Grigori Medvédev. La verdad sobre Chernóbil




Un experimento inseguro


El mismo día 25 de abril de 1986, en la CN de Chernóbil, se estaban preparando para parar la planta n.º 4 con el fin de realizar una revisión reglamentaria. Mientras la planta estuviera parada, se pensaba realizar un experimento siguiendo un programa elaborado por el ingeniero jefe, N. M. Fomín. Se desconectarían los sistemas de defensa del reactor y las instalaciones de la CN quedarían sin corriente, utilizándose tan sólo la energía mecánica del generador (giro por inercia) para obtener energía eléctrica.


Se había propuesto realizar ese mismo experimento a muchas otras centrales nucleares, pero, debido a su riesgo, todas se negaron. La dirección de la CN de Chernóbil había accedido a llevarlo a cabo…


Fomin (derecha) y Bryukhanov en el juicio por Chernobil


¿Para qué servía ese experimento?


En caso de que las instalaciones de una central nuclear se queden sin corriente, lo que puede suceder durante su funcionamiento, se pararán todos los mecanismos, incluyendo las bombas que suministran el agua refrigeradora al núcleo del reactor. Como resultado, el núcleo se fundirá, lo que equivale a una avería nuclear grande.


El experimento con la energía por inercia del turbogenerador permite evitar este peligro y conocer las posibilidades de aprovechamiento de otras posibles fuentes de energía eléctrica, pues mientras el rotor del generador siga girando, habrá energía eléctrica. Se la puede y se la debe utilizar en casos extremos.


Semejantes experimentos, pero con las defensas del reactor conectadas, se habían realizado antes en otras centrales nucleares. Y tuvieron un éxito completo. Yo también participé en ellos personalmente.


Sin embargo, el programa aprobado por el ingeniero jefe de la CN de Chernóbil, N. M. Fomín, no cumplía ninguna de las normas impuestas en anteriores experimentos de semejantes características.




Antes de proseguir, haré algunas aclaraciones necesarias para el lector inexperto en el tema.


Simplificando al máximo, se puede decir que el núcleo del reactor tipo RBMK representa un cilindro de aproximadamente catorce metros de diámetro y siete de altura.


Dentro, ese cilindro está completamente relleno con barras de grafito, en cada una de las cuales hay un canal tubular. En esos canales es donde se coloca el combustible nuclear. El cilindro del núcleo está atravesado simétricamente por agujeros pasantes (tuberías), en las que se mueven las barras reguladoras que absorben los neutrones. Si todas las barras se encuentran abajo (dentro del núcleo), el reactor está inactivo. A medida que las barras son extraídas comienza la reacción en cadena de la fusión del núcleo, y la potencia del reactor va en aumento. Cuanto más se extraen las barras, más aumenta la potencia del reactor.


Cuando el reactor está cargado de combustible fresco, su reserva de reactividad (simplificando, su capacidad para aumentar la potencia neutrónica), supera la capacidad de las barras absorbentes para parar la reacción en cadena. En este caso, se extrae una parte de los ensamblajes del combustible y en su lugar se colocan barras absorbentes fijas (denominadas absorbentes suplementarios, AS), para ayudar a las barras móviles. A medida que el uranio se gasta, esos absorbentes suplementarios son extraídos y su lugar lo ocupa el combustible nuclear.


Sin embargo, existe una regla inquebrantable: a medida que el combustible se va gastando, el número de las barras absorbentes colocadas en el núcleo no puede bajar de 28-30 unidades (después de la avería de Chernóbil, su número fue aumentado hasta 72), porque en cualquier momento la capacidad del combustible para acrecentar su potencia puede superar la capacidad de absorción de las barras reguladoras.


Esas 28-30 barras que se encuentran en la zona de alta actividad son las que constituyen la reserva operativa de reactividad. En otras palabras, a lo largo de todas las etapas de explotación del reactor, su capacidad de aceleración no debe superar la capacidad de las barras absorbentes para frenar la reacción en cadena.


La planta n.º 4 de la CN de Chernóbil comenzó a funcionar en diciembre de 1983. Cuando la planta fue parada para su revisión y puesta a punto, planeada para el 25 de abril de 1986, el núcleo del reactor contenía 1.659 ensamblajes de combustible (cerca de 200 toneladas de bióxido de uranio).


