Impresiones sobre el desarrollo del socialismo en España. Federalismo y asociacionismo hasta 1868. Max Nettlau


Se me ha propuesto que describa lo que me parece más notable de entre los materiales sobre la historia del socialismo en España que he podido compulsar esta primavera pasada en Barcelona. Pero ésta es una labor más difícil que la de esbozar mis impresiones generales, para la cual bastó que dejara hablar a mi corazón y a mi imaginación, conmovidos por la belleza y la amenidad de tantas cosas vistas (v, la Revista Blanca., 15 de junio)


Es este un trabajo que sólo podrá ser bien hecho mucho más tarde, cuando haya coordinado todos los materiales recogidos, llegando sobre esta base a ciertas conclusiones y escogiendo entonces de entre ellas la que me parezca más importante, para someterla a la crítica, que podrá confirmarla, modificarla o rechazarla. En este momento, un mes después de mi regreso, tiempo que he debido consagrar casi por entero a otros trabajos, no he podido hacer más que ojear rápidamente mis notas voluminosas, y si tuviera tiempo y fuese más joven preferiría seguir el procedimiento.empleado con mis trabajos biográficos sobre Bakunin, donde, hace ya más de treinta años, coordiné primero todos los materiales en un libro de dimensiones prácticamente  imposibles, y desde que hice ese trabajo, acabado ya hace varios lustros, me hallo en situación de dar a esos materiales y a los nuevos materiales adicionales una forma más sucinta y precisa, e incluso de sacar un número cada vez más creciente de conclusiones que yo creo fundadas. 


De acuerdo con tal modelo, debería quizá redactar cuatro o cinco volúmenes españoles, para derivar de ellos después un solo volumen de dimensiones normales y extraer al fin lo que me pareciera más notable. No pudiendo seguir esta vía más segura, lo que aquí diga debe ser, pues, considerado como provisional; será verificado por mí mismo cuando elabore un verdadero libro sobre esta base, y entre tanto espero que se señalarán mis errores y se llenarán las lagunas e incertidumbres que mis observaciones tratarán de precisar. Incluso yo pienso que, en el presente, la labor más importante es la de darnos cuenta exacta de lo que sabemos y de lo que no sabemos aún o no sabremos nunca sobre el tema en cuestión, tema sobre el cual mil razones han impuesto siempre la discreción y favorecido la creación de la leyenda, que se introduce con las dificultades. Me he ocupado principalmente de los años 1864 a 1906 y    estimo que en una gran parte de estos años se tiene ya el derecho a la historia, es decir, a intentar fijar el máximo de hechos reales y, sobre todo, a no inclinarse ante todas las leyendas convencionales.


El socialismo de la Internacional nació en España bajo felices auspicios en el invierno de 1868-69, iniciado en una forma que fue la continuación lógica y profundizada de aspiraciones latentes, ya con sólida raigambre, y teniendo ante sí para su eclosión un período de vida pública despierta, agitada, incluso cinco años de esa vida (septiembre 1869-enero 1874) en que todas las formas políticas parecían interinas, temporales, lanzadas al crisol y las cuales tenían a veces fisonomías bastante avanzadas en apariencia como la república de 1873 con Pi y Margall en el poder, aunque por poco tiempo. 


Al socialismo latente de los años 1840 a 1868 siguió un socialismo manifiesto que, a pesar de algunos obstáculos y chicanas, pudo propagarse y organizarse bastante libremente hasta cierto momento en 1873 —acontecimientos de Alcoy,  Benilloba, Játiva y otros pueblos— y hasta la prohibición de la Internacional en virtud del decreto firmado por Serrano y García Ruiz y promulgado el II de enero de 1874, «disolviendo todas las reuniones y sociedades polítícas que, como la Internacional, atenten contra la propiedad, contra la familia y las demás bases sociales» (Circular núm. 38, reservada, de la Comisión federal, firmada por Francisco T. Oliver, Madrid, 12 enero 1874; litografiada).


