Montse Armengou & Ricard Belis. Los internados del miedo (Auxilio Social, o el lugar donde se agradecía que hubieran fusilado a tu padre) [epub]


Una investigación aterradora que destapa unos hechos silenciados durante décadas: los abusos sexuales, los maltratos físicos y psíquicos, la explotación laboral y las prácticas médicas dudosas que sufrieron miles de niños en los internados religiosos y del Estado durante el franquismo y hasta bien entrada la democracia.


Un ejercicio de periodismo de primer orden que da voz a víctimas y testimonios y denuncia con nombres y apellidos la supuesta superioridad moral al servicio de las más bajas pasiones. Montse Armengou y Ricard Belis, con el orgullo del periodismo comprometido como bandera, quieren ofrecer a los damnificados la reparación que no les dan las instituciones y facilitar que se sepa qué pasó en esos internados, con esta infancia tan injustamente tratada.


Ficha de ingreso de Joan Sisa en los Hogares Mundet. Niños como él, hijos de madres solteras y que vivían en entornos desfavorecidos, acabaron pasando toda su infancia en un internado.



«Estos niños representan la España futura. Queremos que lleguen a decir un día: «Sin duda, la España falangista fusiló a nuestros padres, pero lo hizo porque lo merecían. En cambio ha envuelto nuestra infancia de atenciones y comodidades».

Carlos Crooke, responsable de informaciones e investigación de la Falange. 1941


Auxilio Social nace en 1936, en plena Guerra Civil, de la mano de Mercedes Sanz Bachiller y el que será su segundo marido, Javier Martínez de Bedoya. Inspirado en el Winterhilfe de la Alemania nazi, comienza como una red de comedores de invierno de emergencia y terminará siendo uno de los instrumentos de adoctrinamiento más poderosos que tuvo el franquismo. Una criatura en situación de necesidad podía ir primero a los jardines maternales y, a partir de los cinco años, comenzar un periplo de internados: Hogar Infantil, Hogar Escolar, Hogar de Aprendizaje y Hogar Ciudad Universitaria para los que estudiaban bachillerato y carrera, que, como veremos, eran poquísimos, los justos para mantener una fachada de igualdad de oportunidades y justicia social falangista. Es decir, que un niño podía entrar en un centro de Auxilio Social con meses y salir con mayoría de edad, bajo el poder de un régimen más parecido al de una prisión que al de un colegio: un amplio periodo de tiempo espléndido para modelar y adoctrinar a aquellos niños en los valores patrióticos y religiosos de la nueva España. Y si esto era bueno para todos los niños y niñas españoles, todavía era más indicado para aquellos que requerían una atención especial, una supervisión adicional: los hijos de los republicanos.


A pesar de las promesas de baños y diversión, la playa terminó siendo una tortura para los niños de la Savinosa porque sólo les dejaban bañar unos pocos minutos.


«El niño, como masa divina en la que rectificar los errores de sus mayores, es objeto de todos los desvelos y de todas las predilecciones».

[Crónica del Patronato Nacional de San Pablo para presos y penados. Madrid: Ministerio de Justicia, 1951].


La pobreza generalizada que afectaba a una España devastada por tres años de guerra y la secular explotación de la oligarquía era particularmente cruda para las familias con el padre —y a menudo también la madre— fusilado, en el exilio o en la cárcel. En 1940, con 233 000 presos políticos pendientes de ejecución o con largas condenas, la niñez más desvalida era la que había creado el mismo Estado fascista y su represión. Las cárceles están llenas de adultos; los internados, de niños. Para muchas familias la única salida será la caridad a cambio de adoctrinamiento que ofrece la beneficencia del Estado, sea en centros públicos o en colegios religiosos subvencionados. 


La historiadora Mirta Núñez Díaz-Balart explica magistralmente cómo se creaban lazos de gratitud, previo sometimiento a todo lo que estaba en las antípodas de la ideología que había tenido la familia durante la República. «El principal objetivo es crear adictos al régimen. Y nada mejor que un niño aislado de la familia para dejarlo inerme al adoctrinamiento. La religión será la fórmula de sometimiento a la dictadura. No se quiere un futuro de ciudadanos, sino de vasallos» [Entrevista a Mirta Núñez Díaz Balart, Madrid, noviembre de 2014]


Los tests psicológicos de ingreso, influenciados por la moral de la época, podían comportar la estancia en un centro psiquiátrico.