En enero de 1986, el director de la CN, V. P. Briujánov, envió ese peligroso programa experimental al diseñador general, al Instituto Hidroproekt y a la Comisión Estatal de Vigilancia de la Energía Atómica. Sin embargo, no recibió ninguna respuesta. El silencio no preocupó lo más mínimo a la dirección de la CN, ni a la empresa explotadora, Soyuzatomenergo. Tampoco se mostraron preocupados el Instituto Hidroproekt ni la Comisión Estatal.


La negligencia y el abandono de las instituciones estatales llegaron a tal grado, que todas ellas prefirieron mantenerse calladas, sin aplicar ninguna sanción, aunque tanto el proyectista general como la empresa explotadora (VPO Soyuzatomenergo) y la Comisión Estatal tienen derecho a hacerlo. Más aún, es su obligación directa. Pero, en esas organizaciones hay personas concretas responsables de todo ello. ¿Quiénes son? ¿Dan la talla para ocupar sus cargos?


Zona de exclusión de la central nuclear de Chernobil, en la localidad abandonada de Orevichi (Bielorrusia).


En Hidroproekt, proyectista general de la CN de Chernóbil, el responsable para la seguridad de las centrales nucleares era B. S. Konviz. Es un experimentado proyectista de centrales hidroeléctricas, candidato a doctor en ciencias técnicas en la rama de construcciones hidroeléctricas. Durante muchos años (desde 1972 hasta 1982) había sido director de la sección de proyecciones de las CN. Desde 1983 era el responsable de la seguridad de las centrales nucleares. Cuando en los años setenta Konviz comenzó a proyectar las centrales nucleares, es poco probable que supiera lo que era un reactor nuclear. La física nuclear le era conocida sólo por los manuales de colegio, y para participar en la proyección nuclear, Konviz invitó a especialistas en el campo de la hidrotécnica.


Todo parece claro. Semejante persona no podía prever la catástrofe a la que podía llevar el programa y el propio reactor.


—¿Pero por qué se dedicó a un trabajo que no era el suyo? —exclamará el lector estupefacto.


—Porque era un trabajo prestigioso, se ganaba mucho dinero y era cómodo —contestaría yo


—. ¿Y por qué se dedicaron a lo mismo Mayorets y Scherbina? La misma pregunta y respuesta es aplicable a una larga lista de nombres…


Es difícil imaginar ahora qué estaría pensando Fomín en aquellas horas fatales, pero sólo una persona que no entiende nada de los procesos de física de neutrones, o alguien demasiado confiado en sí mismo, podría desconectar el sistema de refrigeración de emergencia del reactor que, en los segundos críticos, tal vez hubiera anulado la explosión haciendo bajar bruscamente el nivel de vapor en el núcleo.


Sin embargo, la desconexión del sistema de refrigeración es lo que se había hecho, y además, como ya sabemos, conscientemente. Por lo visto la excesiva autoconfianza opuesta a las leyes de la física nuclear cegó los ojos al ingeniero jefe adjunto de explotación, A. S. Diátlov, y a todo el personal directivo de la planta n.º 4. De lo contrario, en el momento de la desconexión del sistema de refrigeración de emergencia, alguno de ellos debía haberse echado atrás y exclamar:




—¡Parad! ¡Qué estáis haciendo! Mirad alrededor. Aquí al lado se encuentran ciudades antiquísimas: Kíev, Chernígov, Chernóbil, las tierras más fértiles del país, los florecientes jardines de Ucrania y de Bielorrusia… ¡En la maternidad de Prípyat gritan las mujeres que van a dar a luz, están naciendo nuevas vidas! ¡Han de vivir en un mundo limpio, limpio! ¡Deteneos!