Así, pues, estas dos condiciones, el desahogo de las aspiraciones latentes durante cinco años de vida relativamente poco obstaculizada, han formado un socialismo extraordinariamente congénere a las cualidades y deseos del pueblo español, que posee una gran vitalidad, un fuerte espíritu de continuidad, una sólida fuerza de recuperación y capacidades de resistencia contra los extravíos y desviaciones notables. Si, a pesar de estas cualidades, ha debido pasar por vicisitudes y crisis, relajaciones y debilidades, también ha sabido atravesarlas todas, cosa que no habría podido conseguir sin ese armazón robusto que le han dado los años 1868 a 1874.


A fin de comprender bien estas cosas, será probablemente preciso que nos habituemos en todos los países a remontarnos muy atrás en el pasado. Para que el socialismo llegue a ser realidad, debe coincidir ampliamente con las tendencias y aspiraciones de la vida misma de las partes activas, no parásitas, de las poblaciones. Un número restringido de hombres sólo es capaz o siente la necesidad de vivir una vida abstracta al lado de la vida real, como hacían antiguamente los religiosos de buena fe que se entregaban a una vida religiosa intensa al lado de la vida muy real de que ni ellos ni nadie se pueden separar. 


Frecuentemente el socialismo se ha convertido para los mejores hombres en una vida de abstracción semejante, al lado de su vida de todos los días. Pero así como el pueblo no ha aceptado nunca la religión en el sentido de los anacoretas, sino que a lo sumo se ha conformado con sacar de ella algunas enseñanzas morales (que sentía y sabía ya)—no me refiero a las supersticiones que se le han inculcado—, sin duda admirará el socialismo intenso de los socialistas demasiado abstractos, pero no querrá ni podrá seguirles. Su socialismo debe ser la realización de sus aspiraciones, libertadas de sus trabas e imperfecciones. Estas aspiraciones son, en general, las de justicia social y seguridad sin intervenciones superiores ni exteriores, pero dependen en particular de la historia de cada país y de su situación presente, factores muy variables que, sin embargo, determinan la mentalidad del país y explican el hecho de que ideas generales, muy lógicas en sí mismas, se extiendan de un modo tan difícil y desigual y hasta sean con frecuencia localmente inaceptables. 


La mayor parte de la historia de la humanidad, decenas de millares de años en número desconocido, escapan por completo a nuestras posibilidades de estudio, pero desde las primeras huellas de una historia hasta hoy hemos visto y vemos poblaciones sedentarias expuestas a invasiones, ora arruinadas y conquistadas por los invasores, ora agrupándose para su defensa en coaliciones y federaciones que la mayoría de las veces conducen a la formación de estados, a sumisiones a estos estados en el interior, hasta a esfuerzos libertadores por recobrar las antiguas autonomías, esfuerzos que suelen triunfar raramente, porque bien una prosperidad colectiva originada por expansiones y dominaciones exteriores, bien una defensa colectiva contra un peligro común, cimentan más bien los estados en estos siglos de inseguridad internacional, en que la menor debilidad es acechada y explotada por los más fuertes. Tales son los límites en que se ha desarrollado y se desarrolla aún la historia de cada país, y, naturalmente, todos los factores que entran en esta cuenta difieren de país en país y de época en época. Pero se puede decir sin equivocarse que mientras persista la inseguridad general, las verdaderas autonomías tendrán, objetivamente, pocas probabilidades de ser fundadas.


Eso no impide el que estas autonomías sean muy queridas por las poblaciones y, en efecto, de estas simpatías deberá desprenderse la voluntad de hacer el vacío alrededor del principio invasor y dominador que perpetúa la inseguridad y que, en los miles de años de la historia conocida, no ha sabido jamás establecer seriamente la paz y la seguridad. Lo que es peor es que ese principio estatal a todo trance, ha procurado a veces a ciertos estados una superioridad sobre otros más débiles y una «prosperidad general» (es decir, bienestar y abundancia para las clases poseedoras y mucho trabajo y poca desocupación para los que nada poseen), de manera que todo el país se ha solidarizado con el estatismo, y las aspiraciones autonomistas se han atrofiado: esto reduce sus probabilidades en todos los países, ya que en semejantes situaciones precarias una parte de las poblaciones se agarra con todas sus fuerzas al estado, en vez de procurar dar un nuevo impulso a todo su país por medio de las autonomías fértiles y generosas.


