Primeras rebeliones, movimientos y asociaciones obreras en España.




Los seres humanos son capaces de sufrir alegremente considerables penalidades, cuando esas penalidades son compartidas imparcialmente con el resto de la sociedad y no son ofendidos con el espectáculo de la indolencia y comodidad de los demás, en ningún modo merecedores de mayores ventajas que ellos mismos.                                                                                                                                    ~ WILLIAM GODWIN~


Si tuviese que contestar a la siguiente pregunta: ¿qué es la esclavitud? y respondiera en pocas palabras: el asesinato, mi pensamiento, desde luego, sería comprendido. No necesitaría de grandes razonamientos para demostrar que el derecho de quitar al hombre el pensamiento, la voluntad, la personalidad, es un derecho de vida y muerte, y que hacer esclavo a un hombre es asesinarlo. ¿Por qué razón, pues, no puedo contestar a la pregunta qué es la propiedad, diciendo concretamente: la propiedad es el robo, sin tener la certeza de no ser comprendido, a pesar de que esta segunda afirmación no es más que una simple transformación de la primera?

                                                                                                                                                        
~PIERRE JOSEPH PROUDHON ~

La inmensa tarea que se impuso la Asociación Internacional de los Trabajadores, la emancipación definitiva y completa del trabajo popular del yugo de todos los explotadores de ese trabajo, patrones, dueños de las materias primas y de los instrumentos de producción, en una palabra de todos los representantes del capital, no es solamente una obra económica o simplemente material. Es al mismo tiempo y en el mismo grado una obra social, filosófica y moral. Es también, si se quiere, una obra eminentemente política pero en el sentido de la destrucción de toda política por medio de la abolición de los Estados.                                                                                                                                                                                                  ~ MIJAIL BAKUNIN ~


Las acciones del hombre, razonadas o conscientes, tienen todas el mismo origen. Los llamados virtuosos y los que se denominan viciosos, las grandes adhesiones como las pequeñas socaliñas, los actos elevados como los repulsivos, derivan de la misma fuente. Hechos son todos que responden a naturales necesidades del individuo. Tienen por objeto buscar el placer, el deseo de huir del dolor.
                                                                                                                                                                                                ~PIOTR KROPOTKIN~



El ideal de los anarquistas es, por tanto, el mismo de muchos hombres generosos, pertenecientes a las religiones, a las sectas, a los partidos más diversos, pero los anarquistas se distinguen claramente por sus medios, como indica su nombre, sin dejar lugar a dudas ni al equívoco. La conquista del poder fue casi siempre la gran preocupación de los revolucionarios, hasta de los mejor intencionados. La educación recibida no les permitía imaginarse una sociedad libre, funcionando sin un gobierno regular, y en cuanto habían derribado a los amos odiados, se apresuraban a reemplazarles por otros amos, destinados, según la fórmula consagrada, "a hacer la felicidad del pueblo". Corrientemente, no se permitían preparar ni un simple cambio de príncipe o de dinastía sin haber hecho homenaje de su obediencia a un soberano futuro.


"El rey ha muerto. ¡Viva el rey!", gritaban los súbditos, siempre fieles, hasta en su rebeldía. Durante siglos y siglos éste ha sido indefectiblemente el curso de la historia.

                                                                                                                                                          
    ~ELISEO RECLUS~



Resulta impropio decir que los anarquistas han estado poco acertados al elegir su denominación, ya que este nombre es mal comprendido por la generalidad de las gentes y se presta a falsas interpretaciones. El error no depende del nombre sino de la cosa; y la dificultad que los anarquistas encuentran en su propaganda, no depende del nombre o denominación que se han adjudicado, sino del hecho de que su concepto choca con todos los prejuicios inveterados que conserva el pueblo acerca de la función del gobierno o, como se dice de ordinario, acerca del Estado.

                                                                                                                                             ~ERRICO MALATESTA~


Hubo necesidad de cincuenta años, después de la inauguración de la autoridad intensificada por la Revolución francesa poco después de las aspiraciones liberales de 1789, antes de que se levantara en Francia una voz poderosa y lanzase un reto a todas las autoridades, y fue la voz de Pierre Joseph Proudhon (1809-1865). La crítica libertaria del siglo XVIII, sofocada por el culto a la autoridad, renació en él y por largo tiempo aún, hay que decirlo, sólo en su país. Tuvo el buen sentido de comprender que durante esos cincuenta años no se había hecho más que multiplicar las autoridades, las nuevas feudalidades: La feudalidad de la burocracia del Estado centralizado, la del ejército y del clero reorganizados, la de la burguesía que trataba sólo de enriquecerse, el espíritu conservador de la propiedad campesina, y la esperanza de dominación sobre el mundo productor alimentado por jerarquías socialistas nacientes. Los productos mismos gemían bajo el yugo de todas esas imposiciones. Proudhon, sólo, opuso a todo eso en 1840 su grito por la anarquía y puso al desnudo el mal de toda autoridad, fuese religiosa, estatista, propietaria o socialista. De él data el socialismo integral, es decir, el de las liberaciones reales y completas.                                                                                                                                                 ~MAX NETTLAU~



El espíritu rebelde y antiautoritario del anarquismo, alejado de mandarines y basado en la propia fuerza y razón de l@s trabajador@s, arraigó en Iberia desde el último tercio del S. XIX hasta convertirse en la mayor fuerza libertaria de todo el mundo en el S. XX. Fue faro de libertad para el resto del planeta. La Idea tuvo seguidores en España casi desde el primer momento en el que l@s trabajador@s decidieron asociarse para exigir justicia social y una sociedad que al menos se adaptase a los tiempos que corrían por Europa y salir del medievalismo en el que el pueblo permanecía inmerso desde los reyes católicos.


