La visión de Fernando de los Ríos sobre la Rusia bolchevique y su visita a Kropotkin. Extractos de su relato "Mi viaje a la Rusia sovietista" escrito en 1921 y descarga de libro completo en Pdf





De los Ríos nació en Ronda el día de la Inmaculada Concepción de 1879 en el seno de una familia de clase media con propiedades agrícolas en esta ciudad. Su padre, José del Río era capitán de Infantería y su madre, Fernanda Urruti procedía de una familia vascofrancesa. La familia paterna pertenecía a un amplio tronco familiar -que utilizaba indistintamente los apellidos Del Río o De los Ríos- en el que había figuras destacadas como el político moderado Antonio Ríos Rosas (que también fue ministro) o Francisco Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza. 


Fernando de los Ríos perdió muy pronto a su padre, siendo un niño de cuatro años. Su madre tuvo que sacar adelante a tres hijos, residiendo en Ronda, Cádiz y Córdoba. En Cádiz, un jovencísimo Fernando conoció a un personaje sumamente importante en el seno del anarquismo español, Fermín Salvochea, y que seguramente despertó en él la inquietud social. Ya más mayor llegó a conocer a Kropotkin en Londres en 1907, coincidiendo después también en Rusia. Estas influencias anarquistas dejaron huella en Fernando de los Ríos, algo hay en sus obras y quizás hasta en su espíritu, siempre contrario a cualquier totalitarismo, aunque también dejó muy clara la distancia que le separaba de esta ideología. 


Buena parte de los anarquistas españoles siempre respetó a Fernando de los Ríos, como pondría de manifiesto Andrés Saborit, el cual tendía puentes hacia la CNT porque creía que muchos de sus militantes coincidían con sus tesis municipalistas en algunas corporaciones durante los últimos tiempos de la República. También influyó su intento de suavizar la represión que desató Azaña contra los anarquistas sublevados en el Alto Llobregat en 1932, pero fue en vano, al enano burgués no le tembló la mano a la hora de ordenar tirar a matar, incluso tras ser sofocada la insurrección, como más claramente se vio posteriormente en Casas Viejas. Aunque tampoco podemos llevarnos a engaño, Fernando de los Ríos fue protagonista de primera línea del funesto y desilusionador bienio progresista.


Tras concluir sus estudios de Bachillerato en Córdoba, la familia se trasladó en 1895 a Madrid, donde Fernando de los Ríos comenzó la carrera de Derecho bajo la tutela de Giner de los Ríos, licenciándose en 1901. Antes, había experimentado una crisis espiritual, en la que se vio muy influenciado por los artículos de Miguel de Unamuno en 'Vida Nueva'. Esa crisis le alejaría de la práctica religiosa dentro de la Iglesia Católica durante el resto de su vida. 


Con el inicio del siglo XX se trasladó a vivir a Barcelona y comenzó sus primeras colaboraciones periodísticas en el diario madrileño "España", fundado por su paisano rondeño Manuel Troyano. En 1905 regresó a Madrid y mientras preparaba el doctorado, colaboró en  la Institución Libre de Enseñanza; tras el verano de ese año acompañó a Unamuno por la gira de conferencias que éste ofreció en  Málaga y Ronda. Una vez defendida la tesis doctoral realizó un viaje de estudios por Francia, Bélgica, Inglaterra y Suiza y en 1908 logró una beca de  ampliación de estudios que le llevó durante un tiempo a Alemania. Regresó a Madrid en 1910, año en el que tuvo sus primeros  contactos con el PSOE y su líder, Pablo Iglesias, y empezó a escribir en 'El Socialista'. Un año después ganó la cátedra de Derecho de la  Universidad de Granada.


Se afilió al PSOE en 1919, año en el que fue elegido diputado por Granada y en el que viajó a Washington, en representación de la UGT, para participar en la Conferencia Internacional del Trabajo. Desde el primer momento de su militancia en el PSOE se incorporó a la dirección del partido que, por entonces debatía entre fuertes tensiones en torno a la conveniencia de integrarse en la Internacional Comunista. En octubre de 1920 viajó a la Unión Soviética en cumplimiento del acuerdo tomado en el Congreso Extraordinario del partido, celebrado en junio. Durante su estancia en Moscú se entrevistaría con Lenin que, interrogado por De los Ríos sobre la compatibilidad entre la libertad personal y la duración de la dictadura del proletariado, dio una respuesta que ha sido citada muy frecuentemente: "libertad, ¿para qué?", según dejó constancia Ruiz-Majón.


