Se ha proclamado la República en España. La ha proclamado el pueblo en la calle. Lo sabíamos; habíamos afirmado que la voluntad de los ciudadanos tendría que imponerse por la fuerza. Por fuerza ha tenido que imponerse, aunque haya sido sin efusión de sangre. Sin efusión de sangre hasta el momento.
En el instante que escribíamos estas líneas, no podemos todavía vaticinar cual será el desenlace final. Tenemos motivos para dudar y dudamos. Dudamos porque sabemos que la trágica figura del último de los Borbones aún planea sobre España su sombra fatídica. Porque sabemos que en la reunión de capitanes generales, Despufol se había puesto incondicionalmente al lado del asqueroso espectro de Alfonso, y porque en estos momentos ha sido izada la bandera republicana en todos los centros oficiales excepto Capitanía General.
El miserable sucesor de Fernando VII continua en Madrid; y a pesar de haber renunciado a la corona y haberse encargado del Poder Alcalá Zamora como presidente del Gobierno Provisional, su presencia en la capital de España, es un peligro, una amenaza que está todavía suspendida sobre la cabeza de todos los ciudadanos. Sobre todo, si se tiene en cuenta que la fuerza está en manos de los militares.
Quizás, cuando aparezcan estas líneas, el peligro será conjurado. Tanto mejor; pero, por si acaso, la Confederación Nacional del Trabajo, debe tener tomadas todas las precauciones. Nos es completamente imposible decir lo que se agolpa en nuestra mente. Vivimos minutos que parecen siglos. Cada uno de estos instantes son realmente siglos; y cada una de las impresiones que recibimos son un tomo de la Historia que habrá de escribirse dentro de algunos años. Todos los comentarios que pudiéramos hacer serían un pálido reflejo de la realidad. Deben hablar los hechos. Las noticias de las agencias son mucho más elocuentes que toda la literatura revolucionaria.
Precisaremos únicamente lo que en estas difíciles horas debe ser el decálogo del ciudadano y especialmente del obrero.
La revolución política es un hecho. Tenga ésta el desenlace que sea, y no importa el curso de los acontecimientos, esta revolución será coronada por el triunfo.
Pero aquí quedamos nosotros. Aquí está la C.N.T. que está prevenida y dispuesta para imponer su personalidad y para que sus derechos sean reconocidos en este nuevo estado de cosas.
La C.N.T. debe afirmarse; pero no con palabras, sino con hechos. Y debe estar dispuesta para oponerse a toda tentativa que intentara mermar tan siquiera una mínima parte de nuestra personalidad.
Estamos en plena revolución y debemos aprovechar los instantes que son decisivos para nuestra salud.
Cumplamos todos con nuestro deber, acatando de una manera absoluta los acuerdos de la organización.
Y basta de palabras, que la pluma se resiste porque mejor quisiera ser una lanza que pudiera atravesar el corazón de todos los Borbones y demás asesinos que hasta hoy han secundado sus criminales designios.
Todos en pie de guerra con la República y contra la República si fuere preciso. Por la Revolución y la Libertad
¿Viva el proletariado revolucionario! ¡Viva la Confederación Nacional del Trabajo!
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