Por qué no somos comunistas (La Revista Blanca 1-1-1929)


Mientras se sostuvo el mito de la revolución rusa, las fuerzas socialistas revolucionarias no pensaron más que en hacer la revolución y todo a ella lo sometían. El objetivo del acto de fuerza se dejaba a un lado, considerándolo un estorbo, un lastre, una fuerza muerta. ¿ No se había hecho la revolución social en Rusia? ¿Por qué, pues, no llevarla a cabo en las naciones de Occidente, mucho más adelantadas que las que habían explotado los zares?

Pero cuando el mito ruso se ha destacado políticamente por sus propios actos, ha podido verse que aquella no era la revolución social, ni siquiera la dictadura del proletariado, y que lo único que había hecho la tal revolución era elevar a muchos obreros y a otros tantos intelectuales a la categoría de burócratas, produciéndose una segunda clase dentro de la clase obrera: la del funcionario público comunista, que, en la explotación del trabajador, había substituido a los parásitos del antiguo régimen.

Esto dentro del país. Fuera, ha nombrado a sus diplomáticos, que alternan con los de la burguesía e intrigan lo mismo que aquéllos, estableciendo pactos, concertando alianzas y habitando palacios, mientras algunos obreros industriales de Rusia, trabajaban la jornada de siete horas, lo mismo que algunos obreros industriales de Norteamérica. Entonces se ha pensado en reconstruir aquellos ideales que a la vista de la revolución rusa se habían abandonado, creyendo que lo principal era hacer una revolución cual la hecha en el Norte, para defenderlos y explicarlos claramente y practicarlos, si ello era posible, al día siguiente de la revolución, que había de ser la que emancipara a la humanidad de la explotación del hombre por el hombre, considerando que mientras exista dicha explotación, sea quien fuere el que la ejerza y sea quien fuere el nombre y el color que tome, el hombre, el individuo, no podía ser libre, porque dependería del mito o del hombre que le diera el salario, aunque cubriese sus necesidades y ningún salario las cubre, no satisfaciendo sus anhelos.

Pero, por las confusiones que se han establecido entre los ideales socialistas, parece que hay que recomenzar la propaganda, volviéndola al ser y estado en que la colocaron Carlos Marx y Miguel Bakunin, Ignorantes en historia socialista algunos obreros y más aún algunos intelectuales, se extrañan de que los libertarios combatan a los socialistas de Estado, que tal son los llamados comunistas, y a los socialistas propiamente dichos.

Si conocieran; la historia del socialismo y la de sus hombres, sabrían que este mismo asunto que se debate ahora entre socialistas políticos, comunistas o no, y socialistas anarquistas, dividió, hace muy cerca de sesenta años, a los militantes en la primera Internacional, y que los obreros anarquistas y aun los escritores de la misma ideología, que combaten al comunismo de Estado, no hacen más que continuar la historia de la incompatibilidad entre la organización del Estado, que representan todos los autoritarios, y la libertad del individuo, que representan todos los libertarios. Así como en Lenin y Trotzki hablaron Marx y Engels, en nosotros hablan Bakunin
y Cafiero.

No se combate al comunismo ruso por que haya hecho una revolución más o menos comunista: se le combate porque dentro del terreno de la idealidad general socialista, representa el polo opuesto al anarquismo, como dentro del terreno político burgués los absolutistas son el polo opuesto de los demócratas. Había de haber hecho el comunismo en Rusia una verdadera revolución comunista de Estado y los socialistas antiautoritarios estaríamos al frente de ella, porque no se discute si mejor o peor, sino la propia doctrina y la propia intención. ¿Cómo no hemos de estarlo hoy, que, en nombre de una revolución comunista y de una dictadura proletaria, continúa allí la misma base social que los socialistas todos queremos modificar?

En nuestra opinión, lo mismo el socialismo que el comunismo de Estado no representan, dentro de la revolución socialista la emancipación del individuo, la emancipación política, la emancipación moral del individuo, que para los libertarios es lo importante.