A su vuelta a España, Fernando de los Ríos respaldó la postura contraria a la integración del PSOE en la Internacional Comunista. Ese acuerdo provocó una escisión en las filas socialistas de la que nació el Partido Comunista de España (PCE). Durante la dictadura de Primo de Rivera mantuvo una actitud de enfrentamiento al régimen, posición que fue minoritaria entre los militantes socialistas. A la vuelta de su viaje, y ante las veintiuna condiciones impuestas por Lenin, De los Ríos defenderá en el Congreso extraordinario de abril de 1921 la postura contraria a ingresar en la III Internacional. Esta será finalmente la opinión que triunfe, frente al informe favorable de Anguiano.


Fernando de los Ríos Urruti (1879-1949), Catedrático, Diputado socialista en Cortes y Ministro. Maestro Masón del Gran Oriente Español.


En estos años, De los Ríos desarrolló una frenética actividad política y su enfrentamiento con la dictadura le llevó a renunciar a su cátedra en la Universidad de Granada, a la que se reintegró tras la caída de Primo de Rivera. En esos años finales de la década de los años veinte, acompañó a Federico García Lorca durante su viaje a Estados Unidos. Fernando de los Ríos y Urruti participó activamente en los trabajos conspiratorios para implantar la República en España y defendió la tesis de que el PSOE se aliara con los partidos republicanos. Fue detenido y encarcelado en la Modelo. Tras la caía de la Monarquía, formó parte del gobierno provisional presidido por Niceto Alcalá-Zamora como ministro de Justicia y en diciembre de 1931, tras la aprobación de la Constitución republicana, ocupó la cartera de Instrucción Pública y Bellas Artes en el gabinete liderado por Manuel Azaña, puesto que dejó en junio de 1933 cuando fue elegido ministro de Estado, permaneciendo en el cargo hasta la caída del ejecutivo de Azaña.


El estallido de la Guerra Civil le cogió en Ginebra y desde allí se trasladó a París para hacerse cargo de las infructuosas negociaciones para comprar armas al Gobierno francés para la República. En diciembre de 1936 fue nombrado embajador en Washington, donde permaneció hasta el final de la contienda española. En Estados Unidos fue contratado como profesor en la New School for Social Research de Nueva York. En 1945 fue nombrado ministro de Estado en el gobierno en el exilio de José Giral. Sus gestiones encaminadas a conseguir el apoyo de los países aliados, vencedores de la Guerra Mundial, tras verse que nada servirían para que los aliados derrocasen el último régimen fascista que quedaba en Europa, renunciaría a su puesto en marzo de 1946, aquejado, además, por motivos de salud. Pasó a ser observador oficial del gobierno republicano en el exilio ante las Naciones Unidas.


Fernando de los Ríos, con su madre, Fernanda Urruti; su esposa, Gloria Giner, y su hija Laura.


Fernando de los Ríos Urruti falleció en su domicilio del 448 Riverside Drive de Nueva York el 31 de mayo de 1949, donde acudieron el expresidente Juan Negrín y el exministro de Estado Julio Álvarez del Vayo. Otras figuras destacadas del republicanismo español como Indalecio Prieto, Diego Martínez Barrios, Luis de Zulueta, Joaquín Maurín, Rodolfo Llopis o José Prat le dedicaron artículos elogiosos. Sus restos volvieron a España el 28 de junio de 1980 y reposa en el cementerio de La Almudena de Madrid.




El viaje a la Rusia bolchevique



En este relato, el autor relata sus vivencias tras haber visitado la Rusia bolchevique durante dos meses. Al igual que Ángel Pestaña nos describe la realidad de los soviets traicionados y la imposición de un sólo partido frente a cualquier contestación. De los Ríos fue el principal responsable de la no inclusión del PSOE en la III Internacional Marxista-Leninista, como a su vez Pestaña lo fue para la C.N.T. A pesar de las diferencias ideológicas que pueda tener con ambos personajes, creo que es justo reconocerles el mérito de haber sido las primeras personas en denunciar la impostura leninista en España y buena parte del mundo. 


