Elias Reclus. Impresiones de un viaje por España, (Notas de un bloc en país de revolución) 1ª Parte: Del 26 de septiembre al 22 de noviembre de 1868.


Elias Reclus


Elias Reclus, hermano del gran geógrafo y anarquista Eliseo Reclus, estuvo por tierras españolas durante uno de los momentos históricos más importantes dados en España. Sus experiencias quedaron inmortalizadas en un bloc de notas que ha llegado hasta nuestros días gracias a su publicación en La Revista Blanca a través de distintas entregas durante 1932, 1933 y 1934. 


Elias no era anarquista como terminó siéndolo Eliseo. Aunque esto de las etiquetas sólo me gusta para los tarros de conserva, podríamos decir que era un convencido republicano federal, además de un gran humanista, en lo que sí que coincidía plenamente con su hermano Eliseo. 


Gracias a su amistad con algunos de los republicanos más señeros de España, sobre todo con Fernando Garrido, pudo viajar con este y otros oradores por toda la geografía española en los momentos más decisivos de la revolución llamada "La Gloriosa", cuando estaba en juego la forma de gobierno, República o Monarquía.


En esta primera parte comparto con vosotr@s las seis primeras entregas del diario publicadas en La Revista Blanca. Comienza con su llegada a Barcelona el 26 septiembre de 1868 y termina el 22 de noviembre en Valencia. Aquí podremos conocer a través de la experiencia vivida por Elias como la revolución, La Gloriosa, se conducía hacia otra monarquía en lugar de a la República Federal. Este testimonio nos ayuda en gran medida a conocer la realidad de aquellos años a través de la palabra escrita por un buen hombre, alejado de intereses propios y sectarismos fanáticos. Por ello, la objetividad con la que nos muestra lo acontecido despeja muchas dudas y pone en su justo sitio a los traidores que abusaron de la bondad del pueblo para alimentar sus egos: como Prim, Topete o el más infame de todos ellos, Serrano, asesino del primero. 


En el Doc adjunto podéis encontrar los enlaces directos para descargar los números de La Revista Blanca -desde la Hemeroteca Nacional- en los que fueron publicadas las diferentes partes del diario. Os dejo un pequeño extracto para ir abriendo boca. 




Barcelona, 26 septiembre 1868


Al salir de París, las últimas palabras que escuché sobre los asuntos de España fueron estas:


«La junta de Madrid se ha disuelto y las restantes se disolverán, abdicando en favor de los monárquicos. Prim prepara un golpe de Estado — por medio de un plebiscito o de otro procedimiento — para erigirse en dictador. Traicionada por Rivero y por Olózaga, la revolución está perdida. Ya no se puede hablar de la República, pues ha muerto antes de nacer.»


Y las primeras que impresionaron mis oídos al llegar a España fueron estas otras: 


«Esto había principiado demasiado bien para no terminar mal. Nuestros partidos están dispuestos a apuñalarse. La lucha será espantosa.»



27 de Octubre


El Ayuntamiento revolucionario hace derribar tres iglesias, so pretexto de que dificultan la circulación. Figura entre ellas la de los jesuítas. Nadie se atreve a decir nada contra la santa religión católica, pero todo el mundo arremete contra los jesuítas. «Son ellos -dice la gente- los responsables de todos nuestros males.» Ese derribo se efectúa lentamente. No hay dinero ni entusiasmo. Si no fuera ya demasiado tarde, la idea de tales derribos sería abandonada. Los mismos liberales protestan en nombre del arte. Esos pobres burgueses ignoran que el arte jesuíta es lo más falso, lo más feo y lo más repugnante del mundo. Ignoran que ese arte es una execración.



29 de octubre


Las Juntas improvisadas al día siguiente de la victoria, pidieron, imitando a la de Madrid, el sufragio universal y la ratificación de sus poderes. Fueron nombrados miembros definitivos de las Juntas revolucionarias, aquellos que podían tener algún ascendiente sobre el pueblo; republicanos, reaccionarios y una mayoría de progresistas o burgueses liberales, sin principios políticos bien definidos, que soñaban con una monarquía constitucional. La actitud de la Junta de Madrid, delegando los poderes supremos en Topete, Serrano y Prim, no fue muy gallarda que digamos. El primero había dado la señal de la insurrección, el segundo había dado la batalla y el tercero había sabido explotar del mejor modo la victoria. Ese triunvirato compuso un ministerio de monárquicos. Pero Serrano había declarado que para que fuera la expresión verdadera de la voluntad del país, era necesario que formaran parte del Gobierno provisional algunos republicanos, añadiendo que por su parte consideraría un gran honor sentarse al lado del demócrata Rivero. Y Rivero, que había sido nombrado alcalde de Madrid, dijo que prefería un puesto que le permitiera estar en relación más íntima con el pueblo. Los republicanos murmuraban contra el Gobierno, contra la Junta y contra Rivero. Pero se les dejó murmurar...