Aplicando rápidamente estas consideraciones a España, la vemos en remotos tiempos gozando de autonomía de amplios distritos que fueron continuamente destruidos por invasiones, romanos, visigodos y árabes, lo cual desequilibró las autonomías en los períodos de reconquista, cuando surgió contra los invasores una solidaridad bien fundada, pero acompañada también de tendencias estatales irresistibles en los más fuertes. La reconquista contra los moros partió de dos grandes focos, el Noroeste astur-castellano y la Marca hispánica, el condado de Barcelona catalán, pero en los últimos siglos de la edad media la voluntad dominadora castellana prevaleció sobre todas las antiguas autonomías, y así fue creada formalmente una unidad nacional que ha sabido siempre destrozar las aspiraciones autonomistas locales. Esto fue muy facilitado quizá por las grandes ocupaciones de territorios ultramarinos en el siglo XVI, que crearon el inmenso imperio colonial, y además por las múltiples guerras europeas de los siglos XVI al XVIII contra la política francesa de designios transpirenáicos que incluso dio temporalmente resultado en tiempo de Napoleón I. España, tan rica en colonias y a la vez más o menos obligada a estar a la defensiva en Europa, así como en todos los mares, unificada por estatismo y catolicismo, vio sin duda algunas rebeliones locales durante esos siglos, pero no una eclosión verdaderamente amplia y potente del autonomismo.


Muy diferente fue cuando, después de la pérdida del gran imperio colonial en América, la España de la península se vio entregada, tras un esfuerzo heroico de revolución liberal, el más grande de aquellos tiempos, a una reacción feroz y no mitigada que, con algunos raros intervalos de liberalismo precario, duró hasta septiembre de 1868. Pero durante esos cincuenta años y más el esfuerzo liberal, radical, más tarde socialista, no cesó nunca, y entonces fue cuando las ideas federativas y autonomistas, asociacionistas y sociales en general fueron elaboradas, propagadas, insufladas a grandes organizaciones y a la conciencia pública de las poblaciones locales por hombres de talento y abnegación, con una intensidad y en una escala más amplia probablemente que en todo el resto de Europa.


Pues no debemos olvidar en qué grado la situación en los otros países era diferente y lo es aún. Proudhon, tan admirado en España por los republicanos federalistas, fue el horror de los jacobinos centralistas franceses. En Italia, los pocos federalistas, Ferrari, Cattaneo, Pisacane y otros, fueron impotentes frente al unitarismo de Mazzini y de todos los demás hombres políticos del Rissorgimento. De igual modo en Alemania el federalismo disfrazado de pequeños y grandes principados, arbitraria y mezquinamente gobernados, puso tantas trabas a la marcha normal y ascendente de la vida económica, que se saludaba toda medida unitaria (Zollverein, unidad monetaria y de pesos y medidas, etc.) y se tuvo muy poco en cuenta la voz de federalistas aislados, unidos frecuentemente al clericalismo o al legitimismo (como los bizcaytarras en España). En Inglaterra la cuestión de Irlanda, de su "home rule", fue la piedra de toque del federalismo más elemental, que la mayor parte del tiempo dio resultados puramente negativos; esta cuestión fue debatida algunas veces en el Consejo general de la Internacional, y en su día yo daré a conocer una relación de esos debates, en los cuales Marx y Engels estuvieron al lado de los irlandeses, pero varios de los miembros ingleses se opusieron en el más alto grado a sus reivindicaciones. 