La falta de libertad de prensa, la imposición de comisarios políticos en todos los sindicatos que cercenaban cualquier iniciativa de los sindicados en nombre de la disciplina de partido, la represión absoluta a cualquier disidencia de izquierdas... Por eso creo conveniente, salvando las distancias ideológicas, que este libro sea conocido por quienes todavía creen inocentemente en las bondades del bolchevismo y la nefasta figura de Lenin, el abortador de la única revolución netamente obrera y campesina conocida en la historia de la humanidad.




Fotografía de los líderes que participaron en el II Congreso de la Tercera Internacional de 1920, con Lenin delante, en el que se aprobaron las 21 condiciones para el acceso a la misma.


D. Anguiano
En el congreso extraordinario del PSOE, de 1920, Daniel Anguiano y Fernando de los Ríos Urruti fueron comisionados para viajar a la Unión Soviética y ver las posibilidades para mantener el ingreso del partido en la Tercera Internacional fundada en 1919 por Lenin. Los bolcheviques habían dejado la Segunda Internacional acusando a los partidos socialistas de haber apoyado los esfuerzos bélicos de sus gobiernos en la Primera Guerra Mundial, mientras que ellos se habían opuesto por completo al conflicto por considerarlo "útil sólo para la burguesía y contrario a los intereses del proletariado".


Tras el informe aportado por De los Ríos en el congreso extraordinario del PSOE en abril de 1921, triunfó la posición contraria al ingreso en la Tercera Internacional. Al poco tiempo Daniel Anguiano que sí había defendido dicha adhesión se incorporó al Partido Comunista de España.


A continuación os dejo algunos extractos de lo que De los Ríos vio en la naciente URSS.





El 7 de noviembre de 1917, con la bandera de «Paz, pan, abolición de la pena de muerte», y «Todo el poder para los Soviets», el partido comunista, apoyado en el Soviet y en la masa y demostrando un gran sentido de organización, que era la flaqueza del Poder, se hace dueño de Kronstad y de Petrogrado sin necesidad de grandes luchas; otro tanto acontece en Moscú. En este movimiento, que da el Poder a los bolcheviquis, participan los anarquistas de modo tal, que, según ellos nos han referido, fué decisivo su influjo. Vueltos a Rusia desde Norteamérica, donde habían llegado a organizar una Federación con veintitrés asociaciones, hallan en la época de la primera revolución, la de marzo, toda clase de facilidades para la propaganda; únense a ellos los que habían abandonado Siberia al darse la libertad a los condenados políticos, y organizan grupos, especialmente en Petrogrado y Moscú, y editan periódicos; otros se van al Don y a la Ukrania. Ellos fueron —nos relatan— quienes primero abandonaron la Asamblea Democrática de Kerenski; y al iniciarse la desviación derechista de éste, danse la orden de ayudar a los bolcheviquis, aun cuando abrigaban temores respecto de éstos, que después se han confirmado; sin embargo, esta experiencia, afirman, la necesitaba el pueblo.


Una vez más el Soviet aparece en la Revolución como el órgano que tiene la fuerza decisiva. El Soviet había ido acentuando su trayectoria de izquierda, y cuando los bolcheviquis asaltan el Poder, tenían tras sí la mayoría del Congreso Panruso de los Soviets (1).


El poder del Gobierno en manos ya de un partido tan de acción como el comunista, en el cual el sentido de la organización, además, es evidente, adquirió una acometividad inusitada; Rusia se halló apoco con una estructura política efectiva, y los objetivos económicos fueron llevados a las últimas consecuencias: la reja penetró hasta la entraña y lo volteó todo; nunca se ha visto una experiencia social de igual ambición de fines; el maximalismo se ensayaba a sí mismo, y el pueblo, que ha sido la materia del gran ensayo histórico, ha mostrado con ello su heroísmo, que es dolor ofrendado por un ideal.


