La influencia de los hermanos Reclus en el anarquismo español (II). El Congreso de Berna (1868)


Eliseo Reclus
Eliseo Reclus estuvo muy interesado por lo que estaba pasando en España durante el llamado "sexenio democrático", viendo con alegría como era proclamada la república por primera vez, aunque esta fue de efímera duración como es ya sabido. En aquél entonces -cuando comenzó la "revolución" que desterró a Isabel II- mantuvo una intensa correspondencia con su hermano Élie, desplazado a España entre 1868-69 para seguir los acontecimientos revolucionarios. 


Bakunin propuso a Eliseo que acompañara a su hermano en España para intentar influir en el curso de los acontecimientos a favor de los trabajadores, ya que los dos hermanos pertenecían a la sociedad secreta anarquista "Fraternité Internationale" que fundó Bakunin, pero Eliseo no pudo acudir por diversos motivos.



Entre esta correspondencia mantenida con su hermano Elías, Eliseo informa a éste en una extensa carta sobre su asistencia al Congreso de Berna -mientras Élie se encontraba en España-, el segundo Congreso de la Liga de la Paz y de la Libertad, celebrado del 21 al 25 de Septiembre de 1868. La carta no contiene fecha alguna:


A Elías Reclus

Mi muy querido Elías:


Tenía la firme intención de escribirte un informe, muy detallado, sobre el Congreso de Berna. Incluso, había redactado tres páginas, que las perdí luego; pero ya es imposible continuar mi trabajo, pues habiendo desde el primer momento convertido mi papel de espectador en el de actor, no pude hallar el ocio necesario: sesiones del comité, sesiones del congreso, redacción de proyectos y contraproyectos se sucedían sin tregua y hasta muy avanzada la noche; a las dos y a las tres de la mañana, todavía duraban las conversaciones. Al finalizar la semana, sentíame extenuado. Una noche pasada en un vagón de tercera ha sido para mí uno de los más reparadores descansos.


No estoy muy enterado de las apreciaciones formuladas por los diarios respecto a nosotros; pienso que deben tratamos de mala manera, pues todos los corresponsales, sin excepción, eran del partido de los adversarios: Lemonnier (1) del Phare de la Loire y de otros diarios; Fribourg (2) del Debats, Andrés Rousselle de no se cuantos periodicuchos, Chaudey, Castelar (3), Enrique Ferrier y varios otros. Cuando vuelva a verte, te contaré todo detalladamente.


Desde la primera sesión del Comité, fué evidente que los conflictos estallarían. Chaudey, en actitud de Júpiter, coge el rayo y lo lanza sobre Bakunin, que declara ser un lassalleano; luego, arrebatado por la cólera, habla de Lassalle en forma tal como para probar que ni siquiera sabe quien es el personaje. No importa, la guerra estaba declarada, y Lemonnier, Rousselle, marcaban el paso tras el jefe de fila. 


Estos señores, como comprendes, estaban muy irritados contra los obreros de Bruselas (4); con toda furia llegaron de París para resistir a la Internacional y para apostarse enérgicamente, burgueses contra trabajadores, políticos contra socialistas. Hasta tenían, como me lo dijeron en una comisión especial, un mandato imperativo que cumplir en ese sentido, y este mandato lo han cumplido.


En cuanto a Bakunin y a nosotros, entre los cuales se encontraba Richard (5), a quien tú conoces, dijimos que el procedimiento del Congreso de Bruselas era una impertinencia, una jugarreta, pero que estaba en nuestra dignidad el no sentir la afrenta y el quitarle de antemano todo valor mostrándonos más enérgicos y más unidos que los delegados de Bruselas, para la afirmación de la equidad social. El primer día se trató el punto de los ejércitos permanentes. Todos estábamos de acuerdo sobre esta cuestión. El informante era un tal Beust, alemán, refugiado en Zurich y convertido en jefe de institución. Es un hombre que me agrada muchísimo por la intensidad de la pasión revolucionaria. Cabeza estrecha, ojos ardientes, pensamiento siempre en tensión hacia el mismo objetivo, palabra breve y brusca, todo en él prueba que sus energías vivas se dirigen a la República. Al día siguiente de su informe, las noticias de España llegaban por telégrafo, y él partía ese mismo día para ir a juntarse con los insurrectos. El informe de Beust fue aprobado por unanimidad, no sin incidentes. Había expuesto con bastante decisión la teoría del asesinato político. Juzga el terror de Lemonnier, de Andrés Rousselle. Se precipitan a la tribuna, suplican a la Asamblea que les ahorre semejante voto. Rousselle declara que se separará del Congreso antes de soportar ese voto; en fin, Fribourg, el fiel aliado de los abogados franceses, él, a quien por descuido Rousselle el día anterior había calificado de soplón, viene en ayuda de su acusador de la sesión pasada, pone los puntos sobre las íes expresando. que se trata de votar por sí o por no en este asunto: "¿Tenemos, nosotros, derecho a asesinar a Bonaparte?" Gran emoción. A vivas instancias de Jollissaint (6), Beust consiente al fin en retirar la frase temible de su informe. Lemonnier respira: Nuevo Espartaco, no se armará del puñal vengador.


