Ascaso y Durruti |
El primer grupo que llegó a Villa Cisneros en 1932 estaba compuesto por Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso, junto a otros 150 militantes libertarios y un grupo de mineros, todos ellos participantes en la insurrección anarquista del Alto de Llobregat que había tenido lugar en enero de ese año. La oposición que había mantenido desde un principio la FAI hacia la incipiente II República legitimó el 19 de enero de 1932 una huelga revolucionaria que a los dos días controlaba toda la cuenca del Llobregat. Se cortaron teléfonos, telégrafos, incluso raíles de ferrocarril y en toda la zona se declaró abolido el dinero.
La reacción del Gobierno republicano fue el envío en el acto de fuerzas del Ejército y de la Guardia Civil, que terminaron con la insurrección el día 22 de enero. Durruti y los hermanos Ascaso fueron detenidos ya el día 21 y junto a otros 119 2 mineros y militantes, a los que se aplicó la ley de Defensa de la República, fueron embarcados en el Buenos Aires, un barco de la Compañía Trasatlántica que estaba vigilado a su vez por el acorazado Cánovas. En la Península hizo escala en Valencia y en Cádiz, y su destino no estaba en principio definido: o Bata en Guinea o Villa Cisneros en el Sáhara. Se dirigió después a las Canarias, Dakar, Fernando Poo y de allí a Río de Oro, que se perfiló en aquel momento como destino final.
Con respecto a la composición de este grupo inicial y a las condiciones de su estancia en Villa Cisneros, existen ya diferentes versiones. Según Mariano Fernández Aceituno y Javier Morillas, Durruti y sus compañeros permanecieron en el centro hasta el final de su deportación y a su disposición puso el capitán y gobernador Ramón Regueral Jové tres construcciones, dos de fábrica y una de madera, e «hizo todo lo posible para que no les faltaran a los mineros y anarquistas las más elementales necesidades» . Sin embargo, según los biógrafos del legendario anarquista Durruti, fue precisamente el gobernador Regueral quien se negó a custodiarle a él y a algunos de sus compañeros, puesto que su padre había sido asesinado en los años veinte por militantes anarquistas. De ahí que Buenaventura y siete detenidos más no permanecieran en Villa Cisneros y fueran trasladados a la isla de Fuerteventura como destino definitivo.
Ramón Franco Bahamonde |
Según otra versión menos creíble, sostenida por Ramón Franco Bahamonde, quien por entonces había realizado una visita de apoyo a los deportados, Regueral no habría tenido nada que ver con el traslado de Durruti y precisamente, el alférez de navío Ramírez habría aconsejado al gobernador que éstos fueran directamente asesinados. A ello, según sus indagaciones, se opuso el capitán Regueral, quien afirmaría que era «un jefe del Ejército y no un verdugo».
Sin embargo, el propio Durruti ratifica la versión de sus biógrafos en una carta su familia del 18 de abril de 1932:
«El hecho de encontrarme separado del resto de los deportados ha sido cuestión del Gobierno. Pues resulta que el gobernador militar de Río de Oro es el hijo de Regueral, y éste, al enterarse de que yo iba a bordo del Buenos Aires comunicó al gobierno que si yo desembarcaba, él presentaba la dimisión. Ésta es la razón por la que yo me encuentro en Fuerteventura. Conmigo se encuentran siete compañeros más».
De un modo u otro, este grupo fue trasladado a Fuerteventura, donde permanecieron hasta septiembre de 1932. A bordo del Villa de Madrid, Durruti, Ascaso y Cano Ruiz regresaron a España gracias a la "magnanimidad" del gobierno republicano, crecido en su confianza tras el fracaso del intento de golpe de Estado de Sanjurjo el 10 de agosto. El resto de deportados que sí permanecieron en el centro de Villa Cisneros vivían en unos barracones en la explanada exterior al fuerte, donde antes habitaban las familias de los militares y empleados españoles. Éstos últimos, al parecer, se trasladaron al interior por el «pánico que se produjo a la llegada de los terribles bandidos con carnet».