Pero, políticamente, ¿cuáles fueron las consecuencias del ideario del partido que llegaba al Poder? Desde su comienzo vióse de un modo inequívoco adónde había de conducir la actitud del Gobierno. El grito «todo el Poder para los Soviets» significaba, en realidad, por virtud de la «vanguardia consciente», «todo el Poder para el partido comunista»; mas esto sólo podía tenerse la plena seguridad de conseguirlo si se amordazaba la conciencia social, eterna creadora de variantes, y, por lo tanto, si se instauraba un régimen de terror; de esta suerte revive, una vez más, el eterno dualismo político de la Historia: democracia o tiranía, aun en circunstancias de revolución social, que parecía habían de ser enteramente adversas a que se plantease la opción.


Cuando sólo habían transcurrido diez días de la segunda revolución, el 17 de noviembre de 1917, un grupo de comisarios del pueblo, miembros, por tanto, del Gobierno y figuras relevantes del propio partido comunista —Rikof, Larin, Schliapnikof, Noghin, Miliutin, Ycdolof, Riasanof, Tcodorovich y Guranof—, presentaban la dimisión de su cargo y la razonaban mediante la siguiente protesta:


«Creemos necesaria la formación de un Gobierno compuesto de todos los partidos socialistas representados en los Soviets; sólo la formación de un Gobierno de tal naturaleza podrá afirmar y consolidar la victoria alcanzada merced a la lucha heroica de los obreros y del Ejército revolucionario. Estamos convencidos de que si se rechaza esta solución sólo habrá un camino: el de conservar a toda costa un Gobierno bolcheviqui por medio del terror político. Este es el derrotero que ha emprendido el Consejo de Comisarios del Pueblo, y nosotros no podemos ni queremos seguirle en esa dirección.


Vemos que ello conduce al alejamiento de las organizaciones proletarias de la dirección de la vida política, a la creación de un régimen irresponsable, sin control, y a la destrucción de la Revolución y del país. No podemos nosotros asumir la responsabilidad de esta política, y, en su virtud, ponemos a disposición del Comité Central Ejecutivo nuestro mandato de comisarios del pueblo» (2). Que el lector reflexivo medite sobre el sentido de esas palabras; la predicción, cuando se ve la realidad rusa a los tres años de haber sido dicho lo transcrito por elementos que eran y continúan siendo miembros del Gobierno, resulta de una clarividencia plena.


Notas:


(1) He aquí los datos oficiales:

Primer Congreso Panruso de los Soviets: 13 por 100 de los representantes eran bolclieviquis.

Segundo Congreso Panruso de los Soviets: 51 por 100 de los representantes eran bolcheviquis.

Tercer Congreso Panruso de los Soviets: 61 por 100 de los representantes eran bolclieviquis.


(2) Debo la traducción de este documento oficial a la amabilidad de una militante que se mostraba asimismo disconforme con la marcha política de la Revolución. La traducción coincide con la publicada por los delegados italianos Nofri y Pozzani en su folleto La Rusia Comunista.


Casa de Kropotkin en Dimitrov


Visita a Kropotkin


Para hallar en la Rusia de hoy un sereno remanso espiritual, rico en sugerencias, es preciso tener la suerte de conocer el medio íntimo de una de esas figuras relevantes que han abundado en Rusia desde que comienza ésta, a fines de la primera mitad del siglo XIX, a buscarse a sí misma y a descubrir la intimidad de su genio. En la aldea de Dimitrof hallamos al venerable y paternal Kropotkin; vivía con su bondadosa mujer e inteligentísima hija en una casita de madera, rodeada de huerto y jardín. 


El huerto lo trabajaba la mujer, a pesar de sus sesenta y dos años y de no haber tenido costumbre nunca de ello, porque era necesario suplir de algún modo la ración de viejo que «Pedro» recibía; la hija, delicada de salud, no podía ayudarle en estos sus empeños de horticultura. Tenían una vaca, respecto de la cual una orden de Lenin prohibía la requisa, y, de vez en cuando, anarquistas de aquí y de allá acudían con un presente modesto para el anciano ex príncipe, que siempre hallaba una palabra espiritual o un gesto lleno de dignidad con que revelar al recién llegado cuán íntimamente le afectaban estos recuerdos.