Al día siguiente, cuestión social. La comisión preparatoria, de la que formé parte, no había podido ponerse de acuerdo. No había querido adoptar nuestra redacción, en la que postulábamos como ideal "la igualación de las clases y de los individuos", entendiendo por ello la igualdad del punto de partida para todos, a fin de que cada uno siga su carrera sin obstáculo. Chaudey, informante, pronunció el primer discurso de la sesión. Jamás oí pronunciar discurso más pobre. Sintiendo que le faltaba el suelo bajo los pies, echó mano a todos los recursos oratorios para poder hablar sin decir nada. Divagó declamatoriamente sobre la expedición a México, para conducirnos "de paseo por los campos de Montana". En fin, chapaleó por completo, rebuscando palabras, entablando luego una discusión jurídica sobre la "recusación de los jueces". En síntesis, estuvo deplorable, y, por mi parte, sentí verdadera piedad por él. Mientras gesticulaba desatinadamente, una caricatura que pasaba de mano en mano lo representaba cerrando los ojos y telegrafiando con los brazos. Desde este día, Chaudey era hombre al agua, y Lemonnier recogió el cetro caído de las manos del pobre abogado.


Después de este absurdo discurso -al que Bakunin contestó con algunas palabras de una fuerza poco común, y exponiendo claramente que, para él y sus amigos, se trataba ante todo del principio y que los medios, propiedad colectiva, abolición de la herencia, etcétera, quedaban a estudio, la situación se tornó muy difícil para Lemonnier y sus amigos. Chaudey los había comprometido por el ridículo. Felizmente, una desviación de los alemanes vino en su ayuda. Beust y Ladendod, buenas personas a quienes estimo de todo corazón, propusieron una enmienda que salvó las dificultades y que, a sus ojos, tenía la principal, la inmensa ventaja de ser de origen teutón. Lemonnier se prendió a ella como un desesperado, y nosotros mismos la habríamos aceptado si hubiese consagrado el principio igualitario. Ladendorf estuvo dispuesto a damos, a este respecto, einige erklarende Motivirungen oder motivirte Erklaerung (algunas nociones explicativas o explicaciones de los motivos). Pero estas explicaciones no nos conformaron.


Por la tarde, la votación se efectuó por nacionalidades: Rusia, Polonia, Italia, América, votaron por la proposición Bakunin. América estaba representada solamente por nuestro amigo Osporne Ward, que no se apaciguaba frente a la "burguesía". En el partido opuesto que votó por la proposición alemana, cuatro nacionalidades estaban también representadas por individuos aislados: España, Emilio Castelar; México un turista extraviado; Inglaterra, quiso congregar a todos los países de Europa en una gran sociedad de seguros contra la guerra, un tonto redomado y por último, Suecia. El representante sueco, que pretendía votar en nombre de Noruega, Dinamarca y Finlandia, es un pobre loco que hizo el regocijo de la Asamblea con sus mociones fantásticas y que hizo correr la champaña como agua, para amigos y enemigos, durante toda su estancia en Berna. Si se dejaba de lado a las nacionalidades representadas por un solo individuo, el Congreso no podía tomar ninguna decisión y las partes se quedaban sin resolver el pleito. Sin embargo, era evidente que no podíamos hacer buenas migas con el paitido de Lemonnier. Toda acción común es imposible entre gente así dividida; para ellos, nosotros no somos más que un peligro, y ellos, para nosotros, sólo son flojedad. Bakunin quiso separarse de inmediato, después del resultado de la votación, pero Rey(7) y yo, más pacíficos, logramos hacerlo quedar hasta el fin del Congreso y continuamos tomando parte en las deliberaciones. Únicamente, en cada asunto, subrayábamos nuestro programa: sin la esperanza de vencer, quisimos por lo menos ser precisos.


