Anatol Gorelik |
Texto publicado en "La Revista Blanca" el 1 de febrero de 1935 (Nº 315).
El anarquismo aspira realizar los fines deseados por medio de la libertad y del amor. Tiene la intención de no hacer daño alguno a nadie y desea fervientemente poder secar todas las lágrimas y aliviar todos los sufrimientos sin hacer llorar ni sufrir a nadie.
El día llegará, y llegará, indudablemente, cuando se podrá hacer el bien a los hombres sin hacer daño a nadie, ni a sí mismo, ni a los demás. Pero ahora, desgraciadamente, esto no es posible realizar completamente. Hasta el idealista más puro y mas inmaculado, él mismo, que como el Cristo legendario está dispuesto a sufrir torturas sin protestar y subir al cadalso con una sonrisa en los labios, no podrá evitar hacer sufrir a alguien con su actividad idealista y noble. Aparte del mal que se haría a sí mismo; también obligaría a llorar y sufrir amargamente a todos los que le quieren y que son sus amigos.
En las condiciones existentes de la vida, que está basada sobre violencia y coerción, se puede solamente tratar de hacer un mínimo posible de mal y realizar el máximo de bien para todos los hombres.
La humanidad se debate ahora desesperadamente en todo el mundo bajo el peso aplastador del yugo político y económico, y degenera y se bestializa paulatinamente por la miseria, la ignorancia, la esclavitud, la violencia y el exterminio mutuo. Especialmente cuando para defender estos regímenes de fuerza existen organizaciones militares, judiciales y policiales, que contestan con persecuciones, la cárcel, la tortura y el patíbulo a la menor tentativa seria de cambiar las condiciones existentes de vida individual y social.
Cambiar estas condiciones con métodos legales será muy difícil y casi imposible. Porque, aparte de que las leyes fueron hechas por los privilegiados para defender sus privilegios, no todos y no siempre están capacitados para llevar la lucha contra la violencia organizada y las fuerzas físicas y brutas que se oponen al progreso humano y el bienestar general con medios morales y espirituales. Y las revueltas, las sublevaciones y hasta las revoluciones violentas son a veces inevitables.
Las revoluciones violentas son un mal y un mal muy grande, pero son difíciles de evitar, porque son la consecuencia de los males existentes y de la violencia oficializada y, especialmente, de la falta de una educación adecuada y de una conciencia noble y elevada en las masas humanas.
Estas revoluciones traen con ellas muchos males, muchos sufrimientos, muchas desgracias. Y los anarquistas hacen todo lo posible para que éstas sean lo menos violentas posibles y, si es posible, completamente pacíficas.
Pero es difícil que lo consigan mientras existan el Estado, el capitalismo y la Iglesia, porque las revoluciones se producen fuera de la voluntad de los anarquistas y hasta contra la voluntad de ellos. Las preparan los privilegiados y los que están en el Poder, con sus violencias, arbitrariedades, coerciones y vejámenes sobre las masas humanas, como también la educación autoritaria y la moral hipócrita que les inculcan por medio de la fe ciega en dioses, héroes elegidos, y la idea de la inevitabilidad de la existencia de la autoridad, de la explotación, de los privilegios y del poder del hombre sobre el hombre; las prepara la muerte de millones de niños por falta de alimentación, la vejez prematura y la miseria, en la cual viven millones de trabajadores, que perecen, en su mayoría, de hambre y frío después de vivir una vida de desdichas y privaciones sin luz ni esperanza. Como también el descontento general por las injusticias y las barbaridades que se cometen por los que poseen los privilegios y ostentan el poder.
Todo este descontento se acumula, crece, madura, hasta que al fín se desborda y se convierte en protestas, estallidos y en revoluciones violentas y sangrientas. Los anarquistas saben bien todo el mal que traen con ello las sublevaciones y las revoluciones, y quieren que se creen convivencias humanas mejores y más dichosas por medio de la creación de una conciencia libertaria en las masas y de la elevación moral y espiritual de la personalidad humana. Pero los anarquistas
también saben que mientras existan el Poder y la explotación, la coerción y la violencia serán inevitables las revoluciones. Y como no ven la posibilidad de evitarlas completamente, tratan de que la revolución inevitable sea la última y que en ella se realicen los cambios sociales posibles de tal manera que desaparezcan todas las formas de opresión y de explotación del hombre por el hombre.
