes y sus cartas, a espaldas mías.


En las siguientes líneas, Bakunin exponía la razón por la cual existía tanta inquina por parte de los marxistas hacia su persona. Sin pretensiones de liderazgo ni sectarismo, él abogaba por una firme oposición en contra del rumbo autoritario, de cuartel prusiano, de neopangermanismo que la Internacional estaba tomando en manos de las doctrinas de Marx. 


Usted me ha de preguntar ¿cómo pude atraerme ese odio terrible de Marx? Para hoy no puedo ni deseo entrar en los detalles, si bien sé que, por mucha repugnancia que siento por introducir cuestiones de personas en los debates de la Internacional y di una gran prueba de esta repugnancia, puesto que, a pesar de todos los ataques de mis enemigos, he guardado el silencio durante casi tres años, estaré en la obligación de hacerlo dentro de poco. En esta carta, que considero como el inicio de una lucha que deploro, pero que no puedo ya evitar, me conformaré con indicarle a usted las dos principales causas.


Mis amigos y yo, cometimos dos grandes crímenes: uno personal, y otro relativo a los principios. Pese a rendir completa justicia a la inteligencia, la ciencia del ciudadano Marx, así como a los servicios que prestó a la causa del proletariado, nunca quisimos inclinar nuestras cabezas ante él, ni reconocerle como nuestro jefe, por tener todos la idolatría en horror, y una aversión profunda, instintiva y reflexiva al mismo tiempo, por cuanto se denomine autoridad, gobierno, tutela, individualidades dominantes o jefes. Este es nuestro crimen personal. Es una rebelión contra quien, en su pío entusiasmo, el señor Liebknecht, uno de los rabinos subalternos de la sinagoga, llama "su preceptor".


Nuestro crimen relativo a los principios no es menos grave. Nos atrevimos a oponernos a la teoría de Marx, teoría esencialmente pangermánica y autoritaria, de la emancipación económica del proletariado y de la organización de la igualdad y de la justicia por el Estado, el principio latino eslavo, anárquico y rebelde de la abolición de todos los Estados. En consecuencia de ese principio, combatimos las tendencias, hoy demasiado ostensibles de la pandilla marxiana, al establecimiento de una disciplina jerárquica, de un gobierno y de una dictadura enmascarada en la misma Internacional, en provecho de un consejo general cualquiera. Tanto como los belgas, antes de ellos, el Congreso de la Federación Internacional del Jura proclamó, conforme a los estatutos generales primitivos, los únicos obligatorios para todas las secciones de la Internacional, que el Consejo General, por no ser y no tener que ser revestido de poder gubernamental alguno, es únicamente una Oficina Central de Estadística y Correspondencia, al mismo tiempo una suerte de bandera simbólica de la unión fraternal que debe existir entre los proletarios de todos los países. 


Para darle una muestra de la buena fe de nuestros adversarios, les citaré algunas palabras que encontré en el N° del 5 de mayo de "La Liberté" de Bruselas, periódico a cuya alta imparcialidad por lo demás suelo rendir justicia. Es una reseña, por otra parte bastante confusa y muy poco concienzuda, al parecer, del último Congreso de ustedes en Zaragoza. Tengo indicios para creer que es el señor Lafargue, yerno del señor Marx y comisario extraordinario del Consejo General en España, quien la hizo. Se dice: La circular del Jura que amenazaba la Internacional con una escisión y la creación de dos centros, sólo tuvo alguna importancia en Italia donde el movimiento proletario es del todo joven y entre las manos de los doctrinarios idealistas. Sí, tan doctrinarios, que rechazaron la doctrina marxiana del Estado, e idealistas hasta el extremo que sintieron repugnancia por las sucias intrigas y calumnias de los marxianos.


Aunque Bakunin nunca dudó de la inteligencia de Marx, sí que sentía honda preocupación de que esa inteligencia fuese usada sin ética, puesto que la inteligencia sin ética es el arma más destructiva que posee la especie humana.