El término anarquista se usó mucho en los comienzos como un epíteto contra los enragés, los oradores callejeros de París durante la Revolución Francesa. Aunque las demandas de los enragés podrían ser vistas hoy como ligeras desviaciones de la democracia radical, el uso del epíteto no era del todo injustificado. La fiera naturaleza de su oratoria, su igualitarismo, sus llamadas a la acción directa y el implacable odio hacia las clases dirigentes constituían una amenaza para la nueva jerarquía de riqueza y privilegio auspiciada por la Revolución. Los enragés fueron aplastados por Robespierre poco antes de su caída; sin embargo, uno de los más capaces, Jean Varlet, quien se las ingenió para escapar de la guillotina, proporcionaría años más tarde la conclusión final de sus experiencias. "Para cualquier criatura razonable", escribió, "Gobierno y Revolución son incompatibles”.


Entre 1840 y 1868 comenzaría a desarrollarse el movimiento obrero como necesidad imperiosa de instrumento para la lucha contra la  iglesia, el ejército y la corona, la maldita Trinidad que mantenía al pueblo llano bajo su bota. Sin olvidar a la mediana y pequeña burguesía, absolutamente indolente frente al dolor ajeno, así como los grandes terratenientes andaluces y los industriales catalanes.


Desde la guerra de Independencia, el concepto revolucionario fue asimilado por las clases medias, ya que veían en los corruptos reyes y los taimados obispos una rémora para el desarrollo de sus negocios. Hasta 1868 la revolución sólo es cosa de militares apoyados por esas clases medias. En estas "revoluciones" el pueblo sólo participaba como carne de cañón para después obedecer a otros nuevos amos. De esta manera, la palabra revolución toma un sentido equívoco, parece obedecer más a una simple conspiración entre militares de alta graduación y aquellos pocos que tenían la suerte de haber accedido a estudios superiores, una abultada herencia, o ambas cosas; que a una auténtica revolución social que realmente cambie el sentido de la Historia y realizada por los propios trabajadores.


1840 no es mala fecha para comenzar a vislumbrar lo que más tarde sería conocido como movimiento obrero en todas sus distintas ramificaciones. Encontramos por entonces dos posibilidades a seguir a grandes rasgos, utopía u asociacionismo. El societario se muestra más o menos combativo y suele darse en las zonas más desarrolladas como Cataluña. La opción denominada utópica, fourierista, o cabetiana, así como algunos matices del socialismo "pre-científico", sería la senda que conduciría hasta los primeros anarquistas.


Ya comenzaba a germinar la semilla de la rebelión en los años 30 del S. XIX, aunque sin más ideología que la propia supervivencia, para evitar morir de inanición. De ello dejó constancia para la Historia el "Eco del Comercio":


«El 24 de agosto último (1834) unos sesenta braceros de Algarinejo (Granada) se amotinaron con el pretexto de que se les repartiesen las tierras de una dehesa laborable de aquel término. La autoridad local mostró toda la energía necesaria para contener la sedición y logró disolver a los amotinados; pero éstos desistieron de su empeño con la promesa de que repetirían su asonada si no se les hacía la repartición del terreno que solicitaban. Las autoridades superiores de esta capital han tomado las disposiciones necesarias para que no se reproduzca otro igual atentado»

(Eco del Comercio, Madrid, 12 Sept. 1834, núm. 135).


Y "El Liberal" nos recordaba en 1918 que la lucha de los campesinos andaluces no era cosa de dos días, y que las “soluciones” que proponían los mandarines siempre eran violentas:


«A mediados de octubre de 1840 los vecinos de Casabermeja, aldea de la provincia de Málaga, el lado de allá del Torcal de Antequera, se repartieron cinco grandes cortijos, de hasta 1.300 fanegas de cabida, amojando cada cual su parte y poniéndola en cultivo inmediatamente. Al presentarse el juez de Colmenor, Don Gaspar Moreno, con 60 hombres de a pie y 40 de a caballo, les hizo retirarse el vecindario, que, una segunda vez que el Magistrado decidió volver, le recibió a tiros. Poco después, los mismos que habían repartido las tierras decidieron nombrar alcalde y Ayuntamiento entre ellos.» El ejemplo cundía y en los pueblos de Almogía, Alozaina y Periana se estaba verificando otro reparto de tierras como el de Casabermeja.


Este estado de cosas duró dos meses, hasta que restableció el orden una expedición militar, que dirigió, por orden del capitán general de Granada, el coronel Don Francisco Feliú de la Peña, que procedió con la mayor habilidad y sensatez para conseguirlos»


(El Liberal,  Madrid, 30 de mayo de 1918).


J. Sánchez Jiménez, en su libro “El Movimiento Obrero y sus orígenes en Andalucía”, deja constancia de la temprana rebelión andaluza y su arraigado espíritu anarquista desde los primeros momentos:


«Andalucía es escenario de la actuación de las Cortes de Cádiz e implantación de la Soberanía Nacional, del alzamiento de Riego en defensa de la Constitución, de la caída del régimen monárquico de Isabel II. En Andalucía toman cuerpo las primeras ideas socialistas, imbuidas de fourierismo que, llegadas de Francia, encuentran terreno preparado para la asociación. En Andalucía toma cuerpo y desarrollo el ideal anarquista, de tan mala prensa en nuestra historia. La propaganda por el hecho, realmente el último recurso, no el fundamental, que emplearon sus hombres, ha venido a definirlos peyorativamente ante nuestra sociedad».


En 1840 ya existe constancia de un grupo fourierista alentado por Joaquín Abreu, veterano doceañista. Este grupo llegó a formar un falansterio para el que consiguió reunir la tremenda cantidad de un millón de duros (5 millones de pesetas). Pero el gobierno de turno terminó con este primer intento de introducir en España las modernas ideas que ya circulaban por Europa hacía tiempo. La tendencia socialista de aquellos momentos se nutre de hombres salidos del grupo gaditano o influenciados por él, los amigos de Fernando Garrido en Madrid por ejemplo. Se hacen algunos otros intentos, como el de una sociedad de sastres en Cádiz (1843), pero pronto fue eliminada por las autoridades.