El tercer día: cuestión religiosa y muy hermoso discurso de Wyrouboffl(8), quizás el mejor de todo el Congreso, por su precisión, su nitidez, por el vigor del pensamiento, la moderación de las palabras. Respuesta de un pastor nacionalista de Berna, luego de un pietista neuchatelés, F. de Rougemont, que tiende su cabeza como para que lo decapiten y que reclama a voz en cuello la palma del martirio. Rousselle pronuncia un discurso materialista y sin embargo vota contra nosotros. "¡A votar! ¡A votar!". Enmienda Wyrouboff, 85; proyecto de la comisión, 75; luego una cincuentena de abstenciones.


Cuarto día: Cuestión federalista. Todos estaban de acuerdo sobre el principio, solamente, por mi parte, me era menester precisarlo. Demostré, y creo que con lógica, que después de haber destruido la vieja patria de los fanáticos, la provincia feudal, el departamento y los distritos, las máquinas de despotismo, el cantón y la comuna actuales, invenciones de los centralizadores a todo trance, sólo quedaba el individuo y que en él está el asociarse como él lo entienda. He ahí. la justicia ideal. Por lo tanto, en lugar de comunas y provincias; propuse: asociaciones de producción y grupos formados por estas asociaciones (9). 


Te hago merced del discurso: por otra parte, me parece que estuvo bien; al final, solamente, no he sido bastante explícito. Después de mí, vino Jaclard a, quien, con su voz serena y clara, hizo una requisitoria formidable contra la burguesía, y terminó su discurso con palabras violentas e inhábiles, muy mal acogidas, por lo demás. También Chaudey, contestándome con rodeos, trató de hacerme responsable de las palabras de Jaclard(10). Votos: 37 a favor, 77 en contra.


Quinto día: cuestión relativa a la mujer, que Seinguerlet y Chaudey habían tratado de enterrar el día anterior, pero sin conseguirlo. No han tenido el coraje de votar contra los derechos de la mujer. Después de tres discursos, los de las señoras Goegg y Barbet, y el de un antiguo jesuíta exclaustrado, personaje muy divertido, se pasó a la votación. Unanimidad. Joukowski (11), Rey y yo, el día anterior y por la mañana, habíamos logrado disuadir a una dama rusa de pronunciar un discurso sobre la abolición de la familia. Esta dama rusa, que inicia sus estudios de medicina, es el verdadero tipo de nihilista; a pesar de sus anteojos, tiene un aspecto subyugante de gracia, de simplicidad y de rectitud.


Al final, presentamos nuestra renuncia fundada; luego el americano Ward se precipita a la tribuna para hacer otro tanto. Eytel nos exhorta a permanecer. Bakunin y yo contestamos, y Chaudey manifiesta que tenemos mil veces razón. Entre Bakunin y Chaudey, es preciso escoger. Además, la cortesía es grande entre una y otra parte. Por la noche fuimos al banquete. Bakunin cuenta una historieta, Juan Zagorsky (12) hace circular una caricatura de las más ridículas sobre la igualación de las clases. 


Al terminarse el banquete, Lemonnier se me acerca para tenderme la mano, que no me creí en el deber de rechazar. Rouselle, justamente, dio pruebas de un pésimo gusto, al hacer un brindis por la perseverancia, reprochándonos el abandonar la causa. Repara bien, en que la primera amenaza de separación cayó precisamente de la boca de este mismo Rousselle, desde la primera sesión. En resumen, según lo que me dijeron Wyrouboff, Bakunin y Rey, el Congreso de Berna fue infinitamente más serio que el Congreso de Ginebra. Este no fue un caos, fue una batalla campal, batalla en la que nosotros teníamos, no la ventaja del número, sino la de contar con un plan, sin dejarnos llevar a la aventura. Al no querer votar el principio de la igualdad, la mayoría le hizo el juego a la Internacional, que ahora triunfa plenamente exclamando: "¡Ved si teníamos razón al protestar de antemano!".


De aquí en adelante, el Congreso está condenado a no ser más que el testaferro de un partido político. Por lo que he podido colegir, Haussmann, del Beobatcher(13), hombre hábil como pocos, va a servirse del Congreso de la Paz como punto de apoyo para la Federación de la Alemania del Sur. Está muy contento de que nos hayamos ido, y en la despedida nos felicitó calurosamente. De este
modo, no le incomodaremos ocupándonos de estas inoportunas cuestiones sociales. Con todo; Beust y Ladendorf, nuestros amigos, se quedaron y siguen vigilando celosamente al Congreso. Si necesitas algunas explicaciones sobre aspectos de detalle, me apresuraré a enviártelas.


De todo corazón, Eliseo.