Conozco a Marx desde hace tiempo, y si bien deploro algunos defectos, realmente detestables de su carácter, como una personalidad desconfiada, envidiosa, susceptible y demasiado propensa a la admiración de sí misma, y un odio implacable, que se manifiestan con las más odiosas calumnias y una persecución feroz contra cuantos, entre los que comparten las mismas tendencias que las suyas, tienen la desgracia de no poder aceptar ni su sistema particular, ni sobre todo su dirección personal y suprema, que la adoración, por así decirlo, idólatra y la sumisión demasiado obcecada de sus amigos y discípulos, le han acostumbrado a considerar como la única racional y como la única saludable, a pesar de constatar esos defectos que malogran a menudo el bien que él es capaz de proporcionar y que brinda, siempre he apreciado sumamente, y no pocos amigos podrán atestiguarlo de ser necesario, siempre he reconocido con justa razón la inteligencia y la ciencia verdaderamente superior de Marx y su entrega inalterable, activa, emprendedora, enérgica por la gran causa de la emancipación del proletariado. He reconocido y sigo reconociendo los inmensos servicios que ha prestado a la Internacional de la que fue uno de los principales fundadores, lo que constituye a mis ojos su mayor título de gloria. Pero pienso todavía hoy que sería una pérdida seria para la Internacional si Marx, frustrado en sus proyectos ambiciosos y en la realización de ideas prácticas, de cuya bondad sin duda alguna está convencido, pero que nos parecen a nosotros muy malas, quisiera retirar del desarrollo ulterior de nuestra gran asociación el concurso tan útil de su inteligencia y de su actividad. Pero todo ello no constituye una razón para convertirse en la herramienta ciega de Marx, y no vacilo en declarar que si hubiera que elegir entre su doctrina o su retiro yo preferiría su retiro.


Una vez expuestas las fundadas razones de su postura, Bakunin termina la carta haciendo algunas peticiones a Anselmo Lorenzo:


Puesto que en el fondo tengo que preguntarle a usted algo muy sencillo, le dirigí esta carta tan larga, ciudadano, porque me pareció útil y justo que tras haber oído todas las mentiras, que nuestros enemigos llevaban por todas partes contra nosotros, usted y sus amigos escucharan al fin, de nuestra propia boca, la exposición verídica de nuestros sentimientos, nuestras opiniones e intenciones.


Ahora le corresponde juzgar a usted. En cuanto a la solicitud que creo tener el pleno derecho de dirigirle es muy sencilla y sin duda usted ya la habrá adivinado.


Le he dicho que ignoro todavía el contenido de las calumnias que usted oyó proferir por el señor Utin contra mí; pero supongo, que habrían podido ser muy graves, puesto que pudieron incitarle a expresarse sobre mi persona de modo dubitativo, es verdad, pero que no deja de ser muy injurioso para mí. Usted comprenderá [que] no puedo quedar tranquilo con el dilema que me plantea dándome por compañero al señor Utin y dado que usted pensó deber presentarme este dilema, es igualmente su deber darme el medio de salirme del mismo. Para eso sólo hay un único medio, y es que me repita cuanto antes cuanto le dijo el señor Utin u otros contra mí, y no sólo contra mí, porque si soy el principal acusado, tengo la certeza que no soy el único, habiendo buena parte de mis amigos Adhémar Schwitzguébel y sobre todo James Guillaume.


No necesito decirle a usted que al repetirlo todo, y absolutamente todo cuanto hubiera oído decir contra nosotros, usted cumplirá con un único [sencillo] deber y no cometerá un acto de indiscreción e indelicadeza. Ningún hombre, que acusa a otro de acciones infames, a no ser que sea un cobarde, osará pedir el secreto, excepto si pretende hacer de quien le escucha su cómplice. Por otra parte, usted ha de desear al igual que yo mismo, como nosotros todos, que se haga la plena luz, que los chismes horribles, que la baja calumnia no puedan ya renacer nunca más. Y para esto sólo existe un medio, es decir toda la verdad, repetir fríamente cuanto se oyó, cuanto se sabe.


Por tanto en nombre de mi derecho incontestable, en nombre de su propia honra, por el interés mismo de la Internacional le pido que tenga a bien responderme, con la mayor precisión y fidelidad de detalles a las cuestiones siguientes:


1) ¿Qué son los hechos que Utin, H. Perret, Marx o algún otro individuo de la misma compañía formularon tanto contra mí como contra mis amigos Guillaume y Schwitzguébel, y qué pruebas le aportaron en apoyo a sus acusaciones contra nosotros?


2) ¿Ante quiénes y en qué circunstancias esas acusaciones se hicieron contra nosotros? ¿En conversaciones privadas o en plena conferencia?


3) ¿La Conferencia de Londres trató de éstas oficialmente? ¿Y de ser así, qué son las resoluciones que acordó en relación con nosotros?


Deseo avisarle, ciudadano, que unas copias de esta carta, que recibirá de las manos de nuestros amigos de Barcelona, serán remitidas por nosotros a varios íntimos amigos de diferentes países, y que haré lo mismo con la respuesta que espero recibir pronto de usted, sea la que sea. No necesito añadir que a falta de simpatía, cuento con su lealtad y su justicia.


