Días pasados, El Liberal, de Barcelona, publicó un artículo tomado de su homónimo de Madrid, titulado «Quijotes y Sanchos», en que censuraba la apatía de los electores, y muy particularmente la abstención electoral de los trabajadores, de quienes decía que eran unos ingratos con los republicanos que tan bien les quieren y tantas cosas buenas les han de traer con su república. Fundado en la buena acogida que en otras ocasiones he hallado en aquel diario, quise en el mismo justificarme ante la acusación inmerecida de ingratitud, por la parte que me toca, pensando que mi justificación podrían ampliarla muchos para sí, pero mi escrito fue rechazado y aun perdido, y para no perder el trabajo, le reconstituyo en parte y dedico a El Porvenir del Obrero, deseando ser grato a su director mi buen amigo y compañero encerrado en una cárcel. Decía: No he votado nunca, a la implantación del sufragio universal era ya mayor de edad, pero antes de las elecciones de las constituyentes de 1869 conocí a Fanelli, el Santiago del Proletariado emancipador de España, y comprendí que tenía algo mejor que hacer que confundirme en esa masa que sirve de fundamento a la ficción denominada «soberanía popular».
Nunca me he dejado timar por candidatos ni por oficiales de la política que se me acercaban dándome el título de mi majestad como parte integrante del pueblo soberano. Nada, pues, tengo que ver con la apatía electorera, ni nadie puede acusarme de abstencionista, ya que a la política no he opuesto la negligencia ni la abstención, sino la negación anarquista. Dedicado desde entonces a la organización y propaganda del proletariado para alcanzar la socialización de los medios de producir juntos con la equitativa distribución de los productos, y considerando a la burguesía como usurpadora y detentadora de esos medios y de esos productos que constituyen el patrimonio universal, lo de todos, ¿qué podía tener de común con esos partidos, que consideran al trabajador como un inferior condenado a salario perpetuo?
Si creyera, con los liberales más o menos radicales, que el progreso consiste únicamente en una serie de reformas en sentido cada vez más liberal, implantadas por las mayorías parlamentarias, no me hubiera abstenido jamás, y considero que todo abstencionista que no ha podido en su juicio dar a la acracia el valor de una aspiración racional y práctica no tiene justificación posible; mas como veo que la razón, la verdad y la justicia están siempre en minoría, que el parlamentarismo es un juego de compadres en que predominan los intereses particulares sobre los generales y que la política, en el gobierno como en la oposición y hasta en los programas más radicales, no es nunca precursora si no rezagada cuando no rémora, me aparto de ella como de lo reconocidamente inservible y hasta perjudicial para tan gran fin como es el progreso humano. Hay todavía una razón más: la burguesía, que, según la expresión bíblica donde tiene su tesoro allí está su corazón, está incapacitada para concebir un estado social que dé amplia satisfacción al derecho inmanente personificado en todo ser humano, y por una razón de equidad suprema y perfectamente natural, lo que no pueden hacer los ricos por aquello del camello y del ojo de la aguja, lo han de hacer los pobres, y lo van haciendo, y lo harán definitivamente, a menos que un cataclismo mundial trastorne el planeta que habitamos.
Conque déjese tranquilo a los trabajadores antipolíticos que cumplen su misión humanitaria y progresiva a su manera, y conténtense los candidatos con aprovechar esos otros trabajadores más sensibles a la retórica que a la razón y a la realidad de su triste situación de desheredados. Con ellos, con los votos comprados, con los manejos caciquiles y sobre todo con el encasillado central y los pucherazos de última hora todavía puede ir tirando ese Estado que garantiza a propietarios y capitalistas el goce de ese derecho de accesión que establecieron los romanos sobre los esclavos y por el que todavía en lo presente se despoja a los trabajadores del fruto de su trabajo. Vote, pues, el crédulo que confía en su infinitesimal participación en la soberanía del pueblo, que yo al Homo sibi Deus de Pi y Margall me atengo, y por eso no he votado, ni voto, ni votaré.
Anselmo Lorenzo. El Porvenir del Obrero, 296 (22 marzo 1907).
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