Supongamos a los ciudadanos rusos económicamente emancipados con su actual revolución. Todo es común, todo es de todos... Advertimos a los partidarios que el comunismo tiene en España y en todos los países de habla castellana, que sólo cuando todo sea común y de todos se podrá decir que en un país cualquiera se ha establecido el verdadero comunismo de Estado.

Supongamos que todos los ciudadanos tienen lo que necesitan para comer y todos comen lo que determina la dirección de su comunidad. El Estado, con sus funcionarios, cuida de administrar los bienes comunales, que son todos los bienes. Los ciudadanos del país en que tales cosas ocurren pueden tener la seguridad de que trabajando cuanto y en lo que diga el Estado, tienen la vida material asegurada. ¿Ha de ser eso la revolución social libertadora? ¿Es que el hombre vive sólo de pan? ¿Es que estableciendo la igualdad económica, trabajando unos, administrando o trabajando otros y diciendo lo que hay que elaborar unos cuantos, hemos emancipado
moralmente a los hombres? De ningún modo.

Que no sólo de pan vive el hombre, que no con tener el estómago lleno está contento y satisfecho el individuo, lo demuestra la existencia de un ideal político y de un ideal moral que se ha colocado siempre en la historia de las luchas por la libertad sobre los intereses económicos.

Ya sabemos que Marx y Engels opinaban de otra suerte y también sabemos que como ellos opinaba Lenín, pero este es un extremo que se puede dilucidar con hechos vistos y palpables. La retórica y hasta la filosofía estorban, por innecesarias, en casos semejantes. Muchos que fueron ricos por sus padres perdieron la riqueza de sus familias y la propia fortuna en defensa de una libertad que nada tenía que ver con sus medios económicos, y que, desde luego, no podía mejorárselos.

¿Podían temer al hambre la mayoría de los jefes del republicanismo español, antes y después de la revolución de septiembre? No, y no. Los primeros perdieron sus vidas, los segundos sus cátedras y sus libertades personales. ¿Podían temer dificultades económicas Bakunin, noble y militar ruso ; Cafiero, hijo de casa acomodada ; Pisacane, que ostentaba el título ducal ; Reclus, sabio geógrafo; Kropotkín, príncipe de sangre real. No, no, y no. ¿Por qué se rebelaron, pues contra los injustos principios económicos de la actual sociedad y contra su organización política? Porque en el organismo humano hay algo superior a las reclamaciones del estómago, algo que existe en el sistema cerebral.

No puede ser, pues, el hambre, el factor económico, la causa del progreso, como pretendieron los hombres del materialismo que hoy priva en Rusia. Felizmente la especie humana no es tan ruin que sólo por el interés material se mueva.

Muchos anarquistas no han vivido ni viven del salario, y los que de él viven la mayoría, por su inteligencia y sus manos, ocupan puestos distinguidos en fábricas y talleres. Sin embargo, se les ve en las filas primeras de todo movimiento obrero, aun cuando a ninguno haya de mejorarles económicamente. Más aún, ellos son los primeros y algunas veces los únicos que van a la cárcel por sus ideales. No, la especie humana es más noble y más idealista de lo que pretende el materialismo histórico que inventó el comunismo de Estado.

Pedro Corominas, hijo de una familia burguesa y abogado, se dio a la tarea de ilustrar a los trabajadores dando conferencias en sus centros. ¿Qué le produjo aquel interés puramente moral? Ser preso en el castillo de Montjuich y designado como uno de los que habían de ser condenados a muerte. Tárrida del Mármol, si pasó hambre fué, precisamente, por propagar las ideas anarquistas con la oposición de su familia, que le retiró todo auxilio económico para hacerle claudicar. Y lo mismo uno que otro, tan pronto se vieron libres de muros, fosos y rejas, diéronse a la tarea de libertar a sus compañeros que quedaban presos y a los que habían sido condenados. ¿Qué ganancia material podían recibir por su acción bienhechora?