En mayo fueron visitados, como ya hemos dicho, por Ramón Franco Bahamonde, en un «gesto de solidaridad universal», «para que acabasen de una vez para siempre los métodos represivos, crueles e inhumanos empleados por la Segunda República y exigir el regreso a sus hogares de los hermanos alejados de la sociedad».
En realidad, según Abel Paz, «Ramón Franco, que no descansaba en sus propósitos conspirativos, se desplazó a Villa Cisneros para visitarlos y les propuso la organización de una evasión en un velero que había preparado al efecto». Nada más llegar, el gobernador Regueral le advirtió de haber recibido un telegrama de Azaña que le impedía visitar o comunicarse con los confinados. Sin embargo, puesto que éstos salían a una explanada a la que no le podían impedir el acceso, logró una visión de la vida en el fuerte muy diferente a la que nos ofrecía Mariano Fernández Aceituno:
«Su aspecto exterior (de los deportados) no podía ser más deprimente. Ropas en jirones, descalzos, alguno cubría sus desnudeces con una manta, mal afeitados o con barbas largas, mostraban el abandono en que los tenía sumidos el Estado republicano, que los había arrancado de sus hogares y de sus trabajos, de la civilización».
Igualmente, ofrece una descripción del barracón en el que habitaban, no exenta de la, por entonces, visión política del diputado de la oposición:
«El salón-comedor, rincón del barracón en forma de martillo, dispone de unas mesas de madera, que algún día debió ser pino, y unos bancos que componen todo el ajuar. Esta pieza constituye biblioteca-salón de lectura, comedor, cocina y sala de discusiones y en ella las moscas son uno de los martirios de este mundo, desconocido por los Casares, los Maura, los Azaña, los Largo y demás fauna que pulula por la península ibérica».
Finalmente, su propuesta de evasión se demostró inviable y Ramón Franco se limitó a atender la petición de los deportados de contrarrestar las informaciones de los «cronistas del gobierno» con un relato real de la vida que se llevaba en Villa Cisneros. Fruto de ello, probablemente, fueron los dos libros que dedicó a su visita.
Sin embargo, el fin de la deportación fue, paradójicamente, provocado a raíz de la «sanjurjada» y de la determinación del gobierno de deportar a los sublevados a Villa Cisneros. Los anarquistas que aún permanecían allí fueron llevados inicialmente a Fuerteventura y por fin en septiembre se les concedió la libertad. Los primeros en salir fueron los mineros del Llobregat y los últimos, Durruti, Ascaso, Cano Ruiz, Progreso Fernández y Canela. A su llegada a Barcelona se convocó una multitudinaria manifestación proletaria, en la que, Ascaso denunció que «lo que se había pretendido deportar eran las ideas, pero que éstas habían permanecido imperturbables en la península».
Sanjurjo |
Por tanto, como consecuencia de las detenciones durante la sublevación de Sanjurjo, llegó a mediados de septiembre el siguiente grupo de deportados a Villa Cisneros. El 10 de agosto, el intento de golpe de Estado fracasó estrepitosamente en Madrid y Sevilla. Las fuerzas del Establecimiento Central de la Remonta fueron incapaces de apoderarse del Ministerio de la Guerra y secuestrar a Azaña, mientras que en la capital andaluza, Sanjurjo, si bien logró publicar un manifiesto anunciando una dictadura, no contó con los apoyos prometidos en otras guarniciones. A su vez, se encontró con la huelga general convocada por comunistas y anarquistas de la CNT, por lo que optó, junto con su hijo y Esteban Infantes, por abandonar Sevilla con la intención de dirigirse a Portugal. Sin embargo, fueron apresados por la Guardia Civil en la barriada Isla Chica de Huelva, pero eso es ya otra historia.
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