Posteriormente, Anselmo Lorenzo nos relata en "El proletariado militante" lo ocurrido tras su regreso de Londres:


<<Llegado a Madrid me encontré miembro del nuevo Consejo regional nombrado en Valencia, al que dí cuenta de mi cometido y de mis impresiones para cumplir las disposiciones reglamentarias. En carta particular dirigida a los amigos de Barcelona explicándoles lo de la Conferencia, escribí esta frase: "Si lo que Marx ha dicho de Bakunin es cierto, éste es un infame, y si no, lo es aquél"; no hay término medio: tan graves son las censuras y acusaciones que he oído. Alerini o Farga transmitieron estas palabras a Bakunin, y éste respondió con una carta extensa defendiéndose, que Alerini me transmitió algún tiempo después, hallándome en Vitoria, donde fuí a parar después de haber dimitido mi cargo de secretario general del tercer Consejo federal residente en Valencia. De esta carta y de otra posterior que no recibí hace mención Víctor Vave en su artículo Michel Bakounine et Karl Marx, publicado en "L'Humanité Nouvelle" en Marzo de 1900.


Es sensible la pérdida de aquella carta: habiendo de pasar a Francia, la dejé, junto con todos mis papeles, confiada a mi buen amigo Manuel Cano, que murió después, perdiéndose en consecuencia aquel depósito. Lo notable de aquel documento, según la impresión que conservo, es que entre las acusaciones dirigidas por Bakunin contra Marx descuella como motivo especial de odio la circunstancia de que Marx era judío. Esto, que contrariaba nuestros principios, que imponen la fraternidad sin distinción de raza ni de creencia, me produjo desastroso efecto, y dispuesto a decir la verdad, consigno esto a pesar del respeto y de la consideración que por muchos títulos merece la memoria de Bakunin.>>


Hoy sabemos que la carta de respuesta sí fue enviada a Bakunin por Manuel Cano antes de morir. Su contestación, que se conservó entre los papeles de Bakunin que estudió Nettlau, es evasiva; Lorenzo acababa de dejar su puesto en el Consejo Federal español y para no encontrarse complicado más tiempo en las luchas intestinas que amenazaban con destruir la International en España: no trató de intervenir en la querella entre Marx y Bakunin aceptando el papel de parte que este le pedía que asumiera. Respondió:


<<Compañero Bakounine,... No puedo precisar ninguna de las acusaciones dirigidas contra usted por Utin.... Lo que oí sobre usted se dijo en las sesiones oficiales de la Conferencia, y se halla en los documentos que podrán ser reclamados en el próximo Congreso de La Haya: se verá allí lo que usted desea conocer, sin que yo tenga que acusar a nadie a propósito de lo que -con tuerto o con razón, no lo sé- pudo decirse contra usted u otros; evitaré así el desempeñar el papel de delator... Me abstengo de discutir de la cuestión de principios. Le agradezco la exposición que me hizo de lo que profesa, porque usted contribuye de ese modo a ilustrarme; y le declaro a mi turno que mis principios, o, por decirlo mejor, mi convicción y mi conducta como internacional consiste en reconocer la necesidad de agrupar, y a intentar agrupar, a todos los trabajadores en una organización que, siendo una fuerza social para luchar contra la sociedad actual, sea una fuerza intelectual que estudia, analiza y afirma por sí misma, sin necesidad de mentores de ningún tipo, y sobre todo de quienes poseen una ciencia adquirida por los privilegios de que gozan o gozaron, sea lo que fuere su pretensión de colocarse como abogados del proletariado.>> [Carta reproducida en Nettlau, Michael Bakunin, eine Biographie, Londres, 1896-1900, p. 590.]


En 1906 Nettlau hizo llegar una copia de la misma carta a Anselmo Lorenzo, ya que no recordaba el contenido expresado en ella tras tantos años, y James Guillaume dejó constancia de la respuesta que dio Lorenzo poco después:


Vuelvo a encontrar en esta respuesta mis frases habituales, lo que podría llamarse mi estilo. Esta lectura me dio pena, porque, bajo la impresión de las circunstancias especiales en las que me hallaba, había escrito con cierta dureza, muy alejada de la admiración y del respeto que me inspiró siempre Bakounine. Dimisionario del Consejo Federal de Valencia, víctima de las enemistades y de los odios que habían entrañado las disidencias, yo que siempre rehuí de las luchas personales, y encontrándome en aquel entonces, por dichas causas, aislado y triste, escribí con este tono, que hoy en día reconozco injusto. [Guillaume James L’Internationale (Documents et souvenirs), París, 1985, - reproducción de la edición en cuatro tomos, entre 1905 et 1910-, tome II, quatrième partie, chapitre IV, p. 293.]




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