Galileo mismo, ¿qué beneficios sacó de su concepción esférica de la tierra? Ninguno. No obstante, su grito: «Sin embargo, la tierra se mueve», fué una rebelión de su espíritu contra la ignorancia y la maldad  de sus jueces.

Miguel Servet, ¿qué prebendas sacó de sus concepciones filosóficas y científicas? La muerte fue el pago que tuvo su talento, del que no quiso renegar ni ante la hoguera que encendió el miserable Calvino.

Ninguna víctima del fanatismo religioso, y ha habido muchísimas, sustentó ideas para sacar beneficios materiales de ellas.¡Pobre Juan Huss, pobre Giordano Bruno, que murieron ajusticiados por defender, no sus haciendas, sino la libertad de sus pensamientos!. Hay una dignidad moral por sobre todos nuestros sentidos. Pues si hay, como hay, una dignidad, una libertad, una idealidad, un espíritu superior a todas las conveniencias económicas, ¿cómo hemos de creer los anarquistas que las revoluciones han de pararse en cuanto den de comer al rebaño humano? ¿Cómo habiendo este espíritu superior a la materialidad de las conveniencias particulares, hemos de estar conformes los libertarios con la existencia de un Estado  que la revolución, que había de ser la que emancipara a la humanidad de la explotación del hombre por el hombre, considerando que mientras exista dicha explotación, sea quien fuere el que la ejerza y sea quien fuere el nombre y el color que tome, el hombre, el individuo, no podía ser libre, porque dependería del mito o del hombre que le diera el salario, aunque cubriese sus necesidades y ningún salario las cubre, no satisfaciendo sus anhelos.

Pues si hay, como hay, una dignidad, una libertad, una idealidad, un espíritu superior a todas las conveniencias económicas, ¿cómo hemos de creer los anarquistas que las revoluciones han de pararse en cuanto den de comer al rebaño humano? ¿Cómo habiendo este espíritu superior a la materialidad de las conveniencias particulares, hemos de estar conformes los libertarios con la existencia de un Estado que pregunta: «¿Libertad, para qué?», como queriendo decir : «Yo ya me cuidaré de que el pueblo esté bien».

No es una una cuestión de táctica lo que divide a los partidarios y a los adversarios del Estado; es una cuestión fundamentalmente moral y mental.

¡Que se haga antes, que se haga primero la revolución social, acudiendo a las urnas que acudiendo a las armas, no es lo importante! ¡ Que la conquista del Poder se realice antes por medio del voto que por medio de la fuerza, no importa mucho! Lo importante es que el pensamiento quede libre, que sobre el interés de la libertad no se coloquen otros intereses. Y los libertarios creen que mientras exista el Estado, lo mismo económico, que político, que religioso, sobre la libertad y sobre la dignidad se colocará el interés de aquel Estado, Por  esto somos de él adversarios, no por ser comunista ni por ser socialista : por ser Estado, únicamente.

De manera que cuantos creen que combatiendo a la revolución rusa hacemos labor negativa y somos un obstáculo a la revolución social, es porque desconocen la historia socialista y los principios anarquistas, que son los que representan, a la hora actual, la defensa de la libertad, como otras ideas la representaron en otras épocas. Y es que el comunismo y el socialismo que sostengan al Estado no representan nada, nada, en las revoluciones ni en las libertades presentes ni futuras.

¿El bien del obrero, el pan del obrero?... ¡Bah!... ¡También lo representaron un día los señores feudales y la Iglesia ! ¿La emancipación del obrero? No la sabemos ver dentro de ninguna categoría social; y categoría, y no otra cosa, es el Estado. Ademas, las revoluciones futuras no han de emancipar al obrero : han de emancipar al hombre, y esta emancipación no se hallará en un Estado social regido por funcionarios de diferentes categorías, que cuidarán que el ganado humano coma y duerma lo mejor posible, aunque nunca tan bien como ellos.

LA REDACCIÓN


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