Esta carta es uno de los pocos testimonios veraces que se conservan de este congreso, por eso me ha parecido oportuno transcribirla en su totalidad. Habla por sí misma, los alemanes siempre se muestran dispuestos a monopolizar todo poder, no en vano fueron los principales responsables de las dos guerras mundiales que asolaron Europa en el S. XX. 


El anarquismo se cargaba de razones en cada nuevo congreso, el autoritarismo y los intereses sectarios de los políticos significaron desde el principio un serio peligro para el entendimiento internacional de l@s trabajador@s. Por ello, la "Fraternité Internationale" secreta, así como más tarde la Alianza Internacional de la Democracia Socialista, fueron una necesidad para impedir la desunión de los trabajadores y no la prueba de la ambición de Bakunin, como suciamente acusaban los políticos. Los anarquistas buscaban la unión, los políticos la unidad, el poder de un solo partido hegemónico. El congreso resultó ser un verdadero desastre, augurando lo que sucedería años más tarde cuando Marx destruyó la Internacional por puro interés partidista. James Guillaume describe así el resultado de este congreso:


El primer Congreso de la Liga de la Paz y de la Libertad, celebrado en Ginebra en 1867, no habiendo conseguido elaborar un programa, confió esta tarea a un comité. Durante todo el año hubo lucha en el seno de este comité, entre el liberalismo y el radicalismo burgués de la mayoría y las ideas socialistas revolucionarias de la minoría, a la cual pertenecían Eliseo Reclus y Bakunin, que habían sido elegidos miembros del comité. En el Congreso de Berna, la lucha estalló de pleno y provocó la resolución de la minoría de separarse de la Liga mediante la declaración siguiente: 


"Considerando que la mayoría de los miembros del Congreso de la Liga de la Paz y de la Libertad se ha pronunciado apasionada y explícitamente, contra la igualación económica y social de las clases y de los individuos, y que todo programa y toda acción política que no tenga por objeto la realización de ese principio no podrán ser aceptados por las democracias socialistas, es decir, por los amigos conscientes y lógicos de la paz y de la libertad, los suscritos creen que es su deber separarse de la Liga". [James Guillaume, L'[nternationale, Tomo 1º]


Notas:


(1) Carlos Lemonnier, antiguo sansimoniano. 1806-1891.

(2) Fribourg, delegado parisino de la Internacional al Congreso de Ginebra en 1866.

(3) Chaudey, amigo y ejecutor testamentario de Proudhon. Castelar Emilio, 1832-1899, orador, novelista y hombre público español. Delegado al Congreso.

(4)  Estos habían votado en el Congreso General de la Internacional, celebrado del 6 al 13 de Septiembre de 1868, una resolución en la que se expresaba que la Liga de la Paz no tenía razón de ser en presencia de la obra de la Internacional, y se invitaba a esa Liga a unirse con la Internacional y, a sus miembros, a hacerse recibir en una u otra sección del partido. (Ver: Guillaume, L'lnternationrile, T; 19).

(5) Richard (Alberto), delegado de Lyon.

(6) Jollissaint, suizo, presidente del primer Congreso de la Paz y de la Libertad, realizado en Ginebra del 9 al 12 de Septiembre de 1867.

(7) Arístides Rey, como los hermanos Reclus, Benoit Malon, etcétera, eran miembros del grupo secreto que se movía en torno a Bakunin, bajo la denominación de Fraternidad Universal, y que, en sesión íntima, deliberó sobre el camino a seguir. Fue en esta ocasión cuando se fundó la Alianza de la Democracia Socialista.

(8) Wyrouboff (Grégorio N.), nacido en Moscú el año 1843. Discípulo de Augusto Conte, dirigió La Revue Positiviste con Littre, luego con Carlos Robin. En 1874 fué nombrado profesor de Historia de las Ciencias en el Colegio de Francia.

(9) Posteriormente, se ha señalado que este discurso fué sin duda la primer adhesión pública de Eliseo Reclus a los principios anarquistas.

(10) Jaclard, blanquista, miembro de la Alianza de la Democracia Socialista, en la cual participó momentáneamente.

(11) Joukowski, ruso, establecido en Ginebra, militante de la Internacional y amigo de Bakunin y de los RecIus.

(12) Zagorsky, polaco, amigo de Bakunin. Sus caricaturas del Congreso fueron reunidas y publicadas en forma de álbum.

(13) Der Beobachter, diario democrático de Stuttgart.


Fuente:

Eliseo Reclus. Correspondencia de 1850 a 1905. (Descargar)


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