En fecha tan temprana como 1848, Fernando Garrido hace referencia explícita al comunismo:


«Un espectro terrible y sangriento es para muchos el comunismo. Rechazado en todas partes por los altos poderes, mirado con horror o desprecio, su nombre es su condena; la persecución y la violencia se emplean para aniquilarle, y ha venido a ser en manos de los poderosos y de los dominadores de todos géneros, lo que el espantajo que ahuyenta los pájaros de los sembrados, el coco con que se asusta a las gentes honradas, pacíficas e ignorantes. Comunista es sinónimo de traidor, de antropófago, y según La España, avanzan con el hacha niveladora por las gargantas de los Pirineos, y con insinuante y meliflua melodía para engañar a los ilusos. Hoy todo ciudadano que tiene que perder, todo poder, se pone en guardia contra el fiero monstruo: ¿de qué modo? ¿Cómo pretenden conjurar sus cantos de sirena o sus golpes niveladores? Con la persecución, con el ridículo, declarando delito de lesa sociedad el ser comunista.»


Continúa su diatriba señalando las causas del auge que las ideas comunistas comenzaban a tener en tierra íberas:


«El comunismo, con todas sus diferencias y bajo todos sus aspectos, no es otra cosa que el lógico resultado del desorden social en que vivimos, las consecuencias de tantos siglos de desorden, de opresión, de hipocresía, de robos legales, de inmoralidad y exclusivismo, de monopolio, de acaparamientos y miserias de todos géneros producidos todos a su vez por la lucha de los intereses: así, a medida que estos males se aumentan, a medida que la civilización avanza por estos falsos caminos, el comunismo progresa a pesar de los sermones, de las preocupaciones, de la oposición, del ridículo que se quiere lanzar contra él.»


Y finalmente hace un llamamiento a los trabajadores para crear asociaciones que unan la fuerza de todos ellos:


«El único medio eficaz para acabar de una vez con los trastornos y revoluciones, es la satisfacción de las necesidades de los que son impelidos a ellas por la injusticia y la miseria; los que creen que esto puede conseguirse por la comprensión, se engañan miserablemente; y todavía se engañan más los que pretenden que aplicando paliativos mezquinos y parciales tales como emprender obras públicas en que ganen un mezquino salario los que tienen hambre, con multiplicar y organizar la limosna, recoger en hospicios a los imposibilitados y perseguir a los vagos, han cumplido con su misión y tienen derecho a las bendiciones del pueblo, y a exigir de él que rechace el comunismo, porque ya no tienen derecho, ni necesitan nada más; éstos, repetimos, se engañan también. Esos mendrugos, esos harapos que tan caros hacen comprar al pueblo, y con lo cual parece que quedan tan satisfechos de su buena obra los vendedores, como si le dieran una gran cosa, no hacen más que manifestar la llaga y avivar el rencor, humillando al que recibe.


Sépanlo todos; lo decimos bien alto para que todos lo oigan; si de veras quieren librarse de ese enemigo, mucho más cercano de lo que creen, si quieren alejar ese espectro terrible, que afectan despreciar pero que tanto les asusta; si no quieren en un término más o menos lejano, pero inevitable, caer envueltos por él y con él en las ruinas de sus propiedades y de sus familias, vuelvan la vista hacia nuestra bandera; escuchen nuestra voz conciliadora y fraternal, que les grita: asociación.»



Las condiciones políticas y geográficas jugaron un papel decisivo en la aceptación de las  ideas federalistas por parte de los trabajadores españoles, Nettlau nos describe la situación política y social del momento:


«El estatismo español para el pueblo no fue nunca más que el régimen administrativo, judicial, militar y, por el clero, religioso, que le mantenía en sumisión forzada y le tomaba lo que podía tomar, en hombres (militares), impuestos y beneficio garantizado a los propietarios. Había con eso esta ventaja para el pueblo de las ciudades y de los campos, que pudo conservar sus tradiciones autonómicas y federalistas y que no concibió ese amor a la grandeza del Estado que alimenta el autoritarismo, a excepción siempre de muchos adoctrinados, fanatizados, interesados, que se convirtieron en el personal ejecutor del Estado, esa clase de perros de guardia que existe en todos los países.»


En 1855 se produjeron dos sucesos a tener en cuenta: la primera huelga general ocurrida en Barcelona –pionera en Iberia- y una insurrección en Sevilla cuya cabeza más visible fue José Astudillo. Aunque esta última rebelión ha sido poco estudiada, puede considerársela como uno de los principales gérmenes del revolucionarismo andaluz. Sólo dos años después, Caro y Lallave organizan otra revuelta campesina en Sevilla.


No es casualidad que esta Idea Anarquista contase con más aceptación en Andalucía que en ninguna otra parte de España. En Andalucía todos los estamentos de la autoridad eran corruptos a cara descubierta; los curas barraganeros, los alcaldes caciques, los empresarios negreros, que a falta de negros e indígenas sudamericanos, explotaban a sus vecin@s con la misma "misericordia cristiana", creaban el ambiente propicio para el desarrollo del anarquismo, de la justicia por la raíz. El hambre era un mal endémico, ya que para los amos este orden venía dictado por Dios y así debía ser. Los señoritos se paseaban por los pueblos haciendo gala de su ostentación derrochando en horas lo que daría de comer a una familia durante una semana. Los militares se creían los salvadores de la patria y conspiraban entre borrachera y borrachera. Los políticos sólo eran monigotes, conseguidores, más prestos a hacer negocios en el breve tiempo que ostentaran el cargo -puesto que los gobiernos y los ministerios se sucedían uno tras otro en breve plazo de tiempo- asignado por el Borbón o el general golpista de turno, que en preocuparse de servir para algo.