Tratan de crear una conciencia nueva en los hombres y capacitarlos para que puedan dar a la revolución el carácter de la liberación de todos y el bienestar general, sin lo cual la revolución será otra cosa que un estallido más del descontento y de la rebelión humanos y una pérdida innecesaria e inútil de vidas y de energías.
Los anarquistas saben bien y conocen las condiciones morales y materiales en las cuales viven los trabajadores, para que se asombren de los actos de odio y venganza, de violencia y crueldad que puedan producirse en los días de una revolución. Saben bien que hay oprimidos que fueron educados por los que ostentan el Poder y los privilegios en concepto de crueldad humana y en el manejo de armas homicidas, quienes, acostumbrados a ver que al más fuerte y al más violento les es todo permitido, encontrándose en las posiciones de los más fuertes, se portarán con los privilegiados y la burguesía de la misma manera que éstos se portaron con ellos. Hasta es posible que muchas naturalezas buenas, magnánimas, amables y dulces, pero moralmente débiles e instables e ideológicamente poco preparadas, en el calor de la lucha pierdan de vista el ideal y se dejen arrastrar por la atmósfera de odio, venganza y violencia que les rodeará.
Los anarquistas conocen y entienden estosfenómenos. Pero una cosa es comprender y otra cosa es aceptar estos fenómenos y estar con ellos de acuerdo o aprobarlos. Porque en ningún momento y en ninguna circunstancia los anarquistas pueden aceptar la violencia ni como método, ni como medio, ni como finalidad. Menos todavía pueden los anarquistas propagar la violencia o aplicarla en la práctica de la vida.
Los anarquistas son activos, enérgicos, persistentes en sus aspiraciones para realizar la anarquía en la vida pero jamás, y en ninguna circunstancia, pueden justificar ni aprobar los actos de violencia, procedan de donde procedan. Son solidarios con cada víctima de la violencia organizada del Estado y del capitalismo y siempre salen en defensa de los que bajo la influencia de la violencia organizada cometen por su parte actos de violencia.
Y si a veces sucede que deben tolerar algún acto de violencia, tratan de que éstos traigan los menos sufrimientos posibles. Y hasta en el calor de los acontecimientos revolucionarios son inspirados por los sentimientos de respeto, de tolerancia y de amor a todos los hombres sin diferencia de razas, castas, clases, nacimientos, colores y sexos.
Porque los sentimientos de respeto, de tolerancia y de amor son la base moral, el alma de la actividad anarquista. Sin estos sentimientos él anarquismo es imposible, y solamente entonces la revolución será social y se convertirá en un gran festival de liberación y de fraternización de todos los hombres sin diferencia de agrupamientos, iglesias, partidos, capas sociales y clases, a las cuales hasta entonces pertenecían. Únicamente por el camino de la liberación panhumana y por medio de la fusión de todos los hombres en hermandad, igualdad, libertad y amor, la humanidad podrá realizar el ideal anarquista.
En la revolución social son posibles actos terribles e inhumanos cometidos por masas y hombres aislados. Pero éstos serán tanto menores y tanto menos sangrientos, cuanto más fuerte será la contraacción idealista de los anarquistas que actuarán en nombre de los sublimes y nobles ideales de la anarquía.
Porque si las crueldades de las masas no encontraran la oposición consciente y la influencia idealista y humanitaria de los anarquistas, la revolución se devoraría a sí misma y. perecería en sangre, terror y exterminación mutua. Y la violencia ejercida espontáneamente por las masas se convertiría en una violencia sistemática y organizada, como sucedió con la revolución rusa de 1917.
El odio no puede engendrar el amor. Con el odio no se puede renovar y reconstruir el mundo. Y la revolución, basada sobre odio y venganza, llevará al fracaso toda la obra de renovación social, o se convertirá en una nueva opresión, que posiblemente se denominará asimismo anarquista, pero que en realidad será no más que una nueva forma de opresión y de explotación, Y los resultados que podrá dar a la vida humana serán no mejores y no mayores que todas las demás opresiones.
Un mundo nuevo y una vida de bienestar y libertad para todos los hombres podrá y deberá crearse únicamente con medios humanitarios y morales y sobre un fundamento sólido, sobre la base libertaria de la anarquía; sobre la libertad, la ayuda mutua, el respeto a la vida humana, la tolerancia mutua y el amor.
ANATOL GORELIK
Buenos Aires, diciembre 1934
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