Por supuesto que las teorías segregacionistas del doctor Antonio Vallejo-Nájera, que animaba a separar a estos niños de sus familias y, si era necesario, cambiarles el nombre, completará un programa de lavado de cerebro a gran escala. Vallejo-Nájera, responsable de dar un corpus teórico a muchos robos de criaturas, no tenía reparo en decir que la ausencia de moralidad era hereditaria. Sus tesis inspiraron profundamente a José Onieva, el asesor pedagógico de Auxilio Social, firme defensor de separar a los hijos de los padres si se dudaba de la capacidad educativa de la familia conforme a los criterios del régimen.


La separación de la familia para ir a uno de estos centros se acostumbraba a vivir de manera traumática.


La utilización propagandística que hará el régimen de esta supuesta beneficencia llenará páginas de periódicos y noticiarios del No-Do: el régimen era tan generoso que se ocupaba de aquellos niños por igual, los vestía, los alimentaba y los educaba. Pero la realidad era muy diferente. Como si fuera un sistema penitenciario paralelo, aquella niñez «redimida» será la gran víctima inocente del franquismo, el último eslabón de la represión. Muchos padres presos políticos viven como la peor de las torturas que quieran convertir a sus hijos en un modelo de lo que representa el régimen.


En el hogar Enfermería del Auxilio Social de Madrid se practicaron intervenciones quirúrgicas de dudosa eficacia y que rozaban la experimentación.


Las madres o viudas son sometidas a todo tipo de chantajes y coacciones sexuales para garantizar que los hijos tengan un plato caliente en aquellos centros. Y los niños a menudo tienen que expiar las culpas de los padres. No cumplen condena entre rejas, pero pasan toda la infancia y la adolescencia entre los muros del internado. «Primero se lleva a la miseria a miles de familias por la represión política, luego se les quita a los hijos porque no los pueden alimentar y, finalmente, estarán encerrados durante décadas o se les acabará dando en adopción», añade Núñez Díaz-Balart.


La voluntad de sometimiento, de reeducación y de adhesión a la dictadura justificará un funcionamiento en los internados más propio de un cuartel que de un centro educativo. En colegios y hogares desaparece el individuo, las criaturas no tienen a quién acudir en caso de abusos, la impunidad permite maltratos y agresiones sexuales… «Algunos casos reflejan un verdadero sadismo. Cuando a un niño lo pones tres horas a dormir la siesta al sol en pleno verano sin que se pueda mover, o le obligas a comerse lo que ha vomitado no estamos hablando de un castigo o de un ejercicio de disciplina. Estamos hablando de una clara voluntad de hacer daño» [Entrevista Francisco González de Tena. Madrid, noviembre de 2014], asegura el sociólogo Francisco González de Tena , profundo conocedor de esta realidad, después de haber hecho muchas entrevistas para su tesis Puentes de escarcha. Sistemas de socialización de los internos en los Hogares de Auxilio Social. Solo el azar, tener la suerte de caer en manos de cuidadores más humanos, era lo único que podía salvar a aquellas criaturas de no sucumbir en un universo de terror, humillaciones y violencia que aún muchos arrastran en la vida adulta, lo que dificulta sus relaciones personales. 


Para González Tena, lo más escalofriante es que la impunidad de ayer sigue hoy con la inhibición de las responsabilidades del Estado. «Ni siquiera se les ha reconocido como víctimas, no tienen ninguna presencia en la memoria colectiva. La justicia española considera que muchos de estos abusos no se pueden castigar porque ya han prescrito. La palabra prescripción, para mí, es otro castigo muy duro para estas personas. El concepto de prescripción no debería utilizarse con la ligereza con que se aplica en España. Estamos hablando de delitos de tipo permanente, que de alguna manera se perpetúan en el tiempo, porque la persona que ha sufrido estos maltratos cada vez que se despierta por la noche se despierta con este peso. Y para ella, el delito sigue».





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