También se sabe que los países organizados federativamente prefirieron la guerra civil antes que permitir cesesiones (guerra del Sonderbund, 1847, y guerra civil, 1861-65), defendiendo así al mismo tiempo las ideas liberales contra clericales y, esclavistas, lo que contribuyó al prestigio del republicanismo centralizador y desacreditó al federalismo que también en la Austria de entonces fue siempre el dominio de los clericales, deseosos de conservar su poder absoluto en los distritos atrasados, y de los eslavos, deseosos de paralizar el esfuerzo de la población de lengua alemana, cuya mayor parte, que era enemiga de los clericales, deseaba entonces romper con el pasado y modernizar el país con un espíritu liberal. Así, pues, en ninguna parte fue propagado y proclamado el federalismo por verdaderas cantidades de hombres políticos avanzados y de talento, sino únicamente por aislados y, con frecuencia, explotados por clericales y legitimistas para perpetuar privilegios—en ninguna parte salvo en España, donde produjo ese libro maravilloso "La Reacción y la Revolución. Estudios políticos y sociales, por Francisco Pi y Margall. [Tomo primero {Madrid, 1854, 424 págs., 8.", terminado el 27 de agosto de 1855; reimpresión de LA REVISTA BLANCA, 478 págs., 8.", 1928] y tantos otros escritos, periódicos, círculos, organizaciones y actividades políticas revolucionarias incesantes de muchos hombres militantes que fueron los inspiradores de ideas políticas y a menudo sociales también de todos, verdaderamente de todos los que desde 1868 han militado en la Internacional en España.


Al lado de ellos había republicanos centralistas, pero a pesar del gran talento de algunos de éstos como Castelar, se veía que eran estatistas a ultranza y burgueses de grandes negocios, para los cuales sólo tenía importancia un gobierno fuerte entre sus propias manos y que desdeñaban y despreciaban el ideal de los republicanos federalistas de verdadero valor que aspiraba al desarrollo de las poblaciones locales mismas por los beneficios de la autonomía, hasta hacer así cada vez más inútiles y caducos los engranajes del gobierno central, finalidad que parece ser fué la de Pi y Margall y sus partidarios inteligentes y sinceros. Esta presencia de los centralistas en el campo republicano fue, en estos años de 1868 a 1874, más fatal que habría podido ser su presencia en el campo monárquico o su ausencia total: impotentes para crear por su propio esfuerzo algo duradero, no hicieron sino paralizar y perjudicar en toda ocasión al federalismo, para arruinarlo completamente en 1873, preludio fatal de su propia caída.


Ricardo Mella, que dice «fui su discípulo» (La muerte de Pi y Margall, REVISTA BLANCA, IV, págs. 380-2, 1901-2), en "Recuerdos y Actualidades" (11 febrero 1902, La Huelga general, Barcelona, 5 febrero 1903), describe sus propios recuerdos sobre la alegría general al proclamarse la República federal el 11 de febrero de 1873:

«De aquella poderosísima masa federalista, de aquella legión de republicanos que no se arredraba ante las soluciones del socialismo, de aquellos Pi, Salmerón, Figueras, Chao, Cala, Córdoba y López, Salvochea, Suñer y tantos y tantos otros, no quedó nada o casi nada ante la osadía de la reacción. El federalismo se deshizo. Los republicanos se dividieron en mil fracciones y matices diversos. Sólo quedó en pie firme y resuelto, firme y resuelto a pesar de sus errores, una figura [Pi] que ha sido después como la imagen de la honradez, del civismo, de la constancia, el más sabio de los federales, casi anarquista, siempre justo entre los justos... El partido republicano se redujo a un grupo de contemplativos del Ideal (los federales) y cien grupitos doctrinarios, conservadores unos hasta la saciedad, motinescos otros hasta el ridículo. La impotencia manifiesta lo tiene hoy moribundo... Soy adversario de los republicanos y, no obstante, quisiera que los de ahora fueran de aquella buena cepa de los del 73, que lucharon por ideales más que por el poder, que tuvieron la revolución más en el corazón que en los labios, que se acercaron al pueblo más para redimirlo y defenderlo que para encaramarse en sus espaldas y luego arrearlo...»