Loja


Desamortización y Rebelión de Loja


Tras la Desamortización, juega un gran papel en la trayectoria de los movimientos anarquistas andaluces la llamada "Insurrección de Loja" en 1861. Esta insurrección se enmarca en un movimiento que apareció espontáneamente y sin signo político tras producirse la Desamortización. Fue producto de la más profunda de las miserias, algunos historiadores le dieron el nombre de "jacquerie andaluza", y esta insurrección fue su máximo exponente. Pérez del Álamo, quien nos ha dejado al final de su vida un testimonio de estos hechos; nos habla de las tierras comunales que aún existían en su pueblo cuando tenía dieciséis años:


«Los pobres podían sembrarlas. Se ocupaban de los bosques y de la leña. Podían cazar perdices, liebres y, cualquier otro tipo de caza. De tal manera que, si bien eran pobres, no sabían lo que era el hambre. Hoy, todas estas tierras no son más que dominios privados y el pobre que no tiene trabajo muere de hambre y si se hace con algo que no le pertenece, va a la cárcel».


Benito Pérez Galdós dibujó el cuadro con bastante exactitud en "La vuelta al mundo en la Numancia":


«El vecindario de Loja habíase dividido en dos bandos, que se aborrecían, se acosaban y se fusilaban sin piedad: liberal era el uno, moderado llamaban al otro.»


Y continúa su vivido trazo:


«No causaron al hombre de mar poca maravilla las noticias que le dio su concuñado don Cristino de la organización y disciplina masónica que se impusieron los liberales, para formar un haz de combatientes con que tener a raya el poder ominoso de la Moderación. Esta no era más que un retoño de la insolencia señorial en el suelo y ambiente contemporáneos; el feudalismo del siglo XIV, redivivo con el afeite de artificios legales, constitucionales y dogmáticos, que muchos hombres del día emplean para pintarrajear sus viejas caras medioevales, y ocultar la crueldad y fieros apetitos de sus bárbaros caracteres. Representaba el feudalismo la Casa y Condado de La Cañada, en quien se reunían el ilustre abolengo, la riqueza, el poderío militar de Narváez y su inmensa pujanza política. Hermanos eran el famoso Espadón y el caballero que imperar quería sobre las vidas, haciendas, almas y cuerpos de los habitantes de Loja.


Sin duda, aquel noble señor y su familia obedecían a un impulso atávico, inconsciente, y creían cumplir una misión social reduciendo a los inferiores a servil obediencia; procedían según la conducta y hábitos de sus tatarabuelos, en tiempos en que no había Constituciones encuadernadas en pasta para decorar las bibliotecas de los centros políticos; no eran peores ni mejores que otros mandones que con nobleza o sin ella, con buenas o malas formas, caciqueaban en todas las provincias, partidos y ciudades de este vetusto reino emperifollado a la moderna. Los perifollos eran códigos, leyes, reglamentos, programas y discursos que no alteraban la condición arbitraria, inquisitorial y frailuna del hispano temperamento.»


Después, Galdós nos da algunos datos que ayudan a conocer como se organizaban por entonces las primeras asociaciones progresistas:


«Contra la soberanía bastarda que la nobleza y parte del estado llano establecieron en Loja, la otra parte del estado llano y la plebe armaron un tremendo organismo defensivo. Por primera vez en su vida oyó entonces Ansúrez la palabra Democracia, que interpretó en el sentido estrecho de protesta de los oprimidos contra los poderosos. Democrática se llamó la Sociedad secreta que instituyeron los liberales para poder vivir dentro del mecanismo caciquil; y en su fundamento apareció con fines puramente benéficos, socorro de enfermos, heridos y valetudinarios. Debajo de la inscripción de los vecinos para remediar las miserias visibles, se escondía otro aislamiento, cuyo fin era comprar armas y no precisamente para jugar con ellas.


Dividíase la Sociedad en Secciones de veinticinco hombres que entre sí nombraban su jefe, secretario y tesorero. Los jefes de Sección recibían las órdenes del Presidente de la Junta Suprema, compuesta de diez y seis miembros. Esta Junta era soberana, y sus resoluciones se acataban y obedecían por toda la comunidad sin discusión ni examen. Engranadas unas con otras las Secciones, desde la ciudad se extendieron a las aldeas y a los remotos campos y cortijos, formando espesa red y un rosario secreto de combatientes engarzados en la autoridad omnímoda de la Junta Suprema.


A todos los afiliados se imponía la obligación de poseer un arma de fuego. A los menesterosos que no pudiesen adquirir escopeta o trabuco, se les proporcionaba el arma por donación a escote entre los veinticinco. Cada Sección estaba, de añadidura, obligada a suscribirse a un diario democrático, que era regularmente “La Discusión” o “El Pueblo”. Cuando alguna Sección trabajaba en faenas campesinas a larga distancia de la ciudad, enviaban a uno de los de la cuadrilla a recoger el periódico (o folleto de actualidad, cuando lo había); y en la ausencia del mensajero, los trabajadores que quedaban en el tajo hacían la parte de labor de aquel. Un tal Francisco Navero, apodado Tintín, repartía los papeles democráticos a los enviados de cada Sección. En estas había un individuo encargado de leer diariamente el periódico a sus compañeros en las horas de descanso.



La Junta Suprema limitaba a los asociados el uso del vino, y prohibía en absoluto el aguardiente. Gran sorpresa causó a don Diego saber que por esta moderación de los liberales se arruinaron muchos taberneros, y llegaron a ser escasísimos los puestos de bebidas. El número de afiliados creció prodigiosamente desde que comenzaron, en la ciudad y luego en cortijos y villorrios, los solapados trabajos de propaganda. La iniciación se hacía en lugar secreto que Ansúrez no pudo ver: allí se les leía la cartilla de sus obligaciones, y se les tomaba juramento delante de un Cristo que para el caso sacaban de un armario. Afiliados estaban no pocos servidores del Conde de la Cañada. En el propio caserón o castillo roquero del cacique feudal se sentía la continua labor de zapa del monstruoso cimpiés que minaba la tierra.