Pero nadie se detuvo, nadie gritó. El sistema de refrigeración fue desconectado con toda tranquilidad, los cierres en la línea del suministro de agua al reactor fueron desconectados de la corriente eléctrica y cerrados de tal modo que, en caso necesario, ni siquiera podrían ser abiertos manualmente. Porque se pensaba que tal vez a algún tonto se le ocurriría abrirlos y los 350 m de agua fría golpearían al reactor caliente… Sin embargo, en el caso de la avería máxima prevista, el agua fría de todas maneras tendría que llegar hasta el núcleo. En ese caso, de los dos males, habría que elegir el menor. Es mejor suministrar el agua fría al reactor caliente que dejar el núcleo ardiendo, sin agua. Porque, perdida la cabeza, no se llora por el pelo. El agua del sistema de refrigeración de emergencia llega justamente en el momento oportuno, y las consecuencias de un golpe térmico son, sin comparación, menos graves que las de una explosión…


Psicológicamente, se trata de una cuestión difícil. La culpa la tiene el conformismo de los operadores, desacostumbrados a pensar por cuenta propia, lo mismo que la negligencia y la dejadez que reinaba en la dirección de la CN y que se convirtió en una norma. También jugó su papel la falta de respeto por el reactor nuclear, que era visto por el personal de explotación casi como si de un samovar se tratase, tal vez algo más complejo. El personal olvidó la regla máxima de los que trabajan en técnicas con riesgo de explosión: «¡Recuerda! ¡Las manipulaciones incorrectas llevan a la explosión!». También existía la inclinación mental hacia el campo electrotécnico, pues el ingeniero jefe había hecho estudios de electricidad, y además había sufrido recientemente una importante lesión de la columna vertebral que había dejado huella en su comportamiento psíquico. Asimismo, es evidente el trabajo deficiente del servicio psiquiátrico de la enfermería de la CN, que debía vigilar el estado psíquico de los operadores y de la dirección de la CN para apartarlos del trabajo a tiempo en caso de necesidad…


Monumento a los bomberos de Chernobil



La verdad sobre Chernóbil es el relato lúcido e imparcial de una tragedia que, años después, suscita todavía miedo e inquietud. Grigori Medvédev nos ofrece lo que, sin duda, es el primer testimonio completo y objetivo. Un testimonio del que ha sido desterrada toda precaución o silencio administrativo.


Conocedor de la central de Chernóbil, puesto que trabajó en ella y conoce personalmente a sus principales protagonistas, el autor es un especialista en energía nuclear. Sus funciones le llevaron a participar en numerosas reuniones de alto nivel para la construcción de centrales nucleares.


Inmediatamente después de la catástrofe, Medvédev fue enviado en misión oficial a Chernóbil. 


Observó con sus propios ojos las secuelas del accidente, todavía frescas, y aprendió mucho de cuanto contempló. En su relato nos ofrece los detalles técnicos necesarios para la comprensión de los hechos; revela secretos relacionados con el funcionamiento de la burocracia, denuncia los errores de cálculo de los científicos y de los diseñadores de centrales nucleares, las nefastas presiones de la jerarquía, el daño causado tanto antes del accidente como en los días que siguieron, debido a la ausencia de glasnost (transparencia informativa).


La cronología de los días trágicos de abril y mayo de 1986 en Chernóbil ocupa un lugar destacado en el relato.


El autor describe el comportamiento y el papel de los numerosos actores del drama, hombres de carne y hueso, con sus cualidades y defectos, sus dudas, debilidades, errores y heroísmos, ante el monstruo nuclear desatado. La lectura de estas páginas es profundamente emotiva. Descubrimos la proeza de los bomberos. La verdad sobre Chernóbil nos revela el heroísmo de los electricistas, de los operadores y otros agentes de la central, que lucharon para impedir que el accidente se propagase.


Todo lo que concierne a la catástrofe de Chernóbil, sus causas y consecuencias, debe ser objeto de la glasnost. Es necesaria la verdad absoluta. Cada uno debe poder formarse su propia opinión sobre una cuestión que afecta de cerca a su vida, a la de su familia y a su descendencia. Cada cual debe tener el derecho de participar en la adopción de decisiones que determinan el destino de nuestro país y del planeta.

ANDREI SAJAROV, mayo 1989

GRIGORI MEDVEDEV. Trabajó como ingeniero jefe adjunto en la unidad 1 del reactor de la central nuclear de Chernóbil en 1970. En el momento de la catástrofe de Chernóbil en 1986, Medvédev era subdirector del principal departamento industrial en el Ministerio de Energía Soviética frente a la construcción de centrales nucleares. Como Medvédev conocía bien la planta de Chernóbil, fue enviado de vuelta como un investigador especial inmediatamente después de la catástrofe. Su libro La verdad sobre Chernóbil en 1991 fue galardonado con el Los Angeles Times Book Prize, Ciencia y tecnología.


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