Cuanto más se examinan los orígenes de la Internacional en los diferentes países, tanto más se ve en qué grado continúa viviendo bajo otras formas en los grupos y organizaciones existentes, y que sus primeros militantes fueron hombres de algún relieve en los partidos otras avanzados de cada localidad. Casi se puede dejar de lado a los que entonces eran socialistas de las antiguas escuelas, tales como los fourierístas y cabetistas: éstos abandonaban raramente su medio habitual para entrar en las secciones o, al menos, no propagaban en ellas su socialismo especial o, si lo hicieron, no fueron escuchados. El gran número de militantes se compuso de republicanos, sindicados y cooperadores, proudhonianos, librepensadores activos y algunos jóvenes entusiastas de un socialismo tan libre como podían concebirlo, más un pequeño grupo dé revolucionarios determinados que no habían olvidado las jornadas de junio de 1848 y hacían poco caso de la libertad.


Tan sólo varios años más tarde, en los congresos de 1867-69, fueron elaboradas poco a poco algunas concepciones socialistas generales, pero en 1867 se estaba aún muy desunido, en 1868 se efectuó una aproximación, hasta que en 1869, en Basilea, se vio ya que autoritarios y libertarios eran hombres de dos mundos diferentes y desde ese momento no se disminuyó nunca ninguna diferencia, sino más bien se acentuó y profundizó. Los obreros españoles no pertenecieron a la Internacional de 1864 a 1868, pero por los extractos siguientes se verá que pensaban y obraban como la mayoría de las secciones de los demás países lo hacían entonces, a excepción de algunas secciones más avanzadas en Bélgica, Londres y Suiza. Así en el artículo "La Asociación Internacional", publicado en "El Obrero", semanario, núm. 80, 18 marzo 1866 (Barcelona), se lee:


«De todos los medios propuestos para llegar al mejoramiento de la clase obrera, ninguno es tan fuerte y poderoso, ni tan fecundo en resultados positivos como el pensamiento de una asociación internacional o federación universal de las sociedades de trabajadores. Su objeto es reunir en un solo grupo los obreros de todas las profesiones y países, y formaron ellos una sola familia, en donde el interés de todos sería el interés de cada uno, cesando en consecuencia el antagonismo que ha tenido constantemente a los unos separados de los otros y que ha dado por último resultado la formación de pequeños grupos distintos y aislados, que se hostilizan entre sí y llevan al terreno de la práctica los más pésimos resultados...»


«...Además, entonces [con la Internacional] no será ya el mundo un páramo desierto para nosotros, sino que donde quiera que nos lance la suerte, estaremos seguros de encontrar siempre amigos que nos recibirían en su seno como individuos de una misma sociedad que tiene por objeto prestarnos amparo y protección en todos los momentos de la vida. Establecida de esta manera, la sociedad puede constituirse a la vez en casa de crédito mutuo sobre el trabajo, en banco de previsión para las enfermedades e inutilidad, estableciendo una mutua relación entre todas las secciones de la misma.»


«Los proyectos de consumo y producción formarán también en lugar preferente y serán de inmediata aplicación, una vez que son el principal elemento que ha de contribuir como intermediario a dar seguridad a las demás obligaciones de la colectividad. Tal es la aspiración que ha guiado constantemente nuestra conciencia y que se unirá hoy fortalecida por la igualdad de opiniones que manifiestan nuestros estimados colegas "L'Association", que se publica en París, y "L'Associatíon internationale [el título correcto es "Journal de l'Association internationale des Travailleurs, aparecido a partir del 17 de diciembre de 1865; su nº. II-5 del 13 de abril de 1867 es el último que del mismo conozco], que ve la luz pública en Ginebra (Suiza)...» (Firmado por A. Gusart.)»