La Sociedad, en cuanto se creyó fuerte, no quiso limitarse a la defensa ideológica de los derechos políticos. Los principales fines de la oligarquía dominante eran ganar las elecciones, repartir a su gusto los impuestos cargando la mano en los enemigos, aplicar la justicia conforme al interés de los encumbrados, subastar la Renta (que así llamaban entonces a los Consumos) en la forma más conveniente a los ricos, y establecer el reglamento del embudo para que fuese castigado el matute pobre, y aliviado de toda pena el de los pudientes. Con tales maniobras, no sólo era reducido el pueblo a la triste condición de monigote político, sin ninguna influencia en las cosas del procomún, sino que se le perseguía y atacaba en el terreno de la vida material, en el santo comer y alimentarse, dicho sea con toda crudeza.»


La Junta se sintió fuerte, comenzó a elevar el listón de sus reivindicaciones, esto llevó al enfrentamiento violento contra la autoridad y esta respondió achuchando a la Guardia Civil, fiel perrera creada para reprimir cualquier atisbo de rebelión en busca de la justicia social.


Galdós continúa haciendo referencia al socialismo y al comunismo, prueba de que, aunque incipientemente, estas ideas comenzaban a fraguar en el campo andaluz:


«Frente a esto, la poderosa Sociedad buscaba inspiración en la Justicia ideal y en el sacro derecho al pan, y decretó la norma de jornales del campo, estableciendo la proporción entre estos y el precio del trigo. Véase la muestra.
¿Trigo a cuarenta reales la fanega? Jornal: cinco reales. Al precio de cincuenta correspondía jornal de seis reales, y de ahí para arriba un real de aumento por cada subida de diez que obtuviera la cotización del trigo. Accedieron algunos propietarios; otros no. Los jornaleros segadores se negaron a trabajar fuera de las condiciones establecidas, y en las esquinas de Loja aparecieron carteles impresos que decían poco más o menos: "Todos a una fijamos el precio del jornal. Si no están conformes, quien lo sembró que lo siegue".


Clamaron no pocos propietarios, y al cacicato acudieron pidiendo que fuese amparado el derecho a la ganancia. La cárcel se llenó de trabajadores presos, y tal llegó a ser su número, que no cabiendo en las prisiones, se habilitaron para tales el Pósito y el convento de la Victoria. Pero no se arredró por esto la Sociedad, que en su tenebrosa red de voluntades tenía cogidos a todos los gremios. El buen éxito de la escala de jornales para el trabajo rural movió a la Junta a continuar el plan defensivo, justiciero a su modo. Peritos agrícolas afiliados a la Comunidad revisaron los arrendamientos, y en los que aparecieron muy subidos, se despedía el colono. El propietario quedaba en la más comprometida situación, pues no encontraba nuevo colono que llevara su tierra, ni jornaleros que quisieran labrarla. Igual campaña que esta del campo hicieron los peritos urbanos o maestros de obras en el casco de la ciudad. Casa que tuviera demasiado alto el alquiler, según el dictamen pericial, quedaba desalojada, y ya no había inquilinos que quisiesen habitarla, como no fueran los ratones. Llegó, por último, a tal extremo la unión, confabulación o tacto de codos, que ningún asociado compraba cosa alguna en tienda de quien no perteneciese a la secreta Orden de reivindicación y libertad.


Sorprendido y confuso el buen Ansúrez, oyó hablar de Socialismo y Comunismo, voces para él de un sentido enigmático que a brujería o arte diabólica le sonaban. Poseía el vocabulario de mar en toda su variedad y riqueza; pero su léxico de tierra adentro era muy pobre, y singularmente en política no encontraba la fácil expresión de sus pensamientos. Sabía que teníamos Constitución, Reina, Cortes, partidos Progresista y Moderado; pero ni de aquí pasaba su erudición, ni entendía bien lo que estas palabras significaban… En tanto, ocurrían en Loja y su término sangrientos choques: una noche apaleaban a un asociado, y a la noche siguiente aparecía muerto en la calle un testaferro de los Narváez o un machacante del Corregidor. Las agresiones, las pedreas y navajazos menudeaban; la Guardia Civil acudía, siempre presurosa, de la ciudad al campo, o del campo a la ciudad; las voces de ira y venganza sonaban más a menudo que las expresiones de galantería dulce y quejumbrosa que caracterizan al pueblo andaluz en aquel risueño y templado territorio. La Naturaleza callaba cuando los corazones ardían en recelos, y las bocas agotaban el repertorio de las maldiciones.»



Finalmente la insurrección estalló, pero fue rápidamente apagada por el ejército:


«Soldados acudieron de Granada, de Málaga y de Jaén, y reunidos frente a Loja, bajo el mando de un valeroso General, saludaron a los insurrectos con la estimación de rendirse y poner fin al democrático juego. Pronto comprendieron los secuaces de Rafael Pérez que habían perdido su causa, metiéndose en una plaza que más tarde o más temprano había de ser victoriosamente debelada por la tropa. La hueste revolucionaria no debió abandonar nunca la táctica de guerrillas: su fuerza estaba en la movilidad, en la rapidez de las sorpresas y embestidas parciales. Estacionarse en un punto, aun contando con defensas rocosas o con trincheras abiertas sin conocimiento del arte de la castrametación, era ir a muerte segura. Un ejército disciplinado y regularmente dirigido debía dar cuenta, como aquél la dio, del tan entusiasta como aturdido ejército popular. Apretado el cerco con la idea de que no escapase ninguno de los cinco mil republicanos que en la plaza bullían, resultó que después de andar en tratos y parlamentos, se escabulleron todos por las mallas de la red.