Cumplía sus setenta y ocho años uno de aquellos días; y en una habitación amplia, con techos de madera obscuros, alumbrada con dos quinqués de petróleo, una joven artista que viniera con nosotros de Moscú canta al piano, al atardecer, melodías rusas. Allí hay un médico y un joven silencioso, de mirada muy abierta. La familia Kropotkin está en el salón, y el viejo de corazón infantil aprovecha las pausas de la artista para acercarse, ya a uno, ya a otro, e interesarse por las inquietudes espirituales que la estancia en Rusia nos despierta. En sus juicios se ve la preocupación por ser justo, y, con delicadeza, conducía a su interlocutor al punto en que radican los problemas fundamentales de la actual situación rusa. Sus apreciaciones no nos pertenecen; los momentos son harto polémicos para sacar a luz los postreros juicios de aquel hombre admirable; mas de sus palabras extraíase lo que es difícil lograr en estos instantes: una perspectiva histórica de la Revolución Rusa.


También en el hogar de aquel anciano se conocía la privación. Un día, como acompañase por la aldea silenciosa y muerta a la señora de Kropotkin y la preguntara por la vida de ellos, díjome con la voz velada: «Ayer vendimos el gabán de Pedro». Cuando los periódicos alemanes, especialmente Die Freiheit, publicaron la noticia de la escasez con que vivía Kropotkin, llamó a su señora el comisario de Cultura y le propuso enviarle cuanto necesitara. «Gracias —contestaron los ancianos—; mal estamos, pero aun están peor otros muchos en Rusia». Lo poco que se lee entre quienes tenían el hábito de hacerlo se refiere a la Revolución Francesa; en los relatos de entonces se busca un alivio a los dolores de hoy y una guía para el pensamiento; en todas partes hablan y evocan aquella revolución; se lee sobre ella en las prisiones y en los hogares antiguos; lo lee, sobre todo, el viejo patriciado y la antigua burguesía.


Pensamiento único, fin de la inteligencia.


Kropotkin y la censura leninista


Lo poco que se lee entre quienes tenían el hábito de hacerlo se refiere a la Revolución Francesa; en los relatos de entonces se busca un alivio a los dolores de hoy y una guía para el pensamiento; en todas partes hablan y evocan aquella revolución; se lee sobre ella en las prisiones y en los hogares antiguos; lo lee, sobre todo, el viejo patriciado y la antigua burguesía. 


El hogar está hoy, pues, exhausto de espíritu. La concepción de la vida sobre la cual se asentaba la relación de padres a hijos; la moralidad creada por una sociedad viciada por muchas injusticias, algunas de las cuales ahora periclita; la propia relación sexual; todo ha sentido la conmoción del nuevo régimen, que, ansioso de afirmar los valores a los cuales quiere servir, esfuérzase por atraer hacia sí el centro ideal de todo grupo social y absorberlo. Y la familia siente moverse las bases de su poder; desde las varias instituciones oficiales tiran del individuo; los chicos se casan a los quince o diez y seis años, y, por tanto, el hogar tiende a ser substituido como núcleo formador; el Leviatan lucha por devorarle, y tal vez ello permitirá la iniciación de una visión más completa y varia de la relación entre hombre y mujer, por virtud de la cual los afanes irracionales del corazón no queden sometidos a la suma racionalidad, a la uniforme racionalidad legalista. Es evidente que el hogar ruso tiende hoy a diluirse en el todo social; tal vez en Rusia haya habido siempre algo de ello, pero lo que hay de hogar vive envuelto en un cendal de dolor y pobreza. 


La generalización de tal dolor y pobreza tiene el carácter de un fallo universal sobre la infame estructura de la sociedad en que vivimos. Torpe o acertadamente ejecutado —este es un segundo problema— el valor eterno de ese fallo consiste en que ha intentado además substituir el principio cardinal de la organización social, y en cuanto intento, ha dado satisfacción a anhelos puros de justicia.