El redactor del Obrero, Antonio Gusart, cooperador muy conocido, escribió ya en el número 1 de dicho periódico, fecha 4 septiembre de 1864, lo que sigue : 


«...Las asociaciones de trabajadores cuentan ya larga fecha en Cataluña y muy particularmente en Barcelona...»


Y en el número 3, 18 septiembre 1864 : 


«...para lograr la resolución del problema social, es indispensable que todas las sociedades obreras hagan mutuamente solidarios sus intereses por un lazo moral que les una...» «...Unidas las sociedades por los lazos de una federación...» (Nuestro plano, núm. 36, 7 mayo 1865), etc.


En La Asociación (Barcelona), núm. 9, 3 junio 1866, se halla : 


«...el movimiento de asociación se manifiesta hoy con más vigor que nunca en todos los centros de alguna importancia industrial de Cataluña... En Reus es donde hasta ahora esta transformación es más manifiesta (una transformación en el sentido de las cooperativas de otros países). Allí los tejedores, albañiles, cerrajeros, fundidores, carpinteros, zapateros, curtidores, cordeleros, etcétera, tienen su asociación respectiva. Hasta los labradores... han formado una asociación. Cada una de esas asociaciones tiene su reglamento, su director y caja respectiva. Existe, empero, lo que podríamos llamar un pacto federal entre todas ellas. Una junta compuesta de representantes de cada una de las sociedades se encarga de hacer cumplir este pacto. La existencia de todas las asociaciones federadas se considera solidaria, y los fondos de las Cajas, comunes a todas ellas en determinados casos, bajo el concepto de préstamo sin interés.


Esta mutualidad de servicios está produciendo en la actualidad resultados positivos. Ejemplo de ello el taller-bazar cooperativo que acaba de establecer la sociedad de trabajadores zapateros,..»


«...El espíritu de asociación crece cada día entre los obreros catalanes... Nosotros creemos que en el próximo Congreso de obreros en Barcelona ha de prevalecer la opinión favorable a las sociedades cooperativas; las asociaciones de Reus han tomado la iniciativa en este sentido...» (por J. Güell y Mercader).


Un primer Congreso, presidido por A. Gusart, había tenido lugar en diciembre de 1865, donde 40 cooperativas votaron porque «se formara una federación entre las sociedades obreras» para su protección mutua, sin tocar a la autonomía de ninguna. Se utilizarán recíprocamente los productos de cada una. Varias sociedades locales formarán un centro que represente a la Federación. El centro general, compuesto de los directores de todas las sociedades, residirá en Barcelona; "El Obrero" será el órgano oficial de la federación (véase El Obrero, 31 diciembre 1865).


Poco importa que aquí no se trate más que de cooperativas: entonces no había agrupaciones socialistas ni en Cataluña, ni en la mayor parte de los demás países, y precisamente en esos mismos años fue cuando Elias Reclus, el viejo socialista, consagró su mejor esfuerzo al "Crédit au travail" y redactó esa misma "Association" de París que debió inspirar el título de "La Asociación de Barcelona", aparecida a partir del 1º de abril de 1866. Además existían los círculos de Ideas políticas avanzadas, que trataban igualmente de unirse entre sí. Así en la reunión general del Fomento de las Artes de Madrid, celebrada el 31 de diciembre de 1864 (véase El Obrero, 22 enero 1865), la Junta Directiva informa: 


«...hemos procurado establecer relaciones con las Sociedades de provincias hermanas por su espíritu al Fomento de las Artes, debiendo anunciaros que tenemos la satisfacción de hallarnos en buena armonía e inteligencia con La Filantrópica Artística, de Valladolid, El Porvenir, de Zaragoza, El Circulo de Artesanos de Alicante, El Circulo de Artesanos de Cáceres y el Casino Artístico de Albacete. Hemos asimismo hecho gestiones a fin de procurar el establecimiento de sociedades de obreros en las capitales donde aún no existen... a fin de procurar que llegue un día en que el obrero, a cualquier parte donde la suerte le conduzca, pueda continuar sus estudios y encuentre siempre una Sociedad amiga que le reciba en su seno y nuevos hermanos que le tiendan sus brazos.»