Se dijo que Serrano había llegado a última hora con instrucciones de lenidad, que practicó a estilo masónico, haciéndose el cieguecito y el sordo ante los grupos que huían de la plaza. Serrano era liberal, no debe esto olvidarse, y en Madrid mandaban un astuto y un escéptico que se llamaban O'Donnell y Posada Herrera. Si hubiera estado el mango de la sartén en manos de Narváez, de fijo no queda un republicano comunista para contarlo. Don Prisco Armijana, espíritu que se balanceaba en los medios pidiendo mucha libertad y mucha religión, diría frente al Socialismo vencido: “Soldados, no matéis. Dios quiere que todos vivan… y que todos coman. Soldados y paisanos, comed juntos”».


La mayoría de los insurrectos huyeron por los montes y unos 2000 dieron con sus huesos en las temibles mazmorras de la época. Aunque la insurrección no llegó a nada, sí que sirvió para que los trabajadores aprendieran a perderle el respeto a la autoridad, y esta rebelión tuvo posteriormente gran repercusión como hito ejemplar para las siguientes revoluciones y el movimiento societario obrero.





LA DESAMORTIZACIÓN DE MENDIZABAL


Real Decreto de 19 de febrero del 1836, que declara en venta todos los bienes que hayan pertenecido a las corporaciones religiosas suprimidas:


«Atendiendo a la necesidad y conveniencia de disminuir la Deuda Pública consolidada, y de entregar al interés individual la masa de bienes raíces que han venido a ser propiedad de la nación, a fin de que la agricultura y el comercio saquen de ellas las ventajas que no podrían conseguirse por entero de su actual estado, o que se demorarían con notable detrimento de la riqueza nacional otro tanto tiempo como se tardara en proceder a su venta [ ... ], en nombre de mi excelsa hija la Reina doña Isabel II he venido en decretar lo siguiente:


Art.1. Quedan declarados en venta desde ahora todos los bienes raíces de cualquier clase que hubiesen pertenecido a las comunidades y corporaciones religiosas extinguidas y los demás que hayan sido adjudicados a la nación por cualquier título o motivo [ ... ]


Art. 10. El pago del precio del remate se hará de uno de estos dos modos: o en títulos de Deuda consolidada o en dinero efectivo».


En el Pardo, a 19 de febrero de 1836.- A don Juan Álvarez y Mendizábal.




Manuel Tuñón de Lara en "Historia del movimiento obrero español" (Nova Terra. Barcelona 1979) nos describe la situación que condujo a la rebelión de Loja:


«La revolución de 1854 planteó de nuevo el problema de la desamortización, extendiéndose esta vez a las “manos muertas” civiles, es decir, bienes baldíos, propios y concejiles de los pueblos. La Ley de Desamortización de 1855 es debida al entonces ministro de Hacienda, Pascual Madoz, y a una Comisión redactora de las Cortes constituyentes, que la votaron. Esta decía en el preámbulo que “la ley propuesta es una revolución fundamental en la manera de ser de la nación española; es el golpe mortal contra el abominable viejo régimen”. Así fueron puestas en venta “toda clase de propiedades rústicas y urbanas, censos y foros, pertenecientes al Estado, al clero, a las órdenes militares de Santiago, Alcántara, Calatrava, Montesa y San Juan de Jerusalén, a cofradías, obras pías y santuarios, a los bienes procedentes del secuestro de los del infante Don Carlos, a los propios y comunes de los pueblos, a la beneficencia, a la instrucción pública y cualesquiera otros bienes pertenecientes a manos muertas”.


Aquella ley significaba el triunfo en toda la línea del liberalismo económico. En realidad, sus consecuencias fueron todavía más graves que las de la primera desamortización (eclesiástica), puesto que al liquidar los bienes comunales de los pueblos asestaba un duro golpe a los campesinos pobres. Los campesinos quedaron privados de terrenos para pastos, caza, leña y carboneo. Hubo hasta más de 700 pueblos que protestaron de los fraudes y abusos cometidos con los bienes comunales por la Comisión técnica agraria. La operación de venta fue todavía de más difícil acceso a los labradores modestos, ya que si bien se pagaba al contado la décima parte y había un plazo de catorce años para satisfacer el resto, si por desgracia suya el comprador no pagaba a su tiempo el primer plazo era sancionado con multa de 250 pesetas, y si no hacía efectiva ésta, podía ser encarcelado».





En pocas palabras, se vio claramente que los nuevos propietarios de las tierras, la incipiente clase media, solamente buscaba el quitar a la antigua oligarquía parar así convertirse en los nuevos amos, negando incluso el acceso a las tierras comunes usadas por todo el pueblo desde tiempos ancestrales.


“En 1789, aparte de 119 Grandes de España, había 535 títulos de Castilla: varones, vizcondes, condes, marqueses- y medio millón de hidalgos. De cada treinta españoles, uno era noble, negado casi absolutamente al trabajo manual, de concepción servil”.

[J. Sánchez Jiménez - El Movimiento Obrero y sus orígenes en Andalucía]


Tras la desamortización, los bienes pasaron de manos de la maldita curia a las de la miserable aristocracia de terratenientes, con el rey como máximo exponente de la corrupción en fase de metástasis. Mientras tanto, el pueblo solo era mero espectador sin vela en el entierro y resurrección de lo mismo de siempre... o incluso peor. La línea divisoria que marcaba las “dos Españas” se mantenía inalterable. Los nuevos propietarios ejercían sus “derechos” con más vigilancia y más dureza que sus predecesores. Aparecen entonces los guardias jurados al servicio de los propietarios. Al mismo tiempo, el Estado crea el cuerpo de la Guardia Civil (1844) con la misión de hacer respetar el orden medieval en los pueblos. A partir de entonces, la siniestra figura de los picoletos y sus ridículos tricornios (que algunos turistas confundían con monteras de torero) acompañará toda la vida política del país, siempre en contra de la razón y de la justicia social, al servicio del orden de sus amos a los que servían como perros bien adiestrados.


Teniente Maillo y sus secuaces (1906) Perros alimentados con la carroña sobrante de los lobos.


