Pedro Kropotkine. La Ciencia Moderna y el Anarquismo. (Traducción del inglés y prólogo por Ricardo Mella. 1911) Pdf



Publicada en alemán la primera edición de "La ciencia moderna y el anarquismo" amplióla su autor  para darla a luz en lengua inglesa. Caer en mis manos esta segunda edición, darme cuenta de su real importancia y ponerme a traducirla al castellano, fue todo uno. La traducción será mejor o peor, pero tengo la seguridad de haber permanecido fiel al texto constantemente, aun a expensas de la pureza de estilo y del rigor sintáxico. En obras de esta naturaleza es preferible la exactitud a la elegancia en la dicción.


Tratándose de Pedro Kropotkine, cuyos estudios sociológicos circulan profusamente en todos los idiomas, no era dudoso que este su último trabajo, calificado modestamente de ensayo por el autor, tuviera el alcance que todo el mundo ha reconocido en sus precedentes libros.


Pero si hasta ahora se habla reconocido principalmente en sus obras un gran valor de propaganda, una fuerza probatoria de razonamiento poco comunes en otros estudios sociales, habrá que reconocer en presencia de este nuevo libro esas mismas cualidades y una más, muy importante: la comprobación de que la idea anarquista no es un sueño de ilusos, sino esencialmente derivación necesaria de las modernas teorías científicas.


La prueba a posteriori, estamos por decir experimental, es concluyente. Con rigor inflexible llega el autor de "La conquista del pan" a las conclusiones finales en cuya virtud el anarquismo deja de ser definitivamente credo de partido, aspiración de secta, definición de dogma. Precisamente cuando la vulgaridad general ha vaciado sobre el anarquismo todos los lugares comunes y todas las diatribas del repertorio al uso, viene Kropotkine a demostrar, como dos y dos son cuatro, que la anarquía es la expresión sintética de la filosofía natural fundada en los descubrimientos científicos más recientes y se propone, no sólo la reedificación de la sociedad, sino la reconstrucción del conocimiento.


La opinión corriente, que se figura al anarquismo como un programa más, como un plan ideado en vista de determinados fines, como uno de tantos proyectos formulados a priori y sin base sólida que lo soporte, ha recibido en esta obra el golpe de gracia.


No es la anarquía un forzamiento de las cosas. Es el desenvolvimiento natural y continuo de todos los elementos de integración vital que están contenidos en la humanidad, trátese del individuo o de las agrupaciones sociales. No se reduce al mecanismo simplista de la existencia ordinaria, sino que abarca el conjunto de la existencia universal y se propone explicarse, en suprema síntesis, la totalidad de la vida y la totalidad de las relaciones. No es una invención sino una verificación.


En este respecto, aun las opiniones de muchos anarquistas necesitan ser corregidas.


Hay en la educación popular resabios de jacobinismos, tendencias vivas al forzamiento de las cosas. La multitud dirigida se coloca en el mismo plano de los directores y actúa conforme a las sugestiones del dogma propio. Muchos anarquistas no son más que impulsivos que piensan y obran en radical, en revolucionario motinesco. Todo su anarquismo se reduce a la rebeldía instintiva, que no es precisamente la rebeldía consciente, y a la imposición o a la dictadura de la multitud, lo que no sería mejor que otras dictaduras y otras imposiciones.


Las desviaciones y errores de la opinión acerca del anarquismo tienen en esas pobres traducciones del ideal un auxiliar poderoso. Parece como si partidarios y adversarios se empeñasen en perpetuar la leyenda de las agitaciones estériles, de las violencias bárbaras, de los ínextingíbles odios. Cierto que en la crudeza de las luchas de nuestros días son fatales las estridencias de concepto y de hecho. Inútil poner diques a la corriente. La lucha es la lucha. Mas si las cosas tienen siempre explicación, no siempre tienen justificación. Y en todo caso, a hombres que se dicen renovadores no convienen cosas y palabras rancias.


E1 lenguaje denuncia frecuentemente el atavismo de club. Es preciso ser un poco bárbaros, un poco sectarios, un poco fanáticos. La acción está representada en caricatura por un obrero fornido, provisto de recia estaca. La bomba ya se hizo anacrónica. Teóricamente, muy anarquistas; prácticamente, déspotas. Se levanta altares a la Razón y se impone la propia a garrotazos. Ni aun se tolera disentir del novísimo dogma. La aberración llega al límite cuando se ve a tales hombres en amigable consorcio con todos los radicalismos de escuela y en la grata compañía de caudillos de opereta, conspiradores bufos de peluca rubia y trenza gris.


Afortunadamente, la multitud obrera, y entre ella los anarquistas conscientes, se aparta de aquellos que cifran la emancipación humana en serviles traducciones de la rutina político-jacobina. Pero al propio tiempo el hecho hacia estos ideales y hacia sus propagandistas se extiende y levanta como una recia muralla que impide toda compenetración de pensamiento y de conducta.


Contrayéndonos a España, puede observarse un período de seria propaganda y de estudios que se desenvuelve rápidamente y gana las multitudes, no sólo obreras, sino también mesocráticas; después viene el periodo llamado heroico, que siembra el espanto, con sus formidables aldabonazos: la idolatría por los hombres se revela hasta en las denominaciones de los grupos. Se empieza a olvidar las ideas. Finalmente se inicia el periodo de decadencia bien patente en la enorme vulgaridad de las locuciones y de los nombres actuales que haría reir si no indignara.


No se juega a los comités ni a los diputados, pero sí a las conspiraciones y a las algaradas infantiles, de una ingenuidad tal que, a veces, toca los linderos de la maldad. Así, en España, el anarquismo, como fuerza, anda maltrecho y vacilante. Si las masas populares obran, no obstante, en anarquista a cada movimiento que se produce, débese a ese su espíritu, a ese su genio creador de que habla Kropotkine.


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