En Barcelona existía entonces "El Ateneo catalán de la clase obrera", pero—como lo observa "El Obrero" con sentimiento—no había establecido las relaciones que el Fomento deseaba. En Tierra y Libertad (Madrid), 19 julio 1902,  cuenta Fermín Salvochea que, hacia 1862-63:


«En la fotografía que Guillén y Bartorelo tenían en Cádiz, se reunían habitualmente Ramón de Cala, Bohorques, Garrido (cuando venía a Cádiz), otros fourieristas y algunos que, sin ser falansterianos, como a mí me sucedía, aspiraban a la transformación de la sociedad...». 


Salvochea mismo, según manifiesta en una carta a F. Urales (REVISTA BLANCA, I noviembre de 1902), había sido muy influenciado durante su estancia en Inglaterra por las ideas de Thomas Paine, más tarde por las de Robert Owen y por el ateísmo de Bradlaugh. 


Lorenzo (REVISTA BLANCA, .15 febrero 1905) habla de traducciones de Fourier y del "Viaje a Icaria de Cabet hechas en los años 1840 a 1850; estos libros «eran muy conocidos en Andalucía» (pág. 498) y se inclinaba a derivar de ellos las tendencias comunistas en las insurrecciones republicanas, hablando de la de Loja, en 1856, como de «un levantamiento declaradamente comunista» y diciendo que «los trabajadores daban un sentido comunista a su noción de república...» Yo no dudo de que las luchas sociales violentas y también un comunismo francamente aceptado hallaran un terreno particularmente propicio en Andalucía, región de los más grandes sufrimientos y, frecuentemente, de acción alerta y viva por parte del pueblo, pero me agradaría ver el hecho de esta traducción del gran libro de Cabet—una edición de 1845 con 600 páginas de texto apretado—confirmada por detalles; algunos folletos de Cabet fueron traducidos, pero no sé que se haya hablado en otra parte de esta gran utopía, ni siquiera en traducción española.


A pesar de las simpatías socialistas esparcidas y la defensa de estas ideas por Garrido, Sixto Cámara, Narciso Monturiol, redactor del "Padre de Familia" (7 octubre 1849-4 mayo 1850 ; Barcelona), y otros muchos, entre ellos por Pi y Margall en la polémica de "La Discusión" (Madrid) en 1864, contra Castelar, exposiciones del socialismo que, hechas por republicanos federalistas abnegados y muy conocidos, llamaban extraordinariamente la atención—por esas mismas razones, quizás, el socialismo español no pudo adquirir, que yo sepa, alguna existencia separada hasta 1868. Y después de la revolución de septiembre no hubo tampoco una franca profesión de fe socialista por nadie, dado aquel gran medio federal; todos pedían el apoyo de los obreros para la república federal y les ofrecían «la libre asociación de las clases populares» (como dice J. A. Clavé en su Vanguardia (El Partido republicano y los obreros, número 2, Barcelona, 6 noviembre 1868) y se estaba satisfecho de ver a las sociedades obreras catalanas penetrarse de política federal, abandonando al fin — escribe B. Carcasona (ib., 18 diciembre; El Congreso obrero; éste fue abierto el 13 de diciembre en el Prado Catalán)— la vieja teoría de «que en las Sociedades obreras no debía imperar ninguna idea política».


Todo parecía desarrollarse en el sentido de la incorporación de los obreros al partido federal, con una vida obrera organizada entre asociaciones, cooperativas, reformas, en resumen, una socialdemocracia federal, y uno se pregunta lo que habría sucedido si por alguna casualidad Fanelli no hubiera venido a España y si no se le hubiese presentado a Tomás González Morago, que quedó fascinado por lo que éste le manifestó sobre el verdadero socialismo y la Internacional y el cual fue fuego y llama para estas nuevas ideas y acertó a poner la mano sobre un número de obreros muy despiertos.