Patrullan con ojo de halcón y en parejas por todas las carreteras del país, a pie o a caballo, y su eficacia perruna, basada en la brutalidad, nunca en la inteligencia, consigue acallar en muchos casos las justas reivindicaciones sociales. Establecidos en cada pueblo, viven al margen de la población, ya que esta los odia como siempre odió a los verdugos. Reclutados en provincias distintas de aquella en la que actúan, para no tener algún “desvarío ético”, como podía producirse si el reprimido era conocido. A partir de entonces y hasta el 23-F de 1981 serán los mejores perros con los que contará el Estado español para reprimir cualquier movimiento u amago revolucionario, más efectivos incluso que el ejército en su servicio mercenario. Pavía dio un Golpe de Estado contra la 1ª República, Sanjurjo hizo lo propio durante la 2ª República, y el esperpéntico Tejero nos quiso devolver a la Edad Media estando a las puertas del S. XXI. Todos ellos altos mandos picoletos, todos ellos golpistas, todos ellos criminales, asesinos del pueblo que dicen proteger. Este siniestro cuerpo orgulloso de su pasado debió desaparecer de nuestras vidas hace ya demasiado tiempo.


Los perros que defendían la presa del amo


El Reparto


Los campesinos andaluces sueñan con una nueva desamortización, pero que alcance esta vez a nuevos propietarios sin tierra ni sustento alguno y no a los ricos y los nobles que progresivamente acaparaban riquezas y junto a ellas un inmenso poder monopolístico. Es lo que se llamaría “el reparto”. Así entre 1845 y 1850 empiezan a difundirse las ideas socialistas en Andalucía. Aunque las nuevas estrategias de lucha para los trabajadores provenientes de la más avanzada Europa no son todavía comprendidas y su calado es mínimo. El analfabetismo generalizado entre los más pobres, sobre todo entre los campesinos del sur, es un gran hándicap para la penetración de las ideas socialistas, aunque no faltaron desde primera hora incansables “apóstoles” que recorrían los pueblos sembrando la semilla de la justicia social. El reparto no es ni mucho menos un movimiento colectivista, sino más bien pequeño burgués, que permitiría el acceso al estatuto a los pequeños propietarios. Aunque las ideas socialistas comienzan a difundirse de una manera muy minoritaria, ello no impidió que los nuevos y antiguos propietarios comenzaran a tomar medidas drásticas, celosos como eran de sus privilegios inmerecidos, se resistían a ceder ni un ápice, cual lobos con su presa entre las fauces.


Privado de sus propios recursos y abandonado progresivamente por el pueblo cada día menos supersticioso, el clero estaba condenado a buscar su sustento en el único sitio que podía encontrarlo, al lado de los opresores. La Iglesia se transformará en la Iglesia de los ricos más de lo que lo había hecho en toda su anterior Historia, y por ende, se transforma también en la Iglesia del poder. Por el Concordato firmado en 1851, abandona sus bienes a cambio de un sueldo modesto que el Estado garantiza a los sacerdotes. He aquí cómo la Iglesia se convierte en Iglesia del Estado. Esta relación cómplice en su naturaleza criminal y que beneficia a ambas partes a costa de la miseria de la mayoría del pueblo se mantendrá hasta nuestros días desde entonces, exceptuando el breve período del primer bienio de la II República y pocos meses de 1936.


En el gran conflicto dinástico del siglo XIX entre carlistas y cristianos, la Iglesia se alineó al lado de los carlistas, es decir, en el campo de la más rancia tradición conservadora. La religión se transforma en presa de los revolucionarios, el pueblo comenzaba a ver el verdadero rostro demoníaco de la curia al haberse quitado la máscara voluntariamente. 


En 1835, en el curso de la primera guerra carlista, las iglesias son incendiadas en Barcelona y en Madrid, y no precisamente por ateos en su gran mayoría. Estos incendios preludian otro. En el campo, las masas se separan del clero que  interesadamente los mantenía en la ignorancia más supina. Desaparecen poco a poco, o pierden su función, esas comunidades religiosas que antes establecían un lazo entre las masas populares y la Iglesia. Liberado el pueblo en parte del freno de las reglas religiosas y sus amenazas de combustión eterna en el infierno si no seguía el dictado de los cebados obispos, la curia muestra su impostura de almas caritativas y dedicadas al servicio de los más pobres, de los olvidados por su Dios. La imagen de una España sometida completamente a los imperativos religiosos y al miedo inquisitorial se desmorona. Desde la mitad del siglo XIX, la descristianización alcanza al sur y al este de España; si bien el mismo fervor continúa rodeando las grandes ceremonias: Semana Santa, fiesta patronal, etc., los hombres dejan de asistir a la misa del domingo. Por el contrario, en la misma época, la práctica religiosa permanece siempre ferviente en el norte de España y en buena parte del centro. En nuestros días, en Andalucía, el PSOE ha hecho del socialismo un copyrigh falso, despojándolo de sus más básicos principios, siendo además el mayor responsable de que la Iglesia siga envenenando al pueblo andaluz con su ponzoña retrógrada y demencial.


Pero la superstición impuesta a todo un país e inculcada a todas las generaciones durante siglos es difícil borrarla de las mentes de los damnificados. A pesar de los pesares, los campesinos andaluces conservaban una fe primitiva en el Cristo y en el mensaje evangélico.


En más de una ocasión, este fervor irá asociado a la idea revolucionaria. Algunos periódicos anarquistas hasta principios del siglo XX (que, desde este punto de vista, marcará un cambio) están impregnados de religiosidad. La Biblia y las Escrituras son puestas al servicio de la promoción social. Varios teóricos se las ingenian para rizar el rizo y sacar del Evangelio un mensaje envuelto por las contradicciones y confusiones de la Historia de la religión. El “desgraciados los ricos” de las Escrituras abunda en toda la propaganda anarquista, por lo menos hasta finales del S. XIX, pero los ricos seguían sintiéndose "”limpios de todo pecado” gracias a los curas que recogían del cepillo la donación a cambio del perdón.