Barcelona, 10 de noviembre


Gran escándalo. Gran irritación. El manifiesto de los «Girondinos» ha aparecido y desde la publicación de ese «factum», los que ayer eran los más pacíficos hoy hablan tan alto como los más coléricos. Todo el mundo protesta. Por todas partes se riñe y se habla: y antes de haber escuchado a los imprudentes se les condena. En nombre de la paz y de la concordia, cada uno lleva la mano a la empuñadura de su espada y los más impacientes se cansan ya. Es que hay paces que hacen más daño que las abdicaciones y las traiciones. Cuando el gobierno provisional, saliéndose de la imparcialidad que había prometido, maniobró secretamente en pro del restablecimiento de la monarquía, pensó escamotear la República por medio de un plebiscito que era una añagaza, la indignación fue grande. Fue bastante grande para despertar al partido republicano de su quietud, para hacer surgir jefes, diarios, organizaciones y comisiones de propaganda. Se creyó entonces en la mala fe, en la perfidia, y, sin embargo, todo el mundo debía ya saber que ese gobierno provisional, compuesto de monárquicos compadres de los diversos pretendientes, obedecía a Prim y Serrano, dos ingratos amantes de la ingrata Isabel. Pero la indignación fue más grande al presentarse la nueva proposición para escamotear la República, proposición hecha por republicanos. ¡y qué republicanos! ¡Jefes de partido! Mientras que el ejército isabelista y el ejército de los insurrectos campaban aún por los campos de batalla, ese primer acto de Madrid en revolución fue aclamar a esos hombres y ponerlos a la cabeza de las Juntas. Esos hombres compusieron un gobierno provisional al cual dieron todos los poderes. En ese gobierno entronizaron a los vencedores de Alcolea, y no se lo reprochamos, pues es evidente que no pudieron hacer otra cosa, pero les acusamos de haber tenido la modestia de no formar parte de él.


Los republicanos habían participado en la lucha: partícipes de la victoria, debían también participar en el Poder, y los hombres que eran sus jefes de fila no tenían el derecho de mostrar tanta abnegación. Hasta entonces, sin embargo, sólo  se les censuraba en secreto. Los republicanos de la Junta Revolucionaria de Madrid tomaron por la mano al Gobierno Provisional, aportándole las respuestas del pueblo y aconsejándole las medidas a tomar en las coyunturas diversas. Esto era poco. He aquí lo que ocurrió. El Gobierno Provisional, fortificado por este concurso abnegado, se creyó al fin capaz de gobernar, dispuesto a ocupar la escena con su única persona y ordenó que las Juntas revolucionarias se disolviesen. Sin embargo, estas Juntas eran la representación del sufragio universal, que reinaba y debía siempre reinar, nos decían. Sin embargo, las Juntas conducían la acción revolucionaria desde las ciudades a los más pequeños burgos y todos los municipios volvían a la vida comunal. 



Miércoles, 18 de noviembre


El agitador Fernando Garrido, que acaba de llegar, se hospeda en la Fonda del Cid, donde le esperaba Orense, el patriarca de la revolución española. Garrido nos trae noticias de Tortosa, donde el pueblo, como en Palamós, Palafrugell, Reus. Tarragona, Martorell, etc., ha aclamado la República Federal. Garrido ha encendido de Norte a Sur los entusiasmos populares. Orense ha hecho lo propio del Sur al Norte, en Murcia. Alcoy, Játiba y otras poblaciones. Y Castelar, el más grande orador de la España republicana, el más joven y el más popular, se les incorpora. Rivero, con su defección, ha sido la causa involuntaria del extraordinario éxito de los republicanos.


Era el jefe y el más obedecido del partido, que consideraba a Orense demasiado viejo, pues tiene setenta años. Siendo él quien lo hacía todo ya desde antiguo, las gentes se acostumbraron a obedecerle. Se aceptó que se pusiera de acuerdo con Prim, Topete y Serrano, y a instancia suya y bajo su palabra de honor de que la disolución de las Juntas sería un bien positivo para la República, las Juntas no tuvieron inconveniente en disolverse. Pero cuando Rivero dejó caer la máscara aliándose con Olózaga, la estupefacción fue enorme. ¿Cómo explicarse aquella traición?



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