El pensamiento carece actualmente en Rusia de medios normales y públicos de expresión. Como visitara el Centro de las publicaciones oficiales, entre los gráficos varios que nos presentaron vi uno, en el que se determinaba el número de los periódicos diarios que se publicaban en toda Rusia; ascendían a 21: cuatro en Petrogrado, seis en Moscú y 11 en el resto del país; son los únicos que están permitidos, y dicho se está que todos ellos son órganos oficiales u oficiosos del Gobierno. Los que con excepción de ellos puedan aparecer caen dentro del delito de clandestinidad y bajo el dictado temible de acto contrarrevolucionario. Mas es difícil, si bien no imposible, burlar la prohibición, porque el Gobierno tiene requisadas todas las imprentas, fábricas de papel y existencias de este producto, y, por tanto, aquel que desee publicar, por ejemplo, un libro, se ha de dirigir al Comisariado de Cultura, no solicitando, en virtud de un derecho, el que se le imprima, sino acompañando el manuscrito, para que, en vista de su contenido, el Gobierno dé las órdenes a sus imprentas y almacenes para que lo impriman, o conteste al autor con una negativa inapelable.


Como Kropotkin deseara hacer privadamente una edición completa de sus obras y vivir de ellas, en vez de vivir del socorro con que le brindaban, díjole primero el Gobierno que editaría cuatro de sus obras, las históricas, pero no doctrinales; y como se negara a ello el noble anciano de Dímitrof, y tampoco aceptara la protección material que se le ofrecía después de los artículos que se publicaron acerca de su pobreza en varios periódicos de Alemania, Francia e Inglaterra, brindóle el Gobierno con editarle las obras completas, Kropotkin exigió hacerlo él en la imprenta que tenían los anarquistas; y recabando el derecho a que las pudieran vender sus camaradas en ideas, así en los Centros como en cuantos sitios les fuera posible, el Gobierno no lo consintió, y él declaró que no podía reconocer, mediante un acto suyo, el derecho exclusivo del Poder a ser el que avalase el pensamiento; «hacerlo —decía— equivaldría a reconocer algo que lleva consigo la muerte para la libertad del pensar».


Una vez publicado un libro, va a las librerías oficiales, únicas que existen, y en ellas se vende, o no, según lo deseen oficialmente, y nadie privadamente tiene derecho a comprarle, sino los Centros oficiales, los cuales extienden una solicitud, llamémosla así, y con ella entregan las librerías lo que tienen y se les pide. La producción intelectual está, pues, intervenida en todos los momentos. Pretender satisfacer un deseo inmediato e individual es imposible; es preciso recurrir a la dirección administrativa de algún organismo. ¿Es que con la palabra se goza de mayores posibilidades de difundir el pensamiento? Hay en la vida rusa núcleos que representan idealmente direcciones contrarias a la del Gobierno, y a los cuales, sin embargo, se les tolera; tal es el caso de sindicalistas y anarquistas; mas en los clubs de unos y otros está vedado —como hemos dicho al tratar de los clubs en el capítulo anterior— hablar de política y, en general, de cuanto pueda significar fomentar un disentimiento con el Poder; y si alguna vez se improvisa un pequeño mitin de protesta contra alguna tropelía, se corre el riesgo de que el Argos policíaco acuda y ponga a buen recaudo a todos, como aconteció precisamente en un club sindicalista, y así nos lo referían ellos mismos, no muchas noches antes de ir nosotros a visitarles.


Es más; para los primeros días de diciembre último pasado estaba convocado el Congreso Sindicalista en Kharkov, y, según nos dijeron delegados a quienes hablamos, había sido autorizado tal Congreso; mas luego supimos por la familia de estos delegados que, una vez reunidos, fueron todos presos. Y así, no ya los grupos, sino ni aún el mismo individuo pueden tener seguridad de que su actividad profesional no suscite sospechas y se la juzgue contrarrevolucionaria; hay casos de este genero en el profesorado que causan un vivo pesar. Y la miseria ambiente, y la necesidad, por tanto, de obtener un plus de ración, facilita el reclutamiento de delatores aun entre jóvenes escolares. De esta suerte, la conciencia de mucha gente va envenenándose por la mancilla que acarrea hábitos de tal condición. ¡Con que amargura lo advierten y comentan en la Rusia soñadora gentes en quienes está extinta la concepción burguesa, pero potente y lozana la visión ideal de la nueva sociedad!




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