EL ANARQUISMO LLEGA A ESPAÑA


Fue en España donde las ideas proudhonianas tuvieron más calado, incluso más que en Francia, país natal de Proudhon. La obra maestra de Pi y Margall, “La Reacción y la Revolución. Estudios Políticos y Sociales” (reimprimida por la Revista Blanca (Barcelona) en 1928, 478 págs.), aunque incluye nuevas ideas, no pudo ser escrita sin que el autor haya conocido los trabajos de Proudhon anteriormente. Pi y Margall, más tarde, tradujo al menos seis libros de Proudhon (ediciones de 1868 y 1870), como por ejemplo “El principio federativo” (1868) y “De la capacidad política de las clases jornaleras” (1869). Así se expresaba Pi en su libro “El Cristianismo y La Monarquía” escrito en 1871:


«Merced a los progresos de la ciencia, hoy la idea de libertad es absoluta; el hombre se ha sentido soberano. Mi voluntad, ha dicho, es mi gobierno; cualquiera que se decida a extender sobre mí su cetro de rey, o su espada de soldado, es un tirano. Nadie tiene derecho a reducir mi libertad sino yo mismo. Vivo en sociedad; mas no basta para que deba sujetarme a un poder que no he creado ni a leyes que no he hecho. Si la voluntad de mis asociados es, como la mía, autónoma, ¿en virtud de qué principio les he de mandar ni han ellos de mandarme? ».


El anarquismo andaluz tomó la dirección del comunismo libertario,  influenciados sobre todo por Kropotkin, aunque anteriormente ya habian sido más o menos introducidas las ideas de Bakunin como evolución de las de Proudhon, sobre  todo tras la visita de Fanelli. Por otra parte, el anarquismo catalán tomó la senda del anarcosindicalismo, debido a la naturaleza industrial del trabajo en Cataluña, concentrado sobre todo en Barcelona. En el primer tercio del S. XX Barcelona llegó a ser la ciudad del mundo con mayor número de sindicalistas, con la CNT como fuerza principal. El marxismo no logró arraigar en España a pesar de las insidiosas y reiteradas campañas de Lafarge, yerno de Marx y enviado por éste a España para divulgar sus ideas, aunque se dedicó más a calumniar las de Bakunin que a proponer las propias.

                                   
Cataluña era a mediados del S. XIX la región de España con mayor nivel cultural, los nuevos aires europeos llegaron tempranamente a ella. Se tiene constancia de la existencia del asociacionismo desde 1840 y se mantuvieron más o menos activas, abierta o clandestinamente hasta la revolución de 1868. A partir de entonces, gran parte de ellas se afiliaron a la Internacional y a las sociedades que le sucedieron hasta llegar a la CNT, cuyo ideario no en menor grado, existía ya en el espíritu de los hombres de 1955. Max Nettlau en “La anarquía a través de los tiempos” nos da algunas de las claves por las cuales el anarquismo y no el marxismo contó con más adeptos en España que en ninguna otra parte de Europa desde que la Internacional llegó a España:


«Se sabe que las asociaciones en Barcelona han comenzado en 1840 y continuado abierta o clandestinamente hasta la revolución de septiembre de 1868 y que entonces, en gran parte, se afiliaron a la Internacional y a las sociedades que le sucedieron hasta la C. N.T. Esos votos de 1855 - 56, con todas sus vacilaciones y sus tanteos, nos muestran, lo pienso al menos, en qué grado lo que dirán la Internacional, la Federación Regional, la C. N. T., existía ya en el espíritu de los hombres de 1855, y se desarrolló pues, de 1840 a 1855, y sobre un fondo que se formó en los años de luchas después de la muerte de Fernando o antes aún. Es el federalismo social, la asociación de las asociaciones (textual solidaridad, es decir, la asociación entre todas las asociaciones; Simó y Badía, en el banquete mencionado; Eco, 18 de noviembre 1855), la síntesis de asociación y libertad (que no puede ser más que el anarquismo socialista), la sociedad económica que sustituirá al gubernamentalismo político, en fin, es esa estructura de comités de oficio, locales, comarcales, nacionales que se elaboró tan cuidadosamente para la Internacional en 1870 y que se elabora aún en nuestros días y que, más débil o más fuerte, es en 1935 la argolla obrera de las relaciones entre los trabajadores, como lo fue en 1855 al menos en sueños de porvenir próximo, que fue en efecto realizado. Se comprende que sobre ese fondo de ideas y de práctica, sobre la lectura de Pi y Margall y de Proudhon además, y sobre la práctica de la asociación, de las huelgas, de la solidaridad probada de las actividades clandestinas y algunas veces de las luchas armadas, se comprende que sobre los militantes de esa especie, el socialismo autoritario no tuviera ninguna influencia, mientras que las ideas del anarquismo colectivista, transmitidas de parte de Bakunin y de sus camaradas, fueron el complemento lógico y bienvenido de lo que esos militantes sentían ya ellos mismos desde hacía mucho tiempo. En ninguna parte del mundo se habría encontrado esa predisposición en 1868, y ya en 1855; lo que la Internacional ha querido fundar en 1864, existía en España en espíritu y realidad.»



El movimiento obrero español desde sus principios siempre mostró su filia al anarquismo y su fobia al autoritarismo, la federación española de la 1ª Internacional era prácticamente en su totalidad bakuninista a pesar de las insanas influencias que intentaron inocular cual serpientes los escasos lacayos con los que contaba Marx en España. Ya va siendo hora de que se conozca la versión histórica de España desde el punto de vista de l@s de abajo y no la divulgada bajo el patronazgo del Estado en cualquiera de sus degeneradas formas. La verdad solamente puede construirse con el testimonio de quien la sufre, nunca a través del ladino relato del que la impone incluso llamándote compañer@. Salud y Libertad.



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