De igual modo, algunas semanas más tarde, supo Fanelli hallar un medio favorable semejante en Barcelona, y allí fue Rafael Farga Pellicer el que comprendió y aceptó completamente su finalidad y puso manos a la obra con su constancia enérgica y perseverante que construía más sólidamente que la gran verbosidad un poco caprichosa de Morago; por lo demás las diferencias entre Madrid y Barcelona, respectivamente la ciudad política y la ciudad social entonces, explican bastante el hecho de que Farga Pellicer no pudiera levantar una construcción más rápida, ni Morago una que fuese más sólida. Pero estos hombres, que eran, cada uno en su género, la quintaesencia del militantismo político y social federalista y revolucionario de los años anteriores a 1868, y que tenían inteligencia, energía y abnegación, han sido verdaderamente los fundadores e iniciadores del socialismo integral, consciente, organizado y revolucionario en España. Y gracias a tales relaciones con antiguos militantes federales, gracias a los nuevos lazos íntimos de la Alianza, en un número de localidades y oficios que aumentaban rápidamente se supo hallar siempre hombres resueltos a entregarse a este socialismo integral, a la anarquía y a su organización, encarnada por las secciones y las federaciones locales de la Internacional. 


Esto fue para ellos la ruptura absoluta con el partido federal, el cual debió ponerse más que furioso al ver que los más enérgicos de entre los obreros se desinteresaban de él en esos años de situación aún imprecisa en que luchaba por el poder que, cuando cayó en sus manos en 1873, no le encontró en estado de poder servirse verdaderamente de él y de conservarlo. Después de estas separaciones estaba en el orden de las compensaciones psicológicas el que la Internacional se convertiría acto seguido en el gran partido que uno ama donde quiera que esté y en el cual pone toda su esperanza. Esta nació aceptando íntegra y, se diría, religiosamente el conjunto de ideas anárquico-colectivistas, tal como en primer lugar Bakunin las había formulado en el otoño de 1868, y se adhirió a ellas hasta su transformación en 1881, sin omitir el proclamarlas de nuevo en la Federación de Trabajadores fundada entonces. Testimonio de una perseverancia y una continuidad raras y notables, pero que me parece haber dado a este gran organismo desde el comienzo y hasta su abandono en 1888 una rigidez e inmutabilidad que, al menos hoy, no nos es ya familiar y apenas sería soportable.


Sin duda que de nada sirve juzgar acontecimientos lejanos con criterios del presente, crítica que, por lo demás, no faltó tampoco en 1888 y algún tiempo antes. Yo procederé paso a paso. En 1868-69 y los meses siguientes hasta ese grande y magnífico congreso constitutivo celebrado en Barcelona del 19 al 26 de junio de 1870— el único congreso que una memoria verdaderamente completa permite seguir en sus discusiones públicas (véase La Federación, Barcelona, 26 junio-7 agosto 1870) — fueron vencidos innumerables obstáculos resultantes del reformismo de numerosos militantes y sociedades que querían conservar los lazos que les unían a los federales y a un engranaje de sindicatos muy moderados y de cooperativas, y que no comprendían nada de las ideas anárquico-colectivistas ni querían oir hablar de ellas.


Estos elementos partieron entonces y por su parte no crearon nada que hubiera podido ser una verdadera fuerza opuesta a la Internacional; al menos lo que yo he visto de su crítica y animosidad en "El Nivel" de Barcelona, que se decía órgano oficial de la Asociación Nacional de Trabajadores (a partir del 25 de noviembre de 1871), no produce más que una impresión deplorable. La Internacional, bien fundada en este congreso como federación regional, tenía, pues, el campo libre para sí, tres años y medio de vida pública, agitada con frecuencia, pero nunca puesta en peligro crítico. Observemos ahora cómo procedió. (Continúa aquí)

Max Nettlau

Publicado el 1-9-1928 en La Revista Blanca.

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